La promesa de vida eterna es el insuperable mensaje que puede cambiar tu vida para siempre

Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Juan 3, 16

En el Nuevo Testamento hay por lo menos 32 versículos que se refieren al mensaje de vida eterna que trajo Jesucristo al mundo. La promesa de salvación y de vida eterna de Jesús para la Humanidad es tan gloriosa y excelsa, que los mismos discípulos le pusieron el nombre: la buena nueva del Reino de Dios o Evangelio en griego.
El gran predicador inglés Charles H. Spurgeon refiriéndose a la importancia y al enorme valor de que en la Biblia se mencione la condición de lo eterno, escribió lo siguiente: “La palabra eterno es la médula del Evangelio. Si se quitara esa palabra, se le robaría al oráculo sagrado su parte más divina.”

Los individuos de la Antigüedad que recibieron el mensaje de Jesús, seguramente no entendieron la palabra eternidad, pero sí comprendieron lo que significaba esa promesa para ellos: una nueva vida espiritual para siempre, después de la muerte.

Recordemos las difíciles condiciones y hasta peligrosas circunstancias en que se encontraban las primeras comunidades de cristianos en los primeros años de la propagación del cristianismo en Asia Menor, después de la crucifixión y resurrección  de Jesús. En esos tiempos, los primeros cristianos eran perseguidos tanto por los judíos como por los romanos, quienes ocupaban esos territorios. En el antiguo Reino de Israel, los seguidores de Jesucristo  estaban incluso amenazados de muerte, puesto que los sacerdotes y las autoridades judías los consideraban herejes y blasfemos.

No obstante y a pesar de todos esos obstáculos y circunstancias adversas, el mensaje sobre el Reino de Dios y la vida eterna se propagó rápidamente, y se formaron muchas nuevas comunidades de cristianos en diversos países, incluyendo en Roma la sede del gran imperio romano, el poder imperial más grande y más duradero de la historia universal.

Y uno se pregunta:¿cómo fue entonces posible, que Jesús habiendo predicado su mensaje públicamente tan corto tiempo y en un territorio tan pequeño como Israel, haya logrado cambiar la creencia religiosa anterior que tenían sus oyentes judíos y paganos, y sobre todo transformar la vida para siempre de millones y más millones de personas en tantas naciones del mundo?
La promesa de vida eterna inspiró en los cristianos primitivos, un nuevo sentido y propósito para su dura y penosa vida terrenal repleta de dolores, sufrimientos, enfermedades, muertes de seres queridos, etc;  al ser llenados sus corazones con la esperanza de una nueva vida en el Reino de Dios.

Hoy en día, así como en la Antigüedad, nuestra vida terrenal sigue siendo dura, corta y penosa. Está llena también de sufrimientos, enfermedades, muertes de seres queridos, decepciones, engaños, amarguras, etc, que terminan envolviendo nuestra existencia con desesperanza, pesimismo, desorientación, angustias y  falta de sentido.

El alma humana con sus anhelos y necesidades no ha cambiado, sigue siendo la misma en el pasado, hoy y siempre.
El amor y la Palabra de Dios son eternos, por lo tanto están siempre vigentes y son actuales.
La obra redentora del Señor Jesucristo y su promesa de vida eterna en el Reino de Dios fue hecha para toda la humanidad y para todos lo tiempos.

Hemos nacido para vivir una nueva vida eterna, después de la muerte. Sin la esperanza firme en esa otra vida, nuestra existencia breve, cruel e injusta en este mundo, sería una vida vegetativa similar a la de los animales.

Si sientes el anhelo de vivir eternamente en el Reino de los Cielos, y quieres tener una existencia plena de sentido aquí en este mundo, apodérate con fe, amor y esperanza de la promesa amorosa de nuestro Señor Jesucristo, y fija los ojos de tu alma en ella. Lo demás, ponlo al resguardo del Espiritu Santo, que él se encargará de guiarte y acompañarte.

Recuerda siempre estas bellas y cariñosas palabras de Jesús:
« Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera » Mateo 11, 28-30

¡Le han secuestrado el Niño Jesús a la Navidad!

Panaderia Greggs en InglaterraAlmanaque de la panadería Greggs en Inglaterra

Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado, y la soberanía reposará sobre sus hombros; y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Isaías 9, 6

La celebración de la Navidad y su significado para los creyentes cristianos han sido sustituidos por la vanidad, el consumo y el comercio.
La vanidad de depositar nuestra confianza exclusivamente en las cosas materiales (regalos) y de aferrarnos a éllas, mientras olvidamos meditar en Dios y en lo breve y transitoria que es nuestra vida en este mundo.

