La concordia y la discordia entre los seres humanos son fenómenos espirituales, que están sujetos a la soberana Providencia de Dios.

Existe esta curiosa expresión en el idioma alemán: «da scheiden sich die Geister«; que se usa para describir esa circunstancia tan común que se presenta cuando dentro de un grupo armónico de personas afines, emergen de repente desacuerdos y disputas sobre un tema particular. La expresión dice textualmente en español: allí los espíritus se desunen, cuando por divergencias de opinión sobre algún punto se dividen los integrantes de un grupo.

Ese es exactamente el mismo fenómeno del altercado que se da una y otra vez entre las parejas casadas, los enamorados, los amigos, los compañeros de trabajo, etc., es decir, personas que normalmente se entienden muy bien cuando están juntas.

El fenónemo de la discordia, el cual en sí mismo es desagradable y enojoso, porque nos hace pasar malos ratos, nos altera y nos quita la acostumbrada serenidad; además de ser repentino, es también imprevisible e involuntario. No se sabe cuándo va suceder ni dónde, tampoco se sabe la causa exacta que lo desencadena ni cómo controlarlo. En consecuencia, el altercado es un misterio más de los tantos que existen en nuestra vida, pero al que estamos muy bien habituados, y aunque no nos guste experimentarlo, lo hemos tenido que aceptar como algo normal e inevitable.

Ningún neurobiólogo ni psiquiatra en el mundo, nos puede explicar el origen y los causas de las desavenencias y discordias que se dan entre los seres humanos. En relación a esta incompetencia, la ciencia y la medicina no pueden en absoluto argumentar que no han tenido interés, ni tiempo, ni suficientes individuos de experimentación para poder resolver el enigma.
Por esa razón me atrevo a afirmar, que la gran mayoría de los fenómenos de la vida humana que la ciencia y la medicina modernas desconocen, son sobrenaturales.

A esos misterios inexplicables, la ciencia los cubre discretamente con un grueso manto de silencio como si no formaran parte de la realidad en que vivimos, procurando así que sean olvidados, y cuando ya se les hace imposible ocultarlos como es el caso de la muerte, entonces los médicos se encogen de hombros, inclinan la cabeza y se marchan abatidos, deseando en secreto que se los trague la tierra por el peso de la impotencia.
Cuando se trata de asuntos sobrenaturales o realidades espirituales invisibles le toca el turno de actuar a nuestra fe, esa prodigiosa capacidad espiritual que poseemos para traspasar los límites que nos impone el mundo natural visible. Por lo tanto, no nos queda otra alternativa que creer en Dios o no creer.

Y si en efecto son realidades espirituales, lo mejor que podemos hacer es acudir a las sagradas escrituras para buscar allí algún esclarecimiento, que nos ayude a conocernos mejor y sobre todo a comprender nuestra manera de comportarnos y de reaccionar ante las diversas situaciones que se nos puedan presentar.

Al revisar la Biblia, encontré los siguientes versículos relacionados con nuestro tema:

„Pero Dios envió un espíritu de discordia entre Abimelec y los habitantes de Siquem, y éstos traicionaron a Abimelec.“  Jueces 9, 23

„Esto dice Yavé: Ese día, te vendrán ideas al espíritu y tendrás en la cabeza malas intenciones.“  Ezequiel 38, 10

„Entonces te tomará el espíritu de Yavé y serás cambiado en otro hombre.“  Primer Libro de Samuel 10, 6

Como ustedes mismos bien pueden constatar, el Espíritu de Dios siempre ha obrado e intervenido directamente sobre los seres humanos, lo hizo en la Antigüedad y lo continúa haciendo hoy en día.

La explicación de las causas primarias de las discordias y los conflictos están en la sabia y soberana Providencia de Dios, en el plan que tiene Dios para cada individuo durante su existencia y que los seres humanos desconocemos totalmente. Así lo testimonia la Biblia de forma clara e indiscutible.

La gente de los pueblos antíguos que se mencionan en la Biblia, no fueron ni un ápice menos inteligentes, ni menos capaces de comprender asuntos complejos y profundos que nosotros. Ellos tuvieron que aceptar la realidad inevitable de la vida y sus propios destinos, de igual manera como nosotros tenemos que aceptar la realidad inevitable de hoy y nuestros destinos individuales, que también están en las manos de Dios.

Ningún ser humano normal estando en su sano juicio, se desea ni procura premeditadamente tener altercados, discordias, conflictos y demás pleitos con su querida esposa, hijos, familiares, amigos, compañeros y extraños. Todos sin exepción, somos arrastrados a ello por una fuerza espiritual superior que es más fuerte que nosotros.

Hace casi 2000 años Agustín, Obispo de Hipona y uno de los pilares fundamentales de la Iglesia cristiana universal, afirmó que el cuerpo humano es instrumento del alma. Según Agustín el alma posee al cuerpo, usa de él y lo gobierna. Él escribió textualmente: «El alma es cierta substancia dotada de razón que está allí para dominar y regir al cuerpo». «Es el hombre un alma racional que tiene un cuerpo mortal y terreno para su uso».

