Según la Palabra de Dios, la vida humana se hace realidad en dos dimensiones: una visible o corporal y otra invisible o espiritual.

No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven: porque las cosas que se ven son temporales, mas las que no se ven son eternas.
2 Corintios 4, 18

Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito Dios, que está en el seno del Padre, El le ha dado a conocer. Juan 1, 18

La vida humana fue un misterio en el pasado, lo es hoy en día y lo seguirá siendo en el futuro. Y la razón principal es el hecho verdadero, de que poseemos una dimensión que no se ve, es decir, invisible. Sin embargo, hoy cualquier persona respondería de inmediato, que eso para nuestra época no es cierto, porque con los grandes adelantos de las ciencias que ha alcanzado la humanidad, lo conocemos y sabemos TODO sobre la vida humana, y que en consecuencia, no existe ningún misterio ni algo que no sea conocido por los expertos.
¡NO lo sabemos todo! Apenas conocemos lo de nuestra dimensión visible, el cuerpo de carne y huesos, es decir: la mitad.
La otra mitad no la conocemos porque no la vemos, y si no la vemos no creemos que exista, y por lo tanto, la ignoramos.
 
“Ver para creer” este es lema o el pensamiento fundamental, que sirve de guía para la conducta de incredulidad y escepticismo de la gran mayoría de gente ante el tema espiritual.
Debido a ese error y equivocada actitud, es precísamente que en nuestra sociedad occidental tan desarrollada, tan bien educada con los más altos estudios en ciencias y tecnologías como nunca antes en la historia de la humanidad, se están manifestando una cantidad de misteriosos fenómenos sociales, los cuales todos conocemos y que incluso nos parecen “normales”, pero que en el fondo NO son congruentes con el alto grado de bienestar económico y social de nuestra sociedad.

Entre esos extendidos fenómenos sociales, me limito a mencionar los siguientes:
El vacío existencial o la sensación de que la vida no tiene sentido, individuos hartos de la vida, el extendido consumo de drogas ilícitas, la violencia en la pareja y en la familia, la obesidad, el suicidio de jóvenes, la alta tasa de divorcios entre parejas, el pánico a la muerte, el descontento a pesar de poseer todos los bienes y comodidades imaginables, la falta de paz interior, el alcoholismo, etc.

A estos fenómenos se les podrían dar el calificativo de contradictorios o incoherentes.
Estoy convencido de que dichos fenómenos son consecuencias imprevistas del alto bienestar económico y social en los países industrializados, con los cuales no contaban en absoluto, los dirigentes políticos, los académicos, sociólogos, urbanistas, psiquiatras, médicos, etc.

Todo el mundo habla del amor, que es invisible por cierto, pero la gran mayoría de la gente se casan por interés o conveniencia y se dejan engañar por las apariencias visibles. Todo el mundo habla de la felicidad que es invisible también, pero la buscan donde ella no se encuentra, es decir: en el dinero, en las comodidades, en el consumo de bienes, en la diversión, etc.  

En en los tiempos bíblicos cuando vino al mundo el Señor Jesucristo, reinaba en esos pueblos antíguos una situación social y económica diametralmente opuesta a la de nuestros tiempos, caracterizadas por extrema pobreza, falta total de: servicios públicos, escuelas, hospitales, carreteras e infraestructura, etc.
Bajo esas paupérrimas circunstancias en que vivia el pueblo común o plebe, el Señor Jesucristo dió a conocer su Evangelio, el cual está lleno de mensajes espirituales sobre la fe, el amor al prójimo, la esperanza, el consuelo, la paz interior, la fraternidad, la dicha interior, la pacienca y el júbilo, todas ellas virtudes humanas naturales, para ser ejercitadas en el presente, pero siempre con la mirada puesta en su promesa de vida eterna en el Reino de los Cielos, posterior a la muerte inevitable.

Cristo Jesús no vino a mejorar las condiciones materiales de la vida terrenal de esos pueblos antíguos, ni mucho menos vino a inmiscuirse en la política gubernamental de los ricos y poderosos con el fin de cambiar los sistemas de gobierno de la época y de eliminar la injusticia social imperante.

