Creer o no creer, de eso depende todo en la vida

Todos conocemos la famosa frase en la obra Hamlet de Shakespeare, que dice: “Ser o no ser. Esa es la cuestión!”, la cual se usa como referencia a los grandes dilemas que tenemos que enfrentar y las difíciles alternativas entre las que tenemos que elegir en el transcurso de nuestras vidas.
En éste conocido fragmento de Hamlet surgen unas de las preguntas más comunes y más importantes que se ha hecho cada ser humano:
– ¿que hay después de la muerte?
– ¿cuál es el sentido y el propósito de vivir soportando penas y sufrimientos?
– ¿Acaso la vida es esto que vivimos?

Es por eso que antes de llegar a pensar en nuestro destino final y hacernos esa pregunta, es muy conveniente atender con anticipación el aspecto espiritual y abocarnos al tema de la fe en Dios, para evitar tener que vivir con esa incómoda sombra de temor, angustia e incertidumbre que genera lo desconocido y que nos persigue insistentemente en nuestras vidas.

Si Hamlet hubiera creído firmemente en Dios y hubiera confiado en la esperanza cristiana de la vida eterna después de la muerte, no habría llegado al estado de desesperación en que se encontraba, cuando exclamó esa célebre expresión, al preguntarse si valía la pena seguir viviendo o si era mejor suicidarse.

En relación a la fe en Dios, el filósofo francés Blaise Pascal mencionó en una cita la diferencia radical entre la razón y la fe, asi como también la ventaja de ésta última:

la fe es una guía más firme que la razón, la razón tiene límites, la fe no.”

El primer problema existencial que tenemos que resolver es por lo tanto, el de creer o no creer en la existencia de Dios, creador del universo; y si consideramos la Biblia como la Palabra de Dios.

La Sagrada Escritura nos dice que existe una realidad espiritual que es invisible. Nos relata también que en el momento de la creación del mundo natural y todas las criaturas que conocemos, al ser humano Dios le infundió su espíritu, de allí que nuestra propia dimension espiritual (el alma) que llevamos dentro de nuestro cuerpo carnal, forma parte de ese mundo espiritual que existe y es real aunque no lo podamos ver, ni tocar. Hablando en forma figurativa, el ser humano es más bien un espíritu que habita en un cuerpo de carne y huesos, ya que todas las cualidades de la persona única o sujeto inteligente que nos caracteriza como individuos, son facultades espirituales.

EL CREYENTE ES UNA PERSONA ESPERANZADA

La fe es la fuerza vital de las acciones y actividades de los seres humanos. Cuando el ser humano vive, es seguro que él en algo cree. Si no creemos con anterioridad en lo que vamos a hacer y porqué y para qué lo hacemos, no lo haríamos. Sin primero creer en lo que estamos por hacer, la actividad humana no sería posible. Donde hay vida humana, también allí, desde el origen de la humanidad, hay fe y confianza.

El gran teólogo cristiano de la antigüedad Orígenes de Alejandría (185-254), redactó un interesante comentario sobre la importancia de la fe en la vida humana:

“Si al fin y al cabo dependen de la fe todas las actuaciones humanas, no es mucho mejor creer en Dios que en lo demás? Después de todo, ¿quién va a navegar en alta mar o a casarse o a engendrar hijos, o a lanzar semillas sobre la tierra para la siembra y no esta confiando siempre que todo le va a resultar bien, cuando incluso un resultado contrario es siempre posible y también ocurre a veces?

Y sin embargo, parece que la fe obra de tal manera que todo estará bien y saldrá tal como se desea, que toda persona se atreve a ir hacia lo incierto e inseguro sin abrigar la menor duda.

Por consiguiente, son la esperanza y esa fe que confia en el futuro, las que sustentan y amparan la vida en cualquier situación de desenlace dudoso, entonces a esta fe debe serle reconocido con toda razón, que ella confie en algo más superior que los mares transitados,  que la tierra sembrada, que la esposa y que el resto de las cosas humanas, es decir, en Dios encarnado en Jesucristo que ha creado todo esto, y el que con amor sobreabundante y con divina bondad, se atrevió a proclamar su Evangelio a todas las personas en el mundo, a pesar de haber vivido bajo condiciones de grandes peligros y de tener que morir con una muerte, considerada como muy deshonrosa y humillante.”

