VANIDADES Y VERDADES

SERMÓN DE CHARLES H. SPURGEON (1834-1892), PREDICADOR BAPTISTA DE ORIGEN INGLÉS

no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.
2. Corintios 4, 18

EL apóstol Pablo no era de ninguna manera un estoico. No había vencido todos los sentimientos humanos ni se había convertido en un hombre de piedra. Por el contrario, era extremadamente sensible. Se puede ver abundante evidencia, no solo en los Hechos de los Apóstoles, sino también en el tono de todas sus cartas, de que tiene un espíritu muy tierno. Siente agudamente cualquier falta de amabilidad. Si un amigo lo abandona, él lo llora; o si los amigos lo admiran, hay una emoción genuina en su gratitud. Es sensible, también, a la pobreza, sensible a la vergüenza; sensible a todas las penas que tiene que soportar por causa de Cristo. Él las padece. No es un hombre invulnerable con armadura, es un hombre de carne y hueso, a quien la flecha atraviesa y le duele. Sin embargo, con cuánta valentía se apega a su trabajo; Se enfrenta a todos los peligros y nunca sueña con inquietarse.

Ni por un solo momento parece tener en cuenta lo que puede tener que sufrir personalmente por el testimonio de Cristo y el triunfo del evangelio. Se acuerda de los dolores cuando ya han pasado; Mira las cicatrices cuando se han sanado, y a veces da una larga lista de los peligros y privaciones que ha tenido que soportar, dando así a entender que era muy sensible; pero nunca trata de evadir y protegerse de ningún tipo de sufrimiento, si es necesario para llevar a cabo la obra de su vida. De este modo, siguió adelante con firmeza a través de temporadas que se alternaban entre de mala fama y de buena reputación, a través del honor y a través de la deshonra, disfrutando del amor de las iglesias en un momento, y en otro momento sufriendo bajo una cruel sospecha de su apostolado, incluso entre sus propios conversos; ahora es el héroe de una popularidad ilimitada, cuando el pueblo se agolpa para rendirle honores, y después, es víctima del odio público y de los disturbios frenéticos, cuando es arrastrado fuera de la ciudad para ser apedreado hasta la muerte.

«Pero ninguna de estas cosas me conmueve, ni estimo por preciosa mi vida para mi mismo«, bien podía decir. Parecía como si Dios lo hubiera arrojado de su mano, así como si lanzara un rayo, y no se detuvo hasta que llegó al fin hacia el cual el poder de Dios lo estaba impulsando. Exclamó: «El amor de Cristo nos constriñe«. Se consideró, por lo tanto, muerto para todos menos para Cristo. Bien podemos sentir curiosidad por saber, qué fue lo que apoyó a un hombre tan noble en sus pruebas, y desarrolló a un héroe así bajo tal sucesión de oposiciones. Lo que lo mantenía tan tranquilo; ¿Qué lo hacía tan dueño de sí mismo e intrépido?

¿Cómo fue que cuando fue derribado no fue destruido, que cuando fue turbado no fue angustiado? ¿Qué lo sostuvo? Nos da la clave de esta fortaleza diciéndonos, que consideraba leves sus aflicciones porque, en su opinión, no eran más que por un momento; y estaban trabajando para él un peso de gloria mucho más grande y eterno. Estaba tranquilo y feliz en medio de la rabia y el tumulto, los prejuicios violentos y las circunstancias adversas e incluso desastrosas, porque, en el lenguaje del texto, no miraba las cosas que se ven, sino las cosas que no se ven, valorando o reconociendo que las cosas que se ven no son dignas de ser miradas, por ser tan pasajeras, mientras que las cosas que no se ven tienen un valor inestimable, porque son eternas. Ese es nuestro tema en este momento: en primer lugar, las cosas que no deben mirarse; y, en segundo lugar, las cosas que hay que mirar.

El texto tiene la forma de una doble paradoja. Las cosas que se pueden ver son, naturalmente, las cosas que hay que mirar. ¿Qué debe mirar un hombre sino lo que puede ver? Y, sin embargo, el apóstol nos dice que no miremos las cosas que se ven, sino las cosas que no se ven. ¿Cómo se pueden mirar las cosas invisibles? De nuevo, es una paradoja. ¿Cómo puedes mirar lo que no puedes ver? Esta es sólo una paradoja propia de la vida cristiana, que es toda paradoja, y el enigma está más bien en las palabras que en el sentido. Pronto descubriremos que no hay contradicción ni incongruencia, ni dificultad alguna.

1.- NO MIRAR LO QUE SE VE, y preguntémonos: ¿qué debemos entender por esta contradicción: «no mirando las cosas que se ven«? La palabra «mirar» se usa seis veces en el Nuevo Testamento, y se traduce de cuatro o cinco maneras diferentes. No pretendo ceñirme a esas traducciones, sino incluirlas en la explicación de lo que significa no mirar las cosas que se ven.

Significa, en primer lugar, menospreciar o estimar con ligereza tanto la alegría presente como la tristeza presente, como si no valieran la pena mirarlas. El presente está tan pronto por transcurrir, que a Pablo no le importa mirarlo. Hay tan poco de ello, y dura tan poco tiempo, que ni siquiera se digna echarle una mirada, no lo mira con mucha atenciôn. En un determinado momento es perseguido, despreciado, abandonado. «No durará mucho«, dice. «No es más que el pinchazo de un alfiler; pronto terminará, y estaré con la buena comunión de arriba, y contemplaré el rostro de mi Maestro«. No lo mira. Lo ignora.
Así nos corresponde hacer si estamos rodeados de pruebas, problemas, tristezas presentes: no debemos pensar tanto en ellos como para fijar nuestra atención o fijar nuestra mirada en ellos. Más bien, tratémoslos con indiferencia y digamos: «Es realmente un asunto muy pequeño si estoy en la riqueza o en la pobreza, en la salud o en la enfermedad; si disfruto de las comodidades o si me las roban. El presente se irá tan pronto que no me interesa mirarlo. Soy como un hombre que se queda en una posada por una noche mientras está de viaje. ¿Es incómoda la habitación? Cuando amanece no sirve de nada quejarse, por lo que se limita a no hacer ninguna crónica del hecho y se apresura a seguir adelante. Se dice a sí mismo: «No importa, me levanto y me voy; de nada sirve preocuparse por nimiedades». Si una persona va a recorrer una larga distancia en un vagón de ferrocarril, puede ser un poco exigente en cuanto a dónde se sentará para ver el paisaje, y en cuanto en cual lado de las ventanas le gusta viajar; pero si no es más que una etapa corta no piensa en ello. No le importa en compañía de quién esté, es sólo por unos minutos; es un asunto en el que no vale la pena fijarse. Así lo consideraba el apóstol. Consideró que sus alegrías y tristezas presentes iban a terminar tan pronto que eran para él un asunto de indiferencia, que ni siquiera valía la pena mirar en esa dirección para ver lo que eran.

Una eternidad entera está más allá, y por lo tanto una breve temporalidad se reduce a una insignificante bagatela. ¡Qué bendita filosofía es ésta, que nos enseña ni siquiera a mirar los problemas pasajeros y transitorios, sino a fijar nuestra mirada en los triunfos eternos!

Cuando tienes riquezas, te dices a ti mismo: «Este es un tesoro sólido; esto es ganancia de oro»? Ah, pero entonces se convertirá en tu dios, y si lo pierdes, la pérdida devorará como un tumor tu espíritu. Pero si dices: «Estas son cosas pasajeras; toman alas y se van volando; no consideraré el dinero como un tesoro, sino que sólo lo miraré como una sombra y lo consideraré como tal, como una cosa que no debe ser considerada como esencial, porque es visible y temporal«, esa es la manera de hacer con cada una de nuestras alegrías. No los mires como si fueran esenciales, porque no lo son. Son parte de este sueño de vida, de este espectáculo vacío.

