“El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida.” Juan 6, 63

Esta es una enseñanza clara e incuestionableque el Señor Jesucristo dejó como testimonio a los cristianos y a toda la humanidad, en primer lugar, de que nuestra naturaleza como seres humanos, está compuesta de un espíritu o alma inmortal y un cuerpo de carne; y en segundo lugar, que el espíritu humano es el que le da vida a nuestro ser, y que en consecuencia, es nuestra alma espiritual lo más valioso e importante de nuestra existencia terrenal, por haber sido creada por Dios para vivir eternamente. La carne del cuerpo humano, por el contrario, no está hecha para la vida eterna, ya que inevitablemente se enferma, envejece y al morir se pudre.

La doctrina materialista, la cual niega la existencia del alma espiritual y su inmortalidad, ha tomado tanto auge entre los académicos, intelectuales, científicos y filósofos desde hace 150 años, que actualmente se encuentra muy arraigada en los programas de estudio de las universidades, centros de formación profesional y escuelas de bachillerato en el mundo occidental.

Es difícil de creer y penoso de aceptar el hecho, de que también las facultades de teología y los seminarios de las iglesias católicas y protestantes, lamentablemente se han dejado influenciar demasiado por esa filosofía materialista, lo cual se conoce en la literatura académica como el proceso de secularización, el cual consiste en la transformación que ha vivido la iglesia como institución religiosa, que ha pasado de dedicarse a su misión esencialmente espiritual a ocuparse en campos de actividades mundanas o materiales. La secularización en las iglesias ha traído graves consecuencias a sus teólogos y al personal de sacerdotes, entre las cuales están: dudas en su vocación religiosa, la razón ha sustituido en gran parte a la fe en Dios, declinación en la creencia de la Palabra de Dios y debilitamiento del compromiso con el verdadero Evangelio.
Tan seria es la situación, que existen ya teólogos modernos que son ateos!

Desde hace muchísimo tiempo en las iglesias tradicionales no se habla ni se escribe de manera entusiasta y abierta en los sermones y en las publicaciones periódicas, sobre la promesa de vida eterna y el Reino de los Cielos, sobre la maravillosa esperanza viva cristiana, sobre el Espíritu Santo que vive y obra siempre entre nosotros, sobre la existencia del alma espiritual y su inmortalidad y ni mucho menos, sobre nuestra propia espiritualidad como hijos de Dios que también somos. Esta realidad es muy lamentable, pero es así.

Estas son precísamente algunas de las causas de la enorme crisis por la que están atravezando las iglesias tradicionales, que ha provocado el éxodo de millones de sus creyentes hacia las iglesias evangélicas y otras denominaciones cristianas.

Yo en lo personal, que fui criado y educado como católico en mi familia, que estudié el bachillerato en colegios jesuítas y maristas, y que trabajé como catequista durante mis estudios, estoy decepcionado completamente de la iglesia católica por estas y muchas otras razones.

Es por eso que hoy más que nunca, una tarea indispensable del creyente cristiano es la de leer la palabra de Dios, tal cual como está escrita en la Biblia, y no conformarse con las interpretaciones, comentarios y explicaciones de su significado, que la mayoría de los teólogos, pastores y sacerdotes modernos tanto católicos como protestantes han estado difundiendo desde el siglo pasado.

Y algo aún más importante, es tener siempre presente que el Señor Jesucristo desea estar en nuestros corazones y mantener una relación personal con nosotros, porque como Hijo unigénito de Dios es nuestro único mediador ante Dios Padre, por lo tanto, no necesitamos para nada ningún intermediario humano, ni ser miembros formales de una iglesia.

¿Por qué es tan importante saberse amado por Dios y tener nuestra esperanza puesta en Jesucristo, aunque sabemos que nuestras madres, hermanos, esposos, hijos e amigos también nos aman?

El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. 1 Juan 4, 8-9

En primer lugar, porque poseemos un alma inmortal que vivirá para siempre la vida eterna y abundante en el Reino de los Cielos, después de la muerte inevitable de nuestro cuerpo.
Y en segundo lugar, porque el amor humano que recibimos de nuestros queridos familiares, esposos, hijos o amigos; y el que nosotros les retribuimos a ellos es un amor que por más fuerte y profundo que sea, está limitado tanto en su pureza e intensidad como en su duración, puesto que en cualquier momento podemos morir.

Por eso, el amor humano se podría comparar con la llama de una vela, y por lo tanto, en sentido figurado son nuestros seres queridos, las velas que nos alumbran en esta vida terrenal al brindarnos luz y calidez espiritual por medio de su amor. Mientras que el amor de Dios, por ser puro, eterno y de gran intensidad, lo podríamos comparar con el sol.

Los que se han alumbrado de noche con una vela saben, que la llama es pequeña, de poca intensidad, que es sumamente frágil porque con un pequeño soplo de aire se puede apagar; que no dura mucho tiempo porque la cera se va consumiendo, y que al final, la pequeña llama se extingue para no encenderse más.

Y cuando un ventarrón repentino del destino durante nuestra vida apague la llama de algunas de las velas que nos alumbran, o bien cuando venga el vendaval de la muerte y apague nuestra propia llama, qué maravilloso refugio y consuelo es entonces saber, que contamos para siempre con la llama del amor inmenso de Dios, el cual nos sostiene y nos ilumina el alma durante las adversidades de la vida en este mundo, y nos seguirá iluminando en la vida eterna junto con nuestro Señor Jesucristo y las demás almas vivientes en el Reino de los cielos.

El gran amor de Dios, Jesucristo y el Espíritu Santo están ahora y estarán siempre presentes con todos nosotros, como el aire que respiramos y que nos da la vida, pero que no podemos ver ni tocar, y que sin embargo, está siempre allí.

Si todavía no tienes la certeza de saberte amado por Dios, acerca tu alma a Jesucristo por medio de la oración y de la lectura de la Biblia; y ruégale, que le dé más vigor a tu fe y te conceda la perseverancia necesaria, para interiorizar su divino amor espiritual en tu corazón.

Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor. 1. Corintios 13, 13