El cuerpo humano es sólo una apariencia. Él esconde nuestra verdadera realidad. Nuestro verdadero ser es el alma.

Erwing Goffman, sociólogo y escritor canadiense escribió en 1959 el libro “Todos actuamos en un teatro”,  sobre el comportamiento social del ser humano durante sus relaciones y contactos personales en los ámbitos de su familia, trabajo y en la sociedad, en el cual compara nuestra vida pública con una obra teatral. 

La idea central del concepto de Goffman es que en la vida social, el individuo tratará de controlar las impresiones que su persona causa en los demás, exhibiendo un ritual de comportamiento adecuado a cada una de las situaciones que se les presenten, lo que implica tener que actuar como se hace en una obra de teatro.

Es muy cierto que todos nosotros en la vida pública tratamos siempre de dar la mejor impresión a los demás, y que hemos aprendido a interpretar diferentes roles según la ciscunstancias de la situación y del escenario en que nos encontramos.

Esa es una característica tan propia del ser humano, que el término persona era como se le decía a la máscara, que como tal caraterizaba en el teatro antiguo griego, a los diferentes personajes en una obra teatral. Por esa razón, el teatro es un excelente modelo que nos permite entender mejor nuestro comportamiento en la vida pública en la sociedad.

El señor Goffman dice en su libro:„Probablemente no sea un mero accidente histórico que el significado original de la palabra «persona» sea máscara. Es más bien un reconocimiento del hecho de que, más o menos conscientemente, siempre y por doquier, cada uno de nosotros desempeña un papel. Es en estos roles donde nos conocemos mutuamente; es en estos roles donde nos conocemos a nosotros mismos.

Sabemos muy bien que las apariencias engañan y que en la vida pública como gran escenario que es, todos desempeñamos papeles diversos aparentando unas veces más y otras veces menos, para poder quedar bien y convivir armoniosamente con los demás.
Sin embargo, existen muchos individuos que aprovechándose de que su verdadera personalidad interior no la perciben los ojos humanos, tienden a fingir lo que en realidad no son, actuando con mucha naturalidad, tal como lo hacen los mejores actores profesionales.

En la Biblia Jesucristo refiriéndose a los fariseos, nos advierte en varios versículos de la falsedad en el hombre y en la mujer.

“Cuídense de los falsos profetas: se presentan ante ustedes con piel de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. Ustedes los reconocerán por sus frutos.” Mateo 7, 15-16

“Qué bien salvan las apariencias! Con justa razón profetizó Isaías de ustedes cuando dijo: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.” Mateo 15, 7-8

¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, que son unos hipócritas! Ustedes son como sepulcros bien pintados, que se ven maravillosos, pero que por dentro están llenos de huesos y de toda clase de podredumbre.” Mateo 23, 27

Un hipócrita es una persona que sufre en dos sentidos: luchando por lograr el triunfo y al mismo tiempo soportando angustias. Afanarse por engañar a la gente aparentando y por negar su propio modo de ser, debe ser un trabajo muy difícil. Fingir es ocultarse tras la coraza de las apariencias, que el cuerpo permite mostrar.

Únicamente el Espíritu de Dios es capaz de ver en nuestra interioridad, en nuestra alma; y  por consiguiente, conoce muy bien nuestros verdaderos pensamientos, deseos e intenciones.

Debido a que en nuestro interior tenemos el alma, con la cual Dios nos ha dado la vida espiritual, disponemos igualmente de la capacidad de percibir, conocer y unirnos espiritualmente a otras personas por medio de la intuición y del amor al prójimo. Henri Bergson, filósofo francés conocido como el filósofo de la intuición, define la intuición instintiva en el ser humano, como una “especie de simpatía intelectual mediante la que nos transportamos al interior de un individuo para coincidir en lo que tiene de único y, en consecuencia, de inexpresable”.

Todos somos por naturaleza seres espirituales, pero como desde hace ya muchos años nadie habla de eso, porque no es un tema de interés actual, o por temor a que la gente lo malinterprete y lo confunda con espiristismo y ocultismo, esa realidad de que somos seres espirituales se ha convertido en una temática extraña y muchas veces hasta incómoda para muchos, la cual se prefiere omitir e ignorar.