En la Navidad no se celebra una FECHA, la del 25 de diciembre, sino un gran ACONTECIMIENTO, que fue el nacimiento del Señor Jesucristo, el Mesías Salvador enviado al mundo por Dios, para anunciar a toda la Humanidad la Buena Nueva de que después de la muerte, nos espera una vida eterna en el Reino de Dios.
No debería ser tampoco la fiesta de cumpleaños a la inversa en que se ha convertido la Navidad hoy en día, en la cual solamente los invitados son los que reciben los regalos, y al Niño Jesús el homenajeado, no se le da ningún obsequio y ni siquiera lo mencionan.

Uno se pone a reflexionar sobre el sentido de la vida en nuestra sociedad de consumo y a veces se pregunta: ¿He nacido yo para vivir comprando y consumiendo día y noche en supermercados, restaurantes y centros comerciales?
Yo considero que no. No somos animales de engorde, pero me temo que debido a nuestro estilo de vida como consumidores empedernidos, nos estamos pareciendo cada vez más a ellos.

El comercio y los comerciantes son los mayores responsables de la progresiva adulteración de la celebración de la Navidad. Ellos por su desmedido afán por alcanzar mayores ventas y mayores ganancias de dinero, han desvirtuado deliberadamente el significado religioso de la Navidad.
Hasta hace unos 60 años, todavía se respetaba el valor de las tradiciones cristianas y los comerciantes de aquella época, actuaban con moderación y consideración en sus campañas de publicidad y ventas en la época navideña. El respeto y la consideración de los comerciantes por la tradición, se les acabó desde hace ya mucho tiempo.

La foto que acompaña esta reflexión muestra hasta donde llega el atrevimiento y la insolencia de los comerciantes por su ambición de ganar más dinero en tiempos de Navidad: la empresa inglesa de panaderías Greggs publicó el mes pasado, un almanaque navideño con una escena del pesebre en la que los reyes magos se arrodillan a adorar un pan con una salchicha, en lugar del Niño Jesús. ¿No es eso el colmo de la falta de respeto de los empresarios?

La ambición y la rapacidad de los comerciantes y mercaderes no conocen límite alguno, y esos defectos los conducen no sólo a corromper y sobornar personas sino también a profanar sitios y tradiciones sagradas.

Con mucha razón e indignación Jesús expulsó a los mercaderes del Templo en Jerusalén:
Llegaron a Jerusalén; y entrando Jesús en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el templo; volcó las mesas de los que cambiaban el dinero y los asientos de los que vendían las palomas, y no permitía que nadie transportara objeto alguno a través del templo. Marcos 11, 15-16

El amor de Jesucristo por nosotros es más fuerte que la muerte

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Juan 13, 1

Dios es amor. Esta es quizás la descripción más sencilla, más instructiva y más acertada para expresar lo que Dios debería de significar para todos los creyentes cristianos del mundo. Dicha frase se encuentra cerca del final de la Biblia en la primera epístola de San Juan: Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él.
(1 Juan 4, 8-9)

Dediquemos unos minutos a recordar la promesa de vida eterna del Señor Jesucristo y la obra de redención para el perdón de nuestros pecados; y también a imaginarnos primero, el rechazo y desprecio que recibió de sus hermanos de raza judíos; segundo, las vejaciones y humillaciones que Jesús tuvo que soportar antes de ser crucificado, y finalmente, la terrible y lenta muerte que padeció en la cruz del Calvario.
Y ahora les ruego que pensemos, en que Jesucristo siendo Hijo único de Dios, pasó por todo eso, únicamente por amor a toda la Humanidad y por amor a Dios Padre.

Igualmente es oportuno que recordemos, que el amor de Dios hacia nosotros es eterno, puesto que Dios no ama a nuestros cuerpos mortales que perecen, sino que ama sobre todo a nuestras almas o espíritus inmortales que vivirán eternamente.

El amor divino es inagotable, no tiene fin y tampoco tiene ningún obstáculo que lo detenga o interrumpa.
Dios nos ama desde que nacemos en este mundo y nos seguirá amando sin interrupción después de la muerte.

La promesa de vida eterna está plasmada clara y diáfanamente en el Evangelio para todos, solamente es necesario creer en Jesucristo y esperar con fervor en esa esperanza viva, confiando con la fe firme de un niño pequeño, en que el Hijo de Dios cumplirá su promesa.

Roguémosle al Espiritu Santo que nos fortalezca nuestra fe y nos conceda la humildad necesaria, para aferrarnos al amor y a la misericordia del Salvador que nos ama hasta el extremo.