Oh Señor de los ejércitos, ¡cuán bienaventurado es el hombre que en ti confía! (Salmo 84, 12)

Con esta reflexión deseo contribuir a aclarar la confusión, que ha sido creada en relación al uso de la palabra “felicidad” en los medios de comunicación y especialmente en la literatura cristiana.
El anhelo de ser feliz forma parte de nuestra propia naturaleza. Todos los seres humanos deseamos ser felices en la vida, pero pesar de que siempre estamos buscando la felicidad, no logramos encontrarla.
El conocido psiquiatra austríaco Victor Frankl tratando de explicar la dificultad de encontrar la felicidad, escribió lo siguiente: “La felicidad es como una mariposa. Cuanto más la persigues, más huye. Pero si vuelves la atención hacia otras cosas, ella viene y suavemente se posa en tu hombro.”

Pareciera que a los comerciantes y los medios de comunicación al leer esta explicación del Dr. Frankl, como que les gustó mucho y la adoptaron, puesto que ellos no hacen nada más que ofrecernos en venta miles de productos, viajes, cursos, servicios, etc, todos los días, con el único fin de atraer nuestra atención para que compremos algo, y sin embargo, la anhelada felicidad no se posa en ninguno de nuestros hombros.

La razón principal del fracaso de esa estrategia, es que la felicidad, al igual que el amor verdadero, no se puede comprar ni vender, porque es una vivencia espiritual que brota del alma y se goza interiormente. Solamente si volvemos nuestra atencion y nuestro amor hacia Dios, podremos esperar alcanzar la felicidad algún día. Así lo afirman y lo confirman las Sagradas Escrituras tanto en el Antiguo Testamento como en el Evangelio del Señor Jesucristo, al utilizar las palabras: bienaventurado y bienaventuranzas.
La palabra ventura viene del latín y significa: la suerte o la fortuna que han de venir; y  Bienaventurado quiere decir en el sentido bíbico: Aquel que gozará de Dios en el cielo.

La palabra “felicidad” como se conoce hoy en día no existió en la Antigüedad, porque fue creada hace apenas unos 200 años en las sociedades europeas influenciadas por la filosofía de Epicuro o Hedonismo, la cual defiende el disfrute máximo de la vida y de sus placeres, mientras que en el Nuevo Testamento, la felicidad siempre ha estado relacionada con la fe en Dios y  la promesa de Jesús sobre la vida eterna en el Reino de los Cielos.

El término moderno “felicidad” tiene las siguientes definiciones (diccionario Larousse):
1. Estado de ánimo de quien recibe de la vida lo que espera o desea.
2. Sentimiento de satisfacción y alegría experimentado ante la consecución de un bien o un deseo.
3. Falta de sucesos desagradables en una acción, buena suerte.

Si analizamos bien estas definiciones, se nota que lo que describen son satisfacciones o alegrías momentáneas que aparecen y desaparecen de vez en cuando, y que apenas duran unos instantes.
Por el contrario, la verdadera felicidad es un estado del alma duradero o una actitud hacia la vida, caracterizada por amor, paz y tranquilidad interior que llenan de regocijo al corazón.

Alguien que no posea paz, amor y calma en su corazón, no puede ser una persona feliz.
Pregunto al lector: ¿Cómo puede alguien ser feliz si siente: rencores, envidias, angustias, preocupaciones, remordimientos, desesperación, conflictos, pesadumbres, inquietudes, etc?
Supongo que ustedes estarán de acuerdo conmigo, en que alguien así y que no crea en Dios,  es sencillamente imposible que pueda ser feliz.

Por eso, únicamente Dios con su inconmensurable amor y misericordia es capaz de concedernos la  paz, el amor y la calma en el alma, que todos necesitamos para sentir la verdadera felicidad, aunque sea por algunos períodos de la vida.

No debemos olvidar que Dios por su Gracia ha dispuesto desde la Creación del universo, que los seres humanos exclusivamente durante el corto período de la infancia, podamos experimentar ese maravilloso estado espiritual de felicidad, que caracteriza a todos los niños del mundo.

Con el transcurso del tiempo al dejar de ser niños y convertirnos en personas adultas, en nuestra conciencia y vida espiritual se van despertando nuevas pasiones y estados de ánimo, que terminan por debilitar la paz y la tranquilidad interior de antes, y así se da inicio a nuestra agitada y alterada edad adulta.

TODO en nuestra vida depende de Dios nuestro Creador y Señor, porque Él nos ha creado y nos ha insuflado su espíritu en nuestro cuerpo de carne y huesos, es por eso que nuestra alma está hecha a imagen y semejanza suya. Por medio del Espíritu Santo, Dios y el Señor Jesucristo obran directamente sobre el alma humana y de esa manera pueden intervenir en nuestras vidas.

La sociedad materialista actual, debido a la gran influencia del afán por disfrutar al máximo todo lo que las empresas le ofrecen, se ha entregado al consumo y a los placeres, para alcanzar la felicidad, cuando en realidad lo que hacen es perseguir el viento, como dijo Salomón en Eclesiastés, ya que así nunca la encontrarán.
De ese modo, la mayoría de la gente ha dejado de creer en Dios, para creer en esa falsa ilusión de la felicidad, que los medios de comunicación les ha metido en sus cabezas, a través del apabullante machaqueo de la publicidad.

Los cristianos seguimos creyendo y esperando en nuestro Señor Jesucristo, apoyados firmemente en nuestra fe y esperanza de que la promesa de vida eterna en el Reino de los cielos, se hará realidad cuando llegue el Tiempo de Salvación, escogido por Dios Padre.

San Agustín, hablando sobre la felicidad escribió: «La vida que es digna de ser llamada así, no es más que una vida feliz. Y no será feliz, si no es eterna.»

Jesús dijo, «El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Juan 10, 10

Esa vida en abundancia que nos promete Jesucristo, solamente puede ser la vida eterna en el Reino de los Cielos.
Y de eso, yo en lo personal, no tengo la menor duda.

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