Además de los instintos biológicos tenemos el instinto espiritual o intuición, que nos permite percibir y conocer aquello que no pueden captar nuestros sentidos corporales, siempre y cuando pongamos la atención a lo que nos dice nuestra voz interior, nuestra conciencia. 

Quién no conoce por ejemplo, la novela El Principito de Antoine de Saint-Exupéry y la famosa frase en su texto que dice:  «He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.»

Nuestros sentidos nos engañan, afirmaba el gran filósofo frances René Descartes en su teoría de la duda metódica, en la que dice textualmente: «hemos descubierto que los sentidos a veces yerran y es propio de la prudencia no confiar en aquellos que ya nos han engañado una vez. Nuestros sentidos muchas veces nos engañan, por lo tanto las cosas materiales resultan dudosas, y no podemos saber si los sentidos nos engañan en todos los casos, por lo menos no es seguro que no nos engañen.

Los niños pequeños son los seres más espirituales y auténticos que existen, por eso éllos aman con facilidad y sin límites, creen y confían en lo que intuyen por medio de su alma de los padres y hermanos, están siempre contentos, satisfechos y a gusto consigo mismo. Sin duda alguna, los niños ven más con el corazón que con sus ojitos.

Mientras los niños se apoyan y hacen un buen uso de su alma vigorosa y su corazón, muchos adultos terminan por menguarla al olvidarse de élla.

Es por eso que el dramaturgo británico Keith Johnstone, creador del teatro de improvisación, refiriéndose a la inhibición paralizante de los adultos para expresar de manera espontánea sus emociones, expresó muy acertadamente: “Muchos profesores piensan que los niños son adultos inmaduros. Quizás podríamos lograr una enseñanza mejor y más respetuosa, si pensáramos que los adultos son niños atrofiados.”

Recordemos entonces, que llevamos detrás de nuestra máscara de carne un maravilloso tesoro invisible, divino e inmortal: el alma!

La universalidad del amor eterno y de la justicia de Dios

Hay una pregunta existencial muy común entre los creyentes cristianos, que nos hacemos con cierta frecuencia: ¿Si Dios es bondadoso, justo y nos ama, por qué permite el mal, el sufrimiento y el dolor en esta vida terrenal?
Para tratar de responder a esa pregunta, el filósofo alemán Gottfried Leibniz creó el término en griego “Teodicea” en 1710, que significa la justificación de Dios, con el propósito de mostrar que el Mal en el mundo no está en contradicciõn con la bondad de Dios. Sin embargo, el intento de Leibniz no tuvo éxito, porque trató de responderla con argumentos racionales y filosóficos, sin fundamentarse en la fe cristiana y en la Palabra de Dios.

Sin fe y sin confiar firmemente en Dios no es posible comprender y captar el sentido adecuado y el significado correcto de las Sagradas Escrituras. La palabras en la Biblia poseen un sentido espiritual y un sentido literal, porque aunque fueron escritas por seres humanos, esos personajes bíblicos fueron inspirados directamente por Dios.

Un ejemplo destacado en la Biblia es la palabra “vida”, la cual se menciona allí infinidad de veces, pero tambiém tiene diferentes significados y sentidos en los idiomas originales en que fue traducida la Biblia. En el idioma griego antiguo que fue escrita originalmente la Biblia, fueron utlizados 3 diferentes términos griegos para la describir la palabra vida: Bíos, Psyque y Zoé.

Bíos, se refiere a la vida natural corporal de los seres vivos y mortales; Psyque, se refiere al alma o espíritu inmortal, insuflado por Dios en el ser humano durante la creación; Zoé, se refiere a la futura vida espiritual y eterna.

La vida verdadera, feliz, abundante, sin llanto, sin dolores y sufrimientos, sobre la que Jesús predicó durante su venida a este mundo, solamente puede ser la vida eterna en el Reino de los Cielos, prometida por Cristo a TODA la humanidad que crea en Él.

En el Evangelio de Juan, capítulo 10 y versículo 10, Jesús dice: yo he venido para que tengan vida (Zoé), y para que la tengan en abundancia. En esta frase Jesús no se refiere a mejorar y a enriquecer nuestra vida corporal y mortal (Bíos) en este mundo, sino a la vida eterna.

