La paz interior que tanto anhelamos, solo depende de nuestra confianza en Dios y no de las circunstancias que nos afectan.

Mantengo mi alma en paz y silencio como niño destetado en el regazo de su madre. Como niño destetado está mi alma en mi. Salmo 131, 2

Así como no podemos escoger a nuestros padres, ni cambiar las circunstancias y las condiciones familiares de nuestra crianza; tampoco es posible encargar según nuestro gusto las circunstancias y el entorno que se presentarán en nuestra vida de adultos.
Sabemos muy bien que las circunstancias y los acontecimientos que vivimos cada día, provienen de Dios y de su Providencia, por lo tanto no tiene sentido tratar de cambiarlas, así como lo pregonan en esta sociedad de consumo, las empresas de formación profesional con anuncios publicitarios, como por ejemplo: “Lograr el éxito solo depende de tí”, “La libertad consiste en ser dueño de tu propia vida”, “Tú eres el creador de tu propio destino” y bla, bla, bla. Estas frases publicitarias son mentiras muy fáciles de decir, pero en la realidad son imposibles de alcanzar, y sin embargo, mucha gente incauta las aceptan como si fueran ciertas.

Lo que hacemos cada día, las circunstancias y lo que sucede en nuestro entorno está influenciado y determinado por Dios, de modo imperceptible y sin darnos cuenta de ello, puesto que actúa directamente sobre nuestra alma.
El hombre moderno cree firmemente que tiene la libertad y la autonomía de actuar por voluntad propia, pero resulta que no es así, puesto que la propia voluntad humana es solo una ilusión que albergamos y que nos hace sentir la agradable sensación de ser totalmente independientes.

La voluntad y la conciencia como facultades del alma que son, están sujetas a la influencia de fuerzas espirituales.
El filósofo francés Felix Le Dantes (1869-1917), en su famosa cita lo dice de forma contundente: “El hombre es una marioneta consciente, que tiene la ilusión de la libertad”.

En la oración perfecta el Padre Nuestro que el Señor Jesucristo nos enseñó, le rogamos a Dios diciendo: hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  
De esa manera, al rezar los creyentes cristianos estamos reconociendo la soberanía y el poder que Dios tiene sobre nosotros y todas las creaturas en este mundo y en el más allá.

Si Jesús siendo el Hijo de Dios, antes de ser crucificado, se sometió a la soberana voluntad de Dios Padre, diciéndole: Padre, si es tu voluntad, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya; con más razõn y justificación debemos también confiar en Dios con toda el alma y someternos a su voluntad, aceptando las circunstancias y las situaciones por las que tenemos que pasar en nuestra vida.

Exactamente eso es lo que hacen los niños de forma natural durante la infancia.
Éllos aceptan todo lo que sucede en el ambiente familiar y en su entorno, porque piensan que esas circunstancias de la vida que los rodean, tienen que ser así como ellos las están presenciando, y además, porque siempre confían profundamente en sus padres o familiares, y están muy seguros de que sus padres los protegen y cuidan bien de ellos.

Después de viejo y de ser abuelo, es cuando yo en lo personal he logrado conocer la mejor cualidad espiritual y la mayor ventaja, que los niños poseen sobre nosotros los adultos: su paz interior y su santa calma en el alma.
Esa cualidad natural e inherente de los niños es precísamente el secreto, que explica la gran capacidad de amar y de sentirse felices que caracteriza a los niños.

Los niños al asumir sus circunstancias y sus condiciones de vida, como parte integral del orden establecido en este mundo por la voluntad de Dios, no pierden su tiempo en ponerse a juzgar si lo que sucede está bien o está mal, o si es justo o injusto, etc. Tampoco se ponen a analizar ni a criticar del por qué acontece esto y no lo otro, ni mucho menos tratan de cambiar sus circunstancias.

