Dejar de amar es como vaciarse de vigor y de sentido de la vida

“Al final, sólo morirán eternamente los que ya estén muertos en vida. Es decir, aquellos que estaban muertos por dentro, porque habían dejado de amar. Así que piensa bien: La verdadera muerte no es morir, sino dejar de amar.”  Louis Evely

Digo yo: si amar es un don espiritual excelente y maravilloso de Dios para el ser humano, y es además el bien eterno más real que existe, entonces, el amor debería ser el gran tesoro por el que tendríamos que desvivirnos mientras estemos viviendo aquí y ahora en este mundo, pero como es algo invisible, demasiado común y que sólo da gozo interior al que lo encuentra, son relativamente pocos hombres y mujeres los que se esmeran conscientemente en practicarlo.

Se escucha decir por doquier, que debido a que con el amor no se puede pagar los alimentos, la vestimenta, el alquiler de la casa, ni tampoco le proporciona a uno un buen empleo para poder ganarse la vida, no es tan importante como el dinero y la formación profesional, y por lo tanto, es algo secundario e innecesario. Ese argumento es muy cierto, pero la conclusión que se deduce del argumento es absolutamente equivocada.

Sabemos muy bien que el mundo está lleno de falsas creencias, y la idea de que el amar verdaderamente de corazón no es tan importante como el dinero, el prestigio, el poder y la gloria, es lamentablemente una más del montón. Ésta convicción errónea no es solamente la excusa más común que se escucha para no amar lo que se siente intensamente en el corazón, y sino que también es la más ignorada causa de descontento e infelicidad humana.

Por ser precísamente el amor puro, un sentimiento tan natural en el ser humano, es considerado por muchos banal y sin importancia.

A veces me pregunto con cierto asombro: ¿Será posible que por su manifiesta simplicidad y abundancia, algo tan esencial  y necesario para una vida plena y llena de sentido como es el amar a alguien y ser amado, sea menospreciado con tanta ligereza?

Para ilustrar ese estado de inconsciencia en relación a la necesidad profunda de  amar que tenemos los seres humanos, se me ocurre comparar al amor con el aire que respiramos y con el tiempo que transcurre silenciosamente todos los días. He aquí dos factores vitales, imprescindibles e insustituibles para nosotros, y a los que tampoco se les brinda la importancia que merecen.

De esa falta de conciencia de los hombres, ya se lamentaba hace miles de años el profeta Ezequiel cuando escribió: “…tienen ojos para ver, y no ven, tienen oídos para oir, y no oyen; porque son casa rebelde”.

El amor puro es el bien eterno más excelente, más sentido y más notorio que los seres humanos, como privilegio divino, podemos llegar a disfrutar si así lo deseamos.  
Esa es una realidad, que primero tenemos que reconocerla como tal, para después ser capaces de creer que es así, y entonces después actuar en consecuencia.

Si existe una manera práctica de aprender a percibir y sentir conscientemente nuestra propia alma, es por medio de dos grandes experiencias en la vida: amando y sufriendo profundamente.

Una de las citas sobre la dimensión del tiempo más sencilla e instructiva que leído, es la de William Shakespeare, que dice:
«El tiempo es muy lento para los que esperan, muy rápido para los que temen, muy largo para los que sufren, muy corto para los que gozan; pero para quienes aman, el tiempo es eternidad»

Estoy convencido de que el objetivo más universal y trascendental en la vida y el que más sentido le da a nuestra existencia es: amar profundamente y ser amado.
Dios creador y autor del amor nos amó desde siempre, y sólo por nuestro propio bien y beneficio, exigió que nos amaramos unos a otros. Asi será de importante para los seres humanos el amor, que cuando uno de los escribas de la ley judaica interpeló a Jesucristo, él le dijo:

“Al ver que Jesús les había contestado bien, uno de los maestros de la ley, que los había oído discutir, se acercó a él y le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?

