La fe en Dios alumbra nuestro camino y la esperanza de vida eterna nos da fuerzas y nos sostiene cuando estamos fatigados.

De tus preceptos recibo entendimiento, por tanto aborrezco todo camino de mentira. Lámpara es a mis pies tu palabra, y luz para mi camino.
Salmo 119, 104-105

Si un hijo o nieto nos preguntara: ¿qué hacen de diferente la fe en Dios y la esperanza cristiana en la vida de un creyente y qué beneficios concretos le traen? Yo se lo explicaría de forma gráfica con estas frases que hacen de título, pues son muy ciertas y fáciles de comprender.

En los tiempos bíblicos del pueblo de Israel, la vida terrenal fue comparada con el andar o peregrinar por un camino.
En este mundo existen infinidad de rumbos, y cada quien en su vida toma su rumbo o camino, según sus decisiones personales y las situaciones que se le vayan presentando en el transcurso del tiempo.
Nadie conoce con anticipación su camino, ni mucho menos sabe lo que le va a suceder en el futuro. Como dijo el poeta español Antonio machado: «Se hace camino al andar».

Cuando uno está listo para andar y para «hacer» su propio camino, es indispensable en primer lugar, saber el destino final dónde deseamos llegar y en segundo, cómo lo vamos a lograr.

El camino de nuestra vida en este mundo terrenal es desconocido, y además el ámbito social donde nos desenvolvemos, es de muy dificil orientación porque todo se ve semejante. En esas condiciones de inexperiencia e incertidumbre con las que iniciamos nuestro camino al llegar a la edad adulta, lo más sensato e inteligente es buscarse la máxima ayuda y orientación posible, que podemos obtener.

Los creyentes cristianos en el camino de la vida, tenemos en Dios el supremo Guía, y en el Espíritu Santo el supremo acompañante, quienes saben mejor que nosotros, lo que más nos conviene, y además, conocen todo sobre nuestra vida incluyendo el futuro.

El Señor Jesucristo ha revelado y ha prometido a todos los que creen en Él, un destino supremo espiritual y una vida espiritual abundante para nuestra alma inmortal, que consiste en la vida eterna en el Reino de los Cielos, sobre la cual él predicó en sus enseñanzas y parábolas.
En sus predicaciones y enseñanzas, Jesús siempre tuvo presente su visión de la eternidad e hizo referencia a las metas eternas en el futuro, que deberíamos tener para nuestra alma inmortal despúes de morir, tal como están descritas en sus promesas a sus seguidores y discípulos.

Desde que Jesucristo vino a este mundo hace 2 mil años, los creyentes cristianos sabemos que los seres humanos tenemos dos vidas: la vida terrenal y la vida eterna.
– Una vida terrenal dura, corta y llena de luchas, problemas, fatigas, sufrimientos, angustias, enfermedades, vejez y muerte.
– Una vida eterna y abundante posterior a nuestra muerte, en el Reino de los Cielos junto al Señor Jesucristo.

El gran escritor italiano Dante Alighieri (1265 – 1321) en su famosa obra « la divina comedia » refiriéndose a esas dos vidas de los humanos, escribió el siguiente verso en forma de metáfora : « ¿No veis que somos gusanos de la especie humana, que han nacido para formar la mariposa angélica, que subirá hacia la justicia divina? »

El Señor Jesucristo siendo Hijo de Dios, con su divina sabiduría ya conocía muy bien la naturaleza humana con sus dos vidas, sin embargo, para cumplir con el Plan divino que Dios Padre había concebido para la humanidad, Jesús descendió al mundo y se hizo hombre, para perdonar nuestros pecados y revelar la Buena Nueva de la vida eterna y de la existencia del Reino de Dios.
Cristo Jesús, durante su vida terrenal nos dejó sus enseñazas escritas en el Evangelio:

Tomás le dijo: Señor, si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. Juan 14, 5-6

Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida; y pocos son los que lo hallan. Mateo 7, 14

Acudamos a nuestro Señor Jesucristo con plena confianza y seguridad, al emprender el camino en nuestra vida terrenal, para que al final de la primera seamos capacez de pasar a nuestra segunda vida, la cual será mejor, abundante y eterna.

« Me siento urgido por los dos lados: por una parte siento gran deseo de romper las amarras y estar con Cristo, lo que sería sin duda mucho mejor ». Carta de Pablo a los Filipenses 1, 23 

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