Otro significado de mirar es: prestar atención. El apóstol quiso decir, sin duda, que no prestó atención a las cosas que se veían. No pensaba en ellas ni se preocupaba por ellas; pero su preocupación, su pensamiento y su interés se referían a las cosas que no se ven. «todas estas cosas,» dice Cristo, «buscan los gentiles.» Y así lo hacen. Siempre están buscando el mundo; Desde las primeras horas de la mañana hasta altas horas de la noche, es el mundo que buscan. Bueno, dejemos que los gentiles sigan sus búsquedas; pero el hijo de Dios no debe hacerlo, porque nuestro Señor nos dice: «No os preocupéis por vuestra vida, qué habéis de comer, qué habéis de beber, ni por vuestro cuerpo, qué habeis de vestir«. Nos pide que pongamos nuestra confianza en él, y que dejemos de preocuparnos. «Buscad«, dice, «primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas«. Así que el apóstol Pablo nos dice que no nos preocupemos, ni nos angustiemos por las cosas que se ven, ya sean buenas o malas, prósperas o adversas, y que nunca permitamos que carcoman como un ácido corrosivo a nuestro espíritu. Debemos dedicar toda nuestra atención a nuestro caminar con Dios, a nuestra obediencia a su mandato, a cumplir su voluntad, a extender su reino, a prepararnos para la venida de Cristo, a prepararnos para el juicio, a estar preparados para morar eternamente con Dios a su diestra. Sobre esto debemos prestar atención. Este es nuestro negocio, pero, por desgracia, nuestros pensamientos naturalmente se desvían hacia el otro lado. Estas vanidades y temporalidades suelen absorbernos.

Para resumir el todo, mis queridos hermanos y hermanas en Cristo, no miren las cosas que se ven. No mires tus comodidades como si fueran duraderas. No las adores. No pienses en ellas como si las tuvieras de otra manera que no fuera como un préstamo, o como si tuvieras algún derecho sobre ellas. Da gracias a Dios por ellas; pero, debido a que pasarán tan pronto, no les des mucha importancia. No construyas tu nido en ninguno de estos árboles, porque todos están marcados para el hacha, y dentro de poco caerán todos.

2.- Ahora abordemos el segundo punto: MIRAR LAS COSAS QUE NO SE VEN. ¿Cómo podemos hacer eso?

Bueno, primero, imagínalos por medio de la fe. Creemos en la resurrección de los muertos, en el Juicio Final  y en la vida eterna, según la enseñanza de la palabra de Dios. Trata de verlos como hechos presentes. Algunos nunca lo harán. Te dirán que no podrían verlos aunque lo intentaran; pero eso es precisamente lo que nosotros, que hemos sido enseñados por Dios a mirar las cosas que no se ven, podemos discernir palpablemente. Oh, mirar más allá de la muerte a «la casa no hecha de manos, eterna, en los cielos». Te invito a que lo hagas, especialmente si tienes algunos seres queridos allí. ¿Los ves? ¿Escuchas su música? ¿Contemplas sus alegrías? ¿Vas a preocuparte más por ellos, después de haberte dado cuenta de su segura felicidad? Y dentro de poco vendrá la resurrección, y sonará la trompeta, y los muertos resucitarán. El mismo cuerpo sobre el cual lloraste, porque iba a ser entregado al gusano, se levantará en incomparable belleza a semejanza de su Señor. ¿No te secarás los ojos ahora y te someterás a la voluntad divina, porque ciertamente la esperanza de la bendita resurrección compensa la pérdida por la muerte?

El cristiano aprende a mirar estas cosas que no se ven con la vista, pero que sí se pueden ver con los ojos de la fe. ¿No es para ti, mi querido hermano en Cristo, un deleite ver a Dios? No me gustaría ir a ningún lugar donde no pudiera ver a mi Dios. Sin embargo, no se le ve. ¿No es una cosa deliciosa mirar hacia el cielo que está arriba, hacia la ciudad de los Bienaventurados? Cuando el Señor satisface nuestra fe con la visión de ese gozo eterno, y algunos de nosotros hemos sabido lo que es, ha sido demasiado para nuestra débil capacidad. Podemos reír en sueños cuando soñamos con el cielo, y podemos sentarnos en medio del dolor y la tristeza y sentir, como si no pudiéramos sentir más alegría de la que poseemos, porque nuestras almas han mirado los pináculos del palacio de nuestro Padre, y han visto el resplandor brillante de los doce cimientos enjoyados de la ciudad eterna donde hay una casa, una corona y un arpa para cada uno. La pobre muchacha que regresa a casa de su iglesia, a su pequeña y triste habitación, se sentiría verdaderamente miserable si mirara el lado sombrío de su condición; pero ella dice: «Mi Señor está en esta habitación», y el lugar resplandece como si estuviera hecho de losas de oro. Se acomoda y comienza a pensar en el cielo que es suyo, y se ve a sí misma como la hija de un rey, una verdadera princesa, porque posee en el mundo de la gloria, una corona que ninguna cabeza puede llevar sino la suya, y hay una mansión provista para ella que nadie puede alquilar sino ella misma; Feliz, por lo tanto, bien puede ser. ¡Oh, amados amigos!, aprended a mirar estas cosas con intenso deleite, porque ahora son nuestras en arrendamiento, y pronto serán nuestras en posesión.

Mira las cosas que no se ven, porque son eternas. El otro día me encontré con una situación que me impresionó poderosamente: Si un hombre no tuviera peor dolor que el dolor de muelas, si supiera que duraría para siempre, desearía morir para poder escapar de él. Cuando tenemos que soportar un dolor agudo por un momento, comenzamos a clamar por alivio, y nos resulta difícil estar tranquilos, pero si cualquier dolor durara eternamente, ¡el horror de tal expectativa sería incluso ahora abrumador! Con el terrible pensamiento de la eternidad te imploro que te asegures de que tu salvación esté asegurada de inmediato. Escapa por tu vida, amigo mío, y no mires detrás de ti, porque a menos que escapes a tiempo, tu destino estará sellado por los siglos de los siglos. Aquellas cosas que no se ven son eternas, y el infierno es una de ellas. A menos que escapes ahora por la fe en Jesucristo, nunca escaparás. Por lo tanto, el perdón debe solicitarse de inmediato.

Al mirar las cosas que no se ven, Pablo sin duda quiso decir que las miraba con esperanza. A su modo de ver, la cosecha estaba madura y estaba ansioso por recogerla. Invito a todos los creyentes a buscar con ardiente esperanza las cosas que son eternas. Anhela la brillante aparición del Señor. Anhela tu traslado a la ciudad de gloria. Espéralo, está en camino. Puede que estés mucho más cerca de lo que crees. Es posible que estés en el cielo antes del próximo año; De hecho, es posible que estés allí antes de mañana por la mañana. La luz de la tierra se está desvaneciendo. Querido amigo, mira hacia el cielo. Mira hacia las cosas eternas. Procura mirar hacia tu futuro hogar. Si hay algún joven aquí que no tenga veintiún años, y sepa que cuando llegue a la mayoría de edad va a ser caballero de un monarca, dueño de un parque y gozar de una rica herencia, me veré obligado a decir que a menudo se ha adelantado al tiempo porque está seguro de su título. Si alguno de ustedes tuviera una herencia de una gran propiedad, se iría esta misma semana a echarle un vistazo. A uno le gusta echarle un vistazo a lo suyo propio: Cristiano, asegúrate de inspeccionar tu propia posesión en los cielos. Lee mucho la Palabra de Dios, que te habla de tu herencia futura. Dite a tí mismo: «Todo esto es mío, ¿por qué no he de empezar a disfrutarlo?

La majestuosidad del firmamento y sus estrellas confirman la Gloria de Dios

Así se expresa Yavé: ¡El cielo es mi trono y la tierra la tarima para mis pies! ¿Qué casa podrían ustedes edificarme, o en qué parte fijarían mi lugar de reposo? Isaías 66,1

¡Qué pocas veces dirigimos hoy en día nuestra mirada hacia el cielo!, o como le llamaban en el pasado los antiguos poetas la bóveda celeste, para contemplar su belleza, su majestuosidad y sobre todo su firmeza. La palabra firmamento que se utiliza como equivalente del cielo, se derivó de la expresión “ser algo firme” en la lengua bíblica hace miles de años, el cual fue representado por un inmenso toldo inmóvil, donde fueron fijadas las estrellas por Dios, el gran creador del universo.

