El amor auténtico es el camino hacia la excelencia personal de cada individuo.

Aspiren pues, a los mejores dones; mas aun yo les muestro el camino más excelente. 1. Corintios 12, 31

En el capítulo 12 de su primera Carta a los Corintios, Pablo trata el tema de los dones espirituales. En primer lugar, se refiere esas facultades excepcionales otorgadas por la Gracia de Dios a muy pocas personas como el don de profecía, el don de hacer curaciones milagrosas y el don de la sabiduría.
En segundo lugar, habla sobre los dones espirituales individuales con los que nacemos cada uno de nosotros, como son por ejemplo las diversas vocaciones o aptitudes: músico, constructor, compositor, modista, maestro, escritor, administrador, médico, comadrona, comerciante, etc.

El Apostol nos enseña en esta Epístola, que todas las facultades y capacidades que poseemos son en realidad dones espirituales distribuídos por Dios a cada uno en particular según su voluntad, para provecho común de todos en una comunidad. Y también nos hace saber que toda esta diversidad de dones son obra del Espíritu de Dios.

Estos dones y talentos que hemos recibido de parte de Dios, tan pronto como los descubrimos y los ponemos en práctica, nos hacen sentir muy orgullosos y satisfechos de nosotros mismos por todo lo que somos capaces de hacer. Y después de alcanzar el reconocimiento y la admiración de los demás por nuestras actividades, podemos llegar a creer entonces, que con esos dones hemos logrado ya a la cúspide de nuestro desarrollo como personas. Según Pablo, eso no es todavía la excelencia personal.

San Pablo además nos recomienda, que busquemos el amor en nuestras vidas, que sea el amor lo que interiormente nos impulse a utilizar los dones recibidos; y nos asegura por experiencia propia, que el amor es el camino más excelente para desempeñar nuestras capacidades al servicio de nuestros seres queridos y de la comunidad.

Fíjense por favor a continuación, cómo expresa Pablo la excelencia y la riqueza del amor en su bello poema sobre el amor auténtico del capítulo 13 de esa Carta:

Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese el don de profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia; y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.

El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa el mal; no se goza en la injusticia, mas se goza en la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 1 Corintios 13, 1-7

El amor es la única corona universal de excelencia que está al alcance de todos los seres humanos, y que es capaz de enriquecerles su vida espiritual, independientemente del talento, la capacidad, el ingreso económico, la educación, la posición en la sociedad, el oficio, etc. que tengan.

Jesús es amor, y por eso se puede decir, que el amor es también el pan de la vida espiritual humana.

Cuando alguien está cansado de vivir y de sufrir, la muerte natural le llega como una bendición.

Entonces oí una voz del cielo que decía: «Escribe: ‘Bienaventurados los muertos que de aquí en adelante mueren en el Señor.’ «Sí,» dice el Espíritu, «para que descansen de sus trabajos, porque sus obras van con ellos.» Apocalipsis 14, 13

La mujer más longeva de la época actual ha sido la francesa Jeanne Calment, quién contaba con 122 años de edad, cuando murió el 4 de agosto de 1997. En la celebración de su 120. cumpleaños, al preguntarle un periodista ¿cuál era la causa de su larga vida?. Ella le contestó riéndose: creo que Dios se ha olvidado de mí.
La señora Calment respondió, quizás sin saberlo, con una respuesta muy correcta y precisa, puesto que Dios en su soberanía, es en realidad quién nos da la vida y nos la quita cuando lo considera conveniente, porque Él es el director del papel que cada uno de nosotros hacemos en la obra existencial de este mundo. En el libro Deuteronomio 32, 39 dice: Yo soy el único Dios; no hay otros dioses fuera de mí. Yo doy la vida, y la quito; yo causo la herida, y la curo. ¡No hay quien se libre de mi poder!

Para una persona creyente que parte de este mundo, el momento de su muerte puede muy bien ser una bendición y no una tragedia o una desgracia, como siempre suele ser para los que sobrevivimos al difunto y que seguimos viviendo aquí un poco más de tiempo. Pensemos por ejemplo: a) en las personas ancianas débiles y postradas que no le encuentran ya más sentido a su vida, b) en los enfermos crónicos que tanto sufren, c) en los individuos que por alguna frustración muy profunda en su vida están cansados de vivir y d) en los adictos a las drogas.

Por alguna muy buena razón está escrito en el Libro de Apocalipsis, cuya palabra quiere decir Revelaciones en griego, lo siguiente: Bienaventurados los muertos que de aquí en adelante mueren en el Señor. Morir en el Señor Jesucristo, significa haber vivido y haber muerto creyendo firmemente en Jesús como nuestro Redentor y en la esperanza de vida eterna en el Reino de los Cielos. Significa haberse arrepentido de sus pecados y haber encomendado su espíritu a Dios antes de morir, para luego dejar este mundo en paz consigo mismo y con Dios.
Según mi opinión, la frase que mejor describe lo que es morir en Jesús, la dijo Santa Teresa del Niño Jesús poco antes de morir: “Yo no muero, entro en la vida”.