Jesús le contestó:
El primer mandamiento de todos es: “Oye, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.” Pero hay un segundo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” Ningún mandamiento es más importante que éstos.” Marcos 12, 28-31

Desde el inicio de la humanidad, todo ser humano que ha existido, ha amado y ha sido amado en algún perídodo de su vida, y por naturaleza, cada persona es capaz de amar con absoluta libertad e independientemente de sus condiciones de vida, lo cual es un claro testimonio de la universalidad de la Misericordia y Justicia de Dios para con los hombres y mujeres de todos los tiempos.

Sin embargo, la senda del amor verdadero no es fácil, puesto que al igual que nuestra propia existencia, está llena de luchas, dificultades y sacrificios. Por esa razón, el tenerle temor al amor verdadero y apasionado es temer a la vida misma, es abstenerse voluntariamente de vivir una vida vigorosa y plena de sentido.

Amar es fundamentalmente dar de sí y no recibir. El dar genera más felicidad que el recibir, ya que el simple acto de dar constituye en sí una expresión de nuestro vigor natural y del sentido de nuestra existencia.
Erich Fromm en su libro “El arte de amar” afirma: el amor es una acción, la practica de un poder humano, es una actividad, no un afecto pasivo; es un “estar continuado”, no un “súbito arranque”.
Para Fromm el amor es un arte y no algo con lo que uno tropieza en su vida. Y como arte, es necesario entonces aprenderlo. El primer paso es tomar conciencia de su importancia en la vida, para así lograr despertar nuestra conciencia amorosa y el constante deseo de amar, y el segundo, es ponerlo en práctica.

Así como nuestro cuerpo de carne y huesos necesita alimentarse para nutrirse, nuestro espíritu necesita amar para fortalecerse.

Cuando no tengas respuestas para tus interrogantes. Revelaciones de la Biblia como complemento de la Psicología.

Unos, se han preguntado alguna vez: ¿Por qué me he metido en este lío?
Otros, habrán dicho para sus adentros: ¿Quién gobierna en el reino de mis pensamientos y mis emociones?

Esas y otra innumerable cantidad de preguntas similares sobre los enigmas de la mente humana, se han quedado sin respuestas hasta hoy. La mente y la conducta humana es y seguirá siendo una caja negra, es decir, un misterio inescrutable. Así lo han reconocido públicamente la ciencia moderna y la psicología conductista, ya que es imposible saber cómo funciona la psique o el alma, debido a que en su estudio no se puede aplicar el método científico, por no ser observables ni medibles sus procesos internos. 

Lo único que puede hacer la psicología y sus más destacados representantes es tratar de adivinar sobre el funcionamiento de la mente humana y eso es justamente lo que han hecho hasta ahora. En lo que se refiere a la conducta humana, los psicólogos y psiquiatras andan a tientas como en un cuarto oscuro e insisten en buscar entre tinieblas, las explicaciones de unas realidades espirituales, que éllos mismos desde hace mucho tiempo se niegan a aceptar: la existencia de Dios y del espíritu humano.
Esa es la sencilla razón de su ceguera.

Lo que los psicólogos conductistas llamaron como la caja negra, se ha convertido en la última frontera del avance del  conocimiento científico, porque de allí en adelante, es la dimensión espiritual  de nuestra alma la que entra en escena, y a partir de ahí, es Dios quien asume el dominio exclusivo de lo que sucede en nosotros, y también de lo que debe suceder en el futuro. Las respuestas que no pueden dar la psiquiatría ni la psicología moderna, las posee Dios y su Providencia.

De nuestra mente se saben apenas algunas cosas, y los profesionales de la psicología estarán todavía muy lejos de saber algo más, mientras no escudriñen en la Palabra de Dios las innumerables revelaciones, que sobre el corazón humano estan allí escritas.

Se sabe por ejemplo, que las pasiones del alma humana influyen en nuestras decisiones y en nuestros actos. Para describirlo hemos creado varias palabras como: ofuscación, revelación, fantasía e ilusión; pero no se sabe exactamente y en detalle el por qué y cómo funcionan esos mecanismos mentales.

En la Biblia encontramos muchas revelaciones sobre esos fenómenos del alma humana, para los que la ciencia moderna no nos puede dar explicación alguna.

