Esta agobiante vida terrenal es el corto puente que tenemos que cruzar, para alcanzar la vida eterna.

Regocíjense en el Señor siempre. Otra vez lo diré: ¡Regocíjense!
Filipenses 4. 4

El Señor Jesucristo es la más poderosa razón y también la más efectiva fuente de regocijo del creyente cristiano, por ser el Hijo de Dios y por habernos abierto las puertas del Reino de los Cielos con su Obra Redentora en la Cruz.
Esa portentosa experiencia íntima de regocijo la vivió y la sintió San Pablo innumerables veces en carne propia, y precísamente por haber experimentado ese regocijo una y otra vez, es que Pablo exhorta y aconseja a la comunidad cristiana de la ciudad de Filipo a regocijarse siempre en el Señor.

Pablo predicó sobre el Evangelio y sobre Cristo Jesús, movido siempre por experiencia propia. Recordemos que Pablo, antes de su encuentro con Jesús resucitado en el camino a Damasco y su posterior conversión milagrosa, se llamaba Saulo y era un maestro judío del grupo de los Fariseos, quién persiguió a los primeros cristianos, años después de que Jesús fue crucificado.
Imagínense la radical transformación de su vida interior espiritual que experimentó Pablo, quién pasó de haber sido un enérgico perseguidor de cristianos a ser el gran predicador y defensor del Cristianismo. Ese cambio en Pablo lo realizó Jesús en ese encuentro personal que tuvieron. Allí Pablo nació de nuevo en el espíritu, es decir, tenía el mismo cuerpo y se veía como antes, pero después su conciencia y su manera de pensar fueron totalmente otras.

A partir del momento en que inicia Pablo su nueva tarea de predicar el Evangelio y de convertir a los pueblos paganos al cristianismo, su vida pública y su relación con las comunidades de judíos cambió para bastante peor, pues aquellos judíos fariseos que lo habían conocido, lo andaban buscando ahora para matarlo por traicionar a su raza y a la ley judía. En varias oportunidades intentaron asesinarlo pero él logró escapar, su vida estuvo en peligro siempre pues habían comunidades judías en todos los países de la región. Estuvo preso varias veces y hasta sobrevivió un naufragio en uno de sus viajes navegando en el mar Mediterráneo.

En todas las grandes penas, prisiones, dificultades, peligros de muerte, persecuciones, enemistades, aborrecimientos, etc, por las que San Pablo tuvo que pasar y sufrir hasta el momento de su muerte por decapitación en Roma, Pablo siempre se regocijó en el Señor Jesucristo, al traer a su mente el amor, la misericordia, el perdón y la salvación de su alma que el Señor Jesucristo le concedió de pura Gracia en su encuentro personal años antes, a pesar de haber pecado enormemente al perseguir Pablo indirectamente al mismo Jesús, cuando perseguía a los creyentes cristianos.

Yo creo y estoy convencido, de que San Pablo no solamente desempeñó su admirable misión de predicar el Evangelio y de viajar por tantos países creando las primeras comunidades cristianas, por la acción del Espíritu Santo en su vida, sino también por el gran gozo y la gratitud que sentía, por haber sido rescatado, perdonado y salvado por el Señor.

Sigamos entonces, el magnífico consejo de Pablo de regocijarnos en el Señor siempre, pero de manera en especial cuando estemos atravesando pruebas, enfermedades, conflictos, privaciones, fracasos, rechazos, humillaciones, etc.

Alegrarnos en el Señor siempre, nos dará ánimo, fuerza y esperanza para soportar y padecer con paciencia esta agobiante vida terrenal, siempre y cuando pongamos nuestra fe y nuestra mirada en nuestro Salvador Jesucristo y en el prometido Reino de los Cielos.

Confía en el SEÑOR con todo tu corazón y no te apoyes en tu propio entendimiento. Proverbios 3, 5

Con este excelente e instructivo proverbio de Salomón, deseo en esta reflexión tratar de definir lo que para mí es la verdadera fe en Dios, lo cual debería ser la suprema meta del proceso de crecimiento espiritual de cada creyente cristiano.
Por su parte, el rey David en su Salmo 118 añade el siguiente aspecto referente también a nuestra fe: que en primer lugar debemos poner toda nuestra confianza en el SEÑOR, y en segundo lugar, en las personas y con ellas nosotros incluidos.
Yahveh está por mí, entre los que me ayudan, y yo desafío a los que me odian. Es mejor refugiarse en el SEÑOR que confiar en hombre.

¿Porqué afirman Salomón y David que es mejor refugiarse y confiar en Dios?
Si partimos, de que Dios en su poder y soberanía como Creador, gobierna y permite todo lo que sucede en este mundo, sea bueno o malo según nuestro criterio; y si recordamos que Dios todo lo sabe y todo lo conoce sobre nuestras vidas tanto en el tiempo presente como en el futuro, es lógico y evidente que ellos, como héroes de la fe que fueron, tienen toda la razón.
Al inicio de nuestra vida religiosa, es muy normal que tengamos más fe en nosotros mismos y en las personas, que en Dios. En la medida que vamos leyendo las divinas enseñazas de la Biblia y viviendo nuestra fe en la vida diaria, la confianza en Dios irá creciendo.

