La concordia y la discordia entre los seres humanos son fenómenos espirituales, que están sujetos a la soberana Providencia de Dios.

Existe esta curiosa expresión en el idioma alemán: «da scheiden sich die Geister«; que se usa para describir esa circunstancia tan común que se presenta cuando dentro de un grupo armónico de personas afines, emergen de repente desacuerdos y disputas sobre un tema particular. La expresión dice textualmente en español: allí los espíritus se desunen, cuando por divergencias de opinión sobre algún punto se dividen los integrantes de un grupo.

Ese es exactamente el mismo fenómeno del altercado que se da una y otra vez entre las parejas casadas, los enamorados, los amigos, los compañeros de trabajo, etc., es decir, personas que normalmente se entienden muy bien cuando están juntas.

El fenónemo de la discordia, el cual en sí mismo es desagradable y enojoso, porque nos hace pasar malos ratos, nos altera y nos quita la acostumbrada serenidad; además de ser repentino, es también imprevisible e involuntario. No se sabe cuándo va suceder ni dónde, tampoco se sabe la causa exacta que lo desencadena ni cómo controlarlo. En consecuencia, el altercado es un misterio más de los tantos que existen en nuestra vida, pero al que estamos muy bien habituados, y aunque no nos guste experimentarlo, lo hemos tenido que aceptar como algo normal e inevitable.

Ningún neurobiólogo ni psiquiatra en el mundo, nos puede explicar el origen y los causas de las desavenencias y discordias que se dan entre los seres humanos. En relación a esta incompetencia, la ciencia y la medicina no pueden en absoluto argumentar que no han tenido interés, ni tiempo, ni suficientes individuos de experimentación para poder resolver el enigma.
Por esa razón me atrevo a afirmar, que la gran mayoría de los fenómenos de la vida humana que la ciencia y la medicina modernas desconocen, son sobrenaturales.

A esos misterios inexplicables, la ciencia los cubre discretamente con un grueso manto de silencio como si no formaran parte de la realidad en que vivimos, procurando así que sean olvidados, y cuando ya se les hace imposible ocultarlos como es el caso de la muerte, entonces los médicos se encogen de hombros, inclinan la cabeza y se marchan abatidos, deseando en secreto que se los trague la tierra por el peso de la impotencia.
Cuando se trata de asuntos sobrenaturales o realidades espirituales invisibles le toca el turno de actuar a nuestra fe, esa prodigiosa capacidad espiritual que poseemos para traspasar los límites que nos impone el mundo natural visible. Por lo tanto, no nos queda otra alternativa que creer en Dios o no creer.

Y si en efecto son realidades espirituales, lo mejor que podemos hacer es acudir a las sagradas escrituras para buscar allí algún esclarecimiento, que nos ayude a conocernos mejor y sobre todo a comprender nuestra manera de comportarnos y de reaccionar ante las diversas situaciones que se nos puedan presentar.

Al revisar la Biblia, encontré los siguientes versículos relacionados con nuestro tema:

„Pero Dios envió un espíritu de discordia entre Abimelec y los habitantes de Siquem, y éstos traicionaron a Abimelec.“  Jueces 9, 23

„Esto dice Yavé: Ese día, te vendrán ideas al espíritu y tendrás en la cabeza malas intenciones.“  Ezequiel 38, 10

„Entonces te tomará el espíritu de Yavé y serás cambiado en otro hombre.“  Primer Libro de Samuel 10, 6

Como ustedes mismos bien pueden constatar, el Espíritu de Dios siempre ha obrado e intervenido directamente sobre los seres humanos, lo hizo en la Antigüedad y lo continúa haciendo hoy en día.

La explicación de las causas primarias de las discordias y los conflictos están en la sabia y soberana Providencia de Dios, en el plan que tiene Dios para cada individuo durante su existencia y que los seres humanos desconocemos totalmente. Así lo testimonia la Biblia de forma clara e indiscutible.

La gente de los pueblos antíguos que se mencionan en la Biblia, no fueron ni un ápice menos inteligentes, ni menos capaces de comprender asuntos complejos y profundos que nosotros. Ellos tuvieron que aceptar la realidad inevitable de la vida y sus propios destinos, de igual manera como nosotros tenemos que aceptar la realidad inevitable de hoy y nuestros destinos individuales, que también están en las manos de Dios.

