«Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.» Juan 16, 33

Jesús le dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Juan 14, 6

Dios y su Hijo Jesucristo son los creadores y autores de la verdad absoluta, por esa razón y con toda autoridad, Jesús puede también afirmar que Él es la verdad. En consecuencia, la Palabra de Dios es la pura verdad.
En este versículo que hace de título, Jesús le advierte a la humanidad que TODOS tendremos aflicción en este mundo terrenal, palabra que significa: sentir pesadumbre espiritual o sufrimiento físico.

Aunque a la gran mayoría de los seres humanos, no les agrade escuchar o leer esta importantísima advertencia del Señor Jesucristo, ese mensaje pleno de verdad y de sinceridad, nos ayudará muchísimo a aceptar con consuelo y resignación cualquier sufrimiento en el transcurso de nuestras vidas, por la sencilla razón de que todo ser humano, desde el mismo instante de su nacimiento en este mundo, tendrá inevitablemente que sufrir, porque la aflicción es un componente esencial de la vida terrenal.

Esa advertencia directa y franca nos la hace Jesús por puro amor, como todo lo que Él hizo por la humanidad. Así como lo hacen los padres por el bien de sus amados hijos durante la crianza y la adolescencia, con el fin de prepararlos para soportar y enfrentar la dura vida como adultos.  

Si el mismo Jesús siendo el Hijo de Dios, el único hombre Santo y libre de pecados que ha existido, tuvo que soportar y sufrir ese horroroso castigo físico y la humillación pública durante su camino hacia el Calvario en Jerusalen, para ser crucificado, que era el tipo de muerte más dolorosa en la época del imperio romano; ¿cómo podemos esperar nosotros como pecadores, vivir una vida sin sufrimientos, sin dolores, sin aflicciones, sin problemas, sin traiciones, sin humillaciones, etc.?

No les parece esa expectativa generalizada algo demasiado ingenuo, iluso y absurdo?
Piensen en las innumerables enfermedades, dolores, angustias, preocupaciones, accidentes, guerras, crímenes, engaños, traiciones, crueldades, muertes, problemas, conflictos, etc; que forman parte de la vida humana común y que no los podemos evitar.

Dios con su sabiduría y soberanía ha creado expresamente este mundo así como es, con un divino y sublime propósito, el cual nosotros los seres humanos no somos capaces de comprender. El mundo es como es, y no como debería ser.
En consecuencia, tenemos que aceptar este mundo cruel y nuestro destino con mucha fe y esperanza en Dios, porque esa es su voluntad.

Debo decir aquí, que la gran mayoría de los sacerdotes y pastores de las iglesias tradicionales, no han tenido el coraje y la franqueza de hacer sermones y predicaciones sobre esta relevante advertencia del Señor Jesucristo para los creyentes cristianos, por el temor injustificado de crear la percepción en las congregaciones de que el cristianismo es una religión, que favorece de manera indirecta el sufrimiento como medio para alcanzar la salvación. Es posible que dicho temor, esté basado en la muy equivocada creencia antigua de la iglesia católica, de que la autoflagelación o castigar el cuerpo como penitencia podía contribuir al perdón de los pecados y a la salvación, creencia ésta que es totalmente falsa. La aflicción a la que Jesús se refiere es ese sufrimiento INVOLUNTARIO, que nos afecta y que no podemos evitar.
Debido a ese temor, la aflicción y el sufrimiento humano se han convertido en temas tabú entre los predicadores, una actitud que considero es lamentable y contraproducente.

La Palabra de Dios debe ser predicada por amor y siempre mencionando la verdad que contiene, y no por temor, para tratar de complacer más los oídos de la congregación, que a Dios Padre.  

Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo

“Yo soy el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob?
Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.”
Mateo 22, 32

Todos los cristianos conocemos muy bien ésta frase que hace de título, y cada vez que rezamos el Padre Nuestro, lo expresamos una y otra vez de forma automática.
Lo hemos pronunciado en voz alta o bien lo hemos meditado en silenciosa oración ya tantas veces, que no estamos concientes del gran significado que tiene para nosotros, y sobre todo, para nuestra fe en Dios y nuestra esperanza en el Reino de los cielos.

El Padre Nuestro es la única oración, que Jesucristo dejó como precioso y divino legado en la Biblia a los cristianos de todas las generaciones, y nos pidió que haciendo uso de élla, rogáramos a Dios por nosotros y por los nuestros.

Existen muchas interpretaciones pormenorizadas de connotados Padres de la iglesia y de ilustres teólogos como Orígenes de Alejandría, Juan Crisóstomo, San Agustín de Hipona, etc; que proponen diferentes explicaciones y orientaciones muy valiosas sobre el texto, los cuales nos pueden ayudar a comprender mejor el significado y el mensaje implícito que esa grandiosa oración tiene para el fortalecimiento de nuestra fe.

Pero además, debe haber también infinidad de interpretaciones personales del texto del Padre Nuestro, que cada creyente para sí mismo, haya podido hacer al escudriñar la oración con reverencia y reflexión.
Un buen día, meditando yo sobre el sentido de esa frase de la oración, me vino como un relámpago a la mente el pensamiento sobre el glorioso hecho, de que el Reino de los cielos es una realidad tan verdadera como es la tierra, donde existen almas humanas vivas que igualmente están sujetos a la voluntad de Dios, nosotros los que aún estamos aquí y aquellos que ya murieron y pasaron a mejor vida, y viven allá.