Por el contrario, los adultos nos olvidamos de que Dios existe y de que Él como creador del universo, gobierna todo lo que sucede y rige sobre todos los acontecimientos que están fuera de nuestro control.
En la actualidad, los medios nos han hecho creer que con el avance de la ciencia y la tecnología, somos capaces de lograr cualquier proyecto que nos propongamos hacer, y hasta nos sentimos dueños de este mundo, aunque en realidad somos simplemente unos huéspedes que estamos de paso, quienes a pesar de que vivimos una vida llena de comodidades y diversiones, padecemos interiormente y en secreto innumerables preocupaciones, angustias, enfados, rencores, amarguras, frustraciones, remordimientos y conflictos; los cuales en primer lugar, nos impiden disfrutar de paz interior, y en segundo lugar, no nos permiten ser dichosos plenamente.
Sin tener paz interior ni tranquilidad en el alma, no es posible ser feliz en esta vida.

Aprendamos a confiar en Dios Todopoderoso y a aceptar las circunstancias que nos afectan y que son resultado directo de la voluntad de Dios, quien en su eterno amor y su inconmensurable misericordia, desea lo mejor y lo más conveniente para cada uno de nosotros, aunque sean contratiempos.

La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. Juan 14:27

La vida secreta que llevamos es nuestra verdadera realidad, y no esa que aparentamos ante los demás.

En Dios solamente espera en silencio mi alma; de él viene mi salvación.
Salmo 62, 1

Cada uno de nosotros lleva dos vidas: una vida espiritual secreta y la vida pública vista y conocida por los demás, llena de franqueza relativa y relativa falsedad. Esta es una característica natural de los seres humanos, la cual se explica por nuestra morfología única, por estar el humano compuesto de un alma y un cuerpo.
Todo lo precioso, verdadero y secreto de nosotros que guardamos en el fondo de nuestra alma, está oculto a los ojos de la gente. En cambio, todo aquello que forma parte del trato convencional de cortesía, en el que están incluídas las apariencias, fingimientos y mentiras, eso lo hacemos delante de todo el mundo.

Todos sin exepción, se comportan de esa misma manera y cada persona vive su verdadera vida en secreto, en consecuencia, no deberíamos tampoco creer en lo que vemos de la gente.

Sin embargo, nunca olvidemos que Dios es el único que conoce nuestra cámara más secreta del alma, puesto que Él y el Espíritu Santo pueden ver directamente nuestra alma, como si nuestros cuerpos fueran de vidrio. Por esa razón, a Dios no lo podemos engañar, ni tampoco le podemos ocultar nuestra verdadera realidad, representada fielmente por la vida secreta que llevamos.

El gran escritor francés Victor Hugo escribió la siguiente cita: “El cuerpo humano es sólo apariencia y esconde la verdadera realidad. La realidad de lo que somos es el alma”; la cual es una acertada afirmación que nos puede servir para recapacitar, sobre la persistente costumbre de dejarnos guiar solamente por las apariencias de la gente y de aceptarlas como su verdadera e indiscutible realidad, sin antes conocerlas bien.

Ahora bien, si ni siquiera podemos confiar plenamente en las apariencias que vemos de las personas que tratamos a diario, me pregunto: ¿cómo es posible que lleguemos a creer y a considerar como la realidad, esas fantasías y las actuaciones teatrales de las películas que miramos en el cine y la televisión?

Sabemos que en las películas y la televisión es puro teatro y que todo es fabricado por la imaginación, desde el texto de los diálogos hasta las escenas y las actuaciones, y sin embargo, muchos salen de los cines creyendo que lo que han visto es realidad, cuando todo es ilusión y entretenimiento.

El apostol Pablo en su carta a los Corintios nos recomienda a los creyentes cristianos, poner toda nuestra confianza en Dios y en su Hijo Jesucristo a quienes no podemos ver con los ojos:

al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven. Porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”. 2. Corintios 4, 18

porque por fe andamos, no por vista.” 2. Corintios 5, 7

La Biblia nos enseña que existen realidades espirituales que son eternas e invisibles, como por ejemplo:
Dios Todopoderoso, el Señor Jesucristo, el Espíritu Santo, el alma humana y el Reino de los Cielos; verdades espirituales éstas, que somos capaces de percibir íntimamente por medio de la fe, como si las estuviéramos viendo.

Aferrémonos con fe hoy más que nunca a la Palabra de Dios escrita en la Biblia, alimento espiritual y verdad por excelencia, para que nos siga sirviendo de brújula y de guía en nuestro caminar, en este mundo cada vez más lleno de apariencias, falsedad y mentiras.