Porque habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias; antes se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Romanos 1, 21
El célebre físico Albert Einstein, creía que la ciencia era incapaz sin la religión y que la religión era ciega sin la ciencia.
En lo personal estoy muy de acuerdo con esa opinión, incluso, creo que en lo referente a los estudios sobre la existencia del ser humano, es donde la ciencia moderna ha sido más incapaz en explicar la realidad humana, por haber excluido de sus consideraciones al alma espiritual, que es nuestro componente esencial, puesto que sin alma, seríamos sencillamente unos monos desnudos y viviríamos sin ropa en los árboles.
Parece increible pero es la verdad, la ciencia moderna NO conoce la realidad del ser humano en su totalidad, porque no sabe cómo funcionan la conciencia, la mente humana ni las virtudes espirituales más importantes como son la fe, el amor y la esperanza; es decir, que en realidad no sabe quiénes somos!
Precísamente, esas características tan fundamentales del ser humano, la ciencia misma ha decidido ignorarlas, al no querer tomar en cuenta el alma espiritual como un factor real e indiscutible, que determina y gobierna todos esos aspectos del hombre y la mujer, convirtiéndose así nuestra dimensión espiritual para la ciencia, en un tema tabú o prohibido, el cual los científicos se abstienen de mencionar en sus publicaciones, para no quedar mal ante la sociedad.
La ciencia y muchas de sus afirmaciones hay que considerarlas con reserva, porque en muchos casos su objetivo principal es más bien, tratar de satisfacer el deseo del público de comprender racionalmente algo de la realidad, que revelar la verdad.
Por ejemplo, todos hemos aprendido en la escuela la teoría de la evolución descrita por Charles Darwin, con la que afirman que el ser humano desciende de los monos.
Como cristiano nunca he creído esa explicación, porque la considero una gran mentira, pero supongo que para la gran mayoría de los estudiantes, esa teoría es intelectualmente satisfactoria y por eso la aceptan como factible.
En la antigüedad los sabios y eruditos para explicar la realidad de la vida, consideraban todos los factores y aspectos conocidos incluyendo por supuesto lo espiritual o sobrenatural, porque analizaban todo en su conjunto y estaban conscientes de sus propias limitaciones. Sócrates, uno de los más grandes sabios griegos dijo la frase “yo solo sé que no sé nada”; manifestando así con mucha humildad su ignorancia, ya que ningún ser humano es capaz de saberlo todo absolutamente.
En la actualidad, los científicos no muestran en absoluto ninguna humildad ni modestia personal, sino todo lo contrario, por ejemplo: un grupo internacional de científicos están investigando desde hace muchos años, nada más y nada menos, que el origen del universo infinito y eterno. Este proyecto es el resultado de la excesiva vanidad de unos pocos hombres: creerse más sabios, inteligentes y capacitados que Dios el Creador!
Imagínense: Unos seres humanos finitos y mortales, tratando de averiguar el origen del universo y comprobar si el universo es infinito. ¡Qué locura!
Este es un ejemplo emblemático de lo que se conoce con el término de causa perdida, es decir: luchar por alcanzar un objetivo, que está condenado de antemano al fracaso.
Y así se cumple lo que dice el apóstol Pablo en el versículo de Romanos 1, 21 sobre los hombres que como estos científicos modernos, quienes por ignorar a Dios y su mundo espiritual se han extraviado en absurdos razonamientos, que los conducirán inevitablemente a desperdiciar su tiempo y miles de millones de dólares.
Lo más lamentable de esto es la pérdida de enormes cantidades de dinero, que muy bien se podrían invertir en solucionar tantos problemas urgentes e importantes para toda la humanidad, como son: la contaminación del planeta, combatir nuevas enfermedades y reducir el calentamiento del clima mundial.