Resumen de los primeros capítulos del pequeño libro titulado “Solamente por gracia” de Charles H. Spurgeon (1834-1892), predicador baptista de origen inglés.
NUESTRO PROPÓSITO
He oído un cuento. Creo que me vino del norte del país. Cierto ministro de una iglesia visitó a una pobre mujer para llevarle algún socorro; porque sabía que ella era muy pobre. Llamó a su puerta con una moneda en la mano; pero no hubo respuesta. Creyendo que la señora no estaba en casa, se marchó. Poco después la halló en la capilla y le dijo que se había acordado de su necesidad.
–“Toqué varias veces en su puerta, y creí que no estaba usted en casa, pues no hubo respuesta.
– ¿A qué hora fue eso?
-Cerca del mediodía.
-¡Ay de mí! Le oí, señor, y siento no haberle abierto la puerta, pues pensaba que era el propietario de la casa que venía a buscar el alquiler.”
¡Cuántas familias pobres conocen el significado de esto! En cuanto a mí, deseo que se me oiga, y por lo tanto digo que no busco alquiler alguno. En verdad, este libro no tiene por objeto pedir, sino dar, declarando que la salvación es solamente por gracia, lo que equivale a decir que es gratuita, es don, es dádiva. Este libro no viene en demanda de nada, sino más bien te trae algo. No vamos a hablar de ley, de deber, de penitencia, sino de amor, de bondad, de perdón, de misericordia, de vida eterna. Por tanto, no finjas estar fuera de casa, no te hagas el desentendido. Nada te pido en nombre de Dios, ni en nombre del prójimo. No es mi intención requerir nada, sino en cambio llevarte un don gratuito que te proporcionará dicha presente y eterna. Abre la puerta para que te enteres de la oferta.
“Venid, dice el Señor, y estemos a cuenta” (Isaías 1: 18). El Señor mismo te invita a conferenciar acerca de tu bienaventuranza inmediata y eterna, cosa que no haría, si no deseara tu bienestar. No rechaces al Señor Jesús que llama a tu puerta, pues lo hace con esa mano que fue clavada al madero por los que son como tú. Siendo tu bien su único objetivo, acércate e inclina tu oído. Escucha atentamente permitiendo que su voz penetre hasta el fondo de tu alma. Acaso ha llegado ya la hora para que entres tú en esa vida nueva que es el principio del cielo.”La fe viene por el oír” (Romanos 10: 17)
DIOS JUSTIFICA A LOS INCRÉDULOS
Atención a este breve discurso. Hallarás el texto en la Epístola a los Romanos 4, 5: “pero al que no obra, pero cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia”.
Te llamo la atención a las palabras: “Aquel que justifica al impío”. Estas palabras me parecen muy maravillosas. ¿No te sorprende el que haya tal expresión en la sagrada Biblia como esta: Aquel que justifica al impío? He oído que los que odian las doctrinas de la cruz, acusan de injusto a Dios por salvar los impíos y recibir al más vil de los pecadores. Mas he aquí, como la misma Escritura acepta la acusación y lo declara francamente. Por boca del apóstol Pablo, por la inspiración del Espíritu Santo, consta el calificativo de Aquel que justifica al impío. Él justifica a los injustos, perdona a los que merecen castigo y favorece a los que no merecen favor alguno. ¿No has pensado o creído siempre que la salvación era para los buenos, y que la gracia de Dios era para los justos y santos, libres de pecado? Te ha parecido bien sin duda, que si fueras bueno, Dios te recompensaría, y has pensado seguramente que no siendo digno, nunca podrías disfrutar de sus favores. Por tanto te debe sorprender la lectura de un texto como este: Aquel que justifica al impío.
No me extraño de que te sorprendas, pues con toda mi familiaridad con la gracia divina no dejo de maravillarme de este texto. ¿Suena bien sorprendente, verdad, el que fuera posible que un Dios justo, justificara una persona impía? Según la natural lealtad de nuestro corazón, estamos siempre hablando de nuestra propia bondad y nuestros méritos, tenazmente apegados a la idea de que debe haber algo de bueno en nosotros, para merecer que Dios se ocupe de nuestras vidas. Pero Dios que bien conoce nuestros engaños y malicias, sabe que no hay bondad ninguna en nosotros y declara que: no hay justo, ni aun uno (Romanos 3: 10). Él sabe que: todas nuestras justicias son como trapos de inmundicia (Isaías 64: 6); y por lo mismo el Señor Jesús no vino al mundo para buscar bondad y justicia entre los seres humanos, sino para llevar consigo bondad y justicia para entregárselas a las personas que carecen de ellas. No vino porque éramos justos, sino para hacernos justos, justificando al pecador.
Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores. Esto es cosa sorprendente: cosa maravillosa especialmente para los que disfrutan de ella. Sé que para mí, hasta el día de hoy, ésta es la maravilla más grande que he conocido, a saber: que me justificase a mí. Aparte de su amor inmenso, me siento indigno, corrompido, un conjunto de miseria y pecado. No obstante, sé por certeza plena que por fe soy justificado por los méritos de Cristo, y tratado como si fuera perfectamente justo, hecho heredero de Dios y coheredero de Cristo Jesús, todo a pesar de corresponderme, por naturaleza, el lugar del primero de los pecadores. Yo, del todo indigno, soy tratado como si fuera digno. Se me ama con tanto amor, como si siempre hubiera sido fiel creyente, siendo así que antes era incrédulo. ¿Quién no se maravilla de esto? La gratitud por tal favor se reviste de admiración indecible.
Siendo esto tan admirable, deseo que tomes nota de cuán accesible esto hace el evangelio para ti y para mí. Si Dios justifica al impío, entonces querido amigo, te puede justificar a ti. ¿No es esto precísamente la persona que eres? Si hasta hoy vives incrédulo, te cuadra perfectamente la palabra; pues has vivido sin Dios, siendo lo contrario a fiel creyente o temeroso de Dios; en una palabra, has sido y eres impío. Acaso ni has frecuentado los cultos en el día domingo, has vivido sin respetar el día del Señor, ni su iglesia, ni su Palabra, lo que prueba que has sido impío. Peor todavía, probablemente has procurado poner en tela de juicio la existencia de Dios, y esto hasta tal punto de declarar tus dudas. Habitante de esta tierra tan hermosa, llena de señales de la presencia de Dios, has persistido en cerrar los ojos a las pruebas palpables de su poder y divinidad. Cierto, has vivido como si no existiera Dios. Tal vez has vivido ya muchos años en este estado de incredulidad, de manera que ya estas bien afirmado en tus caminos, y sin embargo, Dios no está en ninguno de ellos. Si te llamaran “impío” te cuadraría este nombre tan bien como si al mar se le llamara agua salada, ¿verdad?
Acaso eres persona de otra categoría, pues has cumplido con todas las ceremonias y apariencias de la religión. Sin embargo, de corazón nada has hecho, y así en realidad has vivido impío interiormente. Te has codeado con el pueblo de Dios, pero nunca le has encontrado a Él mismo. Has cantado en el coro, pero no has alabado al Señor en secreto con el alma. Has vivido sin amar de corazón a Dios y sin respetar sus mandamientos.
Sea como fuere, tú eres precísamente la persona, a la cual este evangelio se proclama: esta buena nueva que nos asegura que Dios justifica al impío. Maravilloso es y felizmente sirve para tu caso particular. Te cuadra perfectamente. ¿Verdad que sí? ¡Cuánto deseo que lo aceptaras! Si eres una persona sensata, notarás lo maravilloso de la gracia de Dios anticipándose a las necesidades de personas como tú, y dirás dentro de ti: “!Justificar al impío! Pues entonces, ¿ por qué no seré yo justificado, y justificado ahora mismo?”.
Toma nota, por otra parte, del hecho de que esto debe ser así: a saber, que la salvación de Dios debe ser para aquellos que no la merecen ni estén preparados para recibirla. Es natural que conste la afirmación del texto en la Biblia; porque apreciado amigo, sólo necesita ser justificado quien carezca de justicia propia. Si alguno de mis lectores fuese persona absolutamente justa, no necesitaría ser justificada. Pues tú que te sientes que cumples bien todo deber y por poco haces al cielo deudor de ti por tanta bondad, ¿para qué necesitas tú misericordia, ni Salvador alguno? ¿Para qué necesitas tú justificación? Estarás ya cansado de esta lectura, pues no te interesa este asunto.
Si alguno de vosotros se rodea de aires tan farisaicos, escúchame por un momento. Tan cierto como vives, te encaminas hacia la perdición eterna. Vosotros, justos, rodeados de justicia propia, o vivís engañados o sois engañadores; porque dice la sagrada Escritura que no puede mentir, y lo dice claramente: no hay justo, ni aun uno. De todos modos, no tengo evangelio ninguno, ni una palabra para los rodeados de justicia propia. Jesucristo mismo declaraba que no había venido para llamar a los justos, y no voy a hacer yo lo que Él no hacía. Pues si os llamara, no vendríais; y por lo mismo no os llamaré bajo ese punto de vista. Al contrario, os suplico que contempléis esa vuestra justicia propia, hasta descubrir lo falsa que es. Ni siquiera tiene la mitad de la fuerza ni el aguante de una telaraña. ¡Desechadla! ¡Huíd de la misma!