Para Agustín el ser humano es esencialmente el alma y el cuerpo no es un componente de igual rango, y por eso considera que el hombre y la mujer valen muchísimo más por su espíritu que por su cuerpo y que las personas lo que más deben estimar y aferrarse es a su espíritu.

Cada quién es libre de creer y de aceptar esa explicación. En mi caso particular, a mí me pareció genial y muy lógica su tesis sobre el orden del universo y sobre la relación que existe entre el alma y el cuerpo.

Después de haber vivido mis propias experiencias espirituales, estoy igualmente convencido de que Dios a través del Espíritu Santo interviene directamente sobre nuestra alma, y que el alma a su vez gobierna al cuerpo.
Primero sucede el cambio súbito en el estado de ánimo en nuestro interior, y después, lo manifiesta el cuerpo. Estando inicialmente serenos, primero recibimos una chispa espiritual imperceptible proveniente del Espíritu de Dios, la cual desencadena en nosotros una reacción que manifestamos de inmediato con palabras y gestos, expresando así nuestra discordia e irritación al otro. El oyente reacciona a nuestra alteración de la misma manera con su irritación, y así de fácil y en un instante, se ha provocado una discordia con su correspondiente mal rato.

El otro interesante fenómeno espiritual es el de simpatizar o congeniar con alguien. Lo misterioso del congeniar es que simpatizamos más con determinadas personas que con otras, así como hay también relaciones que funcionan bien y otras que no prosperan.

La palabra congeniar proviene del latin y esta formada por el prefijo con- que expresa la idea de encuentro, y la palabra genius con la que llamaban los antíguos romanos a un tipo de espíritu. En consecuencia, congeniar significa en latín: encuentro o reunión de espíritus.

San Pablo en su carta a los Gálatas escribe lo siguiente sobre la obra del Espíritu Santo:

Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Gálatas 5, 22

Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por él. Gálatas 5, 25

El Espíritu Santo en su divina acción sobre el alma humana, igualmente interviene para que la personas se unan, se encuentren y establezcan relaciones duraderas.

Existe un fenómeno espiritual que llama mucho la atención: el entusiasmo y la pasión con que algunas personas emprenden una actividad o labor determinada. El entusiasmo es un fervor interior, es una fuerza que anima y proporciona una energía adicional a la persona que lo experimenta. Las personas que están llenas de entusiasmo o de una pasión se destacan claramente, se les nota en su comportamiento, en sus ojos y en su forma de hablar. De esas personas se dice, que le han puesto el alma a las actividades que realizan.

Cuando hacemos algo con ganas porque nos gusta, decimos que la actividad esta acorde con nuestra alma, y si por el contrario hacemos algo sin tener ganas, decimos  entonces, que no tenemos el alma puesta en lo que estamos haciendo. Una experiencia muy común que nos sirve perfectamente de ejemplo, es la de besar a alguien. No es lo mismo darle un beso con ganas a alguien que nos gusta y amamos, que darle un beso sin ganas a alguien con quien no simpatizamos.

El amor verdadero es la fuerza espiritual más poderosa que existe, no solamente porque nos hace capaces de hacer cualquier acto heróico, esfuerzo o sacrificio por alguien que amamos, sino también por la indestructibilidad de los lazos invisibles que nos unen con nuestros seres amados.
Cuando hacemos las cosas por amor a alguien o a algo, es el alma el que gobierna al cuerpo. Sabemos muy bien que el amor entre las almas es el adhesivo espiritual universal, que une a las personas en innumerables tipos de relaciones y en diferentes grados de intensidad.

También sabemos en secreto muy bien, que nuestra propia vida es un gran misterio y que es muchísimo más lo que desconocemos y lo que no esta en nuestro poder de decidir ni de controlar, que lo que de verdad esta en nuestras manos, ya que es la realidad en la que vivimos o el destino, con la activa colaboración del transcurso del tiempo que como un arroyo invisible, nos va llevando y deparando todas las situaciones o vivencias que experimentamos día a día, de acuerdo al sabio plan, que Dios ha preparado para cada uno de nosotros. Es decir, la voluntad de Dios.

Cada vez que rezamos el Padre Nuestro, rogamos que se haga su voluntad en el Cielo así como en la tierra. Eso significa que tenemos que aprender a aceptar todo lo que sucede en nuestras vidas y que no ha sido posible evitar, por no haber estado en nuestro poder evitarlo, sino por voluntad soberana y absoluta de Dios. Aceptar las adversidades, los fracasos y los sufrimientos que nos suceden sin comprenderlos en absoluto, no es nada fácil. Es un proceso de aprendizaje muy lento que requiere de confiar en Dios como nuestro Creador y Padre Celestial, y de mucha humildad para someternos a su voluntad y dejarnos conducir por él.

Debemos aprender a creer que Dios efectivamente nos ama como hijos y que desea en primer lugar la salvación de nuestras almas, que es lo único que se puede salvar, aúnque el cuerpo tenga necesariamente que sufrir y finalmente morir.