San Pablo en su carta a los Romanos dice lo siguiente:

«Y ni siquiera entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo que aborrezco. Pero si hago lo que no quiero, con eso reconozco que la Ley es buena. Pero entonces, no soy yo quien hace eso, sino el pecado que reside en mí, porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí.»  Romanos 7, 15 – 20

Una manera de visualizar el efecto de las pasiones en nuestra mente, es recurriendo al verbo ofuscar, que significa oscurecer la razón o turbar la vista.
Si nos guiamos por la vista como órgano sensorial para captar la realidad que nos rodea, imaginemos ese estado ideal o perfecto del ser humano en que su mente está absolutamente libre de interferencias causadas por pasiones, prejuicios, recelos, sospechas, dudas u opiniones sesgadas; y que por lo tanto, puede ver claramente la realidad verdadera tal como es, como si la miráramos a través de unos anteojos con lentes incoloros y prístinos.

Tan pronto como surge una pasión en nosotros, o bien creamos algún recelo o prejuicio, se colorean los lentes de los anteojos con nuestro propio pigmento y tonalidad que le hemos añadido, y entonces vemos la misma realidad pero ahora adulterada o distorsionada, porque la hemos personalizado según nuestro capricho.

En el evangelio de San Mateo, Jesús les revela a sus discípulos, cómo Dios interviene en nuestras mentes, de tal modo que unas personas puedan percibir ciertas ideas o cosas, y otros individuos no perciban lo mismo.
«Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas? Él respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado. Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.

Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden. De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo: De oído oiréis, y no entenderéis; Y viendo veréis, y no percibiréis.

Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, Y con los oídos oyen pesadamente, Y han cerrado sus ojos; Para que no vean con los ojos, Y oigan con los oídos,  Y con el corazón entiendan,  Y se conviertan,  Y yo los sane.
Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen.» Mateo 13, 10-16

No obstante, hoy más que nunca el ser humano moderno inflado de orgullo y vanidad por el progreso y los avances tecnológicos, se cree y se siente que es autónomo y señor absoluto de sus pensamientos, decisiones, acciones, voluntad; y por consiguiente, se deleita en la fantasía de que él únicamente es capaz de gobernar su vida en el presente y su destino en el futuro.

Pero como siempre sucede, ese hombre dominado por su propio engreímiento y soberbia, se olvida de su misma naturaleza imperfecta y débil que lo hace cometer errores y equivocaciones una y otra vez. En su delirio de grandeza y de rebeldía contra Dios, las personas orgullosas viven un tiempo como ovejas extraviadas y desorientadas, hasta que el Espíritu Santo por su Gracia y amor eternos, las hace recapacitar y volver al redil.
Ésta situación de crisis de fe en la sociedad de consumo, es justamente la voluntad de Dios, pero como muchos no lo creen, no se dan cuenta de su propio ensueño.

Hasta hace poco la expresión popular en los países de lengua española « Si Dios quiere », era el reflejo de que la Providencia de Dios había sido reconocida y aceptada por las poblaciones, de que Dios efectivamente interviene y gobierna la marcha del mundo en que vivimos.

El uso de la expresión Si Dios quiere, tiene su origen en el siguiente versículo de la Epístola de Santiago :

Ahora bien, vosotros los que decís: «Hoy o mañana iremos a tal ciudad, pasaremos allí el año, negociaremos y ganaremos»; vosotros que no sabéis qué será de vuestra vida el día de mañana… ¡Sois vapor que aparece un momento y después desaparece! En lugar de decir: «Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello». Pero ahora os jactáis en vuestra fanfarronería. Toda jactancia de este tipo es mala. Aquel, pues, que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado.  Santiago 4, 13-17

San Pablo nos exhorta a que a pesar de todo lo duro que pueda ser la vida, de los problemas, las enfermedades, los sufrimientos, traiciones, dudas e interrogantes que tengamos que enfrentar, pongamos toda nuestra fe en Jesús, fortalezcamos nuestros corazones con la esperanza de la Vida eterna y tengamos paciencia:

Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.  Romanos 8, 28

La vanidad y el orgullo son las raíces del ateísmo. Lo peor es ignorar la propia ignorancia.