Ningún ser humano normal estando en su sano juicio, se desea ni procura premeditadamente tener altercados, discordias, conflictos y demás pleitos con su querida esposa, hijos, familiares, amigos, compañeros y extraños. Todos sin exepción, somos arrastrados a ello por una fuerza espiritual superior que es más fuerte que nosotros.

Hace casi 2000 años Agustín, Obispo de Hipona y uno de los pilares fundamentales de la Iglesia cristiana universal, afirmó que el cuerpo humano es instrumento del alma. Según Agustín el alma posee al cuerpo, usa de él y lo gobierna. Él escribió textualmente: «El alma es cierta substancia dotada de razón que está allí para dominar y regir al cuerpo». «Es el hombre un alma racional que tiene un cuerpo mortal y terreno para su uso».

Para Agustín el ser humano es esencialmente el alma y el cuerpo no es un componente de igual rango, y por eso considera que el hombre y la mujer valen muchísimo más por su espíritu que por su cuerpo y que las personas lo que más deben estimar y aferrarse es a su espíritu.

Cada quién es libre de creer y de aceptar esa explicación. En mi caso particular, a mí me pareció genial y muy lógica su tesis sobre el orden del universo y sobre la relación que existe entre el alma y el cuerpo.

Después de haber vivido mis propias experiencias espirituales, estoy igualmente convencido de que Dios a través del Espíritu Santo interviene directamente sobre nuestra alma, y que el alma a su vez gobierna al cuerpo.
Primero sucede el cambio súbito en el estado de ánimo en nuestro interior, y después, lo manifiesta el cuerpo. Estando inicialmente serenos, primero recibimos una chispa espiritual imperceptible proveniente del Espíritu de Dios, la cual desencadena en nosotros una reacción que manifestamos de inmediato con palabras y gestos, expresando así nuestra discordia e irritación al otro. El oyente reacciona a nuestra alteración de la misma manera con su irritación, y así de fácil y en un instante, se ha provocado una discordia con su correspondiente mal rato.

El otro interesante fenómeno espiritual es el de simpatizar o congeniar con alguien. Lo misterioso del congeniar es que simpatizamos más con determinadas personas que con otras, así como hay también relaciones que funcionan bien y otras que no prosperan.

La palabra congeniar proviene del latin y esta formada por el prefijo con- que expresa la idea de encuentro, y la palabra genius con la que llamaban los antíguos romanos a un tipo de espíritu. En consecuencia, congeniar significa en latín: encuentro o reunión de espíritus.

San Pablo en su carta a los Gálatas escribe lo siguiente sobre la obra del Espíritu Santo:

Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Gálatas 5, 22

Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por él. Gálatas 5, 25

El Espíritu Santo en su divina acción sobre el alma humana, igualmente interviene para que la personas se unan, se encuentren y establezcan relaciones duraderas.

Existe un fenómeno espiritual que llama mucho la atención: el entusiasmo y la pasión con que algunas personas emprenden una actividad o labor determinada. El entusiasmo es un fervor interior, es una fuerza que anima y proporciona una energía adicional a la persona que lo experimenta. Las personas que están llenas de entusiasmo o de una pasión se destacan claramente, se les nota en su comportamiento, en sus ojos y en su forma de hablar. De esas personas se dice, que le han puesto el alma a las actividades que realizan.

Cuando hacemos algo con ganas porque nos gusta, decimos que la actividad esta acorde con nuestra alma, y si por el contrario hacemos algo sin tener ganas, decimos  entonces, que no tenemos el alma puesta en lo que estamos haciendo. Una experiencia muy común que nos sirve perfectamente de ejemplo, es la de besar a alguien. No es lo mismo darle un beso con ganas a alguien que nos gusta y amamos, que darle un beso sin ganas a alguien con quien no simpatizamos.

El amor verdadero es la fuerza espiritual más poderosa que existe, no solamente porque nos hace capaces de hacer cualquier acto heróico, esfuerzo o sacrificio por alguien que amamos, sino también por la indestructibilidad de los lazos invisibles que nos unen con nuestros seres amados.
Cuando hacemos las cosas por amor a alguien o a algo, es el alma el que gobierna al cuerpo. Sabemos muy bien que el amor entre las almas es el adhesivo espiritual universal, que une a las personas en innumerables tipos de relaciones y en diferentes grados de intensidad.