Debemos también aprender a conocer, a amar y a estar pendiente de nuestra propia alma, con el mismo interés y la dedicación con que atendemos al cuerpo. El alma es el rastro que Dios dejó en nosotros y que nuestro cuerpo físico esconde muy bien. Por eso el alma es el mayor y el único tesoro divino que poseemos, ya que es la esencia espiritual de lo que somos, es inmortal y por consiguiente después de la muerte, vivirá eternamente.

Nosotros nos fijamos sólo en las apariencias de la gente, mientras que Dios ve también nuestra alma, mira el corazón.

Y Jehová respondió a Samuel: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo he rechazado; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; porque el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.” 1 Samuel 16, 7

Así como Dios a ustedes les a puesto en sus almas una pasión, un entusiasmo o un ímpetu para hacer algo en particular por el que ustedes se esfuerzan mucho, a mí me ha puesto en el alma la inspiración y la vehemencia para difundir y escribir sobre las realidades espirituales de nuestra alma, sobre el amor de Dios para la humanidad y sobre la promesa de Jesucristo de vida eterna en el Reino de los cielos. 

Pablo ya dijo cuál es el fruto del Espíritu Santo, y si estamos siendo animados por él, dejémonos conducir confiadamente.
Dios sabe mucho mejor que nosotros lo que nos conviene para esta vida terrenal y para la vida eterna, porque Él sabe perfectamente quiénes somos, así como también nuestro presente y nuestro futuro.

La vida espiritual cristiana inspirada por el Espíritu Santo, es una vida dirigida por la fe, el amor, la esperanza, la paz interior y la humildad.

Y abriendo su boca los enseñaba con estas palabras: Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Mateo 5, 2-3

Muchos creyentes cristianos seguramente se preguntarán: ¿cuál es el verdadero significado de la expresión: pobres en espíritu?
El patriarca de la iglesia cristiana San Agustín de Hipona, en su sermón sobre las Bienaventuranzas de Cristo afirma: Los pobres en espíritu no son los pobres en recursos, mas son los pobres en deseos (ambición). En efecto, el que es pobre en deseos, es una persona humilde, y Dios escucha los gemidos de los humildes y no desecha sus súplicas.

Agustín continúa con el siguiente comentario sobre lo que escribe el apóstol Pablo en su primera carta a Timoteo en relación a la gente rica: A los ricos de este siglo manda que no sean orgullosos (1. Timoteo 6,17): puesto que no existe algo en este mundo, que genere más orgullo en el ser humano que las riquezas, es por esa razón, que la persona rica orgullosa no posee, sino que es poseída por las riquezas.

Las grandes mayorías de los habitantes en todos los países del mundo, viven una vida simple y humilde, quienes según su cultura, sus tradiciones, sus posibilidades y sus ingresos, han aprendido conformarse con lo necesario, al habitar una vivienda simple y disponer de un empleo o una actividad productiva, que les permita comprar sólo lo necesario para alimentarse, vestirse y educarse.
Este es el estilo de vida más generalizado y mayoritario en el mundo, el cual es conocido como de subsistencia en los países en desarrollo.

En los países industrializados de muy alto consumo, han aparecido en la actualidad dos nuevos estilos de vida en clara oposición al consumo extremo, y como reacción al cambio climático y al deterioro del medio ambiente global: el frugalismo y el minimalismo, que consisten en reducir compras innecesarias y así reducir la contaminación ambiental. Estos nuevos movimientos sociales son el resultado de una nueva conciencia ecológica en la sociedad, debido a que las graves consecuencias del cambio climático se han hecho cada vez más evidentes y catastróficas.

El filósofo y teólogo holandés Erasmo de Rotterdam (1466-1536) en su obra “El elogio de la locura” en la que hace una interpretación de un segmento de la 1. Carta a los Corintios del apóstol Pablo, referido al grado de instrucción de la población y diferenciando entre sabios e incultos, dice lo siguiente: Dios escoge precisamente lo que el mundo tiene por ignorante y se gloría de haber ocultado a los sabios el misterio de la salvación y haberlo revelado a los incultos y a los pobres de espíritu. A esto corresponde el que en todo el Evangelio, Cristo critica a los fariseos, a los escribas y a los doctores de la ley, en tanto que protege a la multitud de analfabetos. Y se le ve deleitarse con los niños, mujeres y pescadores, del mismo modo que entre todos los animales, agradan más a Cristo, los que más se apartan de la astucia de la zorra. Por eso quiso cabalgar en asno, cuando, si hubiera querido, habría podido hacerlo sin peligro en el lomo de un león; por eso descendió el Espíritu Santo tomando forma de paloma, y no de águila; por eso las Sagradas Escrituras hablan constantemente de ciervos y corderos, y además, Jesús llama ovejas a aquellos destinados a la vida eterna, pues ningún otro animal hay más simple que éste.

Como ejemplo muy vergonzoso y lamentable de un creyente cristiano, quien se dejó poseer por las riquezas, la ambición, los honores y el poder; y quien tuvo una vida llena de lujos, grandeza y esplendor. Ese personaje a quien me refiero, fue nada más y nada menos que el Papa Julio II (1503-1510), conocido como el Papa Guerrero o Terrible.

