SERMÓN DE CHARLES H. SPURGEON (1834-1892), PREDICADOR BAPTISTA DE ORIGEN INGLÉS
“El levanta del polvo al pobre, y al menesteroso alza del muladar,
para hacerlos sentar con los príncipes, con los príncipes de su pueblo.”
Salmo 113:7, 8
El alfarero es mucho mayor que la vasija que hizo, y el Señor es infinitamente mayor que todas Sus obras. Él llena todas las cosas, pero todas las cosas no pueden llenarlo a Él. Él contiene a la inmensidad, Él abarca a la eternidad, pero ni la inmensidad ni la eternidad pueden abarcarlo a Él.
“¡Grandioso Dios, cuán infinito eres Tú! ¡Cuán insignificantes gusanos somos nosotros!”
Muy atinadamente le canta el salmista como el Dios “que se humilla a mirar en el cielo.” Esos seres majestuosos, los querubines y serafines, que se desplazan con alas de fuego para cumplir las órdenes del Eterno, no han de ser observados por Él a menos que, en condescendencia hablando a la manera de los hombres—se incline para verlos. Cantamos acerca del cielo, incluso del cielo de los cielos, como propiedad del Señor, y decimos de esos gloriosos lugares que constituyen Su morada peculiar,
y eso es lo que son; y, sin embargo, el cielo de los cielos no puede contenerle, y los espíritus celestiales no son nada comparados con Él.
¡Consideren, entonces, la condescendencia del Señor al visitar a los hijos de los hombres! ¡Cuánta condescendencia hay aquí, hermanos míos! ¡Del trono del Infinito a las viviendas de arcilla del hombre! Seguramente en un momento percibirán que todas las escalas de rango entre nuestra raza de gusanos han de ser menos que nada, e incluso despreciables para Él. Él no frecuenta la compañía de los reyes cuando desciende a la tierra, pues ¿qué es su pompa ridícula para Él? Él no busca para Sí la sociedad imperial, como si fuera algo más acorde con Su dignidad que la asociación con la pobreza, pues ¿qué es el juego de niños de la grandiosidad cortesana para Él? ¡Un rey! ¿Qué es un rey sino un gusano con corona? ¡Un rey! ¿Qué es un rey sino polvo y cenizas colocados encima del restante montón de cenizas y polvo? El Señor, por tanto, tiene en muy poca consideración el honor proveniente del hombre cuyo aliento está en su nariz.
Cuando Su terrible carro desciende rodando de los cielos, hace que los hombres observen Su condescendencia cuando visita a los hombres de baja condición. Él se tendría que rebajar para visitar un palacio, pero no se rebaja más si visita el muladar. Cuando está involucrado en diligencias de misericordia, habiéndose rebajado tanto como para entrar en un salón de sesiones del gabinete, se requiere escasamente un paso más para llegar a la guarida de la pobreza y a la madriguera del vicio. Tengan ánimo, ustedes, que son los más humildes de los hijos de los hombres, pues quien reina en la gloria no desprecia a nadie.
“El levanta del polvo al pobre, y al menesteroso alza del muladar.”
Esto ha ocurrido frecuentemente en la providencia. En Sus arreglos, Dios altera singularmente la posición de los hombres. La historia no carece de ejemplos en los que quienes están más arriba han quedado más abajo, y los de abajo han terminado colocados arriba. He aquí, “hay postreros que serán primeros, y primeros que serán postreros.” Salomón dijo: “Vi siervos a caballo, y príncipes que andaban como siervos sobre la tierra”; y lo mismo se ha visto incluso en estos modernos tiempos, cuando los reyes han huido de sus tronos y los hombres que andaban merodeando sumidos
en pobreza, se han remontado al poder imperial. Dios, en la providencia, se ríe a menudo del linaje y de los ancestros, y mancha el honor y la dignidad de todo aquello de lo que se jacta la naturaleza humana.
El ascenso del cuchitril al palacio es fácil cuando el cielo favorece.