También sabemos en secreto muy bien, que nuestra propia vida es un gran misterio y que es muchísimo más lo que desconocemos y lo que no esta en nuestro poder de decidir ni de controlar, que lo que de verdad esta en nuestras manos, ya que es la realidad en la que vivimos o el destino, con la activa colaboración del transcurso del tiempo que como un arroyo invisible, nos va llevando y deparando todas las situaciones o vivencias que experimentamos día a día, de acuerdo al sabio plan, que Dios ha preparado para cada uno de nosotros. Es decir, la voluntad de Dios.

Cada vez que rezamos el Padre Nuestro, rogamos que se haga su voluntad en el Cielo así como en la tierra. Eso significa que tenemos que aprender a aceptar todo lo que sucede en nuestras vidas y que no ha sido posible evitar, por no haber estado en nuestro poder evitarlo, sino por voluntad soberana y absoluta de Dios. Aceptar las adversidades, los fracasos y los sufrimientos que nos suceden sin comprenderlos en absoluto, no es nada fácil. Es un proceso de aprendizaje muy lento que requiere de confiar en Dios como nuestro Creador y Padre Celestial, y de mucha humildad para someternos a su voluntad y dejarnos conducir por él.

Debemos aprender a creer que Dios efectivamente nos ama como hijos y que desea en primer lugar la salvación de nuestras almas, que es lo único que se puede salvar, aúnque el cuerpo tenga necesariamente que sufrir y finalmente morir.

Debemos también aprender a conocer, a amar y a estar pendiente de nuestra propia alma, con el mismo interés y la dedicación con que atendemos al cuerpo. El alma es el rastro que Dios dejó en nosotros y que nuestro cuerpo físico esconde muy bien. Por eso el alma es el mayor y el único tesoro divino que poseemos, ya que es la esencia espiritual de lo que somos, es inmortal y por consiguiente después de la muerte, vivirá eternamente.

Nosotros nos fijamos sólo en las apariencias de la gente, mientras que Dios ve también nuestra alma, mira el corazón.

Y Jehová respondió a Samuel: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo he rechazado; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; porque el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.” 1 Samuel 16, 7

Así como Dios a ustedes les a puesto en sus almas una pasión, un entusiasmo o un ímpetu para hacer algo en particular por el que ustedes se esfuerzan mucho, a mí me ha puesto en el alma la inspiración y la vehemencia para difundir y escribir sobre las realidades espirituales de nuestra alma, sobre el amor de Dios para la humanidad y sobre la promesa de Jesucristo de vida eterna en el Reino de los cielos. 

Pablo ya dijo cuál es el fruto del Espíritu Santo, y si estamos siendo animados por él, dejémonos conducir confiadamente.
Dios sabe mucho mejor que nosotros lo que nos conviene para esta vida terrenal y para la vida eterna, porque Él sabe perfectamente quiénes somos, así como también nuestro presente y nuestro futuro.

Dios es la única fuente segura de fortaleza, consuelo y gozo, especialmente cuando padecemos penas, sufrimientos y dolores.

Existen demasiados millones de personas cristianas en el mundo, que no saben que los humanos somos seres compuestos de un cuerpo y un alma de origen divino; y que por lo tanto, somos una dualidad de dos naturalezas completamente diferentes: un cuerpo biológico mortal y un alma espiritual inmortal, que coexisten en un individuo.

Debido a esa dualidad natural, poseemos diferentes necesidades: unas corporales y otras espirituales. Como las corporales las conocemos muy bien, menciono a continuación solamente las necesidades espirituales más importantes:
amor verdadero, fe en Dios, esperanza de vida eterna, consuelo, fortaleza espiritual, compasión, paz interior, paciencia, perdón, misericordia, gozo interior, bondad, benigdidad y comprensión del sentido de la vida y de la muerte.

Por lo general, acudimos y buscamos a Dios cuando estamos enfrentando problemas serios de salud, situaciones de gran peligro, accidentes graves, etc; que sobrepasan nuestras fuerzas, nuestros recursos materiales y la ayuda de familiares y amigos.

Uno de los casos más comunes son los problemas graves de salud, que no tienen curación posible ni solución médica definitiva.