Este señor que desempeñó el papel de Papa (o sustituto de Cristo en la tierra), en lugar de esforzarse por imitar la vida y el ejemplo del Señor Jesucristo, su amor puro, su paz, su doctrina y su humildad; para dedicarse en cuerpo y alma a los asuntos de la fe y la esperanza de vida eterna en la Iglesia cristiana, emprendió por lo contrario una guerra frontal contra Francia y guió personalmente varias batallas contra las ciudades de Bolonia y Venecia en el territorio italiano. Además, en lo personal era de mal carácter y un astuto manipulador, que no vacilaba en valerse de intrigas y traiciones dentro del vaticano, para lograr sus ambiciosos planes.
Estas son las bien conocidas consecuencias de los deseos de ambición y de poder, cuando un ser humano en su vida interior espiritual, no logra dominarlos por medio del ejercicio de la fe y la oración.

Algunos de ustedes posiblemente habrán leido y escuchado sobre las comunidades Amish (cristianos anabaptistas)  en el continente Americano, cuyos fundadores emigraron en el siglo 18 desde Europa, huyendo de la persecución furiosa de las iglesias tradicionales: la reformada y la cátolica; porque los consideraban una nueva secta cristiana rebelde. La primera comunidad de anabautistas Amish fue establecidad en los USA en el año 1740 en el estado de Pennsylvania.

La comunidad Amish fue fundada por el anabaptista de origen suizo llamado Jacobo Ammann, quien inspirado por varios versículos de la Biblia, en particular el siguiente versículo de la carta de Pablo a los Romanos: No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Romanos 12, 2; tomó la decisión de que lo mejor para poder vivir una vida cristiana humilde, sería separarse del mundo de la época y adoptar un estilo de vida simple y rústico, como es la vida agraria.

Debido a su definitiva decisión de no dejarse influenciar por la vida urbana mundana, incluyendo el progreso industrial y la tecnología desde principios del 1800, su estilo de vida, sus costumbres, sus vestimentas y su apariencia personal, se asemejan a la usanza y a la moda que existían hace más de 260 años, que es precísamente lo que impresiona tanto y llama la atención cuando uno visita sus comunidades y lo observa.
Las características generales de su estilo de vida son las siguientes: el uso de caballos y carruajes para el transporte local, el rechazo al uso de la electricidad de las líneas de servicios públicos, la prohibición de televisores y computadoras, el uso de algún tipo de vestimenta distintiva, el uso de barbas en los hombres, la educación formal finaliza en el octavo grado, se reunen en hogares para el culto cada dos domingos, sus líderes religiosos son laicos y viven en áreas rurales.

Sobre esta cultura Amish tan peculiar se podría decir, que ese ha sido el método y la manera de vivir escogidos voluntariamente por ellos, para ser capaces de vivir una vida cristiana simple, humilde y sin ambición; pero no aislados del mundo y detrás de altos muros como los monjes y las monjas, sino conviviendo y participando comercialmente con la sociedad moderna norteamericana.

Cualquiera podría pensar de manera justificada, que una comunidad que vive en esas condiciones, en el país más desarrollado y de mayor aplicación de tecnología y consumo en el mundo, no puede tener un futuro prometedor ni tampoco probalidades de que su población pueda crecer. Pues no es así, sorprendentemente la población total de todas las comunidades Amish en USA es de 378.000 personas en el 2023, y su población se ha estado duplicando desde el siglo pasado cada 20 años!

Poco después de haber leído por primera vez sobre la comunidad Amish, decidí en 2012 hacer un viaje expresamente a USA para visitar y verificar personalmente si todo lo que se decía sobre los Amish era verdad. Fuimos mi esposa y yo por varios días y nos hospedamos en una posada administrada por miembros de la comunidad, y pude comprobar que efectivamente, los Amish viven y trabajan como se acostumbraba a vivir hace 200 años.

Antes de finalizar estas referencias sobre los anabaptistas Amish, es más que merecido y justo reconocerles a todas las comunidades Amish en el continente Americano, que su decisión de apartarse del progreso económico y de la vida mundana, ha sido por un lado, seguramente positiva y favorable para poder vivir una vida espiritual cristiana con mucho menos tentaciones, ambiciones  y seducciones, que nosotros los que vivimos en las sociedades de consumo, y por el otro lado,  que su estilo de vida simple y ecológico, es indudablemente un modelo ejemplar que muestra y enseña al mundo, de que sí es posible vivir una vida plena y feliz, con mucho menos consumo y uso de tecnología en el siglo 21.

La majestuosidad del firmamento y sus estrellas confirman la Gloria de Dios

Así se expresa Yavé: ¡El cielo es mi trono y la tierra la tarima para mis pies! ¿Qué casa podrían ustedes edificarme, o en qué parte fijarían mi lugar de reposo? Isaías 66,1

¡Qué pocas veces dirigimos hoy en día nuestra mirada hacia el cielo!, o como le llamaban en el pasado los antiguos poetas la bóveda celeste, para contemplar su belleza, su majestuosidad y sobre todo su firmeza. La palabra firmamento que se utiliza como equivalente del cielo, se derivó de la expresión “ser algo firme” en la lengua bíblica hace miles de años, el cual fue representado por un inmenso toldo inmóvil, donde fueron fijadas las estrellas por Dios, el gran creador del universo.

