Crees que esta vida mortal llena de angustias, fatigas y enfermedades, es lo único que nuestro eterno Dios de Misericordia y Amor nos puede ofrecer?

Si hemos esperado en Cristo para esta vida solamente, somos, de todos los hombres, los más dignos de lástima. 1. Corintios 15, 19

Verdaderamente crees, que Dios nos ha creado solamente para vivir, procrear y morir en este mundo cruel y finito, así como ha creado con ese destino a todos los animales que habitan en la tierra? Como creyente cristiano que soy, yo no lo creo.
Por el contrario, creo firmemente en Dios, en nuestro Señor Jesucristo y en su grandiosa promesa de vida eterna para todo aquel que crea en él. Jesús nos enseñó y nos otorgó el privilegio de considerarnos dignos de ser hijos de Dios, porque Dios nos ha creado con un cuerpo y con un alma inmortal, y por lo tanto, los seres humanos nacemos en este mundo para que después de vivir esta vida terrenal, pasemos a vivir la vida nueva y eterna, como grandioso destino definitivo.

Para Dios lo más valioso e importante del ser humano es su espíritu o alma inmortal y no el cuerpo mortal, el cual se va deteriorando con el transcurso del tiempo y finalmente muere. Un cuerpo sin vida, es decir un cadáver, no le interesa a nadie y mucho menos a Dios.

El alma viviente e inmortal que llevamos dentro del cuerpo es lo que más cuenta para Dios, y así mismo debería ser tambien para nosotros, pues el alma espiritual es nuestra propia existencia y nuestro ser. Al cuerpo humano lo podríamos comparar con un envase de carne y huesos que contiene el alma espiritual, así como un envase de vidrio contiene un perfume caro.
¿Qué tiene más valor para nosotros: el perfume o el envase de vidrio? Es evidente que el perfume es lo más valioso.

El cuerpo humano hace el papel de envase y el alma eterna es su contenido espiritual. Dios sabe muy bien que los seres humanos estamos constituídos de un cuerpo de carne y un espíritu eterno.
Sin embargo, la mayoría de los cristianos de hoy, no hemos querido creer y aceptar que somos en realidad un alma espiritual que habita en un cuerpo de carne y huesos, así como lo enseñaba San Agustín de Hipona en su tratado sobre la morfología humana.

El apostol Pablo creyó y aceptó la existencia del espíritu humano inmortal, a quien él llamó el “hombre interior” para diferenciarlo del hombre exterior o el cuerpo humano que vemos y tocamos.
Como consecuencia de su gran fe en el Señor, Pablo se apoderó de la promesa de la vida eterna en el Reino de los cielos, y albergó en su corazón con mucho fervor, esa gran esperanza de vivir eternamente junto a Jesucristo en los Cielos. Es por eso que Pablo en su primera carta a los Corintios les dice, que si esperan en Cristo Jesús solamente para esta vida terrenal, son las personas más dignas de lástima, por desaprovechar la vida eterna que el Señor Jesucristo nos está ofreciendo.

Jesucristo desde su venida al mundo hace ya más de 2000 años, cuando abrió las puertas del Reino de los Cielos para toda la humanidad, le promete la vida eterna a cada creyente cristiano por su gran Gracia y su gran amor eterno.

Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?…  Juan 11, 25-26

Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.

“Ustedes, pues, oren de esta manera: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo” Mateo 6, 9-10

Sin duda alguna, rezar el Padre Nuestro es un gran privilegio de los creyentes cristianos, porque además de ser la oración perfecta que nos dejó nuestro Señor Jesucristo, está también llena de amor y de divinidad. Es corta y al mismo tiempo es muy completa, pues en ella nos referimos a las necesidades materiales y espirituales más primordiales, que cualquier ser humano requiere para vivir, como son el alimento de cada día y las virtudes básicas para todo creyente: la fe, el amor, el perdón y la esperanza.

Llamar a Dios nuestro Padre es una forma de expresarle nuestro afecto de hijo y de reconocerlo como Padre Celestial por la Obra y la Gracia de Cristo Jesús.

Únicamente el Señor Jesucristo, por ser el Hijo de Dios que descendió de los Cielos y se hizo hombre, pudo haber dicho esta grandiosa afirmación para toda la humanidad: Que estás en los cielos.
Antes de la venida de Jesús como el Mesías o el Cristo anunciado en el viejo Testamento, durante siglos el pueblo de Israel solamente pudo creer e imaginarse que Dios estaba en los cielos, puesto que es Jesucristo quien confirma esa gran verdad, por primera vez en la historia de la humanidad.

Dios está en el cielo, esa es su morada. La Casa del Padre es por tanto nuestra patria celestial en la que Jesús nos prometió recibirnos, cuando seamos llamados a vivir eternamente junto a Él.
Cuando el creyente ora diciendo Padre nuestro que estás en los cielos, manifiesta su fe, su anhelo y su esperanza de que después de morir, irá a esa “morada eterna, no hecha por mano humana, que está en los cielos”, así como lo dice el apostol Pablo en 2 Corintios 5, 1.

En las peticiones y las súplicas nos invita el texto a anteponer lo espiritual a lo material, las cosas del cielo a las cosas materiales de la tierra. Así lo enseña el mismo Jesús cuando dice: “buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura”(Mateo 6, 33).

En la oración del Señor, la humildad se muestra en el reconocimiento de nuestras propias faltas ante Dios al rezar Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; y en nuestro sometimiento a Dios y a perdonar a los demás, admitimos que con nuestros propios esfuerzos nada podemos alcanzar, sino con el poder y la ayuda de Dios.

El Padre Nuestro por ser la oración más perfecta, completa y divina que un cristiano puede rezar, hagamos todo lo posible de hacerlo tomando conciencia de cada una de sus frases y de su significado, recordando siempre, que es un precioso legado personal de nuestro Señor Jesucristo para cada uno de nosotros.