Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad. Juan 4, 24

En nuestras relaciones personales diarias, los seres humanos estamos tan acostumbrados desde nuestra juventud a aparentar y actuar ante los demás, que ya lo hacemos sin darnos cuenta y lo hemos interiorizado en nuestro comportamiento como algo absolutamente normal. Según sean las situaciones, las circunstancias y las personas con las que tratamos, en ciertas ocasiones aparentamos o hacemos ver a los demás con nuestra conducta, algo que no se corresponde con nuestros verdaderos pensamientos, sentimientos e intenciones.

Sin embargo, en nuestra relación con Dios y especialmente en nuestra adoración hacia Él, debemos hacerlo en espíritu y en verdad, es decir, hacerlo sinceramente con toda el alma y la mente desde nuestra vida espiritual interior, lo cual es totalmente lo contrario a la conducta de apariencias que adoptamos cotidianamente en nuestra vida pública. Recordemos que Dios conoce muy bien nuestros pensamientos, sentimientos e intenciones, y que por lo tanto, es sencillamente imposible e inútil tratar de ocultarle algo por medio de apariencias.

En el judaísmo antíguo, los escribas y fariseos desarrollaron una religión externa que consiste en una serie de ceremonias, rituales y vestimentas, acompañadas de infinidad de normas estrictas, que los creyentes judíos tenían que cumplir al pie de la letra, sin prestar al mismo tiempo la debida atención al elemento espiritual de la religión, que significa adorar a Dios en espíritu y en verdad.

El Señor Jesucristo condenó en Jerusalen la hipocresía y la falsedad de los fariseos y sacerdotes, cuando les reprochó de la siguiente manera:

¡Hipócritas! Bien profetizó Isaías de vosotros cuando dijo: “este pueblo con los labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. “Pues en vano me rinden culto, enseñando como doctrinas preceptos de hombres”. Mateo 15, 7-9

En las ceremonias y rituales religiosos que se realizan con el cuerpo, representan a la religión externa: lo que el ojo ve y el oido oye. El espíritu es el elemento interno e invisible de la religión, aquello que el alma recibe, entiende, cree y de lo que se alimenta. Es precísamente el elemento espiritual lo que vivifica a la religión, que la hace algo vivo y regenerador. Esta religión interior espiritual es coherente con la naturaleza espiritual de Dios y con el Espíritu Santo que obra sobre nosotros.

La iglesia católica romana tomó lamentablemente del ritualismo judío, la idea de la vida monástica que practican los monjes y monjas en los monasterios y conventos que conocemos, en los que los monjes y monjas vivían según rígidas reglas de vida establecidas por un monje superior, y que tenían que cumplir cada día por medio de ceremonias, rituales, penitencias, ayunos, oraciones, silencios, etc; hasta el fin de sus vidas.

Erasmo de Rotterdam (1466 – 1536) fue un monje y sacerdote holandés de la Orden de San Agustín, quien a los pocos años de vivir en el monasterio, decidió dejar la vida monástica por considerarla llena de barbarie y de ignorancia, debido a que alli todo se centraba en cumplir ciegamente las reglas por medio de actividades corporales, considerando poco la vida espirtual interior y los fundamentos cristianos como son: el amor, la fe, la Gracia, el perdón, la esperanza y la expiación de nuestros pecados por la muerte en la cruz del Señor Jesucristo.

Erasmo de Rotterdam concibió y defendió el concepto del Cristianismo interior o espiritual para todos los creyentes cristianos, basado en los siguientes criterios:

  1. El llamado a la perfección cristiana es universal para todos sin distinción.
  2. La perfección cristiana no es exclusiva de la condición de ser religioso; no depende de votos, hábitos externos, vida consagrada o cosas semejantes.
  3. Fomenta la espiritualidad laical y coloca al Señor Jesucristo en el centro de la vida espiritual del cristiano.

Una de sus numerosas obras es “Enchiridion”, un pequeño manual práctico para el cristiano ordinario, el cual se basa en el concepto tradicional, de que la vida espiritual del creyente es una lucha constante contra los enemigos del alma (mundo, demonio y carne); y que para vencer con eficacia en esa lucha propone varias armas: la oración, la lectura de de las Sagradas Escrituras y el conocimiento propio. También expone sus ideas acerca de la verdadera esencia del ser humano: la primacía de lo interior y espiritual sobre lo externo y carnal.

Todos en nuestra vida religiosa en la juventud, conocímos probablemente a miembros religiosos de la iglesia que durante los cultos y en eventos públicos, aparentaban una devoción exagerada, mostrando una santidad fingida o falsa. Mientras que en las ocasiones intimas y privadas se comportaban de una manera mundana e irreverente. Yo conocí personalmente unos cuantos sacerdotes y hermanos religiosos, durante mi educación escolar en colegios católicos, a quienes llamábamos “santurrones”, es decir: hipócritas.

Nadie puede burlarse de Dios ni mucho menos engañarlo!

No os engañeis; Dios no puede ser burlado; pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará. Porque el que siembra para su propia carne, de la carne segará corrupción, pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. Gálatas 6, 7-8