Regocíjense en el Señor siempre. Otra vez lo diré: ¡Regocíjense!

Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado: y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Mateo 28, 20

Esta súplica que el apóstol Pablo les hace a los cristianos de la ciudad de Filipo, es una de las peticiones más relevantes y conmovedoras de las que he leído en el Nuevo Testamento. Primero, porque es una invitación entrañable de Pablo para que nos alegremos y sintamos mucha complacencia, cada vez que pensemos y conversemos con el Señor Jesucristo nuestro Redentor y Salvador; segundo, porque al mismo tiempo nos invita a dirigir nuestra mirada y atención solamente a Él, con el propósito de que Jesús sea nuestro Maestro y Modelo para seguir sus pasos.

El llamamiento de Pablo es sumamente oportuno y necesario en estos tiempos modernos, en que las iglesias cristianas tradicionales están atravesando una profunda crisis de fe y de reputación, debido a la enorme disminución de congregantes en los cultos religiosos que han experimentado las iglesias en los últimos 40 años, así como también por diversos escándalos de abuso sexual de niños por algunos sacerdotes pervertidos y de enriquecimiento de pastores evangélicos corruptos.

Durante siglos la gran mayoría de los creyentes cristianos se han ido conformando con la idea de que los sacerdotes, son algo así como los intermediarios entre Dios y los fieles, quienes supuestamente tienen la autoridad y la facultad de interceder o de hablar con Dios en favor de alguien para conseguirle un favor, lo cual ha traído como consecuencia la errónea costumbre de considerar a los sacerdotes y pastores como “perfectos y libres de culpa”, y en consecuencia, a reconocerlos como ejemplos a seguir. Un factor de la naturaleza humana que ha influido mucho en la admiración a los sacerdotes y pastores, es la inclinación natural en los seres humanos al culto de las personas.

Ese halo de bondad y santidad que fue construido en el imaginario religioso del pueblo cristiano en torno a los sacerdotes y pastores de las iglesias, se ha estado desvaneciendo rápidamente, causando mucha decepción y frustración en muchos creyentes, los cuales no solo se han alejado de las iglesias, sino que también se les ha enfriado su fe en Dios, lo cual es aún más lamentable.

En la Europa occidental, el antiguo baluarte del cristianismo, las iglesias católicas y protestantes durante las misas están hoy en día practicamente vacías, apenas entre un 10% y 15% de los que afirman ser católicos o protestantes acuden a misa y los que asisten son personas ancianas en su mayoría. Las iglesias católica y evangélica de Alemania perdieron el año 2017 unos 660.000 feligreses.

Entre Dios y el creyente cristiano está solamente su Hijo único el Señor Jesucristo, quién se hizo hombre para traernos la Gracia y la verdad de Dios, para la salvación de todo el que cree en Él. Todo el Evangelio fue creado, fundamentado y consolidado por Jesús. Los discípulos se encargaron de escribirlo y de darlo a conocer entre los judíos, y el apóstol Pablo y sus ayudantes de propagarlo entre los gentiles.

El Señor Jesucristo envió al Espíritu Santo para inspirar, guiar y aconsejar a los creyentes cristianos en todo el mundo. En realidad, el Espíritu Santo está permanentemente obrando sobre nosotros los creyentes, aún cuando no lo podemos ver ni percibir con nuestros sentidos corporales, puesto que actúa directamente sobre nuestra alma y nuestra mente.

Deseo resaltar que todas las iglesias, su personal y sus instituciones cumplen infinidad de funciones que son indispensables para las congregaciones cristianas y para la sociedad en general. Los sacerdotes y los pastores tienen diversas tareas y actividades importantes, pero no dejan de ser hombres y mujeres como los demás, y por eso ellos no poseen ni el poder ni la facultad de salvar las almas. La redención y la salvación de las almas es obra de Dios Padre, del Señor Jesucristo y del Espíritu Santo.