Cuando comparamos las tradiciones y los rituales funerales cristianos de algunos países de Europa del norte con las de los países hispanoamericanos, destaca de forma impresionante el siguiente aspecto, el cual me llamó mucho la atención cuando lo presencié por primera vez en Suiza:
Inmediatamente después del entierro, se invita a los asistentes para una comida o un aperitivo fúnebre en la que se comparten los gratos momentos y anécdotas vividas con el difunto, y sobre todo, sirve para el reencuentro de familiares y parientes que no se han visto en mucho tiempo. Todo esto en un ambiente afectuoso de solidaridad  y compañerismo, lo cual refleja de una manera más apropiada la actitud de fe y de esperanza que los creyentes cristianos deberíamos de tener ante la muerte, como una experiencia natural y necesaria de la vida humana, que trae consigo para el que muere el inicio de una nueva y mejor vida eterna, lo cual es el mayor consuelo para todos los que lo conocieron y lo estimaban.

Por el contrario, el ritual fúnebre cristiano en nuestros países latinoamericanos, se celebra como si la muerte fuera algo totalmente antinatural e incongruente con la vida humana, como si la muerte fuera un terrible castigo de Dios tanto para el difunto como para los familiares, lo cual son creencias falsas y absurdas.
Debido a estas falsas creencias transmitidas por la iglesia católica durante mucho tiempo, es que nuestros funerales y velorios se realizan en un ambiente exageradamente triste y desconsolado, como si hubiera ocurrido una tragedia inesperada, incluso cuando fallece un anciano de 95 años por muerte natural.

El mismo Papa Benedicto XV hizo el siguiente comentario, reconociendo que la iglesia no supo transmitir el verdadero significado cristiano de la muerte:
« La catequesis no puede seguir siendo una enumeración de opiniones, sino que debe volver a ser una certeza sobre la fe cristiana con sus propios contenidos, que sobrepasan con mucho a la opinión reinante. Por el contrario, en tantas catequesis modernas la idea de vida eterna apenas se trasluce, la cuestión de la muerte apenas se toca, y la mayoría de las veces sólo para ver cómo retardar su llegada o para hacer menos penosas sus condiciones. »

El momento de la muerte es el más crucial en la vida de un ser humano, porque después de atravesarla, es que se inicia la tan anhelada vida eterna. Por eso es que un cristiano conciente de su fe y de su esperanza, no debería de ver en la muerte a un enemigo desconocido, anormal y monstruoso como se lo imaginan equivocadamente innumerables personas incrédulas en estos tiempos.

El rencor le hace daño sólo al que lo siente, y así se castiga a sí mismo.

No te dejes llevar del enojo, pues el enojo reside en el pecho de los necios.
Eclesiastés 7, 9

El odio provoca discusiones, el amor cubre todas las faltas. Proverbios 10, 12

Los sentimientos, pasiones y emociones que sentimos, siempre ejercen efectos directos sobre el cuerpo, que pueden afectar la salud de modo positivo o negativo. El rencor, el resentimiento y el odio se encuentran entre los más perjudiciales, especialmente para el estado anímico y emocional de la persona.
Y lo que la mayoría de la gente aún no sabe sobre el rencor y el odio, consiste en que los que más sufren y más daño se hacen, son las personas que guardan rencor en su corazón y no los individuos a quienes va dirigido el desprecio.

Imaginémos el rencor como si fuera un puñal muy cortante de doble filo, pero la persona que se enoja o se cabrea, en vez de agarrar el puñal por la empañadura o mango, lo tiene necesariamente que agarrar por la hoja bien afilada, y de esta manera, el rencoroso creyendo poder herir al otro con su rencor, se hiere y se hace daño a sí mismo.

Siempre he pensado que Dios ha creado los sentimientos de rencor y de odio deliberadamente así de contraproducentes, para motivarnos más bien a amar, a perdonar y a tolerar al prójimo. En consecuencia, sentir rencor y odio es pura pérdida y mortificación. Es por eso que deberíamos huír del sentimiento de odio, tal como huiríamos de una serpiente venenosa, si se aparece de repente en nuestro camino.

Dios Padre sabe mucho mejor que nosotros, lo que más nos conviene en la vida.
Es por esa razón, que el persistente consejo de Jesús para tí y para mí siempre ha sido: amar a Dios y amar al prójimo como a sí mismo.
Pero nosotros como sabiondos e inteligentes que nos creemos, y además creyendo que sabemos mejor que Dios lo que nos beneficia más, preferimos entonces sentir más frecuentemente rencor y enojo en nuestro pecho, que sentir amor y cariño.

Por un lado, las características y efectos perjudiciales del rencor sobre nuestra salud, y por el otro, la insistencia en el Evangelio sobre la gran importancia del amor verdadero para la existencia humana, representan una demostración práctica adicional de la verdad divina contenida en la Biblia y de la enorme utilidad de la Palabra de Dios para la vida espiritual de los creyentes cristianos, siempre y cuando obedezcamos sus consejos.

Los niños pequeños igualmente nos demuestran a diario, tanto con su manera de ser y la gran capacidad de amar que poseen, así como con la de perdonar y olvidar los malos tratos que a veces reciben, que ellos sí son capaces de vivir una vida feliz a pesar de todo, porque NO guardan rencor ni odian como sí lo hacemos los adultos habitualmente.

De las exhortaciones de la Biblia mencionadas, y en particular, de nuestras experiencias negativas sentidas en carne propia, podemos sacar como conclusión lo siguiente: Sentir rencor y odio no solamente nos hacen daño, sino que sobre todo nos hacen infelices.