Las únicas personas que necesitan justificación son las que reconocen que no son justas. Sienten esta la necesidad de que se haga algo para que sean justas ante el Tribunal de Dios. Hacer justo al que ya es justo no es obra de Dios. Pero hacer justo al injusto es obra del amor eterno de Dios. Justificar al impío es un milagro digno de Dios. Ciertamente es así.
Atención ahora. Si en alguna parte del mundo un médico descubre remedios eficaces y útiles, ¿a quién ha de servir tal médico? A gente de buena salud? Cierto que no. Colóquesele en un distrito sin enfermos, y se sentirá fuera de su ambiente de trabajo. Allí sobra su presencia. Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores (Marcos 2: 17), dice el Señor. ¿No es igualmente claro que los grandes remedios de gracia y redención son para las almas enfermas o pecadoras? Si tú, querido amigo, te sientes completamente perdido, eres la mismísima persona comprendida en el plan de salvación por pura gracia.
El pecador que se siente sucio por sus pecados, ese es el tipo de persona que ha venido Jesucristo a blanquear. ¿Cómo se explica la venida del Salvador, su muerte en la cruz y el evangelio del perdón sin admitir de una vez, que el humano es un ser culpable y digno de condenación? El pecador es la razón de ser y de la existencia del Evangelio de Cristo.
Permítaseme, por tanto, insistir en todos aquellos que carecen de una conciencia limpia, no teniendo siquiera un buen sentimiento para recomendarse a Dios, crean firmemente que nuestro misericordioso Dios es tanto capaz como dispuesto a recibirlos, incluso sin nada que les recomiende, para perdonarles espontáneamente, no porque sean ellos buenos, sino porque él es bueno. ¿No hace Dios al sol brillar sobre malos y buenos? ¿No es Él que da los tiempos fructíferos, y a su tiempo envía lluvias del cielo y hace que salga el sol sobre las naciones más pecadoras? Sí, a la misma Sodoma bañaba el sol, y caía el rocío sobre Gomorra. Oh, amigo, la gracia inmensa de Dios sobrepuja mi entendimiento y tu entendimiento, y desearía que lo apreciaras de un modo digno. Tan alto como está el cielo sobre la tierra, están los pensamientos de Dios sobre nuestros pensamientos, es precísamente por esa razón, que nunca lograremos comprender los propósitos de Dios.
DIOS ES EL QUE JUSTIFICA
Si nunca hubiésemos quebrantado las leyes de Dios, no habría necesidad de tal justificación, siendo todos naturalmente justos. Pero estoy seguro que tú, querido lector, así como yo, no te halles en ese estado de inocencia y pureza espiritual. Eres demasiado honrado para pretenderte limpio de todo pecado, y por lo tanto, necesitas ser también justificado.
En Romanos 8: 33 dice: Dios es el que justifica, y esto, sí que va al grano. Este hecho es asombroso, es un hecho que debemos considerar detenidamente. En primer lugar, nadie más que Dios solamente podría haber pensado en justificar a personas culpables. Se trata de personas que han vivido manifiestamente rebeldes obrando mal con ambas manos; de personas que han ido de mal en peor, de personas que han vuelto al mal aun después de haber sido castigadas y forzadas a cesar de cometer el mal por algún tiempo. Han quebrantado la ley y pisoteado el evangelio. Han rechazado las proclamas de misericordia y persistido en la iniquidad. ¿Cómo podrán tales personas alcanzar perdón y justificación? Sus amigos y conocidos defraudados de ellos, dicen: “Son casos sin remedio”. Incluso los cristianos les miran más bien con tristeza que con esperanza. Pero escrito está: Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó (Romanos 8: 30). Así es, como podemos leer, el Señor ha resuelto justificar algunos y ¿por qué no seríamos tú y yo de este lote?
Nadie más que un Dios pensaría jamás en justificarme a mí. Resultó para mi mismo un milagro. Contemplo a Saulo de Tarso “vociferando amenazas y muerte” contra los siervos de Cristo. Como lobo rapaz espantaba a las ovejas del Señor por todas partes, no obstante, Dios lo detuvo en el camino hacia Damasco y cambió su corazón justificándole del todo, tan plenamente que bien pronto este perseguidor de cristianos, fue convertido en el más grande predicador de la justificación por la fe, que haya vivido sobre la faz de la tierra. Nadie más que Dios podía haber pensado en justificar a un hombre como el perseguidor Saulo. Pero Dios Todopoderoso es glorioso en gracia.
Nadie más que Dios contra quien hemos pecado, puede borrar nuestra falta. Por lo tanto, acudamos directamente a Él en busca de misericordia, y cuidado, que no nos dejemos desviar por los sacerdotes, quienes desean que acudamos a ellos en busca de lo que solamente Cristo puede concedernos, puesto que Jesús es el único Mediador entre Dios y los seres humanos.