Al recordar lo que Jesús le dijo a los judíos saduceos: “Yo soy el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.”  y vincularlo con la frase del Padre Nuestro: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo; fue entonces cuando tomé conciencia del significado y de la trascendencia de ese ruego concreto: Que no solamente existimos los seres humanos que vivimos en la tierra en éstos momentos, sino que simultáneamente existen las almas espirituales que viven en el Cielo desde tiempos inmemoriales. Es decir, los que murieron antes de nosotros y aquellos queridos familiares y amigos, que ya fallecieron. Nuestros muertos viven eternamente desde que partieron de éste mundo y sólo por esa razón, rogamos a Dios para que se haga su voluntad aquí en la tierra como en el cielo.

Por medio de la Biblia se nos ha revelado que Dios rige de modo soberano tanto en el universo material, del que la tierra forma parte, como en el reino espiritual de los Cielos. Deseo detenerme aquí un instante para comentar algo muy importante sobre la palabra revelar, la cual significa: manifestar algo que estaba oculto o bien descubrir alguna cosa escondida, que da luz y conocimiento a aquel que la busca.

En el caso muy particular de la Biblia es la comunicación de Dios con su criatura.  Lo que nuestro Creador nos manifiesta en su Santa Palabra, son realidades y verdades espirituales que para el ser humano siempre han estado ocultas por ser inmateriales e invisibles, y que por lo tanto no podían ser percibidas por nuestros sentidos. Esa es la razón por la que Dios nos las tiene que revelar, ya que de no haber sido así, no nos habríamos enterado nunca de esas realidades espirituales.

Otra cosa muy diferente es la palabra imaginar, que significa crear en la mente una imagen o un retrato de una cosa material y visible ya conocida, por medio de nuestra propia fantasía

Una vez explicado esto, hagamos una comparación entre una revelación de Dios como la del Reino de los Cielos; y una imaginación humana como la de El Dorado, aquella famosa leyenda de una ciudad de oro, la cual los descubridores europeos estuvieron buscando en vano durante siglos en la selva tropical sudamericana. La ciudad de oro nunca fue encontrada, porque esa leyenda había sido una creación de la fantasía, es decir, una imagen mental de enormes cantidades de oro y piedras preciosas, que era lo único en que estaban interesados los descubridores: los tesoros materiales ya conocidos.

Por el contrario, el Reino de los Cielos tuvo que ser revelado por Dios, porque al ser de naturaleza espiritual e invisible, era totalmente desconocido por los hombres antiguos ya que no lo habían visto jamás, y por consiguiente, era imposible que se lo pudieran imaginar y mucho menos todavía desearlo. Por supuesto, todo depende de la voluntad de creer y de la fe, facultades humanas éstas, con las que Dios nos dotó a los seres humanos, para poder relacionarse y comunicarse directamente con nosotros.

El apostol Pablo en su primera carta a los corintios, menciona esa gran revelación por el Espíritu de Dios: Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las cosas que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.
1. Corintios 2, 9-10
Si creemos en Dios, tenemos que creer igualmente en su Santa Palabra, que está plasmada en la Biblia, y tenemos que creer en Jesucristo su Hijo amado, en quien Dios se complace.

Según Jesús, el Reino de los Cielos esta poblado no solamente de ángeles, sino también por todos aquellos hombres, mujeres  y niños que después de morir, por obra de la infinita Gracia y Misericordia de Dios, sus espíritus o almas fueron destinados a vivir eternamente cerca de Dios en su Reino.

Así lo afirma el Señor Jesucristo: « Yo se lo digo: vendrán muchos del oriente y del occidente para sentarse a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos », Mateo 8, 11

Esa es la gloriosa esperanza viva que debe permanecer anclada en el corazón de cada creyente cristiano, que cree firmemente en la promesa de vida eterna y del Reino de los Cielos que nos trajo Jesús cuando vino al mundo.

Y con ése divino propósito Jesús nos enseño el Padre Nuestro, para que al orar y al repetirlo a diario, nos ayudara a afianzar y robustecer nuestra esperanza en su maravillosa promesa.

El Reino de los Cielos no es un producto de la imaginación de los hombres, como lamentablemente mucha gente incrédula en nuestra sociedad asi lo considera hoy en día.  El Reino de Dios es incluso más real y más verdadero que éste mundo material en el que vivimos un tiempo tan corto. Un mundo de apariencias que no es permanente y en el que todo pasa y cambia sin cesar. Mientras que el Reino de Dios es eterno y firme.

En el antiguo testamento está escrito: « Dios no es hombre, para que mienta; ni hijo de hombre para que se arrepienta: Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará? » Números 23, 19

Dios no miente nunca, mientras que nosotros sí mentimos y engañamos, y no sólo engañamos a los demás todos los días con nuestro comportamiento fingido y con nuestras mentiras no tan piadosas, sino que sobre todo, nos engañamos a nosotros mismos por medio de nuestras falsas creencias y las propias imaginaciones que inventamos en nuestra mente.

Así como a diario estamos fingiendo y engañando, de esa misma manera fingen y nos engañan los demás, por lo que la mentira en el mundo es algo natural y muy humano. Por esa razón, el mundo no es otra cosa que un gran escenario teatral, donde cada quién con su propia máscara actúa y finge según sea la situación en que se encuentre y lo que más le convenga. Y por supuesto, las mentiras forman parte importante de los libretos de nuestros roles personales.

Esa es la realidad de las apariencias que vemos en el mundo, y aquel que no quiere creer que la vida en éste mundo terrenal está saturada de mentiras, es simplemente un crédulo incauto y soñador que vive en la luna.
Si hay que creer, creamos en Dios y en su Santa Palabra en primer lugar, y en segundo lugar siempre, creamos en los hombres y en las mujeres. Procuremos no cambiar nunca éste orden de preeminencia. Ese es mi humilde consejo.

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