Por ser el firmamento inalcanzable para el ser humano y por la contraposición evidente que existe entre el cielo y la tierra,  los pueblos antiguos supieron interpretar bastante bien, las diferentes impresiones que percibieron de forma intuitiva del cielo como son: la divinidad, la trascendencia, la firmeza, la magnificiencia y la perennidad.

Por ejemplo, los sumerios en mesopotamia hace más de 5000 años creían que las estrellas estaban fijas a la esfera situada más allá de Saturno, de ahí que las llamasen “estrellas fijas” a las estrellas y “estrellas errantes” a los planetas. Fueron los primeros en definir las 12 constelaciones del zodíaco, que transitaban en 12 períodos que sumados conformaban un año solar. De ahí que el año fuera dividido en 12 meses y en cuatro estaciones de tres meses cada una. Y también dedujeron, que en las estrellas residían los dioses del Sol y la Luna.

Las civilizaciones prehispánicas del Nuevo Mundo también fueron atraídas por la majestuosidad del cielo. Los mayas basaron su cosmología en la repetición de configuraciones entre las estrellas y los planetas. Para ellos, Venus representaba al dios de la lluvia. Para los aztecas, Venus representaba al dios Quetzalcóatl, una serpiente alada. 
Al igual que otros pueblos, los mayas creían en la existencia de siete cielos, planos y superpuestos, y de otros tantos niveles subterráneos, donde residían dioses y demonios, respectivamente.

La simple contemplación del firmamento rebosante de estrellas durante las noches claras, hizo surgir seguramente en aquellos individuos de las sociedades primitivas, el pensamiento de su insignificancia como frágiles criaturas que eran y de su limitada vida terrenal, así como también, el anhelo natural por una vida eterna. Es por esa razón, que es difícil encontrar una cultura originaria en el mundo, donde no haya existido alguna forma de divinización del cielo y de los astros.

De todo lo que hemos mencionado hasta aquí, destaca y brilla como el sol claro del mediodía, la conclusión de que los millones de seres humanos que existieron en la antigüedad, pudiéndose guiar sólo por su sentido común y su intuición natural, lograron vislumbrar con mucho acierto que Dios está en el cielo. Conocimiento trascendental ese, que la humanidad siglos después, lo recibió por medio de la revelación divina en las Sagradas Escrituras.

Los antiguos pobladores de nuestro planeta adoraban en su corazón y con su espíritu al único Dios sin conocerlo. Los planetas representaban dioses, pero sin duda alguna, éllos intuyeron la existencia real de Dios y eso fue lo trascendental durante su vida terrenal, por la sencilla razón de que creyeron con un alma humilde e ingenua en la existencia de un ser divino superior y todopoderoso, que regía soberanamente sobre los acontecimientos naturales y sobrenaturales que afectaban su vida cotidiana. Supieron igualmente reconocer sus debilidades, limitaciones y su breve vida ante un Dios grande y poderoso, y además, aceptaron la dependencia y la necesidad que tenían de dejarse guiar en sus vidas por un ser sobrenatural. Así paulatinamente se fue desarrollando la fe religiosa en aquellos individuos de una forma natural, para pasar después al establecimiento de los diversos rituales y formas de veneración primitivas.

Hoy en día, cuando disponemos tantos conocimientos sobre Dios y sobre las sagradas escrituras, que se nos enseña en las clases de religión la existencia de Dios y que está en los cielos,  y cuando hemos aprendido infinidad de conocimientos sobre ciencias naturales y humanidades, se le hace cada vez mucho más difícil, al hombre moderno creer en Dios y en su Palabra con humildad y confianza, que al ser humano primitivo de la antigüedad.

En las sociedades de los países industrializados se adoran innumerables ídolos, entre los cuales están, en primer lugar, el hombre mismo quien por su inteligencia, orgullo, vanidad y vanagloria se cree un superhombre que puede vivir bien sin Dios y sin espiritualidad,  y en segundo lugar, todos los objetos y bienes creados por sus manos: el dinero, las máquinas, las edificaciones, la tecnología, los bienes de consumo, la medicina moderna, etc.
Al creer mucho más en nosotros mismos y en lo que somos capaces de hacer, que creer en Dios, estamos demostrando claramente que no nos conocemos suficientemente bien, ya que las cualidades más dominantes del ser humano son: la inconstancia, la vanidad y la necedad.

El filósofo francés Michel de Montaigne en su ensayo “De la inconstancia de nuestras acciones”, describe muy bien la variable naturaleza humana en los siguientes párrafos:

Nuestra ordinaria manera de vivir consiste en ir tras las inclinaciones de nuestros instintos; a derecha e izquierda, arriba y abajo, conforme las ocasiones que se nos presentan. No pensamos lo que queremos, sino en el instante en que lo queremos, y experimentamos los mismos cambios que el animal que toma el color del lugar en que se le coloca. Lo que en este momento nos proponemos, lo olvidamos en seguida; luego volvemos sobre nuestros pasos, y todo se reduce a movimiento e inconstancia.
Nosotros no vamos, somos llevados, como las cosas que flotan, ya dulcemente, ya con violencia, según que el agua se encuentre iracunda o en calma, cada día capricho nuevo; nuestras pasiones se mueven al compás de los cambios atmosféricos.

Por esa inconstancia innata, no nos debe sorprender el hecho de que estemos por lo general buscando algo, sin saber realmente lo que deseamos, y que también estemos cambiando con frecuencia lo que hacemos o el lugar donde estamos, como si así nos pudiéramos librar de algo que nos agobia.

Otro ejemplo de las incongruencias en nuestra manera de vivir y hacer las cosas, es esa actitud de entregarnos a los placeres de la vida, como si nos fuéramos a morir al día siguiente, y por el otro lado, acumular riquezas y comprar propiedades como si nuestra vida terrenal fuera durar para siempre.

En la primera entrevista que le hicieron al náufrago salvadoreño José Salvador Alvarenga, quien entre los años 2012 y 2013 estuvo a la deriva en el océano pacífico durante 14 meses, dijo que habia sido su fe en Dios lo que le salvó la vida y le dió la fuerza de voluntad para soportar solo y abandonado 10 meses en el mar, después que su compañero de pesca murió de hambre a los 4 meses de estar perdidos en la inmensidad del océano. También dijo que: « pasaba horas sentado, viendo el firmamento, viendo las nubes ».
Haz una pequeña pausa en la lectura y trata de imaginarte por unos instantes, la cruel experiencia que vivió el señor Alvarenga: 10 meses sólo y perdido en medio del océano pacifico, en un pequeño bote sin techo!

Si comparamos nuestro paso por la vida con un viaje, lo primero que tenemos que saber es adónde queremos llegar, y después, cómo nos vamos a orientar para alcanzar nuestro destino, cuando las adversidades, malos tiempos y dificultades se presenten en la travesía. Y para no desviarnos o no apartarnos de la ruta escogida, en esos momentos de tinieblas, tormentas, neblinas, sufrimiento, desesperación o tristeza por los que pasamos en la vida, necesitamos guiarnos por algo firme y constante que nos sostenga el ánimo y nos mantenga en el camino correcto.

Solamente en Dios podemos encontrar la luz y la orientación necesarias, cuando todo lo demás que tenemos a nuestro alcance falla o se tambalea.

Santa Teresa de Jesús escribió un bello poema para esas ocasiones, cuando duras pruebas y aflicciones estén agobiando nuestra existencia. Su texto comienza así: Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene, nada le falta: Sólo Dios basta. Eleva el pensamiento, al cielo sube, por nada te acongojes, nada te turbe.