Deseo comentar un primer testimonio que leí hace ya más de 30 años, se trata de una chica norteamericana cristiana llamada Joni Eareckson Tada, quien cuando era apenas una adolescente, tuvo un accidente en un río donde se bañaba junto con amigos. En ese lugar había un muelle de madera para el embarque de botes pequeños. A la chica se le ocurrió lanzarse de cabeza del muelle al rio, y debido a la poca profundidad del agua, se golpeó en la cabeza con el fondo de río, y se fracturó la nuca, quedando cuadripléjica.

Durantes años fue llevada a los mejores hospitales para hacer todos los tratamientos médicos y terapias disponibles para su caso, pero no tuvieron éxito. Y su cuerpo quedó paralizado desde la base del cuello hasta los pies. Sin embargo, su profunda fe en Dios le permitió recuperar su ánimo, el sentido de la vida y las ganas de vivir, para después dedicarse activamente a predicar el Evangelio y a promover la lectura de la Biblia, por medio de conferencias y de varios libros que ha escrito, a cientos de miles de personas que están en condiciones similares a las de ella.

Ella cuenta que la lectura de las Sagradas Escrituras fue el factor indispensable que le ayudó para ser capaz; primero, de levantar su ánimo y su voluntad, del estado de depresión y de postración en que estuvo durante años; y segundo, para después lograr rehacer su vida y fortalecer su fe y su esperanza en el Señor Jesucristo.

Para el ser humano que sufre, lo más importante es lógicamente que su cuerpo sea sanado, aunque sea por un corto tiempo, pero para Jesús lo prioritario y principal es la salvación eterna del alma en el Reino de los Cielos, es decir, la sanación del alma y no del cuerpo, porque sencillamente nuestro cuerpo inevitablemente muere, se descompone y desaparece.

Joni durante decenas de años estuvo alimentando su profundo deseo y abrigando la esperanza, de que Dios algun día sanaría su cuerpo y que podría mover su cuerpo y caminar otra vez, hasta que un día leyendo la Biblia, encontró en el capítulo 1 del evangelio según San Marcos, la siguiente escena de una sanación que hizo Jesús:

Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios; y no dejaba hablar a los demonios, porque le conocían. Levantándose muy de mañana, siendo muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba. Y le buscó Simón, y los que con él estaban; y hallándole, le dijeron: Todos te buscan. (para ser sanados)
El les dijo: Vamos a los lugares vecinos, para que predique también allí; porque para eso he venido. Marcos 1, 34-38

Esta escena le confirmó a Jane, que el Señor Jesucristo vino al mundo con el principal propósito de predicar su Evangelio y de salvar almas para la vida eterna con Dios en el Reino de los Cielos, y no para sanar cuerpos. Al leer ese pasaje comprendió finalmente, que Jesús le ofrecía a ella una sanación mucho más profunda y para siempre: la sanación de su alma para compartir con Él la vida eterna!

Después de aceptar de forma definitiva la condición de su cuerpo, Dios cambió su actitud ante la vida, al darse cuenta de que ella esperaba solamente que Jesús solucionara su parálisis y pudiera tener una vida normal, lo cual la condujo a un estado depresivo y de amargura. Hasta que el Evangelio de Marcos, le reveló claramente el significado de la promesa de vida eterna del Señor Jesucrito.

Paso ahora, a referirme a un segundo testimonio de una madre de familia, quien nació con poliomielitis, pero quien pudo tener una vida normal con las usuales limitaciones al caminar. Sin embargo, muchos años después su vida cambió para mal, debido al llamado síndrome post-polio, en que los músculos se van degenerando y reduciendo inevitablemente con pérdidas de su fuerza y muchos dolores. Hoy en día usa una silla de ruedas para ir, a donde antes lo hacía caminando.

A continuación transcribo el texto original de su testimonio personal:

Hace décadas, las palabras de 2 Corintios 6:10, “Como doloridos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo”, parecían admirables en teoría pero imposibles en la práctica. No podía imaginarme la alegría y el dolor coexistiendo; por definición, tener uno significaba la ausencia del otro. Los médicos dijeron que no había cura para mi condición y que viviría con pérdidas continuas. Para ralentizar la progresión, me aconsejaron que redujera la vida al mínimo y dejara de abusar de los brazos. Como esposa y madre de niños pequeños, me ví obligada a tomar decisiones difíciles todos los días y cada mes aparecían nuevas pérdidas. Se sentía implacable el dolor. Honestamente, todavía lo hace.