Jesús vino para enseñar y demostrar en primer lugar, que Él era el Hijo de Dios y el camino, la verdad y la vida, y que nadie viene al Dios Padre sino por Él; y en segundo lugar, que los seres humanos poseemos un alma inmortal y una vida interior espiritual, la cual gobierna y dirige los actos o acciones de nuestro cuerpo.

El avivamiento espiritual y el fortalecimiento de la vida espiritual humana, que trajo consigo la introducción de la fe cristiana en aquellos tiempos, fue indudablemente el motor que impulsó tanto el desarrollo de la evangelización cristiana en el mundo antíguo, como la extraordinaria expansión territorial, que el Cristianismo ha logrado en el mundo entero hoy en día.

Todos los hechos y explicaciones expuestos hasta aquí, me comprueban una vez más, que la dimensión espiritual o invisible es la esencia fundamental de nuestra existencia como seres humanos y que es ella la que sostiene como un sólido pilar invisible la naturaleza humana. 

Porque desde la creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que no tienen excusa. Romanos, 1, 20

Es indispensable, que el creyente cristiano crea en su origen bíblico y se conozca bien a sí mismo, para el ejercicio pleno de su fe en Dios.

Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho un poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Salmo 8, 1-2

El rey David de Judea fue uno de los grandes héroes de la fe en la Antigüedad, y como tal, fue un gran precursor junto a Abraham de la fe cristiana. David creyó plenamente en la descripción de la creación del hombre que está escrita en el libro de Génesis, según la cual el ser humano fue hecho por Dios a su imagen y semejanza, y que lo formó del polvo de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un alma viviente.
Es pues, el hombre un animal prodigioso, compuesto de dos componentes muy diferentes entre sí, del alma o espíritu humano, que es como algo divino, y del cuerpo, como el de un simple animal. En cuanto al alma, somos tan capaces de lo divino que podemos sobrepasar la misma naturaleza de los ángeles y hacernos una misma cosa con Dios. De manera que si no estuviéramos unidos al cuerpo, seríamos algo divino; y si no estuviéramos dotados de alma espiritual, seríamos unas bestias.

A estas dos naturalezas, tan diferentes entre sí, las unió Dios, el Creador Supremo en feliz armonía. Pero fue la serpiente, en el jardín de Eden, la que las dividió con tan lamentable discordia, que ya no pueden separarse una de otra sin gran tormento, ni vivir juntas sin contínuo conflicto. Tan encarnizada lucha entablan entre sí, las que siendo una misma cosa, se manifiestan como si fuesen contrarias.
El cuerpo, porque es visible se deleita en las cosas visibles; por ser mortal, va tras las cosas temporales, y tiende hacia la tierra por ser pesado. El alma, por el contrario, acordándose de su condición de origen divino, tiende a subir hacia Dios con todas sus fuerzas. Desprecia las cosas materiales, pues sabe que son apariencias pasajeras, y busca las que son verdaderas y eternas. Como inmortal que es el alma, su amor está entre las cosas inmortales; siendo del cielo, anhela las celestiales.

El apostol Pablo a estas dos naturalezas o componentes del ser humano, las describe en forma figurada como: el hombre exterior (cuerpo) y el hombre interior (alma). Y la lucha que mantienen entre sí, la describe de la siguiente manera: “Si vivís en el Espíritu , no dareis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no haceis lo que quisierais”. Gálatas 5, 16-17

San Pablo, al explicar ampliamente los frutos de la carne o cuerpo y del espíritu o alma, vuelve a decir: “El que siembre en su carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu cosechará vida eterna” Gálatas 6, 8

En estos dos grandes personajes de la Biblia: el rey David con sus 150 Salmos, y San Pablo, como el mejor intérprete tanto del viejo como del nuevo Testamento; disponemos de dos magníficos Héroes de la fe, de quienes mucho es lo que podemos conocer, sobre la verdadera naturaleza humana, sus virtudes y sus debilidades.