Los ojos altivos, el corazón orgulloso y el pensamiento de los malvados, todo es pecado. Proverbios 21:4

La frase: “disculpen mi falta de ignorancia “; es una genial creación del gran cómico mexicano Mario Moreno, quién personificó en sus películas al famoso Cantinflas, un personaje que se caracterizaba por una forma de hablar tan bien elaborada y tan embrollada que las personas quedaban bien impresionandas de él, pero sin comprender efectivamente lo que les habia dicho.

Todos sabemos, que la ignorancia se define como la falta de conocimiento o el desconocimiento acerca de una materia dada.

Pues bien, en el universo conocido hasta ahora, del cual nosotros los humanos también formamos parte, existe una infinidad de materias tan numerosa, que una persona por más inteligente y capaz que sea, y por más que se dedique en forma exclusiva al estudio y a adquirir conocimientos sin cesar, su reducido tiempo de vida terrenal, solamente le permitirá conocer apenas una minúscula fracción del total de materias, y su conocimiento será todavía en el mejor de los casos, muy superficial. Así será de inmenso el campo universal de los conocimientos hoy en día.

Cuando Sócrates llegó a decir su famoso adagio „ Yo sólo sé, que no sé nada“, en un diálogo de Platón, no se refería a que él fuese ignorante sino que imaginándose todo lo que desconocía, o mejor dicho, aceptando que su ignorancia era muy grande, él daba a entender así que no sabía nada, reconociendo humildemente sus propias limitaciones como ser humano. Ese pequeño gran detalle es una evidencia poco conocida, de la grandeza de su genio como gran pensador y filósofo que fue en la Antigua Grecia.

Es un hecho sumamente curioso y al mismo tiempo muy instructivo, que me ha llamado la atención desde hace muchos años, el que un gran número de las llamadas grandes y prominentes personalidades de la historia moderna hayan afirmado no creer en la existencia de Dios, y que por lo tanto, se consideraron ateos.

Entre esos ateos célebres se encuentran: Sigmund Freud, Carlos Marx, Simone de Beauvoir, Ernest Hemmingway (premio nobel de literatura), John Lennon, José Samarago (premio nobel de literatura), Friederich Nietzsche, George Bernard Shaw, Bertrand Russell, Michel Foucault, Albert Camus (premio Nobel de literatura), Woody Allen, Fidel Castro, Stephen Hawking y muchos otros más.

Según mi opinión, cualquier ser humano que afirme y crea que Dios como ser espiritual y creador del Universo no existe, no es sino una victima más de la conocida tragedia humana: el exceso de vanidad, orgullo y soberbia.

Y contra esa debilidad humana no es nadie inmune, y mucho menos aquellas personas prominentes que se han destacado en algo, y que por lo tanto, han logrado sobresalir en la historia de la humanidad.

Si el orgullo y la vanidad son defectos tan humanos, que se dan de forma natural en todos los hombres y mujeres sin distinción de clase social o grado de educación, es entonces lógico y normal esperar, que justamente las personalidades famosas, se sientan más abrumados aún por el orgullo y la vanagloria,  y además, con mayor intensidad y persistencia que una persona común.

No hace falta tener un título de profesor de psicología, para saber que los grandes y famosos durante su vida colmada de honores y reconocimientos, sintieron con más fuerza y tenacidad la tentación de sentirse orgullosos, que cualquier otro individuo corriente, y que en consecuencia, debieron enfrentar una lucha interior muy dura contra el orgullo y la vanidad, para no dejarse dominar por éllos.

Y me temo que muchos de esos personajes, no lograron mantener a raya su vanagloria, dejándose influenciar en su entendimiento y en su conciencia por la soberbia, para terminar considerándose seres superiores dotados de un talento sobrenatural y creerse finalmente semidioses.
Éste fenómeno humano es tan común, que se conoce como: endiosamiento.

Entre los médicos y cirujanos modernos ese fenómeno es tan frecuente, que en algunos países se refieren a ese gremio en tono burlesco, como los “semidioses vestidos de blanco”.