Por ser el firmamento inalcanzable para el ser humano y por la contraposición evidente que existe entre el cielo y la tierra,  los pueblos antiguos supieron interpretar bastante bien, las diferentes impresiones que percibieron de forma intuitiva del cielo como son: la divinidad, la trascendencia, la firmeza, la magnificiencia y la perennidad.

Por ejemplo, los sumerios en mesopotamia hace más de 5000 años creían que las estrellas estaban fijas a la esfera situada más allá de Saturno, de ahí que las llamasen “estrellas fijas” a las estrellas y “estrellas errantes” a los planetas. Fueron los primeros en definir las 12 constelaciones del zodíaco, que transitaban en 12 períodos que sumados conformaban un año solar. De ahí que el año fuera dividido en 12 meses y en cuatro estaciones de tres meses cada una. Y también dedujeron, que en las estrellas residían los dioses del Sol y la Luna.

Las civilizaciones prehispánicas del Nuevo Mundo también fueron atraídas por la majestuosidad del cielo. Los mayas basaron su cosmología en la repetición de configuraciones entre las estrellas y los planetas. Para ellos, Venus representaba al dios de la lluvia. Para los aztecas, Venus representaba al dios Quetzalcóatl, una serpiente alada. 
Al igual que otros pueblos, los mayas creían en la existencia de siete cielos, planos y superpuestos, y de otros tantos niveles subterráneos, donde residían dioses y demonios, respectivamente.

La simple contemplación del firmamento rebosante de estrellas durante las noches claras, hizo surgir seguramente en aquellos individuos de las sociedades primitivas, el pensamiento de su insignificancia como frágiles criaturas que eran y de su limitada vida terrenal, así como también, el anhelo natural por una vida eterna. Es por esa razón, que es difícil encontrar una cultura originaria en el mundo, donde no haya existido alguna forma de divinización del cielo y de los astros.

De todo lo que hemos mencionado hasta aquí, destaca y brilla como el sol claro del mediodía, la conclusión de que los millones de seres humanos que existieron en la antigüedad, pudiéndose guiar sólo por su sentido común y su intuición natural, lograron vislumbrar con mucho acierto que Dios está en el cielo. Conocimiento trascendental ese, que la humanidad siglos después, lo recibió por medio de la revelación divina en las Sagradas Escrituras.

Los antiguos pobladores de nuestro planeta adoraban en su corazón y con su espíritu al único Dios sin conocerlo. Los planetas representaban dioses, pero sin duda alguna, éllos intuyeron la existencia real de Dios y eso fue lo trascendental durante su vida terrenal, por la sencilla razón de que creyeron con un alma humilde e ingenua en la existencia de un ser divino superior y todopoderoso, que regía soberanamente sobre los acontecimientos naturales y sobrenaturales que afectaban su vida cotidiana. Supieron igualmente reconocer sus debilidades, limitaciones y su breve vida ante un Dios grande y poderoso, y además, aceptaron la dependencia y la necesidad que tenían de dejarse guiar en sus vidas por un ser sobrenatural. Así paulatinamente se fue desarrollando la fe religiosa en aquellos individuos de una forma natural, para pasar después al establecimiento de los diversos rituales y formas de veneración primitivas.

Hoy en día, cuando disponemos tantos conocimientos sobre Dios y sobre las sagradas escrituras, que se nos enseña en las clases de religión la existencia de Dios y que está en los cielos,  y cuando hemos aprendido infinidad de conocimientos sobre ciencias naturales y humanidades, se le hace cada vez mucho más difícil, al hombre moderno creer en Dios y en su Palabra con humildad y confianza, que al ser humano primitivo de la antigüedad.

En las sociedades de los países industrializados se adoran innumerables ídolos, entre los cuales están, en primer lugar, el hombre mismo quien por su inteligencia, orgullo, vanidad y vanagloria se cree un superhombre que puede vivir bien sin Dios y sin espiritualidad,  y en segundo lugar, todos los objetos y bienes creados por sus manos: el dinero, las máquinas, las edificaciones, la tecnología, los bienes de consumo, la medicina moderna, etc.
Al creer mucho más en nosotros mismos y en lo que somos capaces de hacer, que creer en Dios, estamos demostrando claramente que no nos conocemos suficientemente bien, ya que las cualidades más dominantes del ser humano son: la inconstancia, la vanidad y la necedad.

El filósofo francés Michel de Montaigne en su ensayo “De la inconstancia de nuestras acciones”, describe muy bien la variable naturaleza humana en los siguientes párrafos:

Nuestra ordinaria manera de vivir consiste en ir tras las inclinaciones de nuestros instintos; a derecha e izquierda, arriba y abajo, conforme las ocasiones que se nos presentan. No pensamos lo que queremos, sino en el instante en que lo queremos, y experimentamos los mismos cambios que el animal que toma el color del lugar en que se le coloca. Lo que en este momento nos proponemos, lo olvidamos en seguida; luego volvemos sobre nuestros pasos, y todo se reduce a movimiento e inconstancia.
Nosotros no vamos, somos llevados, como las cosas que flotan, ya dulcemente, ya con violencia, según que el agua se encuentre iracunda o en calma, cada día capricho nuevo; nuestras pasiones se mueven al compás de los cambios atmosféricos.