Y cuando uno se entera por la prensa de una historia de naufragio como esa, se podría preguntar :¿Cuántas veces el señor Alvarenga habrá elevado su pensamiento y su mirada al cielo para fortalecer su fe durante su terrible odisea en el mar? 
¿Cuántas veces habrá rezado el Padre Nuestro y habrá clamado con vehemencia y con ardor en su corazón?, al susurrar las frases:

Padre nuestro, que estás en el cielo
Santificado sea tu nombre, venga tu Reino
Hágase tu voluntad en el cielo asi como en la tierra.
Danos hoy nuestro pan de cada día. Mateo 6, 9-11

Seguramente Alvarenga rezó el Padre Nuestro muchas veces y miró al cielo, y Dios lo salvó. De este señor se puede afirmar con propiedad, que durante su naufragio fue un verdadero héroe de la fe y de la perseverancia.

Sin embargo, en las horas de naufragio y de oscuridad que sobrevienen en nuestra vida, es bueno, que elevemos el pensamiento y la mirada al cielo, para recordar que el firmamento es el trono eterno de Dios Todopoderoso, y que de Él viene nuestra salvación.

La incredulidad y la idolatría en la sociedad moderna, no alteran la fidelidad eterna de Dios.

Si fuéremos infieles, el permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo.
2 Timoteo 2, 13

Las iglesias cristianas tradicionales como la católica y diferentes denominaciones protestantes del mundo occidental, se encuentran en una grave crisis de fe y de existencia desde hace ya mucho años. Han perdido millones de feligreses, lo cual ha causado en todos los países europeos, que muchos templos cristianos en desuso se estén utilizando como: museos, salones de conferencias, restaurantes, alojamientos para refugiados extranjeros, etc. Tambien el personal eclesiástico de sacerdotes y pastores se ha reducido en consecuencia, por falta de vocación y de interés de la juventud en esa profesión.   

LA SECULARIZACIÓN EN LAS IGLESIAS CRISTIANAS Y DE SUS SACERDOTES O PASTORES

Así como lo afirmó el filósofo griego Heráclito de Efesos en la antigüedad con la frase: “la única constante es el cambio”; sabemos que las épocas cambian, la gente cambia, las costumbres cambian y las instituciones humanas cambian con el tiempo. El término secularización proviene de la palabra en latín Saeculum o siglo, y consiste en la adaptación de la iglesia a la época moderna y profana en que estamos viviendo, caracterizada por una sociedad de personas autónomas y orgullosas, quienes han dejado atrás la tutela de la iglesia y de la religión, y que se imaginan que son dueñas de su propio destino y no les incomoda ser indiferentes hacia los asuntos sagrados y divinos.

Aunque la religión se refiere a la relación personal con Dios y a nuestras cualidades y necesidades espirituales, debído a ese proceso de adaptación que se ha dado dentro de las iglesias, sus representantes y teólogos desde hace ya 200 años, se han estado dedicando a predicar y hablar principalmente sobre temas sociales, económicos, políticos, culturales y de la salud en la sociedad actual, con mucho tacto y delicadeza, evitando mencionar palabras “desfavorables» como: pecado, moral cristiana, muerte, condenación, vida eterna, hombre espiritual, Hijo de Dios, Espíritu Santo, Reino de los Cielos, infierno, el maligno, etc; para no incomodar y ahuyentar a los pocos asistentes al servicio religioso.

Precísamente este proceso de secularización ha acentuado y acelerado la crisis y la decadencia que atraviezan las iglesias tradicionales, y todo eso, por no haber permanecido fiel a Dios y a su Palabra y por haberse apartado de sus enseñazas y consejos.

En la larga historia de las religiones tradicionales estos cambios siempre han sucedido y por lo tanto es algo normal, ahora bien lo más importante es saber y mantener siempre presente en nuestra conciencia, es que independientemente de que suceda lo que suceda entre los seres humanos, el Dios Eterno permanece fiel con su pueblo, así como lo confirma acertadamente el apóstol Pablo en su segunda carta a Timoteo: Si fuéremos infieles, el permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo.
¡Qué maravillosa verdad y poderoso consuelo nos da Pablo a los creyentes cristianos con esas palabras! Este versículo es un efectivo bálsamo para nuestra alma inquieta y asombrada, por ser nosotros testigos presenciales de estos negativos cambios y corrupciones que están sucediendo en las iglesias y en la sociedad moderna.

Si los sacerdotes, pastores y teólogos no creen en el Evangelio de Jesucristo, y si además la así llamada opinión pública lo rechaza, con todo, el Evangelio sigue siendo la misma verdad eterna. La opinión pública no es la comprobación ni la medición de la verdad, pues ha cambiado continuamente y seguirá cambiando. La suma total del pensamiento de hombres que fallan, es menos que nada cuando se contrasta con la mente de Dios, que es infalible, revelada a nosotros por medio del Espíritu Santo en las palabras verdaderas de las Escrituras. Pero algunos opinan que el “anticuado” Evangelio no puede estar en lo correcto, porque, vean, todos dicen que no está actualizado y que está equivocado. Esa es una razón para estar más seguros de que está en lo correcto, pues el mundo entero está bajo el maligno y su juicio está bajo su influencia. ¿Qué son las multitudes cuando todas ellas están bajo la influencia del padre de las mentiras? La mayoría más grande en el mundo es una minoría de un solo individuo, cuando el creyente está del lado de Dios.

Aunque el mundo entero no crea, el Evangelio de Dios no debe ser alterado para que se adapte a los caprichos y a las fantasías del hombre, sino que ha de ser proclamado aún en toda su verdad y singularidad, en toda su autoridad divina, sin eliminar nada, sin adaptaciones u omisiones.

Si los más selectos maestros, los predicadores, y los escritores no creen, Él permanece fiel. Una de las pruebas más duras para los jóvenes cristianos es la caída de un eminente maestro. He conocido a algunos que han estado casi a punto de renunciar a su fe, cuando alguien que parecía muy sincero y fiel ha renegado sorpresivamente de la religión. Recordamos que tales cosas han ocurrido, para nuestro intenso dolor; por tanto, quiero expresarlo muy, muy claramente. Si llegara a suceder que cualquiera a quien tú le rindes reverencia porque ha sido de bendición para tu alma—a quien amas porque has recibido de él la palabra de vida—si esa persona sobre quien, tal vez, te has apoyado demasiado, resultara en el futuro no ser veraz y fiel, y no creyera, no sigas su incredulidad.

A continuación voy incluir un extracto del texto de un magnífico sermón del predicador inglés Charles H. Spurgeon sobre este mismo tema:

Pedro niega a su Maestro: no sigas a Pedro cuando esté haciendo eso, pues tendrá que regresar llorando y le oirás predicando a su Maestro de nuevo. Peor aún, Judas vende a su Maestro: no sigas a Judas, pues Judas morirá de una muerte terrible, y su destrucción será una advertencia para otros para que se aferren más estrechamente a la fe. Pudieran ver que el hombre que estuvo como un cedro del Líbano cae por un golpe del hacha del diablo, pero no por eso piensen que los árboles del Señor, que están llenos de savia, caerán también. Él guardará a los Suyos, pues conoce a los que son Suyos.

No prendan su fe con agujas a la manga de ningún hombre. Su confianza no ha de apoyarse en ningún brazo de carne, ni deben decir: “Yo creo gracias al testimonio de tal y tal, y retengo la forma de las sanas palabras porque mi ministro la ha retenido,” pues todas esos apoyos pueden desaparecer y pueden fallarte de pronto. Permítanme expresar esto muy, muy claramente: si nosotros no creemos o si quienes parecieran ser los más distinguidos maestros de la época, si quienes han sido los más exitosos evangelistas del período, si quienes ocupan un alto lugar en la estima del pueblo de Dios, en una mala hora, abandonaran las verdades eternas y comenzaran a predicarles algún otro evangelio que no sea el Evangelio de Jesucristo, yo les suplico que no nos sigan sin importar quiénes pudiéramos ser, o qué pudiéramos ser. No permitan que ningún maestro, por grande que pudiera ser, los conduzca a la duda, pues Dios permanece fiel. Apéguense a la voluntad y a la mente reveladas por Dios, pues “Él no puede negarse a sí mismo.