Hay un ejemplo interesante en el desarrollo de la navegación por los mares y océanos, basado en la confianza de los capitanes de las embarcaciones para decidir y tomar una ruta segura al puerto de destino, que nos puede servir de comparación.
Las primeras navegaciones por los mares en la antigüedad se hicieron de día siguiendo o bordeando las costas y se guiaban por puntos visibles en tierrra firme. En esa época ningún marinero se atrevía a navegar a mar abierto, por el riesgo de extraviarse.
Hasta que los navegantes Fenicios al observar con atención el firmamento, notaron que entre las estrellas de la Osa menor, había una (la estrella Polar) que se mantenía en la misma posición. De allí en adelante, los capitanes fenicios empezaron a guiarse por las estrellas de noche y por el sol de día, y así pudieron alejarse de las costas y navegar por todo el mar Mediterráneo y por los grandes océanos.

En el Dios Eterno y Todopoderoso podemos confiar con toda nuestra mente y con todo nuestro corazón, para que guíe nuestra alma a través de todas las tempestades, mareas y escollos en el imprevisible y cambiante mar de nuestra existencia, hacia la anhelada vida eterna en el Reino de los Cielos.
Nuestro Dios Padre nos ama como hijos, nos conoce muy bien y sabe lo que más nos conviene para nuestra vida y para nuestra alma inmortal, porque es nuestro dador de vida y creador de las estrellas.

Si fuimos hecho dignos y estamos llamados por la Obra Redentora y de Salvación eterna del Señor Jesucristo, para poner toda nuestra fe y confianza en Dios, ¿por qué seguirse conformando con poner una poquita fe en nosotros mismos, en las personas y en las estrellas?

Los seres humanos llevamos en nuestro corazón el anhelo de vida eterna y de inmortalidad.

y que ahora (la Gracia de Dios) ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien abolió la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio, 2. Timoteo 1,10

El anhelo de inmortalidad es una característica innata del ser humano. Toda persona desea en el fondo de su corazón, que su vida dure para siempre. Una vez nacido, cada individuo aspira a no tener que morir algún día, y ese anhelo se mantiene firme, incluso despúes de percatarse y de saber con certeza, que su muerte física es inevitable.

En las antiguas civilizaciones que lograron tallar y esculpir piedras, ese anhelo fue manifestado claramente por medio de las innumerables estatuas de personas prominentes como reyes, emperadores, guerreros y divinidades; esculpidas con el propósito de tratar de inmortalizar a esos individuos en la memoria de futuras generaciones y de dejar un testimonio de su aspecto corporal.
En todos esos pueblos originarios y sus cultos o religiones paganas existió la creencia primititva de una vida después de la muerte, pero la vida en el más allá era algo que apenas algunos sacerdotes y sacerdotizas se lo imaginaban, sin embargo, las poblaciones de esas naciones en el aspecto religioso-espiritual vivían en tinieblas y sin esperanza. Para ellos, la muerte sencillamente acababa con todo.

Varios siglos antes de que Jesús viniera la mundo, Isaías profeta del pueblo judío, hizo la profecía sobre el nacimiento del Señor Jesucristo, la cual inicia con el siguiente versículo:
El pueblo que andaba en tinieblas ha visto gran luz; a los que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos. Isaías 9, 2

Isaías en el texto de esa profecía, utiliza muchas alegorías o símbolos como « andar en tinieblas » que significa andar a tientas sin poder ver bien el camino por la oscuridad. Es un modo de describir la vida de mucha gente, que viven de día en día sin futuro, sin metas que alcanzar, sin Dios y sin moral y quienes terminan extraviándose en una mala vida.

La venida de Jesús o el Cristo al mundo, trayendo como Hijo de Dios la buena Nueva sobre la vida eterna a aquella humanidad que vivía en tinieblas, ese mensaje de inmortalidad del alma humana y de esperanza eterna fue de tan grande importancia para esos pueblos paganos, que grandes multitudes recibieron y aceptaron el evangelio de Jesús con enorme gratitud, consuelo y alivio, lo cual cambió su vida radicalmente, porque les trajo luz y esperanza a sus vidas. Esos fueron los primeros creyentes cristianos.

Jesús les habló otra vez, diciendo: « Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. » Juan 8, 12

La Buena Nueva de Jesucristo sobre el perdón de los pecados y sobre la esperanza de vida eterna en el Reino de los Cielos, continúa hoy en día iluminando vidas y generando esperanza de vida eterna con el mismo poder de transformación y de renovación, por obra del Espíritu Santo.

Estimado lector, si te sientes vacío interiormente, si no le encuentras sentido a la vida y si sientes que andas en tinieblas, te ruego que acudas directamente en oración a Jesucristo con fe, humildad y arrepentimiento, que Él te recibirá con misericordia y amor eterno en su seno.