Es aquí donde vemos por encima de todo la soberanía condescendiente de Sus tratos. Él toma lo vil del mundo, y lo que no es, para deshacer lo que es. Selecciona para Sí a los que los hombres habrían repudiado con escarnio. Cubre Su tabernáculo del testimonio con pieles de tejones, elige piedras sin labrar para usarlas como materiales para Su altar, una zarza es el lugar para Su manifestación flameante, y escoge un muchacho pastor para ser el varón conforme a Su corazón. Aquellas personas y cosas que desprecian los hombres, son a menudo de gran estima a los ojos de Dios.
Al considerar el texto esta mañana, hemos de notar los objetos de la selección de Dios. Primero, ¿dónde se encuentran algunos de esos hombres?; en segundo lugar, ¿cómo los toma de su condición degradada?; y en tercer lugar, ¿cómo los alza?. Será la historia de un hijo de Dios: del muladar al trono.
Los novelistas embadurnan nuestras paredes con títulos sensacionales, pero hay uno que podría satisfacerlos en su ambición de deleitar a los mórbidos anhelos de esta época. “Del muladar al trono,” es un tema que debería atraer su atención, y si no lo hiciera, la culpa, en verdad, sería mía, pues en él habrá siempre la bendita novedad del interés; y, sin embargo, damos gracias a Dios porque es una descripción correcta de la experiencia del ascenso de todo el pueblo de Dios. El Señor encuentra a decenas de miles de personas colocadas en el muladar y las transporta a lo alto con los brazos de Su misericordia y las lleva a sentarse entre los príncipes de Su pueblo.
1. VAMOS A COMENZAR ALLÍ DONDE DIOS COMENZÓ CON NOSOTROS. ¿DÓNDE ESTÁN LOS ELEGIDOS DE DIOS CUANDO SE REÚNE CON ELLOS?
La expresión usada en el texto implica, en primer lugar, que muchos de ellos se encuentran en la más baja escala social. La gracia soberana tiene un pueblo en todas partes, en todos los rangos y condiciones de
hombres. Su fuéremos transportados al cielo y si los espíritus celestiales llevaren cualquier indicativo de su rango en la tierra, diríamos al regresar:
“Por aquí y por allá vi un rey; observé unos cuantos príncipes de linaje real, y un puñado de pares del reino; observé un pequeño grupo de personas prudentes y una camarilla de los ricos y famosos; pero ví a un enorme grupo de pobres y de desconocidos, que eran ricos en fe y conocidos para el Señor.”
El Señor no excluye de Su elección a nadie, en razón de su rango o condición. No erramos si decimos:
“A la vez que la gracia es dada al príncipe,
El pobre recibe su parte;
Ningún mortal tiene una justa excusa
Para morir en la desesperación.”
Sin embargo, ¡cuán cierto es que muchos de aquellos a quienes Dios ha elegido, son encontrados, no simplemente entre los obreros, sino en los rangos más pobres de los hijos del esfuerzo! Hay algunos cuya faena diaria difícilmente les proporciona el suficiente alimento para mantener el alma en el cuerpo, y sin embargo, se han alimentado opíparamente con el pan del cielo. Muchos están vestidos con ropas del tipo más burdo, parchada y remendada por todas partes, y sin embargo, están tan gloriosamente vestidos a los ojos de Dios y de los santos ángeles, como los santos más resplandecientes: “Pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos.”
Algunas de las biografías más conmovedoras de algunos cristianos han sido las vidas de los más humildes, entresacadas de las “Crónicas de los pobres.” ¿Quién no ha encontrado el mayor placer al visitar a quienes están recluidos en cama en las salas de los asilos, esos santos de Dios que deben a la caridad su alimento diario porque la enfermedad los ha privado de los medios de ganar su pan?