El olvido de nuestra propia espiritualidad y la actual crisis de fe en las iglesias cristianas

El conocido psiquiatra austríaco Viktor Frankl en su libro “el vacío existencial” escribe:  “Cada época tiene su neurosis y cada tiempo necesita su psicoterapia. Hoy en día no nos enfrentamos con una frustación sexual como en los tiempos de Freud, sino con una frustración existencial. El paciente típico de nuestros dias no sufre tanto bajo un complejo de inferioridad, sino bajo un abismal complejo de falta de sentido, acompañado de un sentimiento de vació, razón por la que me inclino a hablar de un vacío existencial.”

Para Frankl el sentido de la vida, es aquello que le confiere propósito a la vida, un significado,  una misión a realizar, que a su vez le proporciona tambien un soporte interno a la existencia. Por lo tanto, la búsqueda de sentido en la vida sería una necesidad específica del ser humano, la cual está presente en mayor o menor grado en todas las personas.

Según Frankl y otros psicoterapeutas está demostrado que esa frustración de no encontrar el sentido a la propia vida y la carencia de propósito,  es una fuente de desajuste emocional que conduce con el tiempo a un vacío existencial. Es éste sentimiento de vacío lo que impulsa a las personas afectadas, a tratar de compensarlo de alguna forma, surgiendo de allí las más diversas alteraciones emocionales que causan las adicciones a drogas, las depresiones, las neurosis y el consumo excesivo (obesidad), que atormentan hoy en dia a las sociedades de consumo.

Basándome en la comprobación científica por parte de la medicina psiquiátrica, acerca de la magnitud la crisis existencial por la que está atravezando una buena parte de la sociedad moderna, se me ha ocurrido relacionar ese sentimiento de vacío que asedia a tanta gente, con la crisis espiritual y la carencia de fe en Dios que se percibe en los países más industrializados, donde debido entre otros factores a la abundancia de bienestar material,  de tecnología, de entretenimiento y de consumismo, se han estado olvidando de si mismos, de su propia dimensión espiritual y de Dios, su Creador.

Para ilustrar en forma figurada y de manera sencilla la relación causa-efecto que existe entre la crisis existencial y la crisis espiritual, he seleccionado un objeto muy común y de uso cotidiano como son los recipientes. Si bien los recipientes son algo ordinario, como símbolo para explicar mi argumentación que viene a continuación, tiene una enorme fuerza de evidencia.

Empecemos entonces por refrescar la definición y la función del recipiente:
El recipiente es un objeto para conservar o contener algo. Cómo su propósito y finalidad son la de conservar un contenido, es el contenido en consecuencia lo de mayor valor y es además, mucho más necesario que el recipiente.
Un recipiente sirve para lo que fue fabricado y cumple su propósito, única y exclusivamente cuando contiene algo. Esa es la razón de su existencia. Si éstá vacío, no sirve de nada  y se desecha. El contenido es lo valioso, lo útil y lo importante.

Antes indagar sobre el sentido de nuestra propia vida y de nuestro destino último, tenemos primero que remontarnos al tema de nuestro origen como seres humanos, y preguntarnos quiénes somos, porqué existimos y qué nos sucede después de la muerte?; lo cual es como un deseo primario del hombre o una curiosidad existencial, que aflora en el transcurso de nuestra vida de vez en cuando, sobre todo en las ocasiones que estamos muy afligidos o sufriendo.

En vista de que el hombre no está en capacidad de responder de manera absoluta y convincente esa incógnita vital, la explicación de nuestro origen la ha recibido por medio de una revelación de Dios, que en el caso de la civilización occidental, la encontramos en el Libro del Génesis en la Biblia.

Entonces Yavé Dios formó al hombre con polvo de la tierra; luego sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre tuvo aliento y vida. Génesis. 2,7

La Sagrada Escritura nos relata que en el momento de la creación del mundo y todas las criaturas que conocemos, los seres humanos recibimos de Dios el espíritu inmortal como constituyente de nuestra existencia, el cual se manifiesta en esa fuerza substancial y el propósito natural de vivir que todos poseemos, a la que los antiguos sabios llamaron en latín animus o alma.

Una de las verdades divinas más trascendentales relevada por Dios, es la existencia del espíritu en el ser humano. La realidad indiscutible de que el hombre es una dualidad de cuerpo y alma, que es nuestra dualidad original, que somos un cuerpo con un espíritu, que somos la unión perfecta de una naturaleza material visible y una naturaleza espiritual invisible en el mismo ser. El término dualidad quiere decir:  la reunión dos fenómenos opuestos en una misma persona o cosa.

Es oportuno mencionar aquí un aspecto importante relacionado con mi interpretación del mensaje contenido en el Evangelio, la cual está basada en la creencia de que el cuerpo y el alma son dos substancias esencialmente distintas e independientes. Nuestro ser está formado entonces de dos dimensiones: el cuerpo y la mente (dimensión física) y el alma (dimensión espiritual).
Ésta realidad concreta que somos, se deja representar maravillosamente con el símbolo del recipiente: el ser humano es un recipiente porque contiene el espíritu de Dios.

Es el apostol San Pablo el que hace la magistral alegoría del creyente con un recipiente en la  Sagrada Escritura: Pero nosotros llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios. 2. Cor 4, 7

En su primera carta a los Corintios Pablo afirma una vez más que somos recipientes (templo) del Espíritu de Dios y que habita en nosotros, cuando encara a sus oyentes diciendo:
¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?
1 Corintios 3, 16

Hablando en forma figurada, el ser humano es más bien un espíritu que vive encerrado en un cuerpo físico, ya que todas las cualidades de la persona o ser inteligente que nos caracteriza como individuos, son facultades espirituales como por ejemplo: el entendimiento, la voluntad, la conciencia, los pensamientos, la memoria, la fe, el amor, la esperanza, las pasiones, la justicia, el perdón, el consuelo, la paz interior, la prudencia,  la fortaleza, la templanza, la bondad , la malicia, etc. De allí que hasta podríamos también afirmar con propiedad, que somos seres espirituales que existimos en un cuerpo.

Es muy conveniente que éste conocimiento de sí mismo y la conciencia de nuestra propia dimension espiritual los tengamos siempre presente, y que con la ayuda de la imaginación, tratemos de visualizar ese espíritu que llevamos dentro y que sentimos cuando se manifiesta por medio de nuestro estado emocional y el comportamiento a través de las expresiones visibles y audibles conocidas: las palabras, la risa, el llanto, las caricias, el buen ánimo, el enamoramiento, la tristeza, la alegría, el mal humor, los afectos, los deseos, etc.

¿Qué significa ésta verdad bíblica para nosotros, de que el espíritu habita en nuestro cuerpo, y cuáles son las implicaciones de ser amados por Dios y de ser los recipientes de tan divino tesoro?
El significado es realmente grandioso!

Si creen en la Palabra de Dios, traten ustedes por favor de imagínarse esa metáfora de que son unos recipientes o ámforas que contienen el espíritu de Dios, que son los tesoreros de un espíritu divino, que lo llevan dentro de su cuerpo, y que es precísamente por esa razón, que en la Biblia dice que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Eso es lo que tú y yo somos: recipientes y tesoreros del espíritu de Dios, y no descendientes de los monos, como lo enseñan con arrogante ligereza en la escuela.

La paz interior que tanto anhelamos, solo depende de nuestra confianza en Dios y no de las circunstancias que nos afectan.

Mantengo mi alma en paz y silencio como niño destetado en el regazo de su madre. Como niño destetado está mi alma en mi. Salmo 131, 2

Así como no podemos escoger a nuestros padres, ni cambiar las circunstancias y las condiciones familiares de nuestra crianza; tampoco es posible encargar según nuestro gusto las circunstancias y el entorno que se presentarán en nuestra vida de adultos.
Sabemos muy bien que las circunstancias y los acontecimientos que vivimos cada día, provienen de Dios y de su Providencia, por lo tanto no tiene sentido tratar de cambiarlas, así como lo pregonan en esta sociedad de consumo, las empresas de formación profesional con anuncios publicitarios, como por ejemplo: “Lograr el éxito solo depende de tí”, “La libertad consiste en ser dueño de tu propia vida”, “Tú eres el creador de tu propio destino” y bla, bla, bla. Estas frases publicitarias son mentiras muy fáciles de decir, pero en la realidad son imposibles de alcanzar, y sin embargo, mucha gente incauta las aceptan como si fueran ciertas.