Por esa inconstancia innata, no nos debe sorprender el hecho de que estemos por lo general buscando algo, sin saber realmente lo que deseamos, y que también estemos cambiando con frecuencia lo que hacemos o el lugar donde estamos, como si así nos pudiéramos librar de algo que nos agobia.

Otro ejemplo de las incongruencias en nuestra manera de vivir y hacer las cosas, es esa actitud de entregarnos a los placeres de la vida, como si nos fuéramos a morir al día siguiente, y por el otro lado, acumular riquezas y comprar propiedades como si nuestra vida terrenal fuera durar para siempre.

En la primera entrevista que le hicieron al náufrago salvadoreño José Salvador Alvarenga, quien entre los años 2012 y 2013 estuvo a la deriva en el océano pacífico durante 14 meses, dijo que habia sido su fe en Dios lo que le salvó la vida y le dió la fuerza de voluntad para soportar solo y abandonado 10 meses en el mar, después que su compañero de pesca murió de hambre a los 4 meses de estar perdidos en la inmensidad del océano. También dijo que: « pasaba horas sentado, viendo el firmamento, viendo las nubes ».
Haz una pequeña pausa en la lectura y trata de imaginarte por unos instantes, la cruel experiencia que vivió el señor Alvarenga: 10 meses sólo y perdido en medio del océano pacifico, en un pequeño bote sin techo!

Si comparamos nuestro paso por la vida con un viaje, lo primero que tenemos que saber es adónde queremos llegar, y después, cómo nos vamos a orientar para alcanzar nuestro destino, cuando las adversidades, malos tiempos y dificultades se presenten en la travesía. Y para no desviarnos o no apartarnos de la ruta escogida, en esos momentos de tinieblas, tormentas, neblinas, sufrimiento, desesperación o tristeza por los que pasamos en la vida, necesitamos guiarnos por algo firme y constante que nos sostenga el ánimo y nos mantenga en el camino correcto.

Solamente en Dios podemos encontrar la luz y la orientación necesarias, cuando todo lo demás que tenemos a nuestro alcance falla o se tambalea.

Santa Teresa de Jesús escribió un bello poema para esas ocasiones, cuando duras pruebas y aflicciones estén agobiando nuestra existencia. Su texto comienza así: Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene, nada le falta: Sólo Dios basta. Eleva el pensamiento, al cielo sube, por nada te acongojes, nada te turbe.

Y cuando uno se entera por la prensa de una historia de naufragio como esa, se podría preguntar :¿Cuántas veces el señor Alvarenga habrá elevado su pensamiento y su mirada al cielo para fortalecer su fe durante su terrible odisea en el mar? 
¿Cuántas veces habrá rezado el Padre Nuestro y habrá clamado con vehemencia y con ardor en su corazón?, al susurrar las frases:

Padre nuestro, que estás en el cielo
Santificado sea tu nombre, venga tu Reino
Hágase tu voluntad en el cielo asi como en la tierra.
Danos hoy nuestro pan de cada día. Mateo 6, 9-11

Seguramente Alvarenga rezó el Padre Nuestro muchas veces y miró al cielo, y Dios lo salvó. De este señor se puede afirmar con propiedad, que durante su naufragio fue un verdadero héroe de la fe y de la perseverancia.

Sin embargo, en las horas de naufragio y de oscuridad que sobrevienen en nuestra vida, es bueno, que elevemos el pensamiento y la mirada al cielo, para recordar que el firmamento es el trono eterno de Dios Todopoderoso, y que de Él viene nuestra salvación.

El reino de los cielos y nosotros

SERMÓN DE CHARLES H. SPURGEON (1834-1892), PREDICADOR BAPTISTA DE ORIGEN INGLÉS

Y el que nos ha hecho para lo mismo es Dios, el cual también nos ha dado las arras del Espíritu.
2 Corintios 5, 5

Nuestro texto nos presenta una gran obra de Dios con un objeto distinto: el hecho de que seamos «revestidos de nuestra casa celestial»; y mirando las palabras minuciosamente, vemos que el único designio se lleva a cabo mediante tres grandes procesos. El Señor ha obrado en nosotros deseos de gloria celestial. «El que nos ha hecho hacer lo mismo, es Dios.» El apóstol había hablado dos veces de gemir tras la casa celestial, y entendemos que aquí afirma que este gemido fue obrado en él por Dios. En segundo lugar, el Señor ha obrado en nosotros una aptitud para el mundo eterno, porque así puede entenderse el texto. El que nos ha preparado para la herencia celestial de la cual el Espíritu es la prenda. Luego, en tercer lugar, Dios ha dado a los creyentes, además de los deseos y la aptitud para ello, una prenda de la gloria que ha de ser revelada, la cual es la prenda del Espíritu Santo. Hablemos de estas tres cosas como el Espíritu Santo nos instruya.

