Unos, se han preguntado alguna vez: ¿Por qué me he metido en este lío?
Otros, habrán dicho para sus adentros: ¿Quién gobierna en el reino de mis pensamientos y mis emociones?
Esas y otra innumerable cantidad de preguntas similares sobre los enigmas de la mente humana, se han quedado sin respuestas hasta hoy. La mente y la conducta humana es y seguirá siendo una caja negra, es decir, un misterio inescrutable. Así lo han reconocido públicamente la ciencia moderna y la psicología conductista, ya que es imposible saber cómo funciona la psique o el alma, debido a que en su estudio no se puede aplicar el método científico, por no ser observables ni medibles sus procesos internos.
Lo único que puede hacer la psicología y sus más destacados representantes es tratar de adivinar sobre el funcionamiento de la mente humana y eso es justamente lo que han hecho hasta ahora. En lo que se refiere a la conducta humana, los psicólogos y psiquiatras andan a tientas como en un cuarto oscuro e insisten en buscar entre tinieblas, las explicaciones de unas realidades espirituales, que éllos mismos desde hace mucho tiempo se niegan a aceptar: la existencia de Dios y del espíritu humano.
Esa es la sencilla razón de su ceguera.
Lo que los psicólogos conductistas llamaron como la caja negra, se ha convertido en la última frontera del avance del conocimiento científico, porque de allí en adelante, es la dimensión espiritual de nuestra alma la que entra en escena, y a partir de ahí, es Dios quien asume el dominio exclusivo de lo que sucede en nosotros, y también de lo que debe suceder en el futuro. Las respuestas que no pueden dar la psiquiatría ni la psicología moderna, las posee Dios y su Providencia.
De nuestra mente se saben apenas algunas cosas, y los profesionales de la psicología estarán todavía muy lejos de saber algo más, mientras no escudriñen en la Palabra de Dios las innumerables revelaciones, que sobre el corazón humano estan allí escritas.
Se sabe por ejemplo, que las pasiones del alma humana influyen en nuestras decisiones y en nuestros actos. Para describirlo hemos creado varias palabras como: ofuscación, revelación, fantasía e ilusión; pero no se sabe exactamente y en detalle el por qué y cómo funcionan esos mecanismos mentales.
En la Biblia encontramos muchas revelaciones sobre esos fenómenos del alma humana, para los que la ciencia moderna no nos puede dar explicación alguna.
San Pablo en su carta a los Romanos dice lo siguiente:
«Y ni siquiera entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo que aborrezco. Pero si hago lo que no quiero, con eso reconozco que la Ley es buena. Pero entonces, no soy yo quien hace eso, sino el pecado que reside en mí, porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí.» Romanos 7, 15 – 20
Una manera de visualizar el efecto de las pasiones en nuestra mente, es recurriendo al verbo ofuscar, que significa oscurecer la razón o turbar la vista.
Si nos guiamos por la vista como órgano sensorial para captar la realidad que nos rodea, imaginemos ese estado ideal o perfecto del ser humano en que su mente está absolutamente libre de interferencias causadas por pasiones, prejuicios, recelos, sospechas, dudas u opiniones sesgadas; y que por lo tanto, puede ver claramente la realidad verdadera tal como es, como si la miráramos a través de unos anteojos con lentes incoloros y prístinos.
Tan pronto como surge una pasión en nosotros, o bien creamos algún recelo o prejuicio, se colorean los lentes de los anteojos con nuestro propio pigmento y tonalidad que le hemos añadido, y entonces vemos la misma realidad pero ahora adulterada o distorsionada, porque la hemos personalizado según nuestro capricho.
En el evangelio de San Mateo, Jesús les revela a sus discípulos, cómo Dios interviene en nuestras mentes, de tal modo que unas personas puedan percibir ciertas ideas o cosas, y otros individuos no perciban lo mismo.
«Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas? Él respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado. Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.
Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden. De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo: De oído oiréis, y no entenderéis; Y viendo veréis, y no percibiréis.
Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, Y con los oídos oyen pesadamente, Y han cerrado sus ojos; Para que no vean con los ojos, Y oigan con los oídos, Y con el corazón entiendan, Y se conviertan, Y yo los sane.
Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen.» Mateo 13, 10-16
No obstante, hoy más que nunca el ser humano moderno inflado de orgullo y vanidad por el progreso y los avances tecnológicos, se cree y se siente que es autónomo y señor absoluto de sus pensamientos, decisiones, acciones, voluntad; y por consiguiente, se deleita en la fantasía de que él únicamente es capaz de gobernar su vida en el presente y su destino en el futuro.
Pero como siempre sucede, ese hombre dominado por su propio engreímiento y soberbia, se olvida de su misma naturaleza imperfecta y débil que lo hace cometer errores y equivocaciones una y otra vez. En su delirio de grandeza y de rebeldía contra Dios, las personas orgullosas viven un tiempo como ovejas extraviadas y desorientadas, hasta que el Espíritu Santo por su Gracia y amor eternos, las hace recapacitar y volver al redil.
Ésta situación de crisis de fe en la sociedad de consumo, es justamente la voluntad de Dios, pero como muchos no lo creen, no se dan cuenta de su propio ensueño.
Hasta hace poco la expresión popular en los países de lengua española « Si Dios quiere », era el reflejo de que la Providencia de Dios había sido reconocida y aceptada por las poblaciones, de que Dios efectivamente interviene y gobierna la marcha del mundo en que vivimos.
El uso de la expresión Si Dios quiere, tiene su origen en el siguiente versículo de la Epístola de Santiago :
Ahora bien, vosotros los que decís: «Hoy o mañana iremos a tal ciudad, pasaremos allí el año, negociaremos y ganaremos»; vosotros que no sabéis qué será de vuestra vida el día de mañana… ¡Sois vapor que aparece un momento y después desaparece! En lugar de decir: «Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello». Pero ahora os jactáis en vuestra fanfarronería. Toda jactancia de este tipo es mala. Aquel, pues, que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado. Santiago 4, 13-17
San Pablo nos exhorta a que a pesar de todo lo duro que pueda ser la vida, de los problemas, las enfermedades, los sufrimientos, traiciones, dudas e interrogantes que tengamos que enfrentar, pongamos toda nuestra fe en Jesús, fortalezcamos nuestros corazones con la esperanza de la Vida eterna y tengamos paciencia:
Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Romanos 8, 28