Oyente pobre, mientras estás sentado en esa banca esta mañana, podrías sentir como si no fueras lo suficientemente respetable para estar en un lugar de adoración, pero te ruego que no permitas que tu pobreza obstaculice tu recepción del Evangelio, cuya gloria peculiar es ser predicado a los pobres. Puede ser que no tengas absolutamente nada en el mundo, ni una vara de terreno que pudieras llamar propia; podrías haber estado luchando contra la adversidad en una lucha mortal, año tras año, y sin embargo, podrías ser todavía tan pobre como la pobreza misma; no voy a ensalzar ni a vituperar tu pobreza, pues no hay nada necesariamente bueno o moralmente malo en cualquier condición de vida, pero te ruego que no permitas que tus circunstancias te desalienten en el asunto de tu interés espiritual delante de Dios. Ven como un mendigo, si eres un mendigo. Ven en andrajos, si no tienes otra cosa con qué
cubrirte. “Los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche.”
La expresión en el texto no se refiere meramente a escalas sociales; no tengo ninguna duda de que tiene un significado más espiritual. El muladar es un lugar donde los hombres arrojan sus cosas sin valor. Cuando has utilizado un artículo y no puedes usarlo ya más, lo tiras a la basura. Le has dado dos o tres usos desde que fue empleado por primera vez para su propósito original, y ahora estorba el paso y no puede guardarse más; no sirve para ser vendido ni siquiera como metal viejo, y por tanto lo tiras en el muladar para ser eliminado con el resto de la basura. ¡Cuán a menudo los propios elegidos de Dios se han sentido como meros desechos y basura, como inútiles que han de ser echados fuera!
Ustedes, queridos amigos, se encuentran en un caso semejante, pues han descubierto su propia y total inutilidad. Mirándose a ustedes mismos a la luz recibida del cielo, su valor imaginario se ha esfumado. Ustedes fueron alguna vez muy importantes en su propia estima, pero ahora perciben que si se perdieran, lejos de afectar al cielo y a la tierra, no tendría una más grave consecuencia para el mundo en su conjunto que el lanzamiento de una fruta podrida en el muladar, o que la caída de una hoja seca de un árbol del bosque en medio de una miríada de hojas. En su propia estimación hay en ustedes una falta de adecuación para cualquier propósito útil; no tienen mayor utilidad que la sal que ha perdido su sabor.
No pueden glorificar a Dios como lo desearían; tampoco lo desean como deberían hacerlo.
Ni puedes orar con el fervor que desearías, ni alabar con la gratitud que desearías sentir.
Al examinar tu vida pasada, te sientes avergonzado de corazón. Te lamentas en un rincón: “¡Señor, qué indigno pedazo de madera he sido en este mundo! ¡Cómo he desaprovechado la vida en la tierra!
¡Qué siervo tan inútil he sido para honrarte!” Has sido útil para tu familia, o para tu país, y pensabas antes que eso bastaba; pero ahora te mides como a la luz de Dios; y en tanto que no has glorificado nunca a tu Hacedor y nos has honrado a tu amable y benevolente Preservador, te sientes tan indigno que, si el Señor te arrojara al muladar y dijera: “¡Échenlo fuera! ¡Es tan indigno como la escoria o el estiércol!,” sólo te estaría tratando como lo mereces.
Mi querido amigo, esta opinión de ti mismo, aunque te acarrea mucha infelicidad, es un signo muy saludable. Cuando nos consideramos poca cosa, Dios tiene un alto concepto de nosotros. “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.” ¡Él no te quebrará, oh caña cascada! ¡Él no te apagará, oh pábilo humeante! Pero aunque sólo sirvas para ser arrojado al muladar, Su benevolencia tendrá una tierna misericordia de ti, y te exaltará entre los príncipes de Su pueblo. Bien, amigo despreciado, permíteme recordarte que el Señor se ha fijado con frecuencia en aquellos a quienes el hombre ha despreciado; y aunque tus propios padres pudieran haberse sentido frustrados contigo, y la sociedad pudiera burlarse de ti, y tú mismo pudieras sentir ahora como si el escarnio fuera muy merecido, sin embargo, ten confianza y ten buen ánimo, pues Dios visita muladares cuando no visita palacios, y levantará a los humildes y a los mansos del polvo en el que desfallecen y languidecen.