Lo que hacemos cada día, las circunstancias y lo que sucede en nuestro entorno está influenciado y determinado por Dios, de modo imperceptible y sin darnos cuenta de ello, puesto que actúa directamente sobre nuestra alma.
El hombre moderno cree firmemente que tiene la libertad y la autonomía de actuar por voluntad propia, pero resulta que no es así, puesto que la propia voluntad humana es solo una ilusión que albergamos y que nos hace sentir la agradable sensación de ser totalmente independientes.

La voluntad y la conciencia como facultades del alma que son, están sujetas a la influencia de fuerzas espirituales.
El filósofo francés Felix Le Dantes (1869-1917), en su famosa cita lo dice de forma contundente: “El hombre es una marioneta consciente, que tiene la ilusión de la libertad”.

En la oración perfecta el Padre Nuestro que el Señor Jesucristo nos enseñó, le rogamos a Dios diciendo: hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  
De esa manera, al rezar los creyentes cristianos estamos reconociendo la soberanía y el poder que Dios tiene sobre nosotros y todas las creaturas en este mundo y en el más allá.

Si Jesús siendo el Hijo de Dios, antes de ser crucificado, se sometió a la soberana voluntad de Dios Padre, diciéndole: Padre, si es tu voluntad, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya; con más razõn y justificación debemos también confiar en Dios con toda el alma y someternos a su voluntad, aceptando las circunstancias y las situaciones por las que tenemos que pasar en nuestra vida.

Exactamente eso es lo que hacen los niños de forma natural durante la infancia.
Éllos aceptan todo lo que sucede en el ambiente familiar y en su entorno, porque piensan que esas circunstancias de la vida que los rodean, tienen que ser así como ellos las están presenciando, y además, porque siempre confían profundamente en sus padres o familiares, y están muy seguros de que sus padres los protegen y cuidan bien de ellos.

Después de viejo y de ser abuelo, es cuando yo en lo personal he logrado conocer la mejor cualidad espiritual y la mayor ventaja, que los niños poseen sobre nosotros los adultos: su paz interior y su santa calma en el alma.
Esa cualidad natural e inherente de los niños es precísamente el secreto, que explica la gran capacidad de amar y de sentirse felices que caracteriza a los niños.

Los niños al asumir sus circunstancias y sus condiciones de vida, como parte integral del orden establecido en este mundo por la voluntad de Dios, no pierden su tiempo en ponerse a juzgar si lo que sucede está bien o está mal, o si es justo o injusto, etc. Tampoco se ponen a analizar ni a criticar del por qué acontece esto y no lo otro, ni mucho menos tratan de cambiar sus circunstancias.

Por el contrario, los adultos nos olvidamos de que Dios existe y de que Él como creador del universo, gobierna todo lo que sucede y rige sobre todos los acontecimientos que están fuera de nuestro control.
En la actualidad, los medios nos han hecho creer que con el avance de la ciencia y la tecnología, somos capaces de lograr cualquier proyecto que nos propongamos hacer, y hasta nos sentimos dueños de este mundo, aunque en realidad somos simplemente unos huéspedes que estamos de paso, quienes a pesar de que vivimos una vida llena de comodidades y diversiones, padecemos interiormente y en secreto innumerables preocupaciones, angustias, enfados, rencores, amarguras, frustraciones, remordimientos y conflictos; los cuales en primer lugar, nos impiden disfrutar de paz interior, y en segundo lugar, no nos permiten ser dichosos plenamente.
Sin tener paz interior ni tranquilidad en el alma, no es posible ser feliz en esta vida.

Aprendamos a confiar en Dios Todopoderoso y a aceptar las circunstancias que nos afectan y que son resultado directo de la voluntad de Dios, quien en su eterno amor y su inconmensurable misericordia, desea lo mejor y lo más conveniente para cada uno de nosotros, aunque sean contratiempos.

La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. Juan 14:27

La salvación prometida por el Señor Jesucristo, la alcanzaremos solamente por nuestra fe y no por nuestras obras.

Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. Romanos 5, 1

Creer o no creer, esa es una gran decisión, que cada ser humano tiene el absoluto poder de tomar de acuerdo a su propia voluntad, y por eso precísamente, nadie en el mundo puede impedir que cada uno de nosotros pueda escoger libremente en qué creer y en que no. La fe es una facultad espiritual exclusiva del ser humano, así como son igualmente el amor y la esperanza. Esas son las facultades del alma humana, que el cristianismo considera como las tres virtudes cardinales, porque son indispensables para ser capaces de creer, amar y esperar en Dios y de relacionarnos directamente con Él.

Creer en cualquier persona o cualquier cosa material conocida es muy fácil, pero creer de verdad en Dios, en Jesucristo y en el mundo espiritual invisible e imperceptible, no lo es en estos tiempos en que predominan el materialismo, el culto a la tecnología y el consumismo en el mundo.
De esa situación, los creyentes cristianos debemos estar conscientes.
Por eso, también podemos sentirnos contentos y muy agradecidos con Dios por la Gracia y la Misericordia que ha tenido con nosotros.

En el transcurso de mi vida como creyente he logrado aprender, el significado de la frase bíblica que dice: adorar en espíritu y en verdad (Juan 4, 24). Para mí significa creer en Dios exactamente como creen los niños pequeños en sus padres. Ellos creen de verdad y con toda su alma en su mamá y su papá. De esa misma manera, podríamos los cristianos permitirnos creer en Dios y en Jesucristo, así como creímos a nuestros padres cuando fuímos niños. Esa manera de creer en Dios, la he llamado creer con alma de niño, de ese niño que una vez fuimos y que todavía todos llevamos dentro.

Por supuesto, esa manera de creer es un privilegio y una exepción que le otorgamos solamente a Dios Padre, a su Hijo Jesucristo y al Espíritu Santo.

Todavía me sigue sorprendiendo el hecho, de que hoy en día exista gente que no creen en espíritu y verdad en Dios Todopoderoso y Creador del universo,  pero creen ciegamente en otras personas comunes y pecadoras como: políticos, médicos, científicos, artistas, cantantes, gurus espirituales, chamanes, etc.

Así dice el SEÑOR: Maldito el hombre que en el hombre confía, y hace de la carne su fortaleza, y del SEÑOR se aparta su corazón.
Jeremías 17, 5

Aprendamos a confiar en Dios con toda nuestra alma y toda nuestra mente y no en nuestras obras o en las obras de otras personas.

Muchos de los que no creen en el Señor Jesucristo y en su promesa de vida eterna en el Reino de los Cielos, deciden no creer, porque su mente considera la vida eterna prometida algo imposible e irrealizable. Sin embargo, se olvidan de que para Dios no existe nada imposible y de que Dios fue el Creador del universo.

Si Dios creó ese insignificante y repugnante insecto que se arrastra por la tierra y por las plantas, como es el gusano, al cual lo hizo capaz de convertirse en una pupa o crisálida, para después por medio de una singular metamorfosis, se pueda transformar en otro ser vivo como es una bella mariposa, que vuela graciosamente por los cielos. ¿Cómo no va haber podido Dios crear al ser humano, su criatura favorita, con un alma espiritual inmortal, la cual al morir el cuerpo de carne y huesos, se separa de él y se dirige al Cielo para encontrarse con el Dios Padre y vivir allí una vida nueva y eterna?

En mi caso personal, he decidido creer en Dios con alma de niño, pero en los hombres y las mujeres creo con muchas reservas y restricciones, porque los seres humanos somos mentirosos por naturaleza, así fuimos creados y así somos. Además, en estos tiempos en que la ambición por el dinero y los medios de comunicación reinan en las sociedades de consumo, están la mentira y el engaño presentes por doquier. En este mundo moderno todo es mentira y nada es verdad, lamentablemente.