Por esa razón a mi ya no me extraña más el hecho, de que algunos célebres y famosos se consideren ateos y no crean en Dios, ni en las realidades  espirituales.

No creyeron antes, ni creen ahora todos aquellos seres humanos carcomidos interiormente por el exceso de orgullo y vanidad, estado del alma ése, que les impide acercarse a Dios Todopoderoso y les imposibilita  conocer y experimentar el mundo espiritual que nos rodea y la maravillosa esperanza viva del Reino de los Cielos.

De acuerdo a la definición de la ignorancia, todas aquellas personas que tengan una falta total de conocimientos acerca de una materia dada, son por lo tanto, unos ignorantes en esa materia.

Los ateos, que por propia voluntad, se han abstenido de creer y de desear conocer a Dios y a su Santa Palabra, son desde el punto de vista de los conocimientos, unos grandes ignorantes, y desde el punto de vista de no querer aceptar y reconocer ni sus propias debilidades innatas, ni tampoco sus limitaciones naturales como seres humanos mortales, son también unos estúpidos.

El gran cientifico alemán Albert Einstein, sabiendo aceptar y reconocer, sus propias debilidades y limitaciones como ser humano, escribió el siguiente adagio: “Solo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. De la primera no estoy tan seguro.”

Si la estupidez en el ser humano, es una más de las tantas debilidades naturales que TODOS sin excepción poseemos, no nos debe sorprender en absoluto, que todos los ateos célebres y famosos de la historia de la humanidad, como seres humanos que eran, y haciéndole honor a su condición, hayan sido también unos grandes ignorantes y estúpidos.

Yo por mi cuenta les recomendaría, en el caso de que alguno de ustedes  se encontrara con una persona atea en una próxima ocasión, y les reprochara su fe y el ser ingenuos, crédulos, humildes, sumisos y amorosos con Dios nuestro Padre Celestial, le digan como respuesta: ¡disculpa mi falta de ignorancia!

Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido. Lucas 14, 11

Creer o no creer, de eso depende todo en la vida

Todos conocemos la famosa frase en la obra Hamlet de Shakespeare, que dice: “Ser o no ser. Esa es la cuestión!”, la cual se usa como referencia a los grandes dilemas que tenemos que enfrentar y las difíciles alternativas entre las que tenemos que elegir en el transcurso de nuestras vidas.
En éste conocido fragmento de Hamlet surgen unas de las preguntas más comunes y más importantes que se ha hecho cada ser humano:
– ¿que hay después de la muerte?
– ¿cuál es el sentido y el propósito de vivir soportando penas y sufrimientos?
– ¿Acaso la vida es esto que vivimos?

Es por eso que antes de llegar a pensar en nuestro destino final y hacernos esa pregunta, es muy conveniente atender con anticipación el aspecto espiritual y abocarnos al tema de la fe en Dios, para evitar tener que vivir con esa incómoda sombra de temor, angustia e incertidumbre que genera lo desconocido y que nos persigue insistentemente en nuestras vidas.

Si Hamlet hubiera creído firmemente en Dios y hubiera confiado en la esperanza cristiana de la vida eterna después de la muerte, no habría llegado al estado de desesperación en que se encontraba, cuando exclamó esa célebre expresión, al preguntarse si valía la pena seguir viviendo o si era mejor suicidarse.

En relación a la fe en Dios, el filósofo francés Blaise Pascal mencionó en una cita la diferencia radical entre la razón y la fe, asi como también la ventaja de ésta última:

la fe es una guía más firme que la razón, la razón tiene límites, la fe no.”

El primer problema existencial que tenemos que resolver es por lo tanto, el de creer o no creer en la existencia de Dios, creador del universo; y si consideramos la Biblia como la Palabra de Dios.