La obra de Dios se ve en nuestras almas al causarnos deseos excitantes y vehementes después de haber sido «revestidos de nuestra casa que es del cielo».

Este ferviente deseo, del cual el apóstol ha estado hablando en los versículos anteriores, se compone de dos cosas: un gemido doloroso y la sensación de estar agobiados mientras estamos en esta vida presente, y un anhelo supremo por nuestra porción prometida en el mundo venidero. La insatisfacción con la idea misma de encontrar una ciudad continua aquí, que equivale incluso a gemir, es la condición de la mente del cristiano. «No miramos las cosas que se ven», no merecen una mirada; Son temporales y, por lo tanto, no son aptas para ser el gozo de un espíritu inmortal. El cristiano es el hombre más contento del mundo, pero es el menos contento con el mundo. Es como un viajero en una posada, perfectamente satisfecho con la posada y su alojamiento, considerándola como una posada, pero dejando fuera de toda consideración la idea de convertirla en su hogar. De paso, se alimenta y está agradecido, pero sus deseos lo llevan siempre hacia ese país mejor donde se preparan las muchas mansiones. El creyente es como un hombre en un barco de vela, muy contento con el buen barco por lo que es, y con la esperanza de que pueda llevarlo a salvo a través del mar, dispuesto a soportar todos sus inconvenientes sin quejarse; Pero si le preguntáis si preferiría vivir a bordo en ese estrecho camarote, os dirá que añora el tiempo en que el puerto esté a la vista, y los verdes campos, y las felices granjas de su tierra natal. Nosotros, hermanos míos, damos gracias a Dios por todos los nombramientos de la providencia; ya sea que nuestra porción sea grande o escasa, estamos contentos porque Dios la ha establecido: sin embargo, nuestra porción no está aquí, ni la tendríamos aquí si pudiéramos.

Ningún pensamiento sería más terrible para nosotros que la idea de tener nuestra porción en esta vida, en este mundo oscuro que rechazó el amor de Jesús y lo echó de su viña. Tenemos deseos que el mundo entero no podría satisfacer, tenemos anhelos insaciables que mil imperios no podrían satisfacer. El Creador nos ha hecho jadear y anhelar tras sí mismo, y todas las criaturas juntas no podrían deleitar nuestras almas sin su presencia.

Además de esta insatisfacción, reina en el corazón regenerado un anhelo supremo por el estado celestial. Cuando los creyentes están en su sano juicio, sus aspiraciones al cielo son tan fuertes que desprecian la muerte misma.

Sea lo que fuere lo que la separación del alma del cuerpo pueda implicar dolor o misterio, el creyente siente que podría atreverse a todo, a entrar de inmediato en los gozos inmarcesibles de la tierra de la gloria. A veces el heredero del cielo se impacienta por su esclavitud, y como un cautivo que, mirando por la estrecha ventana de su prisión, contempla los verdes campos de la tierra sin trabas, y observa las olas relampagueantes del océano, siempre libre, y oye los cantos de los inquilinos del aire no enjaulados, llora al ver su estrecha celda, y oye el tintineo de sus cadenas. Hay ocasiones en que los más pacientes de los desterrados del Señor sienten que la nostalgia del hogar se apodera de ellos. Como esas bestias que hemos visto a veces en los zoológicos, que se pasean de un lado a otro en sus madrigueras, y se rozan contra los barrotes, inquietas, infelices, prorrumpiendo de vez en cuando en feroces rugidos, como si anhelaran el bosque o la selva; Aun así, nosotros también nos irritamos y nos inquietamos en esta nuestra prisión, anhelando ser libres.

¿Qué es lo que hace que el cristiano anhele el cielo? ¿Qué es lo que hay en él que le hace inquieto hasta que llega a una tierra mejor? Es, en primer lugar, un deseo de lo invisible. La mente carnal está satisfecha con lo que los ojos pueden ver, las manos pueden tocar y el gusto disfrutar, pero el cristiano tiene un espíritu dentro de él que tiene pasiones y apetitos que los sentidos no pueden satisfacer. Este espíritu ha sido creado, desarrollado, iluminado e instruido por el Espíritu Santo, y vive en un mundo de realidades invisibles, de las cuales los hombres no regenerados no tienen conocimiento. Mientras está en este mundo pecaminoso y cuerpo terrenal, el espíritu se siente como un ciudadano exiliado de su tierra natal.

Estorbado por este cuerpo de barro, el espíritu, que es semejante a los ángeles, clama por la libertad; anhela ver al Gran Padre de los Espíritus, comulgar con las huestes de los espíritus puros que rodean para siempre el trono de Dios, tanto a los ángeles como a los hombres glorificados; anhela, de hecho, habitar en su verdadero elemento. Una criatura espiritual, engendrada desde lo alto, nunca puede descansar hasta que esté presente con el Señor.