Dios es el creador y la fuente de la verdad.

Jesús lo dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.” Juan 14, 6

Regocíjense en el Señor siempre. Otra vez lo diré: ¡Regocíjense!

Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado: y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Mateo 28, 20

Esta súplica que el apóstol Pablo les hace a los cristianos de la ciudad de Filipo, es una de las peticiones más relevantes y conmovedoras de las que he leído en el Nuevo Testamento. Primero, porque es una invitación entrañable de Pablo para que nos alegremos y sintamos mucha complacencia, cada vez que pensemos y conversemos con el Señor Jesucristo nuestro Redentor y Salvador; segundo, porque al mismo tiempo nos invita a dirigir nuestra mirada y atención solamente a Él, con el propósito de que Jesús sea nuestro Maestro y Modelo para seguir sus pasos.

El llamamiento de Pablo es sumamente oportuno y necesario en estos tiempos modernos, en que las iglesias cristianas tradicionales están atravesando una profunda crisis de fe y de reputación, debido a la enorme disminución de congregantes en los cultos religiosos que han experimentado las iglesias en los últimos 40 años, así como también por diversos escándalos de abuso sexual de niños por algunos sacerdotes pervertidos y de enriquecimiento de pastores evangélicos corruptos.

Durante siglos la gran mayoría de los creyentes cristianos se han ido conformando con la idea de que los sacerdotes, son algo así como los intermediarios entre Dios y los fieles, quienes supuestamente tienen la autoridad y la facultad de interceder o de hablar con Dios en favor de alguien para conseguirle un favor, lo cual ha traído como consecuencia la errónea costumbre de considerar a los sacerdotes y pastores como “perfectos y libres de culpa”, y en consecuencia, a reconocerlos como ejemplos a seguir. Un factor de la naturaleza humana que ha influido mucho en la admiración a los sacerdotes y pastores, es la inclinación natural en los seres humanos al culto de las personas.

Ese halo de bondad y santidad que fue construido en el imaginario religioso del pueblo cristiano en torno a los sacerdotes y pastores de las iglesias, se ha estado desvaneciendo rápidamente, causando mucha decepción y frustración en muchos creyentes, los cuales no solo se han alejado de las iglesias, sino que también se les ha enfriado su fe en Dios, lo cual es aún más lamentable.

En la Europa occidental, el antiguo baluarte del cristianismo, las iglesias católicas y protestantes durante las misas están hoy en día practicamente vacías, apenas entre un 10% y 15% de los que afirman ser católicos o protestantes acuden a misa y los que asisten son personas ancianas en su mayoría. Las iglesias católica y evangélica de Alemania perdieron el año 2017 unos 660.000 feligreses.

Entre Dios y el creyente cristiano está solamente su Hijo único el Señor Jesucristo, quién se hizo hombre para traernos la Gracia y la verdad de Dios, para la salvación de todo el que cree en Él. Todo el Evangelio fue creado, fundamentado y consolidado por Jesús. Los discípulos se encargaron de escribirlo y de darlo a conocer entre los judíos, y el apóstol Pablo y sus ayudantes de propagarlo entre los gentiles.

El Señor Jesucristo envió al Espíritu Santo para inspirar, guiar y aconsejar a los creyentes cristianos en todo el mundo. En realidad, el Espíritu Santo está permanentemente obrando sobre nosotros los creyentes, aún cuando no lo podemos ver ni percibir con nuestros sentidos corporales, puesto que actúa directamente sobre nuestra alma y nuestra mente.

Deseo resaltar que todas las iglesias, su personal y sus instituciones cumplen infinidad de funciones que son indispensables para las congregaciones cristianas y para la sociedad en general. Los sacerdotes y los pastores tienen diversas tareas y actividades importantes, pero no dejan de ser hombres y mujeres como los demás, y por eso ellos no poseen ni el poder ni la facultad de salvar las almas. La redención y la salvación de las almas es obra de Dios Padre, del Señor Jesucristo y del Espíritu Santo.

Procuremos establecer una relación directa y personal con nuestro Dios Padre y con el Señor Jesucristo en espíritu y en verdad, por medio de nuestras oraciones y nuestros ruegos. Obedezcamos a Dios, leamos la Palabra de Dios plasmada en la Biblia, acudamos a misa o al culto los Domingos, escuchemos los sermones y la predicación, comulguemos y participemos en las actividades de la congregación, etc.

Pero lo más importante y trascendental es creer profundamente en el Señor Jesucristo, apoyarnos y aferranos a Él siempre bajo cualquier circunstancia de la vida, sean buenas o malas, porque Jesús está con nosotros TODOS los días y nos ama con amor eterno.

Pon tu alma, tu esperanza y tu mirada siempre en el Señor Jesucristo, y pase lo que pase en este mundo insatisfactorio y temporal, haz lo que nos recomienda el apóstol Pablo: Regocíjense en el Señor siempre!

No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación. Salmo 146, 3

La fe en Dios alumbra nuestro camino y la esperanza de vida eterna nos da fuerzas y nos sostiene cuando estamos fatigados.

De tus preceptos recibo entendimiento, por tanto aborrezco todo camino de mentira. Lámpara es a mis pies tu palabra, y luz para mi camino.
Salmo 119, 104-105

Si un hijo o nieto nos preguntara: ¿qué hacen de diferente la fe en Dios y la esperanza cristiana en la vida de un creyente y qué beneficios concretos le traen? Yo se lo explicaría de forma gráfica con estas frases que hacen de título, pues son muy ciertas y fáciles de comprender.

En los tiempos bíblicos del pueblo de Israel, la vida terrenal fue comparada con el andar o peregrinar por un camino.
En este mundo existen infinidad de rumbos, y cada quien en su vida toma su rumbo o camino, según sus decisiones personales y las situaciones que se le vayan presentando en el transcurso del tiempo.
Nadie conoce con anticipación su camino, ni mucho menos sabe lo que le va a suceder en el futuro. Como dijo el poeta español Antonio machado: «Se hace camino al andar».

Cuando uno está listo para andar y para «hacer» su propio camino, es indispensable en primer lugar, saber el destino final dónde deseamos llegar y en segundo, cómo lo vamos a lograr.

El camino de nuestra vida en este mundo terrenal es desconocido, y además el ámbito social donde nos desenvolvemos, es de muy dificil orientación porque todo se ve semejante. En esas condiciones de inexperiencia e incertidumbre con las que iniciamos nuestro camino al llegar a la edad adulta, lo más sensato e inteligente es buscarse la máxima ayuda y orientación posible, que podemos obtener.

Los creyentes cristianos en el camino de la vida, tenemos en Dios el supremo Guía, y en el Espíritu Santo el supremo acompañante, quienes saben mejor que nosotros, lo que más nos conviene, y además, conocen todo sobre nuestra vida incluyendo el futuro.

El Señor Jesucristo ha revelado y ha prometido a todos los que creen en Él, un destino supremo espiritual y una vida espiritual abundante para nuestra alma inmortal, que consiste en la vida eterna en el Reino de los Cielos, sobre la cual él predicó en sus enseñanzas y parábolas.
En sus predicaciones y enseñanzas, Jesús siempre tuvo presente su visión de la eternidad e hizo referencia a las metas eternas en el futuro, que deberíamos tener para nuestra alma inmortal despúes de morir, tal como están descritas en sus promesas a sus seguidores y discípulos.

Desde que Jesucristo vino a este mundo hace 2 mil años, los creyentes cristianos sabemos que los seres humanos tenemos dos vidas: la vida terrenal y la vida eterna.
– Una vida terrenal dura, corta y llena de luchas, problemas, fatigas, sufrimientos, angustias, enfermedades, vejez y muerte.
– Una vida eterna y abundante posterior a nuestra muerte, en el Reino de los Cielos junto al Señor Jesucristo.