La Sagrada Escritura nos dice que existe una realidad espiritual que es invisible. Nos relata también que en el momento de la creación del mundo natural y todas las criaturas que conocemos, al ser humano Dios le infundió su espíritu, de allí que nuestra propia dimension espiritual (el alma) que llevamos dentro de nuestro cuerpo carnal, forma parte de ese mundo espiritual que existe y es real aunque no lo podamos ver, ni tocar. Hablando en forma figurativa, el ser humano es más bien un espíritu que habita en un cuerpo de carne y huesos, ya que todas las cualidades de la persona única o sujeto inteligente que nos caracteriza como individuos, son facultades espirituales.

EL CREYENTE ES UNA PERSONA ESPERANZADA

La fe es la fuerza vital de las acciones y actividades de los seres humanos. Cuando el ser humano vive, es seguro que él en algo cree. Si no creemos con anterioridad en lo que vamos a hacer y porqué y para qué lo hacemos, no lo haríamos. Sin primero creer en lo que estamos por hacer, la actividad humana no sería posible. Donde hay vida humana, también allí, desde el origen de la humanidad, hay fe y confianza.

El gran teólogo cristiano de la antigüedad Orígenes de Alejandría (185-254), redactó un interesante comentario sobre la importancia de la fe en la vida humana:

“Si al fin y al cabo dependen de la fe todas las actuaciones humanas, no es mucho mejor creer en Dios que en lo demás? Después de todo, ¿quién va a navegar en alta mar o a casarse o a engendrar hijos, o a lanzar semillas sobre la tierra para la siembra y no esta confiando siempre que todo le va a resultar bien, cuando incluso un resultado contrario es siempre posible y también ocurre a veces?

Y sin embargo, parece que la fe obra de tal manera que todo estará bien y saldrá tal como se desea, que toda persona se atreve a ir hacia lo incierto e inseguro sin abrigar la menor duda.

Por consiguiente, son la esperanza y esa fe que confia en el futuro, las que sustentan y amparan la vida en cualquier situación de desenlace dudoso, entonces a esta fe debe serle reconocido con toda razón, que ella confie en algo más superior que los mares transitados,  que la tierra sembrada, que la esposa y que el resto de las cosas humanas, es decir, en Dios encarnado en Jesucristo que ha creado todo esto, y el que con amor sobreabundante y con divina bondad, se atrevió a proclamar su Evangelio a todas las personas en el mundo, a pesar de haber vivido bajo condiciones de grandes peligros y de tener que morir con una muerte, considerada como muy deshonrosa y humillante.”

El tema de las creencias y expectativas ha sido siempre objeto de investigaciones en psicología. En años recientes los científicos han estudiado cómo las expectativas modelan nuestra experiencia directa del mundo determinando lo que percibimos y cómo lo percibimos. Los investigadores pudieron claramente observar y constatar el poder que tienen las expectativas.

León Tolstoi el famoso escritor ruso autor de de las obras clásicas “La guerra y la paz” y “Ana Carina”, quién cayó en una crisis existencial tan fuerte, que también llegó a  pensar en suicidarse, escribió lo siguiente en su autobiografía titulada “Mis confesiones”:
La fe es lo único que le da respuesta a la incógnita de la vida del ser humano, y por consiguiente le confiere justificación y la posibilidad de vivir.
La fe le da a la existencia finita del hombre el sentido de lo infinito, ese significado que no es aniquilado por el sufrimiento, las privaciones y la muerte. Por eso, sólo en la fe puede uno encontrar el sentido y la posibilidad de la vida.
Si la persona no ve lo absurdo de lo finito y no entiende, cree en lo finito, y si ve lo absurdo de lo finito, debe por lo tanto creer en el infinito. Lo necesario y lo valioso es, poder solucionar la contradicción entre lo finito y lo infinito, y la cuestión del significado de su propia vida, de manera que uno pueda ser capaz de vivirla.

Esta solución está en la fe. Y es la única solución que nos encontramos siempre y en todas partes, en todas las épocas y en todos los pueblos, la solución que viene de un momento en el cual la vida humana para nosotros se pierde, una solución tan complicada, que nosotros no somos capaces de crear algo similar. Esa solución que justamente descartamos de manera imprudente, para plantearnos esa pregunta después otra vez  y para la que no tenemos respuesta.