Además, el espíritu cristiano anhela la santidad. El que nace de nuevo de simiente incorruptible, encuentra que su peor problema es el pecado. Mientras estaba en su estado natural, amó el pecado y buscó placer en él, pero ahora, habiendo nacido de Dios y hecho semejante a Dios, odia el pecado, la mención de él irrita sus oídos, el verlo en otros le causa una profunda tristeza, pero la presencia de él en su propio corazón es su plaga y su carga diarias.

En el espíritu del cristiano hay también un suspiro por el descanso: «Hay un descanso para el pueblo de Dios», como si Dios hubiera puesto en nosotros el anhelo de lo que ha preparado; Trabajamos diariamente para entrar en ese reposo. Hermanos, anhelamos el descanso, pero no podemos encontrarlo aquí. «Este no es nuestro descanso». No podemos encontrar descanso ni siquiera dentro de nosotros mismos. Las guerras y las luchas son continuas dentro del espíritu regenerado; la carne codicia contra el espíritu, y el espíritu guerrea contra la carne. Mientras estemos aquí, debe ser así. Estamos en el campo de la guerra, no en la cámara de la comodidad.

Este deseo divino se compone de otro elemento, a saber, la sed de comunión con Dios. Aquí, en el mejor de los casos, nuestro estado es descrito como «ausente del Señor». Disfrutamos de la comunión con Dios, porque «verdaderamente nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo», pero es remota y oscura. «Vemos a través de un cristal oscuro», y todavía no cara a cara. Tenemos el olor de sus vestidos desde lejos, y están perfumados con mirra, áloe y casia, pero el rey todavía está en sus palacios de marfil, y la puerta de perla está entre nosotros y él. ¡Oh, si pudiéramos llegar a él! ¡Oh, que incluso ahora nos abrazara y nos besara con los besos de su boca! Cuanto más ama el corazón a Cristo, más anhela la mayor cercanía posible a Él. La separación es muy dolorosa para una novia cuyo corazón arde por la presencia del novio; y tales anhelamos oír la dulcísima voz de nuestro Esposo y ver el semblante que es como el Líbano, excelente como los cedros. Que un alma salva anhele estar donde está su Salvador, no es un deseo antinatural. Estar con él es mucho mejor que lo mejor de la tierra, y sería extraño que no lo anheláramos. Dios, pues, ha obrado en nosotros esto en todas sus formas, nos ha hecho temer la idea de tener nuestra porción en esta vida, ha creado en nosotros un anhelo supremo por nuestro hogar celestial, nos ha enseñado a valorar las cosas invisibles y eternas, a suspirar por la santidad, a suspirar por el descanso sin pecado, y anhelar una comunión más estrecha con Dios en Cristo Jesús.

Hermanos míos, si habéis sentido un deseo como el que he descrito, dad la gloria de ello a Dios; bendecid y amad al Espíritu Santo que ha obrado esto mismo en vosotros, y pedidle que haga que los deseos sean aún más vehementes, porque son para su gloria.

Puedes estar muy seguro de que tienes la naturaleza de Dios en ti si estás suspirando por Dios; Y si tus anhelos son de tipo espiritual, ten por seguro que eres una persona espiritual. No está en el animal suspirar por los goces espirituales, ni tampoco está en el mero hombre carnal suspirar por las cosas celestiales. Lo que son tus deseos, eso es tu alma. Si realmente están insaciablemente hambrientos de santidad y de Dios, hay dentro de ustedes lo que es semejante a Dios, lo que es esencialmente santo, ciertamente hay una obra del Espíritu Santo dentro de sus corazones.

Este deseo de una porción en el mundo invisible es infundido primero en nosotros por la regeneración. La regeneración engendra en nosotros una naturaleza espiritual, y la naturaleza espiritual trae consigo sus propios anhelos y deseos; estos anhelos y deseos son en pos de la perfección y de Dios.

Estos deseos son ayudados además por la instrucción. Cuanto más nos enseña el Espíritu Santo sobre el mundo venidero, más lo anhelamos. Si un niño hubiera vivido en una mina, podría contentarse con el resplandor de la luz de las velas; pero si oyera hablar del sol, de los verdes campos y de las estrellas, puedes estar seguro de que el niño no sería feliz hasta que pudiera subir a la salida y contemplar por sí mismo el resplandor del que había oído hablar; y a medida que el Espíritu Santo nos revela el mundo venidero, sentimos anhelos dentro de nosotros, misteriosos pero poderosos, y suspiramos y clamamos por estar lejos de donde está Jesús.

Estos deseos se incrementan aún más por las aflicciones santificadas. Las espinas en nuestro nido nos hacen usar nuestras alas; La amargura de esta copa nos hace desear fervientemente beber del vino nuevo del reino. Los deseos celestiales se inflaman aún más por la comunión con Cristo. Tanto las experiencias dulces como las amargas pueden ser hechas para aumentar nuestros anhelos por el mundo venidero. Cuando un hombre ha conocido una vez lo que es la comunión con Jesús, entonces suspira por disfrutarla para siempre.

«Desde que probé las uvas, muchas veces anhelo ir
a donde mi amado Señor cuida de la viña,
y crecen todos los racimos». Amén.

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