Es indispensable, que el creyente cristiano crea en su origen bíblico y se conozca bien a sí mismo, para el ejercicio pleno de su fe en Dios.

Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho un poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Salmo 8, 1-2

El rey David de Judea fue uno de los grandes héroes de la fe en la Antigüedad, y como tal, fue un gran precursor junto a Abraham de la fe cristiana. David creyó plenamente en la descripción de la creación del hombre que está escrita en el libro de Génesis, según la cual el ser humano fue hecho por Dios a su imagen y semejanza, y que lo formó del polvo de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un alma viviente.
Es pues, el hombre un animal prodigioso, compuesto de dos componentes muy diferentes entre sí, del alma o espíritu humano, que es como algo divino, y del cuerpo, como el de un simple animal. En cuanto al alma, somos tan capaces de lo divino que podemos sobrepasar la misma naturaleza de los ángeles y hacernos una misma cosa con Dios. De manera que si no estuviéramos unidos al cuerpo, seríamos algo divino; y si no estuviéramos dotados de alma espiritual, seríamos unas bestias.

A estas dos naturalezas, tan diferentes entre sí, las unió Dios, el Creador Supremo en feliz armonía. Pero fue la serpiente, en el jardín de Eden, la que las dividió con tan lamentable discordia, que ya no pueden separarse una de otra sin gran tormento, ni vivir juntas sin contínuo conflicto. Tan encarnizada lucha entablan entre sí, las que siendo una misma cosa, se manifiestan como si fuesen contrarias.
El cuerpo, porque es visible se deleita en las cosas visibles; por ser mortal, va tras las cosas temporales, y tiende hacia la tierra por ser pesado. El alma, por el contrario, acordándose de su condición de origen divino, tiende a subir hacia Dios con todas sus fuerzas. Desprecia las cosas materiales, pues sabe que son apariencias pasajeras, y busca las que son verdaderas y eternas. Como inmortal que es el alma, su amor está entre las cosas inmortales; siendo del cielo, anhela las celestiales.

El apostol Pablo a estas dos naturalezas o componentes del ser humano, las describe en forma figurada como: el hombre exterior (cuerpo) y el hombre interior (alma). Y la lucha que mantienen entre sí, la describe de la siguiente manera: “Si vivís en el Espíritu , no dareis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no haceis lo que quisierais”. Gálatas 5, 16-17

San Pablo, al explicar ampliamente los frutos de la carne o cuerpo y del espíritu o alma, vuelve a decir: “El que siembre en su carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu cosechará vida eterna” Gálatas 6, 8

En estos dos grandes personajes de la Biblia: el rey David con sus 150 Salmos, y San Pablo, como el mejor intérprete tanto del viejo como del nuevo Testamento; disponemos de dos magníficos Héroes de la fe, de quienes mucho es lo que podemos conocer, sobre la verdadera naturaleza humana, sus virtudes y sus debilidades.

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