¿Hay algo mejor que decirle sí al corazón, cuando pide cariño verdadero?

Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy. Y si diera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me aprovecha. 1. Corintios 13, 2-3

¡Más claro no canta un gallo! decimos así popularmente, cuando algún mensaje es expresado con la claridad del cristal. En este mensaje que acaban de leer, San Pablo manifiesta, con simples y magníficas comparaciones, la enorme importancia que el amor tiene en la vida humana. Ahora bien, al leer o escuchar un mensaje de la Biblia, la dificultad no está generalmente en la comprensión del texto, sino sobre todo en que el lector u oyente tenga fe en esas sagradas palabras y las acepte como una verdad para guiar su vida.

Muchos se preguntan hoy, pero si el amor es tan importante en la vida, ¿por qué entonces no se habla y se escribe sobre el amor todos los días, así como se habla y se escribe sobre otros temas como: el dinero, los precios, la ropa de moda, los viajes de vacaciones, las ofertas en el supermercado, los cosméticos, la salud, las medicinas, etc, etc? La respuesta es muy sencilla, y sin embargo, no deja de sorprender: Porque el amor al que se refiere San Pablo es el amor hacia los demás, el cual solamente lo podemos sentir y experimentar en el corazón, por ser una facultad espiritual humana que es invisible, y como tal, NO se puede comprar ni vender. Además, por no ser el amor negociable ni vendible, es sencillamente ignorado por los medios de comunicación y por la sociedad de consumo.

Las enseñanzas y mensajes contenidos en la Biblia están dirigidos al alma o espíritu humano, están destinados a alimentar nuestra dimensión espiritual constituída principalmente por la conciencia, el intelecto y la voluntad. De allí surge la célebre frase del Señor Jesucristo, en la que se refiere a la Palabra divina como el alimento espiritual: Pero Él respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. (Mateo 4, 4)

La gente que sin reflexionar da por sentado, que la palabra Dios es un vocablo vacío, sin ningún contenido útil y adaptado a nuestra época y que es algo obsoleto para el hombre y la mujer modernos, no saben todavía lo equivocados y desorientados que están, ya que se han olvidado del elemento más importante, se olvidan, que éllos también tienen un espíritu dentro de su cuerpo.
Todo lo que es espíritual no cambia, porque es eterno, y es además la esencia y fuerza de la vida humana. Todo lo material y perceptible si cambia con las épocas, particularmente el aspecto exterior de las personas, la cosas y las costumbres, que es lo que se manifiesta y se puede percibir con la vista.

Por esa razón, el alma humana, sus pasiones y virtudes fueron, son y seguirán siendo las mismas por los siglos de los siglos. Cada ser humano que existió hace miles de años y los que existimos ahora, tenemos exactamente el mismo núcleo espiritual, la misma interioridad así como las mismas cualidades y defectos.

De nuestras cualidades espirituales, el amor es la más maravillosa y la más importante para poder vivir una vida plena y feliz, a pesar de que esa bella virtud humana sea actualmente ignorada por la sociedad de consumo, y también a pesar de las penas, pérdidas, problemas, fracasos, aflicciones y necesidades materiales que caracterizan nuestra vida en este mundo cruel y sin piedad.

Concluyo con un pensamiento muy cierto que leí hace poco sobre la importancia del amor en la vida:

Con el amor sucede como con el sol. Amanece el amor en nuestras vidas, entonces la luz se hace presente, entonces nuestro interior se pondrá cálido. Desaparece el amor de nuestras vidas, entonces crecen allí el frío, las negras sombras y los oscuros pensamientos proliferan. Tengo amor, me pueden faltar muchas cosas. A quién le falta amor, a ese le falta todo. Con amor se siembra confianza, se cura lo quebrantado y se comparte el sufrimiento. El amor hace posible lo imposible.

 

¿De dónde surgen el remordimiento de conciencia y el sentimiento de culpa?

“Por eso yo también me esfuerzo por tener constantemente una conciencia limpia ante de Dios y ante los hombres”. Hechos, 24, 16.

El remordimiento de conciencia y el sentimiento de culpa, así como la gran mayoría de los padecimientos que agobian la vida del hombre y la mujer en la sociedad moderna, son más bien de origen espiritual y mental que de origen corporal y orgánico. En Europa, los trastornos psíquicos y afectivos se han incrementado tanto en los últimos años, que los consultorios de psiquiatras, psicólogos y terapeutas emocionales están saturados de pacientes.

Sobre esas enfermedades y perturbaciones no se habla ni se comenta en la opinión pública, porque no causan dolores insoportables ni muertes, pero sí ocasionan en el alma muchos sufrimientos, angustias y tristezas, que son padecidos en secreto durante largos años, y que le impiden vivir una vida plena y feliz a las personas afectadas, a pesar de disponer de muchos bienes materiales y de poder darse cualquier gusto con su dinero.

La conciencia forma parte esencial y muy importante del alma humana. La conciencia actúa como una luz que ilumina nuestras decisiones, es esa voz que escuchamos en nuestro interior que condena o aplaude alguna acción que hemos hecho, actúa también como testigo, y por consiguiente, sabe de nuestras intenciones , y además, memoriza las acciones que hemos hecho.

La intención o el propósito por lo que hacemos determinadas acciones, concientemente y movidos por nuestra propia voluntad, es como todo lo que proviene de nuestra interioridad, una fuerza de impulso espiritual, ya que es parte integrante de la voluntad humana, la cual junto con la memoria y el intelecto conforman las tres potencias espirituales básicas del ser humano. La intención es la idea, los deseos o los pensamientos que se nos ocurren, y que por decisión propia y soberana, convertimos de manera consciente en el motivo secreto de nuestros actos voluntarios.