Pero, ¡oh, el amor de mi Señor! Él ha condescendido a menudo a rescatar del muladar a los abandonados. En el cielo veo a quienes lavaron sus ropas y las emblanquecieron en la sangre del Cordero, aunque una vez fueron rameras como Rahab, adúlteros como David e idólatras como Manasés. Delante del trono de Dios, entre los pares de Dios, están hoy aquellos que, en sus días de perdición, fueron ladrones, borrachos y blasfemos. Los atrios del cielo son hollados por muchos que una vez fueron los peores
pecadores, pero que ahora son los santos más resplandecientes.
Te ruego, amado, que nunca pienses que el Evangelio de Cristo salvó a grandes ofensores en tiempos pasados, pero que ahora es sólo para los que no han caído y para los justos. Los justos son libremente invitados a Cristo, de quien nunca olvidamos testificar, pero los inmorales son invitados también. El Señor vino a nuestra tierra como un Médico, y no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento; no vino a sanar a quienes gozan de una buena salud, sino a los enfermos.
Oh, amado oyente, si estás tan enfermo por el pecado que toda tu cabeza está enferma y todo tu corazón está desfallecido, y desde la coronilla de tu cabeza hasta la planta de tu pie no hay un lugar sano en ti, sino sólo heridas y raspones y llagas putrefactas, ¡aún así el amor de mi Señor se inclinará hasta ti! Si has agregado lujuria al robo, y has añadido asesinato a la lujuria, y si estás manchado de sangre con una infame iniquidad, empero, el sagrado baño carmesí que fue llenado por el corazón de Jesús, puede limpiar “todo pecado y blasfemia.” Todo aquel que crea en Él es justificado de todas las cosas de las que no podría ser justificado por la ley de Moisés.
Las mentes refinadas pensaron justo ahora que yo estaba usando una expresión muy fea cuando hablé de rescatar a la podredumbre del muladar, pero la expresión es extremadamente limpia cuando se compara con el pecado; pues toda la inmundicia y repugnancia que hayan ofendido jamás al ojo y a la nariz, es dulzura comparada con el pecado. La cosa más sucia y más detestable en todo el universo es el pecado. Es eso lo que mantiene ardiendo el fuego del infierno como la gran necesidad sanitaria de Dios.
2. EN SEGUNDO LUGAR, DESEAMOS DESCRIBIR: ¿CÓMO EL SEÑOR LOS ALZA DEL MULADAR?
Él alza del muladar a los necesitados. Se trata de un peso muerto y nadie sino el brazo eterno podría hacerlo. Es una proeza de la omnipotencia alzar a un pecador desde su natural degradación; todo es hecho por el poder del Espíritu Santo a través de la Palabra saturada de la energía de Dios. La operación es más o menos de este modo. Cuando el Señor comienza a tratar con el pecador necesitado, el primer alzamiento levanta sus deseos. El hombre no está satisfecho de estar donde ha estado y de ser lo que ha sido. No había percibido que el muladar fuera tan inmundo como realmente lo es; y el primer signo de vida espiritual es el horror por su condición perdida, y un ansioso deseo de escapar de esa condición.
Querido oyente, ¿has llegado hasta ese punto? ¿Sientes que todo está mal en relación a ti? ¿Deseas ser salvado de tu presente estado? En tanto que puedas decir: “todo está bien conmigo,” y te jactes de que no eres peor que los demás, no tengo ninguna esperanza contigo. Dios no alza a aquellos que ya están alzados; pero cuando tú comienzas a sentir que tu presente condición es de degradación y ruina y que desearías ardientemente escapar de ella, entonces el Señor ha puesto la palanca debajo de ti, y ha comenzado a alzarte.
El siguiente signo es generalmente que para un individuo así, el pecado pierde toda dulzura. Cuando el Señor comienza a obrar contigo, incluso antes de que encuentres a Cristo para gozo de tu alma, descubrirás que el gozo del pecado ha desaparecido. Un alma revivida que siente el peso del pecado, no puede encontrar placer en él. Aunque el mal del pecado no puede ser percibido claramente y evangélicamente sin fe en Jesús, sin embargo, la conciencia de un pecador que ha despertado, al percibir el carácter terriblemente corruptor de algunos pecados, le obliga a renunciar a ellos. La taberna ya no es visitada; la silla del escarnecedor se queda vacía; las lujurias de la carne son abandonadas: y aunque esto
no alza al pecador del muladar es, sin embargo, un signo de que el Señor ha comenzado Su obra de gracia. Cuando el pecado se vuelve amargo, la misericordia se vuelve dulce. Oh, amigo mío, que el Señor te destete de los dulces venenos del mundo, y te lleve a los verdaderos placeres que están ocultos en Cristo Jesús.