Procuremos establecer una relación directa y personal con nuestro Dios Padre y con el Señor Jesucristo en espíritu y en verdad, por medio de nuestras oraciones y nuestros ruegos. Obedezcamos a Dios, leamos la Palabra de Dios plasmada en la Biblia, acudamos a misa o al culto los Domingos, escuchemos los sermones y la predicación, comulguemos y participemos en las actividades de la congregación, etc.

Pero lo más importante y trascendental es creer profundamente en el Señor Jesucristo, apoyarnos y aferranos a Él siempre bajo cualquier circunstancia de la vida, sean buenas o malas, porque Jesús está con nosotros TODOS los días y nos ama con amor eterno.

Pon tu alma, tu esperanza y tu mirada siempre en el Señor Jesucristo, y pase lo que pase en este mundo insatisfactorio y temporal, haz lo que nos recomienda el apóstol Pablo: Regocíjense en el Señor siempre!

No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación. Salmo 146, 3

El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Juan 6, 63

Formó, pues, Jehová Dios al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida; y fue el hombre un alma viviente.
Génesis 2, 7

Esas frases que hacen de título de esta reflexión, las dijo el Señor Jesucristo y fueron recopiladas por su discípulo Juan, quién lo acompañó y estuvo siempre a su lado. Como todo lo que dijo y enseño Jesús, esas frases tienen mucha médula y un gran significado relacionado con la vida eterna, prometida a todos los creyentes que creen en Él en espíritu y en verdad.

Según mi entendimiento, ese versículo contiene dos importantísimos mensajes para toda la humanidad, uno relacionado con la naturaleza del ser humano, y el otro con la Palabra de Dios como alimento espiritual, con el propósito de instruir a los pueblos sobre la existencia de las realidades espirituales, la cuales, hasta la venida de Jesucristo, eran solamente narraciones fantasiosas e imaginarias sobre un hipotético mundo sobrenatural, tal como lo imaginaron las civilizaciones antíguas en varios continentes, como por ejemplo: las mitologías griega y romana, o bien los egipcios con su culto del más allá.
Jesucristo con su venida al mundo, dió a conocer al Dios Todopoderoso y a su Reino espiritual de los Cielos, como una realidad auténtica y verdadera.

LA NATURALEZA HUMANA:
En la historia de la Creación del mundo según la Biblia, Dios al formar al hombre del barro, le insufló su espíritu creando así un ser viviente, constituido por un cuerpo de carne y un espíritu o alma. El ser humano fue entonces el único ser vivo sobre la tierra compuesto de una dimensión biológica (cuerpo) y una dimensión espiritual (alma).
El alma por ser espiritual es inmortal, y en consecuencia, puede vivir eternamente y es además, la que da vida. Por el contrario, el cuerpo de carne es mortal: nace, crece, se desarrolla, se deteriora y muere. Ese es el ciclo natural y de duración limitada del cuerpo del hombre y de los animales.

Jesús en ese versículo afirma, que la carne para nada aprovecha, debido a que nuestro cuerpo de carne lo que hace es servir de recipiente de nuestro espíritu inmortal, que es el que da vida y está destinado a vivir eternamente. Lo más valioso y lo que cuenta para Dios, es lo que llevamos dentro: nuestra alma inmortal.

LA PALABRA DE DIOS COMO ALIMENTO ESPIRITUAL:
Jesús nos enseña que sus palabras con las que nos ha hablado, son espíritu y son vida, pero no para nuestro cuerpo, sino para nuestra alma espiritual, la cual también necesita ese alimento espiritual, que se encuentra en las Sagradas Escrituras, indispensable para su fortalecimiento y desarrollo.
Así como nos alimentamos para suplir y nutrir al cuerpo con los alimentos de cada día, Jesucristo nos enseña e invita siempre, a alimentar nuestra alma con sus propias palabras, la cuales son el Pan de Vida Eterna.

Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo”. Le dijeron: Señor, danos siempre este pan. Jesús les dijo: “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.”   Juan 6, 33-35