El tema de las creencias y expectativas ha sido siempre objeto de investigaciones en psicología. En años recientes los científicos han estudiado cómo las expectativas modelan nuestra experiencia directa del mundo determinando lo que percibimos y cómo lo percibimos. Los investigadores pudieron claramente observar y constatar el poder que tienen las expectativas.

León Tolstoi el famoso escritor ruso autor de de las obras clásicas “La guerra y la paz” y “Ana Carina”, quién cayó en una crisis existencial tan fuerte, que también llegó a  pensar en suicidarse, escribió lo siguiente en su autobiografía titulada “Mis confesiones”:
La fe es lo único que le da respuesta a la incógnita de la vida del ser humano, y por consiguiente le confiere justificación y la posibilidad de vivir.
La fe le da a la existencia finita del hombre el sentido de lo infinito, ese significado que no es aniquilado por el sufrimiento, las privaciones y la muerte. Por eso, sólo en la fe puede uno encontrar el sentido y la posibilidad de la vida.
Si la persona no ve lo absurdo de lo finito y no entiende, cree en lo finito, y si ve lo absurdo de lo finito, debe por lo tanto creer en el infinito. Lo necesario y lo valioso es, poder solucionar la contradicción entre lo finito y lo infinito, y la cuestión del significado de su propia vida, de manera que uno pueda ser capaz de vivirla.

Esta solución está en la fe. Y es la única solución que nos encontramos siempre y en todas partes, en todas las épocas y en todos los pueblos, la solución que viene de un momento en el cual la vida humana para nosotros se pierde, una solución tan complicada, que nosotros no somos capaces de crear algo similar. Esa solución que justamente descartamos de manera imprudente, para plantearnos esa pregunta después otra vez  y para la que no tenemos respuesta.

La fe en Dios, por su parte, abre las puertas a la realidad espiritual que está fuera de nosotros mismos que nos rodea y a la realidad eterna, que está más allá de las dimensiones del tiempo y del espacio conocidos.
La eternidad es tan real como lo es la muerte, pero como no pensamos, ni deseamos nuestra propia muerte, tampoco pensamos en la eternidad. Por eso es que nos cuesta tanto imaginarnos y aceptar la dimensión de la eternidad. Pero el hecho de que no pensemos en ellas, no significa que algún día no vayan a ser realidad en nuestras vidas.

El mensaje central de Dios para toda la humanidad, que fue anunciado y prometido por primera vez por su Hijo, el Ungido, nuestro Señor Jesucristo hace más de 2000 años es el siguiente:
La revelación de la existencia del Reino de Dios en los cielos y de la promesa de salvación por obra de su Gracia y su amor divinos, de que los seres humanos nacemos y existimos para vivir la vida eterna en ese Reino, el cual se nos hará realidad después de nuestra muerte.

Como verdad espiritual que es, esa promesa ni la podemos ver con los ojos, ni percibir con los demás sentidos del cuerpo. Solamente nuestro espíritu puede a travez del acto de fe en Dios, aceptarla como verdad y esperar con anhelo su cumplimiento.

Resumiendo: vivir es esperar con fe en algo que no ves y que todavía no tienes.

La vida humana es, por consiguiente un esperar contínuo, que se va renovando constantemente, porque creemos en alguien o en algo.
La vida del creyente cristiano es esperar en la gran Esperanza Cristiana, hasta nuestro último aliento, el bien supremo: la vida eterna con Dios, nuestro padre celestial.

Acerquémonos a Dios entonces con confianza y humildad, para rogarle que por su Gracia nos aparte de los quehaceres de nuestra agitada vida diaria, y que despierte en nuestro espíritu el interés por las realidades espirituales y para así esforzarnos más en buscar su verdad divina y no descansar hasta apoderarnos de élla por medio de la fe.

Nuestro Señor Jesucristo nos da amorosamente esa maravillosa promesa que fue escuchada, atesorada y después propagada por San Juan por medio de las sagradas escrituras para toda la humanidad y todos los tiempos:

“No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar adonde voy».

Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?». Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí.
Juan 14: 1-6

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