Otro bendito signo de que el hombre está siendo alzado del muladar, es que comienza a sentir que su propia justicia no es de ninguna ayuda para él; cuando, habiendo orado, contempla sus oraciones con arrepentimiento, y habiendo ido a la casa de Dios, no descansa en las formas exteriores.
Es bueno que el hombre sea cortado enteramente de toda confianza en sí mismo. Podría estar todavía en el muladar, pero estoy seguro de que no estará por mucho tiempo, pues cuanto tú y tu conciencia han contendido, Dios y tú mismo comienzan a estar en paz; cuando tú puedes ver a través de esa justicia de telaraña tuya, que una vez pareció ser un hermoso vestido de seda; cuando puedes odiar esa moneda falsa que una vez pareció brillar y sonar como oro legítimo; cuando estás hundido en la zanja y tus propios vestidos te aborrecen, no ha de pasar mucho tiempo antes de que seas salvado con una salvación eterna. Ahora viene el verdadero alzamiento que te sacará del muladar. Ese individuo pobre, culpable, perdido, indigno, oye de Jesucristo que vino al mundo para salvar a los pecadores: esa pobre alma lo mira con una mirada que quiere decir:
“¡Señor, Tú eres mi último recurso! Si Tú no me salvas, pereceré; y Tú has de salvarme completamente, pues yo no puedo ayudarte.»
“Toda mi ayuda descansa en Ti;
Toda mi confianza obtengo de Ti;
Cubre mi cabeza indefensa
Con la sombra de Tu ala.”
3. EL TERCER PUNTO ES: ¿CÓMO LOS LEVANTA?.
En primer lugar, son alzados por una completa justificación. Cada cristiano aquí presente esta mañana, independientemente de lo que hubiere sido su vida pasada, es perfecto en este instante a los ojos de Dios por medio de Jesucristo. La justicia inmaculada de Cristo es imputada a ese pecador creyente en Él, así que, esta mañana, es “acepto en el amado.” Ahora, amado, sopesa esto, dale vueltas, y medita en ello. Pobre, necesitado, pero creyente pecador, tú eres tan acepto delante de Dios en este momento presente por medio de Cristo Jesús, como si nunca hubieses pecado, como si hubieses hecho y llevado a cabo cada obra de Su sumamente justa ley sin la menor falla.
Demos el siguiente paso. Muchos de los hijos de Dios que han sido alzados del muladar, gozan de una plena seguridad de fe. Tienen la certeza de que son salvos; pueden decir conjuntamente con Job: “Yo sé que mi Redentor vive.” En cuanto a que si son hijos de Dios o no, no tienen ninguna duda; el testimonio infalible del Espíritu Santo da testimonio con su espíritu de que son nacidos de Dios. Cristo es el hermano mayor, Dios es su Padre, y ellos respiran el espíritu filial por el cual claman: “¡Abba, Padre!” Ellos conocen su propia seguridad; están convencidos de que “ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” Yo le pregunto a cada quien que posea un corazón que entiende, si esto no es sentarse con los príncipes.
Amados, yo no daría un centavo por el trono de un príncipe, pero daría todo lo que poseo aunque me lo pidieran mil veces, si pudiera gozar siempre de la plena seguridad de la fe, pues la plena seguridad de la fe es un gozo mayor que el gozo que jamás podrían producir el palacio de lirios de Susa, o la casa del bosque del Líbano de Salomón. Un sentido de la misericordia divina es mejor que la vida misma: es un cielo joven madurando abajo, para ser plenamente desarrollado arriba. Saber que mi Amado es mío y que yo soy Suyo, y que me amó y se entregó por mí, es mucho mejor que ser heredero legítimo de muchos imperios.