El gran escritor italiano Dante Alighieri (1265 – 1321) en su famosa obra « la divina comedia » refiriéndose a esas dos vidas de los humanos, escribió el siguiente verso en forma de metáfora : « ¿No veis que somos gusanos de la especie humana, que han nacido para formar la mariposa angélica, que subirá hacia la justicia divina? »

El Señor Jesucristo siendo Hijo de Dios, con su divina sabiduría ya conocía muy bien la naturaleza humana con sus dos vidas, sin embargo, para cumplir con el Plan divino que Dios Padre había concebido para la humanidad, Jesús descendió al mundo y se hizo hombre, para perdonar nuestros pecados y revelar la Buena Nueva de la vida eterna y de la existencia del Reino de Dios.
Cristo Jesús, durante su vida terrenal nos dejó sus enseñazas escritas en el Evangelio:

Tomás le dijo: Señor, si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. Juan 14, 5-6

Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida; y pocos son los que lo hallan. Mateo 7, 14

Acudamos a nuestro Señor Jesucristo con plena confianza y seguridad, al emprender el camino en nuestra vida terrenal, para que al final de la primera seamos capacez de pasar a nuestra segunda vida, la cual será mejor, abundante y eterna.

« Me siento urgido por los dos lados: por una parte siento gran deseo de romper las amarras y estar con Cristo, lo que sería sin duda mucho mejor ». Carta de Pablo a los Filipenses 1, 23 

Confía en el SEÑOR con todo tu corazón y no te apoyes en tu propio entendimiento. Proverbios 3, 5

Con este excelente e instructivo proverbio de Salomón, deseo en esta reflexión tratar de definir lo que para mí es la verdadera fe en Dios, lo cual debería ser la suprema meta del proceso de crecimiento espiritual de cada creyente cristiano.
Por su parte, el rey David en su Salmo 118 añade el siguiente aspecto referente también a nuestra fe: que en primer lugar debemos poner toda nuestra confianza en el SEÑOR, y en segundo lugar, en las personas y con ellas nosotros incluidos.
Yahveh está por mí, entre los que me ayudan, y yo desafío a los que me odian. Es mejor refugiarse en el SEÑOR que confiar en hombre.

¿Porqué afirman Salomón y David que es mejor refugiarse y confiar en Dios?
Si partimos, de que Dios en su poder y soberanía como Creador, gobierna y permite todo lo que sucede en este mundo, sea bueno o malo según nuestro criterio; y si recordamos que Dios todo lo sabe y todo lo conoce sobre nuestras vidas tanto en el tiempo presente como en el futuro, es lógico y evidente que ellos, como héroes de la fe que fueron, tienen toda la razón.
Al inicio de nuestra vida religiosa, es muy normal que tengamos más fe en nosotros mismos y en las personas, que en Dios. En la medida que vamos leyendo las divinas enseñazas de la Biblia y viviendo nuestra fe en la vida diaria, la confianza en Dios irá creciendo.

Hay un ejemplo interesante en el desarrollo de la navegación por los mares y océanos, basado en la confianza de los capitanes de las embarcaciones para decidir y tomar una ruta segura al puerto de destino, que nos puede servir de comparación.
Las primeras navegaciones por los mares en la antigüedad se hicieron de día siguiendo o bordeando las costas y se guiaban por puntos visibles en tierrra firme. En esa época ningún marinero se atrevía a navegar a mar abierto, por el riesgo de extraviarse.
Hasta que los navegantes Fenicios al observar con atención el firmamento, notaron que entre las estrellas de la Osa menor, había una (la estrella Polar) que se mantenía en la misma posición. De allí en adelante, los capitanes fenicios empezaron a guiarse por las estrellas de noche y por el sol de día, y así pudieron alejarse de las costas y navegar por todo el mar Mediterráneo y por los grandes océanos.

En el Dios Eterno y Todopoderoso podemos confiar con toda nuestra mente y con todo nuestro corazón, para que guíe nuestra alma a través de todas las tempestades, mareas y escollos en el imprevisible y cambiante mar de nuestra existencia, hacia la anhelada vida eterna en el Reino de los Cielos.
Nuestro Dios Padre nos ama como hijos, nos conoce muy bien y sabe lo que más nos conviene para nuestra vida y para nuestra alma inmortal, porque es nuestro dador de vida y creador de las estrellas.

Si fuimos hecho dignos y estamos llamados por la Obra Redentora y de Salvación eterna del Señor Jesucristo, para poner toda nuestra fe y confianza en Dios, ¿por qué seguirse conformando con poner una poquita fe en nosotros mismos, en las personas y en las estrellas?

Conoce lo que la prodigiosa esperanza cristiana logra hacer en la vida del creyente

Y el Dios de la esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo. Romanos 15, 13

Deseo comenzar con la descripción de dos términos fundamentales para comprender bien esta reflexión, que son: la fe y la esperanza.
San Pablo hace la siguiente descripción de la fe: Ahora bien, la fe es la certeza de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve. Hebreos 11, 1.
La esperanza se puede describir como el estado en que el alma por medio de la fe, espera confiadamente en que alguien cumpla un compromiso o que algo se haga realidad en el futuro.
Tener esperanza es creer hoy, que lo deseado se va a cumplir efectívamente en el futuro, tal y como uno lo anhela.

San Pablo aclara en su carta a los Romanos, que en vista de que la promesa de vida eterna hecha por Jesucristo se cumplirá en un tiempo futuro que no podemos ver ahora, al creer firmemente hoy en esa promesa, surge de ella la maravillosa esperanza que nos mantendrá esperando pacientemente  hasta que la promesa se cumpla: Porque en esperanza hemos sido salvos, pero la esperanza que se ve no es esperanza, pues, ¿por qué esperar lo que uno ve? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos. Romanos 8, 24-25

Después de creer con toda el alma y con toda la mente en Jesucristo y en su promesa de vida eterna, se dan diversos cambios imperceptibles en la vida interior espiritual del creyente:
1.- Reconocimiento de la existencia de nuestra propia alma
Cuando pensamos en nuestro ser, consideramos sólo el cuerpo, nos identificamos con él y todo lo que hacemos (salud, cuidados, belleza) gira a su alrrededor. Eso es lo natural, y es así en cualquier persona adulta que no cree en una vida espiritual después de la muerte.
Tan pronto como uno cree con profunda fe en la promesa de vida eterna, tomamos conciencia de nuestra propia alma inmortal. A partir de ese momento, el interés y el cariño hacia nuestra alma se van haciendo cada vez más intensos, hasta el punto en que nos identificamos más con el alma que con el cuerpo. Este sorprendente cambio se va dando por la lógica razón, de que el cuerpo algún día muere y el alma inmortal seguirá viviendo eternamente. El futuro del alma es ahora lo que más cuenta para nosotros, porque el futuro del cuerpo ya lo conocemos: al pasar los años envejece, se deteriora y muere.

2.- Una inmensa paz interior y un gran gozo llena nuestra alma
Al identificar nuestra propia existencia con el alma que no muere, el temor a la muerte corporal deja de causarnos esa desagradable angustia existencial, que nos causa la inevitable realidad de tener que morir. Al desaparecer la angustia y al recordar siempre que nuestra vida está en las manos de Dios Padre, una gran paz interior y un gozo indescriptible van creciendo en nuestra vida como creyentes. La esperanza de una vida nueva y eterna transforma completamente la vida del creyente llenándola de sentido, paz, amor y alegría en el Señor Jesucristo.

3.- La angustia por la certeza de la muerte desaparece de nuestra vida
Cualquier persona que crea en Jesucristo y en su promesa de vida eterna, con la enorme fe con que un niño pequeño confía en su madre, deja necesariamente de temer su muerte, porque sabe muy bien que es imposible que Dios Padre y Jesucristo le mientan, y en consecuencia, espera con paciencia el cumplimiento de la promesa cuando le llegue su momento de morir.
El ser humano no puede vivir sin albergar esperanzas en su corazón, tanto es así que alguien escribió: «el hombre es un animal que espera algo siempre», es decir, que es un ser esperanzado.
No existe una esperanza más grandiosa y más importante para un ser humano, que la esperanza de vida eterna después de la muerte.
El único remedio contra la angustia que nos genera el miedo a la muerte, es confiar en Dios y en su promesa de vida eterna con todo tu corazón y con toda tu mente.