Para ser capaces de comprender adecuadamente la Biblia, es necesario en primer lugar, creer que el Señor Jesucristo es el Hijo de Dios, y en segundo lugar, creer en los dos más grandiosos mensajes que la humanidad haya recibido en toda su historia: el perdón de nuestros pecados por la obra de Redención de Cristo Jesús y su promesa de Vida Eterna en el Reino de los Cielos.

El sol que sale para todos, que irradia su luz y calor en el mundo entero, así como el aire de la atmósfera que nos suministra el oxígeno indispensable para poder vivir, son dos factores que ilustran muy bien, lo que efectivamente tiene carácter y vigencia universal para la existencia humana, en todos los tiempos de la Historia y en todos los lugares.  A eso es lo que me refiero cuando uso el término de universalidad.

La universalidad aplicándola específicamente a la humanidad, abarca entonces a todos los seres humanos sin distinción alguna en lo concerniente a sexo, raza, edad, época, educación, estrato social, estado de salud, etc.

La Gracia y el amor de Dios con respecto a la humanidad son universales. El alma humana como espíritu que es, y que fue hecha a imagen y semejanza de Dios es tambien universal. Todos los seres humanos tenemos un espíritu de origen divino. En consecuencia, la espiritualidad humana junto la fe, el amor, la esperanza, y todas sus virtudes, cualidades y pasiones espirituales son igualmente universales.

Dios como creador y Todopoderoso que es, debe necesariamente pensar de un modo muy diferente al nuestro, Dios debe pensar en todo en absoluto y comprender todo de manera global. Nosotros como sus criaturas predilectas, lógicamente no disponemos de esa misma capacidad de entendimiento, sino una muy limitada y con infinidad de restricciones.

Una de las restricciones es nuestra naturaleza altamente individualista. Tendemos a pensar y actuar según el criterio propio y no de acuerdo a la colectividad. Es por eso, que el concepto de universalidad para el ser humano es algo extraño, y además le cuesta imaginarse algo de condición universal, por no estar acostumbrado a pensar con esa amplitud de criterio.

Otra limitación muy importante son nuestros sentidos corporales, en particular la vista, a la cual le hemos otorgado demasiado poder de influencia en nuestras decisiones y criterios, al seguir ese principio simplista y muy equivocado: si no lo vemos, no existe y lo ignoramos.

Pensemos en las siguientes paradojas y contradicciones en la vida humana que existen y que siempre se han dado en este mundo:

•        el pobre hambriento y el rico opulento,

•        el individuo libre y el inocente condenado por un error a prisión perpetua, 

•        la persona sana sin ningún impedimento y el discapacitado permanente.

Cualquier ser humano de corazón sensible pensaría: ¿que ínjusticia la de Dios con respecto al pobre, al prisionero inocente y al discapacitado? ¿Cómo Dios permite que algo asi suceda en el mundo?

A nosotros como criaturas mortales y limitadas, Dios nos permite llegar a conocer sólamente una porción de la realidad del mundo, es decir, la realidad aparente que percibimos y conocemos bien. La otra realidad espiritual e invisible de la que nuestra alma forma parte, es del dominio absoluto de Dios. Por alguna divina razón, a nosotros no nos corresponde tener acceso a élla.

Fíjense a continuación, de que manera tan simple y al mismo tiempo tan instructiva le explica Dios al profeta Isaías, la imposibilidad de los hombres de comprender los misterios de la realidad del mundo, diciéndolo en los términos en que lo haría un padre amoroso a su pequeño hijo:

« Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos mis caminos», dice Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. »  Isaias 55, 8-9

Aunque nunca lograremos comprender la realidad que nos rodea, qué maravillosos han sido el amor y la Justicia de Dios, ya que por su Gracia nos ha concedido la capacidad de poder creer y confiar plenamente en Él y en su Hijo Jesucristo, y creer que todo el universo y nuestras vidas están en sus manos.  Y así mismo, tener la certeza de que la Justicia de Dios es universal y que su amor hacia toda la humanidad es eterno y para todos sin excepción alguna.

Procuremos entonces no cometer el imprudente atrevimiento, de dudar del amor, de la Misericordia y la Justicia de Dios para cada uno de sus hijos, ni mucho menos de faltarle el respeto por llegar a pensar, que Dios pueda ser menos misericordioso y justo que nosotros, puesto que somos todos en realidad, unos pobres ignorantes mortales, quienes estamos tan necesitados siempre de su Amor, Gracia y Misericordia.

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