La fe en Dios, por su parte, abre las puertas a la realidad espiritual que está fuera de nosotros mismos que nos rodea y a la realidad eterna, que está más allá de las dimensiones del tiempo y del espacio conocidos.
La eternidad es tan real como lo es la muerte, pero como no pensamos, ni deseamos nuestra propia muerte, tampoco pensamos en la eternidad. Por eso es que nos cuesta tanto imaginarnos y aceptar la dimensión de la eternidad. Pero el hecho de que no pensemos en ellas, no significa que algún día no vayan a ser realidad en nuestras vidas.

El mensaje central de Dios para toda la humanidad, que fue anunciado y prometido por primera vez por su Hijo, el Ungido, nuestro Señor Jesucristo hace más de 2000 años es el siguiente:
La revelación de la existencia del Reino de Dios en los cielos y de la promesa de salvación por obra de su Gracia y su amor divinos, de que los seres humanos nacemos y existimos para vivir la vida eterna en ese Reino, el cual se nos hará realidad después de nuestra muerte.

Como verdad espiritual que es, esa promesa ni la podemos ver con los ojos, ni percibir con los demás sentidos del cuerpo. Solamente nuestro espíritu puede a travez del acto de fe en Dios, aceptarla como verdad y esperar con anhelo su cumplimiento.

Resumiendo: vivir es esperar con fe en algo que no ves y que todavía no tienes.

La vida humana es, por consiguiente un esperar contínuo, que se va renovando constantemente, porque creemos en alguien o en algo.
La vida del creyente cristiano es esperar en la gran Esperanza Cristiana, hasta nuestro último aliento, el bien supremo: la vida eterna con Dios, nuestro padre celestial.

Acerquémonos a Dios entonces con confianza y humildad, para rogarle que por su Gracia nos aparte de los quehaceres de nuestra agitada vida diaria, y que despierte en nuestro espíritu el interés por las realidades espirituales y para así esforzarnos más en buscar su verdad divina y no descansar hasta apoderarnos de élla por medio de la fe.

Nuestro Señor Jesucristo nos da amorosamente esa maravillosa promesa que fue escuchada, atesorada y después propagada por San Juan por medio de las sagradas escrituras para toda la humanidad y todos los tiempos:

“No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar adonde voy».

Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?». Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí.
Juan 14: 1-6

Brillo de amor es la energía espiritual del amor, que todos los seres humanos poseemos.

Si pensamos en algo tan común como es una bombilla de luz, tenemos que reconocer como una gran genialidad, que algo tan simple como es un pequeño globo de cristal con un delgadísimo filamento incandesente adentro, sea capaz de brillar con su propia luz.

Los seres humanos también somos capaces de brillar con luz propia, pero no con una luz deslumbrante, sino con un resplandor espiritual inherente del alma humana, con ese brillo de amor que se ve y se siente solamente con el corazón. Es esa una irradiación personal que emana desde el interior del cuerpo hacia afuera, y no tiene en absoluto nada que ver, con la anatomía ni con los rasgos físicos de la persona, ya que el cuerpo humano hace el papel de instrumento del alma, así como lo hace la flauta al sonar, cuando se sopla aire en élla.

A esa misteriosa energía espiritual, tratando de describirla se le ha dado varios nombres: gracia, donaire, encanto, atractivo, simpatía, espíritu, fascinación, dulzura, etc. Y muchos otros por facilidad, la llaman popularmente: un no sé qué.

Es también el brillo de amor, el responsable anónimo de ese refrán que se refiere a ese hecho tan cierto y evidente, el cual la sabiduría popular supo captar de forma intuitiva y expresar magistralmente en la frase: “la suerte de las feas, las bonitas la desean”.

Lo importante aquí es recordar, que sí podemos resplandecer espiritualmente, que somos capaces de manifestar nuestras cualidades y virtudes, de amar, de lucir lo que somos y lo que tenemos de único e inimitable: el espíritu, el carácter, el modo de ser, es decir, nuestra personalidad; y que también, los que nos rodean son capaces de notarlo.