Hoy ni siquiera puedo hacer mi propio café, y mucho menos llevarlo a la mesa. Lidio con el dolor continuo que solo se intensificará. Si bien esto puede sonar deprimente, sorprendentemente me ha hecho más feliz. He aprendido a dejar de obsesionarme con mis circunstancias y comenzar a regocijarme en el Dios que se ha acercado a mí a través de ellas.

A medida que mi cuerpo se debilita, Dios se ha vuelto más real y presente que nunca. Puedo repetir las palabras del Salmo 46:1, que Dios es mi “refugio y fortaleza, mi pronto auxilio en las tribulaciones”. En todas mis pruebas, el Señor nunca me ha fallado, nunca se ha apartado de mi lado, nunca me ha dejado desamparada.

La Biblia se ha vuelto más valiosa para mí porque las garantías de Dios de consuelo, fortaleza y liberación ya no son simplemente palabras que he memorizado; ahora son promesas que me sostienen. Debido a que tengo que depender de Dios incluso para las tareas más pequeñas, debo buscarlo constantemente. Es una decisión consciente dejar de centrarme en lo que me rodea y empezar a centrarme en Dios. Es una elección que debo hacer todo el día, todos los días.

Mientras he caminado con Dios a través del valle de sombra de muerte, he aprendido tres grandes lecciones para estar “triste, pero siempre gozoso”.

Antes de poder regocijarme, necesito lamentarme y llorar. Este paso es crítico porque es solo a través del reconocimiento y el duelo de mi dolor que he experimentado la presencia y el consuelo de Dios. Sin este paso, mis palabras pueden sonar espirituales e incluso elocuentes, pero están desconectadas de mi vida: me quedo sintiéndome vacía y sola.

En la Biblia David comienza el Salmo 13 diciendo: “¿Hasta cuándo, oh Señor? me olvidaras para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí? , y sin embargo, termina unos versículos más adelante diciendo: “Pero en tu misericordia he confiado; mi corazón se regocijará en tu salvación” (Salmo 13:5). ¿Qué causó su nueva perspectiva? ¿Cómo podía pasar de cuestionar a Dios en un momento a regocijarse al siguiente? Para mí, al igual que para David, este cambio ocurre cuando hablo directamente con Dios, esperando que me responda.

“En el sufrimiento, a menudo veo a Dios con mayor claridad, quizás porque estoy más desesperada por encontrarlo”.

Cuando sigo el ejemplo de David, mi perspectiva cambia como lo hizo David. Mis circunstancias pueden no cambiar, pero lo que sucede a mi alrededor ya no es mi enfoque. Algo dentro de mí cambia cuando leo las palabras de Dios y le derramo mis pensamientos sin editar. Dios mismo se encuentra conmigo, consolándome y reviviéndome. En un momento estoy abrumada por el dolor en mi vida, y al momento siguiente tengo esperanza y perspectiva renovadas. Incontables veces, he orado el Salmo 119:25, “Mi alma se ha aferrado al polvo; dame vida conforme a tu palabra!” Y Dios ha hecho exactamente eso.

Diferencia entre sensaciones, emociones y gozo espiritual.

Al inicio de este escrito, me referí a las diferencias que existen entre nuestras necesidades. Ahora deseo ilustrar específicamente las diferencias entre sensaciones, emociones y gozo espiritual, por medio de ejemplos:

– La risa es un estímulo manifestado exteriormente por el cuerpo, es decir, una simple sensación agradable y fugaz. La sensación es una reacción superficial del cuerpo a un estímulo exterior que puede ser agradable o desagradable.

– La emoción es una reacción a un estímulo relevante, que causa cambios notorios en el cuerpo, como: tensión muscular, sudor, cambios en el ritmo cardíaco o en la respiración., etc.

– El gozo interior es un estado espiritual profundo de confianza, paz, amor, plenitud, paciencia, dominio propio; que resulta de nuestra íntima relación personal con Dios. El gozo es un don de Dios y se traduce en un estado  permanente, que no depende de las circunstancias, ni del tiempo, ni del lugar ni de las personas que nos rodean, sino exclusivamente de la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida.

