¿De qué le sirve vivir bien al que no puede vivir para siempre?

Os digo, pues hermanos: el tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa. Yo os quisiera libres de preocupaciones. 1. Corintios 7, 29-32

Si existe una pregunta universal, que se hacen todos los seres humanos en algún momento de su vida, se podría decir con toda certeza que es la siguiente: ¿Qué sentido tiene la vida?
Debido a que la respuesta está fuera del alcance de la razón y la inteligencia, el sentido de la vida humana siempre ha sido un misterio para la filosofía y la ciencia. Ese misterio y muchos otros más, como el de la vida después de la muerte, han sido siempre asuntos secretos que únicamente por medio de la fe y las religiones, podían ser explicados y resueltos.

A través de los tiempos, Dios le ha estado revelando al ser humano lo que le estaba vedado averiguar por sus propios medios. De ahí la enorme importancia que tarde o temprano la fe religiosa adquiere en la vida de los hombres y las mujeres.

La humanidad en toda su historia no había recibido una revelación más maravillosa que la Buena Nueva anunciada por Jesucristo: que el ser humano posee un alma inmortal y que después de la muerte hay una vida eterna en el Reino de los Cielos.
La promesa de Cristo Jesús sobre la vida eterna es la primera promesa de la que tiene que apoderarse un cristiano en su vida como creyente. Precisamente porque nuestra vida terrenal es pasajera y la apariencia de este mundo pasa. La esperanza de la vida eterna en el Reino de Dios es el ancla más firme y más potente en la vida cambiante, pasajera y atormentada de un ser humano.

En nuestras sociedades de consumo occidentales se ha impuesto la creencia en la mayoría de los ciudadanos, de que venimos a este mundo a disfrutar al máximo de los placeres, los viajes, las comodidades y los lujos que la vida moderna nos puede ofrecer, siempre y cuando tengamos el dinero necesario para comprarlos, es decir, que el sentido de la vida consiste:
en vivir bien o darse la buena vida.

Este moderno y agradable estilo de vida, el cual nos permite vivir en la abundancia de bienes y servicios, en la comodidad material y en la prosperidad social, nos hace considerar que es precísamente el bienestar económico y social, lo que le da pleno sentido a la vida humana. Pero sucede, que tan pronto como estamos en la cúspide de la prosperidad material, aparecen la enfermedad, la vejez y el pensamiento de la muerte, para recordarnos que en cualquier instante tendremos que abandonar todo esto.

Entonces, a causa de la única realidad segura que es la muerte inevitable, se desvanece el aparente y engañoso sentido de la vida, que la abundancia le había proporcionado transitoriamente.

El evangelio de Jesús nos enseña a vivir y a morir con metas eternas. El gran aporte del cristianismo a la humanidad ha sido el enseñarnos a vivir con esperanza, es decir, a ser seres esperanzados, así como también el preparar espiritualmente al creyente para recibir el momento de la muerte con la promesa de vida eterna.

«El cristianismo es grande porque es una preparación para la muerte inevitable». Esta frase de Cecilio Acosta (1818-1881), insigne intelectual y escritor venezolano, resume la prodigiosa obra que realiza en el alma del creyente, la esperanza viva que surge de la promesa de vida eterna que trajo Jesucristo a la humanidad.