Refiriéndose a la gran influencia masificadora y estandarizante, que como bien sabemos, ejercen la crianza, las convenciones sociales  y los medios de comunicación sobre las personas, el filósofo alemán Max Stirner (1806-1856) hizo la siguiente afirmación:

Todo ser humano nace como original, pero la mayoría muere como copia”.

A primera vista, todos tenderíamos a estar de acuerdo con esa observación de Stirner, porque se trata de un hecho notorio, que las actuaciones y el aspecto exterior de un grupo social determinado, sean tan semejantes y se parezcan tanto unos y otros, que dan la impresión de ser copias.

Sin embargo, es muy importante aclarar, que esa afirmación se refiere exclusivamente a las manifestaciones exteriores de la vida de la gente, como: el vestuario, los estilos y modas, la educación elemental y formación profesional, las normas y códigos sociales, las costumbres, etc; y por lo tanto, resulta ser una deducción incompleta, porque sencillamente en esa observación, falta la otra mitad del ser humano, su dimensión espiritual, su alma; a la que bien se podría llamar la ilustre desconocida, ya que siempre es injustamente menospreciada e ignorada, así como sucede con el lado oculto de la luna, el cual nunca se deja ver desde la tierra, pero que está siempre allí.
Cada individuo es un ser original, tanto al nacer como al morir. Incluso los gemelos univitelinos, que son tan idénticos en su aspecto físico y que parecen ser verdaderas copias, son únicos e irrepetibles.

Desde su nacimiento cada individuo tiene su carácter y personalidad propia, la cual se va desarrollando y moldeando en el transcurso de la vida según sus intimas vivencias y experiencias personales en su hogar, en el trabajo y en la sociedad.

Sin exepción alguna, todos seguramente anhelamos ser originales y no copias, por eso siempre tratamos de destacarnos de los demás, por no querer ser uno más del montón. Pero el gran impedimento para lograr ese ideal, está en el hecho de que la originalidad la buscamos fuera de nosotros, la buscamos donde no está, la buscamos en el mundo exterior, donde la gran mayoría de la gente busca y espera en vano, poder también encontrarla.

Mientras sigamos buscando en las fuentes externas (ropas, joyas, maquillajes, conocimientos, deportes, pasatiempos, culturas, cirugía estética, etc.) el brillo que nos haga perfilarnos como originales, más nos pareceremos a los demás, más daremos la impresión de ser copias.

Como lo dije antes, la fuente de nuestra originalidad, del amor puro, del contentamiento duradero, de la paz interior y de una vida plena; está dentro de tí en tu alma de niño. Para percibir nuestra alma, lo único que hace falta es la voluntad de conocernos interiormente, querer hallarse a sí mismo, desear escuchar la voz de tu alma de niño y tomarla más en cuenta.

Y para eso no hay recetas, porque cada individuo tiene su propio mundo interior, su propia conciencia, sus propias vivencias, y por lo tanto tiene que hacerlo él o élla misma.

Sin embargo, existe un solo Ser que nos puede ayudar en la tarea: nuestro Dios Todopoderoso.

Eso lo hizo el Rey David en sus clamores a Dios, los cuales quedaron plasmados eternamente en los Salmos para la historia y para los creyentes:

“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos. Y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno. Salmo 139, 23 y 24

Muchos siglos después de David, nuestro señor Jesucristo dejó como legado eterno en sus enseñanzas y su Palabra, un maravilloso hilo conductor que tenemos que seguir para poder encontrarnos y encontrarlo a él: el amor verdadero.

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Amarás a tu prójimo como a ti mismo.“  Mateo 22, 37-39

En mi caso particular, yo creo firmemente en Dios y en su amor hacia nosotros, ya que él es el creador y la fuente universal del amor espiritual. Por eso, estoy convencido de que el amor espiritual o amor puro es la clave.

Como en todo amor incondicional bien entendido, en su principio y en su fin, se busca uno mismo, es decir, al amar sin condiciones a alguien te hallas a ti mismo, ya que hallas el ser amante en tí, ése que es capaz de amar espiritualmente y sin esperar nada a cambio, que no es otro que tu alma de niño: la portentosa fuente de tu brillo de amor.