Como ustedes bien pueden ver, las sensaciones y emociones dependen de las circunstancias, son corporales y muy breves; mientras que el gozo interior es el fruto de una estrecha comunión con Dios y es un estado permanente.

No es posible comprender la vida humana, sin aceptar que somos en realidad seres compuestos de un alma espiritual y un cuerpo de carne, el cual posee instintos animales.

Digo, pues: “Andad por el Espíritu, y no cumpliréis el deseo de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis.”  Gálatas 5, 16-17

Cada cultura o civilización, de las que se han destacado por su importancia en la historia de la humanidad, poseyeron su propias creencias mitológicas y religiosas, así como tambien sus escrituras sagradas en las que fueron redactadas las enseñazas y normas fundamentales para guiar o dirigir sus sociedades. En el caso de nuestra civilización cristiana, el fundamento es la Biblia que agrupa el viejo y el nuevo Testamento, los cuales fueron redactados hace ya varios miles de años, y que por lo tanto, es cierto que son bastante antiguos. Y es precísamente por esa razón, que tanto en las autoridades de las iglesias cristianas modernas, como en las congregaciones de creyentes, se ha ido estableciendo la nueva creencia o convicción en los últimos 200 años, de que los seres humanos hemos cambiado de una manera tan radical, que algunas de las enseñazas y las revelaciones de Dios contenidas en la Biblia, han perdido su validez y su vigencia para estos tiempos, y que por lo tanto, ya no se pueden aplicar como se hacía en el pasado.
Esa nueva creencia es un grave error, que algunas iglesias han cometido.
 
A continuación explico las razones:

1.- La palabra de Dios es eterna por ser la verdad divina.
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mateo 24:35

La hierba se seca, la flor se marchíta; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre. Isaías 40, 8

Pero él respondió y dijo: Escrito está: No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Mateo 4:4

2.- La naturaleza del ser humano compuesta por el alma espiritual y el cuerpo de carne NO ha cambiado. La esencia o sustancia del ser humano con sus virtudes e imperfecciones, sigue siendo la misma que tuvieron Adan y Eva. Lo que ha cambiado son: las creencias, las normas sociales, las ideologías, las costumbres, los vestidos, los conocimientos, la ciencia, los modos de pensar, las culturas, las opiniones, las tendencias, etc.

Para no escribir mucho, voy a referirme solamente a dos aspectos de la vida humana como son el amor espiritual y el deseo sexual, que ponen en clara evidencia, de que somos ciertamente seres compuestos de espíritu y cuerpo.

El apostol Pablo les recomendaba a los cristianos en Galacia, hace más de 2000 años: “Andad por el Espíritu, y no cumpliréis el deseo de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis.” 

Los humanos estamos compuestos de un cuerpo y de un alma o espíritu. El cuerpo es similar al de los animales y posee varios instintos naturales. El alma que nos fue dada por Dios es de esencia espiritual, y por lo tanto, es completamente diferente a la naturaleza material del cuerpo. En el alma están nuestras facultades espirituales, como: el intelecto, la conciencia, la voluntad, el amor, la fe, la esperanza, bondad, misericordia, arrepentimiento, orgullo, vanidad, etc.

Por estar constituidos de un cuerpo de carne y un alma espiritual, tenemos dos tipos muy diferentes de necesidades:

– El cuerpo por sus instintos naturales, busca satisfacer sus necesidades biológicas y materiales: respirar, beber, comer, tener sexo, dormir, moverse, abrigarse, trabajar, seguridad, vivienda, etc.
– Mientras que el alma posee tres grandes necesidades espirituales: amar y ser amado, la fe en Dios y la esperanza de vida eterna.

El instinto de la pasión sexual es tan potente que ofusca la mente del que la siente, y el ardor sensual que produce la estimulación hormonal, le impide pensar en la dignidad de la persona objeto del deseo, en su honor, en sus lazos sentimentales y en el debido respeto, porque en esos momentos, como se trata de una necesidad biológica, se transforma en un deseo urgente y prioritario, tal como nos sucede cuando sentimos hambre y sed, o cuando sentimos la urgencia de ir al baño. Este proceso fisiológico del deseo sexual natural, es lo que conduce a que el individuo se olvide de la dimensión espiritual de la persona deseada, y además, a actuar de manera egoísta, irracional y primitiva, es decir, como un animal de rapiña.

