Es increíble pero cierto: vivimos de espaldas a nuestra propia alma. El amor con que uno se ama a sí mismo es el amor de Dios.

Si no quieres que me muera, ¡Ay, ámame!” Así dice la estrofa de una canción romántica del compositor cubano Miguel Matamoros, donde le ruega con hambre de amor, el enamorado a su amada. Sin embargo, dándole rienda suelta a la imaginación y pensando en las tristezas de nuestra propia interioridad, podría también ser el ruego silencioso de un alma sedienta de amor, atención y reconocimento, que le hace al ser humano que la lleva dentro sí, quién por estar tan ocupado con los estímulos del mundo exterior, se haya estando olvidando de ella.

Aunque parece increíble que seamos capaces de olvidarnos de nosotros mismos, los estudiosos del alma y la mente humana han comprobado esa falta de conciencia de si mismo y de amor propio en los países occidentales. Y tambien lo confirmo yo por mi propia experiencia, puesto que durante mis primeros 60 años de vida, estuve dándole la espalda a mi alma, por la sencilla razón, que mis padres no me dijeron que poseemos un alma inmortal creada por Dios, así como tampoco me lo enseñaron en los colegios religiosos, donde recibí lecciones de catecismo. Si ese fue mi caso personal, qué se puede esperar de todas las personas que tuvieron una educación laica en escuelas públicas?

Debido a esa incomprensible omisión, he comenzado ha redactar una introducción a la espiritualidad cristiana para niños, para darles a conocer ese imprescindible fundamento de la fe cristiana.

Estamos tan pendientes de lo que sucede fuera de nosotros, y ponemos tanta atención a las cosas o personas que nos rodean, que descuidamos nuestro propio yo.

Vivir de espaldas a su propio ser y a su propia conciencia, es tan frecuente en el ser humano, que ya San Agustín, uno de los sabios más lúcidos y preclaros que ha existido, escribía hace más de 1500 años sobre el tema de nuestra interioridad lo siguiente:

No hay que tener miedo a entrar en el interior, lo problemático será no entrar porque nos convertimos en huéspedes en la propia casa, viviendo como desterrados en la patria; entrar en el interior es intentar reintegrarse desde dentro, porque es ahí donde se vive y se tienen los grandes ideales: «¿Por qué miras alrededor de ti y no vuelves los ojos adentro de ti? Mírate bien por dentro, no salgas fuera de ti mismo.

Recapacita; sé juez para ti en tu corazón. Procura que en lo secreto de tu aposento, en el fondo más íntimo de tu corazón, donde estás tú solo y Aquel que también ve, te desagrade allí la iniquidad para que agrades a Dios.”

En su obra Confesiones, San Agustín en medio de su fervorosa búsqueda de Dios, le confesaba su situación interior con ésta insólita expresión: “Tú estabas dentro de mí y yo fuera”

Pasamos tan poco tiempo con nosotros mismos en soledad, que algunos hemos aprendido a sentirnos como extraños en nuestro propio interior.

El conocernos a nosotros mismos nos resulta demasiado obvio, a pesar de que no tenemos la más mínima idea de quién somos y no sabemos con seguridad lo que desea nuestro propio corazón.

Nos hemos acostumbrado a responder automáticamente a los golpes del destino, sin preguntarnos sinceramente qué propósito tenemos en la vida, y qué es lo más importante para nosotros, interrogantes estas que nos llevarían necesariamente a sumergirnos en las profundas aguas de nuestro mundo interior, pero como no estamos interesados en ello, preferimos nadar en la superficie del mar de la vida, quedarnos en lo superfluo e intrascendente, donde sus permanentes olas y vaivenes nos hacen perder el rumbo, y nos van dirigiendo, sin darnos cuenta, a donde no queremos.

De allí que nos contentamos con conocer y saber más de lo demás, que de nosotros mismos.

Es necesario estar y vivir en armonía con tu propia conciencia, con tu ser íntimo, es decir, estar centrado en si mismo. Para lograrlo disponemos de la facultad de meditar, como cuando rezamos fervorosamente, para salir mentalmente del mundo que nos rodea y entrar en el fondo de nuestra interioridad, en la cámara secreta de nuestra alma.

San Agustín, el gran erudito del amor, nos aconseja en una forma sencilla y magistral sobre qué deberíamos de preferir, en el momento de elegir lo que para nosotros es digno de amar:

„Es verdad que también en esta vida la virtud no es otra cosa que amar aquello que se debe amar. Elegirlo es prudencia; no separarse de ello a pesar de las molestias es fortaleza; a pesar de los incentivos es templanza; a pesar de la soberbia es justicia. ¿Y qué hemos de elegir para amarlo con predilección, sino lo mejor que hallemos? Eso es Dios. Si en nuestro amor le anteponemos algo o lo igualamos con él, no sabemos amarnos a nosotros mismos, porque tanto mejor nos ha de ir cuanto más nos acerquemos a aquel que es el mejor de todos. Y vamos hacia él no con los pies, sino con el amor.”

Y son los buenos y malos amores los que hacen buenas o malas las costumbres”.

San Agustin comentando el mandamiento Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,37-40), èl dice:

Así Dios nos dio a entender que el amor con que uno se ama a sí mismo es el amor de Dios. Hay que decir que se odia quien se ama de otra manera, pues se hace inicuo cuando se priva de la luz de la justicia, y se aparta del bien superior y mejor cuando se vuelve hacia los bienes míseros e inferiores, aunque sea hacia sí mismo. Entonces se realiza en él lo que fue escrito con verdad: “Quien ama la iniquidad odia su propia alma”.

Nadie, pues, se ama a sí mismo sino amando a Dios; por eso no era menester, al dar el precepto de amar a Dios, mandar al hombre que se amase a sí mismo, pues con amar a Dios se ama a sí mismo.

Como complemento de lo escrito sobre la obra de San Agustin, deseo agregar algunas frases del místico español Juan de la Cruz:, relacionadas con el alma en su poema Cántico Espiritual:

  • ¿Qué más quieres, oh alma, y qué más buscas fuera de ti, pues dentro de ti tienes tus riquezas, tus deleites, tu satisfacción, tu hartura y tu reino, que es tu Amado, a quien desea y busca tu alma?
  • El alma, hecha a imagen y semejanza de Dios, es la mejor huella que Dios dejó de sí en la creación.
  • Esta introspección o conocimiento de sí, es lo primero que tiene que hacer el alma para ir al conocimiento de Dios.
  • El alma no puede amarse ni amar a Dios sin conocerse a sí misma, sin constatar su origen divino.

Nuestra mesa está bien puesta y tiene opulencia de deliciosas comidas y abundantes manjares; y sin embargo, nuestras almas están hambrientas y sedientas de amor.

Es bueno y justo, estar atento al llamado de la voz interior del alma.

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