Para poder comprender éste tema de la intención, tenemos necesariamente que recordar esa realidad indiscutible de que el hombre es una dualidad de cuerpo y alma, que es nuestra dualidad original, que somos un cuerpo con un espíritu, que somos la unión perfecta de una naturaleza material visible y una naturaleza espiritual invisible en el mismo ser.

La conciencia es ese testigo fiel presencial que anima y corrige, aprueba y condena, ensalza y vitupera cada uno de nuestros actos, según sean dignos de asentimiento o de reprobación.

El misionero jesuíta Pedro de Calatayud (1689 – 1773) escribió un trabajo célebre sobre la pureza de la intención, en el que menciona entre muchas otras cosas interesantes, algunos efectos de la intención en la persona que actúa. El efecto que más me llamó la atención fue en el que dice textualmente: « El tercer efecto es el dejar el alma quieta, y con una vida suave y sosegada. »

San Pedro de Calatayud se refiere en ésa cita a un efecto de suma importancia para todos nosotros, seamos creyentes o no, se trata de que es la intención y no las acciones que hacemos, la fuente de una conciencia tranquila y en paz, y como resultado, de poseer un alma serena dentro de nosotros.

Ese efecto directo de la intención sobre nuestra propia conciencia, nos da en consecuencia la justa explicación de esos dos terrible padecimientos espirituales que aquejan a los seres humanos: el sentimiento de culpabilidad y el remordimiento de conciencia. El remordimiento o sentimiento de culpabilidad es una realidad espiritual a la que toda persona adulta se enfrenta en algún período o momentos de su vida. En algunos, el remordimiento es el primer paso para el arrepentimiento que concluye en la conversión. Para otros es motivo de tanto tormento y desesperación que pueden terminar incluso en el suicidio.

El predicador inglés Charles Spurgeon en un comentario sobre la enorme importancia que tiene una conciencia limpia, dijo en una manera muy ilustrativa:

“Un gramo de paz interior y tranquilidad vale más que una tonelada de oro. El que tiene buena conciencia ha ganado una riqueza espiritual mucho más deseable que todo lo que ha perdido, aunque tenga que vestirse con un traje gastado.”

El amor que una persona le manifiesta a los demás, es lo que le hace aumentar su belleza y su atractivo

No se preocupen tanto por lucir peinados rebuscados, collares de oro y vestidos lujosos, todas cosas exteriores, sino que más bien irradie de lo íntimo del corazón la belleza que no se pierde, es decir, un espíritu gentil y sereno. Eso sí que es precioso ante Dios. 1 Pedro 3, 3-4

¿Quién no ha escuchado o leído el conocido refrán que dice: La suerte de la fea, la bonita la desea? La sabiduría popular expresa ilustrativamente esa realidad tan evidente que se percibe en las relaciones personales, que la simpatía y el encanto de una persona, surgen de su interior, de su alma, es decir, de su forma de ser y de actuar. La belleza exterior de la persona es sin duda atractiva y llama la atención, pero se queda en eso simplemente, en una excitación muy breve que atrae la atención o deleita por un momento y después pasa. Por esa razón, se sabe que la belleza exterior humana es superficial, y tan superficial es, que algunos escritores la han comparado con una simple capa de barniz y con la profundidad de nuestra epidermis que es de apenas 0,5 a 1,5 milímetros de espesor.

En la antigüedad, ya los filósofos, teólogos y demás letrados afirmaban que la belleza y la fascinación de un individuo salen de su corazón. San Agustín escribió: “La belleza crece en ti en la misma proporción en que crece tu amor, puesto que el amor mismo es la belleza del alma.”
Agustín define al amor como el ingrediente indispensable que hace crecer o aumentar la belleza, hermosura o atractivo en un ser humano de una manera efectiva y duradera.

Platón en su obra El banquete refiriéndose a la belleza del cuerpo y a la belleza del alma, decía que amar de verdad a alguién es liberarse de las apariencias del cuerpo, porque “cuando uno ama una alma bella, permanece fiel toda la vida, porque lo que ama es durable”.

Y Sócrates hablando sobre la belleza femenina, dijo: «La belleza de la mujer se halla iluminada por una luz que nos lleva y convida a contemplar el alma que habita tal cuerpo, y si aquélla es tan bella como ésta, es imposible no amarla.»

Hasta aquí hemos mencionado algunos argumentos irrefutables tanto de la sabiduría popular como de la sabiduría de la filosofía, los cuales confirman que la belleza interior de los seres humanos es la más importante, más valiosa y más perdurable.

Ahora bien, la belleza exterior es un atributo sumamente subjetivo y es un asunto muy personal porque se trata del gusto individual y único que tiene cada ser humano. Por su parte, el amor es una fuerza espiritual que viene de Dios y como tal es universal y enigmático, por consiguiente, la belleza del alma en los seres humanos es igualmente universal y misteriosa.

No ha sido por mera casualidad, sino por voluntad expresa de Dios que el amor y la belleza espiritual interior sean los factores determinantes y los que más cuentan en las relaciones personales.
Amar y ser amado son necesidades primarias del alma, y por eso cada ser humano se esmera en satisfacerlas a su manera muy particular. Sin embargo, cada individuo tiene que aprender a distinguir muy bien entre la necesidad biológica del sexo y la necesidad del amor espiritual e incondicional.

El sexo es el deseo natural del cuerpo que tiene por finalidad el placer y la satisfacción sexual inmediata. El amor puro es el deseo del alma que tiene como finalidad que el gozo espiritual que se experimenta amando a alguien no deje de existir nunca, es decir, que se haga eterno.