Los impulsos que generan estas dos dimensiones humanas en nuestra conducta son a veces opuestos o contrarios en algunos aspectos de nuestra vida, por ejemplo: en la relación matrimonial entre parejas. 
Quién no conoce las siguientes situaciones entre parejas, causadas por el ardiente instinto sexual?

a.- Él quiere hacer el sexo, pero ella no

b.- El adulterio

c.- Abusos en el hogar (violación sexual, maltrato con golpes)

El amor espiritual por ser de origen divino tiene un propósito muchísimo más excelente, elevado y trascendente que el placer sensual y la reprodución. El amor espiritual es la maravillosa fuente, que nos permite crear y mantener los indispensables lazos invisibles de amor que nos unen en familias, grupos de amigos, comunidades, ciudades y países. El amor es el adhesivo universal que vincula y mantiene unidos a las personas hasta que la muerte las separe, y además las hace capaces de convivir en paz y en armonía.

¿Sabías que Dios nos ha equipado con un chaleco salvavidas espiritual?

En Dios solamente espera en silencio mi alma; de Él viene mi salvación. Salmo 62, 1

Un modo muy efectivo de explicar asuntos abstractos o difíciles de comprender, consiste en recurrir a los ejemplos y a las comparaciones de algo más conocido. Ese es justamente el caso de la maravillosa promesa de Jesucristo a la Humanidad, de que después de la muerte inevitable, nos espera una nueva vida eterna. Comprender e imaginarnos la vida eterna es para nosotros algo sumamente difícil.

Ésta revelación divina se fundamenta a su vez en el Libro de Génesis, en donde se puede leer, que Dios creó al ser humano insuflando el alma inmortal en su cuerpo mortal de carne y huesos. Es por eso que en la larga historia del Cristianismo, se ha afirmado y predicado siempre que las personas vivimos dos vidas: la vida terrenal en este mundo material y la vida eterna espiritual en el más allá o después de la muerte.

El médico y filósofo inglés Thomas Browne (1605-1682), tratando de ilustrar la doble vida humana con un ejemplo conocido del reino animal,  escribió  en su libro La religión del médico, la siguiente comparación:
« Así el hombre es ese gran y verdadero anfibio cuya naturaleza está capacitada para vivir no sólo como otras criaturas en diferentes elementos, sino en mundos bien separados y distintos; pues aún cuando para los sentidos no haya más que un solo mundo, para la razón hay dos: uno visible, otro invisible.»

Anfibio es un ser vivo que puede vivir en dos mundos muy diferentes: el acuático y el terrestre. Los que hemos estudiado ciencias naturales en la escuela sabemos que los animales anfibios como el sapo, viven su primera etapa de vida en el agua como renacuajos, y después que se han transformado en sapos, viven en la tierra posteriormente.

Si Dios Todopoderoso pudo crear animalejos como los sapos, las salamandras y las ranas, capaces de vivir dos vidas, con mucho más razón creó a imagen y semejanza suya al ser humano con un espíritu inmortal, destinado a vivir eternamente en ese otro mundo que Jesús llamó el Paraíso. El supremo propósito de nuestra alma y su razón de ser es conducirnos a Dios en esta vida terrenal, y después de la muerte al Reino de los Cielos.

Según mi opinión, otro propósito muy particular del alma humana es el de servir como un chaleco salvavidas espiritual. A continuación les doy la explicación: Lo que le da alegría y color a esta vida dura que vivimos en este mundo, son esos bellos estados del alma, que surgen de nuestra alma de niño que guardamos en nuestro interior como reliquia de nuestra infancia, los cuales emergen espontáneamente en el precíso instante en que los necesitamos, para endulzar las inevitables tristezas, sinsabores, problemas y dificultades que nos agobian de vez en cuando.

Sin el condimento del buen ánimo, la diversión, la alegría de vivir, el humor, el deleite en las cosas sencillas y el encanto de la paz interior, atributos todos del alma de niño, la vida humana no sería digna de ser llamada vida.

El alma de niño tiene además en nosotros otra función importantísima de socorro y protección, ya que es también el chaleco salvavidas espiritual con el que hemos sido equipados por Dios, para poder mantenernos a flote en esos mares de penas y aflicciones, que en ciertas ocasiones, el destino nos obliga atravesar en nuestra vida.