Salmo 37, 4
“Pero busquen primero Su reino y Su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas. Por tanto, no se preocupen por el día de mañana.” Mateo 6, 33-34
En los momentos en que pasamos por graves dificultades, enfermedades, tristezas, angustias o sufrimientos, la gran mayoría de nosotros no creemos lo suficiente en la declaración hecha por Jesús, de que Dios cuida de cada uno de nosotros todos los días, y que además, conoce bien nuestras necesidades y anhelos personales. Esa falta de fe se presenta, porque cada persona en el transcurso de su vida no desea pasar por NINGUNA experiencia desagradable, espera siempre que no le suceda nada malo; que ni siquiera le pique un mosquito o que una lluvia repentina, le moje y le desbarate su peinado. Esa actitud ante la vida es absurda, pero es así.
Así somos, y sabemos que ese deseo o expectativa nuestra, es algo imposible y es una ilusión alejada totalmente de la realidad de la vida.
Vivir con la esperanza ante la vida de que no nos suceda nada desagradable, es primero, un autoengaño que nos hacemos, y segundo, es exigirle demasiado a Dios.
Dios está con nosotros siempre, en particular cuando estamos enfrentando los problemas y las aflicciones normales que todo ser humano sin exepción, padece en esta dura vida terrenal. Mientras nuestra existencia, que es el alma inmortal, habite en nuestro cuerpo frágil, enfermizo y sensible a los dolores, estaremos siempre expuestos a tener experiencias desagradables.
Dios Padre y el señor Jesucristo nos darán lo que pida nuestro corazón, en el momento oportuno y en las circunstancias convenientes, que ellos determinen. Esa es la esperanza correcta y sensata, que como creyentes deberíamos de mantener con confianza en nuestras vidas.
Hoy en día en esta sociedad moderna y agitada en que vivimos, todo el mundo persigue la tan manoseada “felicidad” de la que hablan los medios de comunicación, y por esa razón, la gran mayoría de la gente la andan buscando sin descanso, en infinidad de actividades y diversiones que las empresas ofrecen, pero nunca la encuentran.
En vista de que Dios si conoce de verdad los anhelos más profundos de tu corazón, verás cómo en los momentos en que tú menos te lo esperas, esos deseos te serán correspondidos y te llenarás de un verdadero gozo y deleite espiritual que perdurará en el tiempo. Esa es la verdadera satisfacción y contento que se sienten en el alma, y no esos instantes de amenidades y entretenimientos breves que los medios llaman “felicidad”, y que difunden día y noche.
La suprema esperanza del creyente cristiano es la vida eterna en el Reino de Dios, prometida por nuestro Señor Jesucristo, para la cual en esta dura vida, tendremos que esperar y soportar pacientemente hasta el día de nuestra muerte, cuando nuestra alma inmortal se separará del cuerpo, para ir a habitar a las moradas en el Cielo, que Jesús nos tiene preparadas.