¿Estás decepcionado de la vida y te sientes como un extraño en este mundo lleno de sufrimientos, falsedades e injusticias?

Así pues, siempre llenos de ánimo, sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, vivimos lejos del Señor, pues caminamos por la fe y no por la visión. Estamos, pues, llenos de buen ánimo y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor. 2. Corintios 5, 6-8

No te preocupes, que eso mismo nos pasa todos en algún momento de nuestra existencia, puesto que es una reacción natural y justificada de todo ser humano ante esta dura vida terrenal.
Absolutamente nadie que sea sincero consigo mismo y que haya nacido en este mundo, puede negar que la vida humana está colmada de adversidades, preocupaciones, penas, mentiras, cansancio, miseria, sufrimientos, conflictos, luchas, etc; y que además, se vive bajo la permanente inseguridad y el temor que causa esa horrible amenaza y plaga de los seres humanos, que es la muerte inevitable.
La realidad de la vida terrenal fue, es y seguirá siendo siempre dura, injusta e implacable.

Dios el Creador del Universo, en su inconmensurable sabiduría y soberanía sobre todas las criaturas, hizo el mundo así como es, por razones que aún desconocemos totalmente. Ese es el gran misterio de la vida.
Sin embargo, Dios por su eterno amor y su gran misericordia hacia la humanidad, nos ha creado en realidad para vivir DOS vidas: la primera vida corporal: dura, corta y temporal en este mundo cruel y finito; y la segunda vida espiritual: gozosa, abundante y eterna en el Reino de los Cielos. Esta ha sido la Buena Nueva y la grandiosa promesa que el Señor Jesucristo le trajo a todos los hombres y las mujeres hace ya más de 2000 años.

Después de la propagación en el mundo de las iglesias cristianas y de la promesa de una nueva vida después de la muerte, los nuevos creyentes cristianos demostraron claramente a los incrédulos, el enorme significado que esa promesa tenía para la vida antes de la muerte.

El resplandor de la promesa de vida eterna y de la resurreción de Jesús, hizo brillar la luz en el corazón del Apostol Pablo y lo llenó de esperanza en la otra vida con tal fuerza, que se dedicó como ningún otro apostol a predicar el Evangelio y a transmitir la Gloria de Dios a los gentiles. Por eso Pablo, apoyado en su fe y su esperanza en Jesús, afirma lo siguiente:
Porque sabemos que si esta tienda (el cuerpo), que es nuestra morada terrestre, se desmorona, tenemos un edificio que es de Dios; una morada eterna, no hecha por mano humana, que está en los cielos. 2. Corintios 5, 1

Dios y su Reino en los Cielos son espirituales, y por esa razón solamente los podemos percibir por medio de la fe. Creer o no creer, de eso depende todo en la vida. Los seres humanos por poseer un espíritu o alma, somos los únicos seres vivos que podemos creer en Dios y establecer una relación directa y personal con Él.

Pablo, lo único que hizo de extraordinario, fue creer en Jesús como cree un niño pequeño en su madre, con toda su alma y con toda su mente, es decir, ciegamente.
La profunda fe generó inmediatemente en su corazón, el amor hacia Dios y la gran esperanza en la vida eterna, que hicieron de Pablo un hombre nuevo y un creyente cristiano exepcional y apasionado. El apostol al creer que Jesús le había perdonado sus graves pecados contra Dios, por haber sido perseguidor de cristianos, dejó de temer la muerte inevitable y el castigo eterno de su alma en el infierno, quedando así liberado de esas pesadas cadenas de angustia y remordimiento, las cuales lo agobiaron durante su vida como fariseo de la Ley judía, antes de su conversión al Cristianismo.

La fe en Dios y en la grandiosa Obra redentora de las almas y de perdón de los pecados hecha por Jesucristo en el Calvario, es la maravillosa fuente de la esperanza cristiana. Esa esperanza suprema es capaz de llenar nuestros corazones de tanto consuelo y alegría, que con regocijo y gusto olvidamos todas nuestras penas y dolores que hemos tenido que padecer en esta pobre vida terrenal, y nos llena también de buen ánimo y fuerzas para soportar y seguir adelante, hasta el momento en que Dios Padre nos llame a su Trono celestial.

La esperanza cristiana de vida eterna ha sido creída y esperada con fe y alegría por infinidad de cristianos desde hace más de 2000 años, tal como lo hizo San Pablo en su oportunidad y lo han hecho miles de millones de cristianos en todo el mundo hasta el día de hoy, a pesar de haber sufrido persecuciones, exclavitud, deportaciones, ejecuciones públicas y muerte en las hogueras de la Inquisición.

Desafortunadamente, los que no han querido creer el Evangelio de Jesús y no abrigan esa esperanza en su alma, son aquellas personas que tratan de disfrutar al máximo esta vida terrenal siguiendo el lema: comamos y bebamos que mañana moriremos. Esos son los individuos aferrados a este mundo material quienes viven fingiendo una vida pública feliz de diversiones y placeres, mientras en sus corazones padecen en silencio por el temor a la muerte, las preocupaciones, la impaciencia, las enfermedades, el cansancio y el descontento, padecimientos estos que les hace su vida interior aún más tormentosa, pesada y absurda.

Refiriéndose ese tipo de individuos, San pablo dijo lo siguiente:
Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres! 1. Corintios 15, 19

Nuestra personalidad está compuesta por dos partes: el adaptado por fuera y el original por dentro.

« Todo el mundo nace como un original, pero la mayoría muere como una copia »
Max Stirner , filósofo alemán

Todos los adultos vivimos a diario una doble vida: a) la vida pública que interpretamos con la ayuda del cuerpo y nuestros gestos corporales, que es la que los otros pueden ver y conocen; y b) nuestra vida interior secreta, la cual es nuestra vida genuina y verdadera, porque es la vida espiritual original del alma que Dios nos insufló en el cuerpo.

Del alma surgen nuestros sentimientos, pensamientos, orgullo, vanidad, emociones, fe, amor, esperanza, anhelos, humildad, sufrimientos, tristezas, penas, tormentos, etc, es decir, todas las cualidades y facultades originales que constituyen nuestra existencia y lo que somos de verdad.

La frase al inicio del filósofo Stirner, resume muy bien las consecuencias que trae consigo el largo proceso de crianza, educación y adaptación que recibimos los seres humanos desde la cuna hasta la tumba, primero por nuestros padres, después en las escuelas y finalmente en la sociedad. Durante nuestro desarrollo personal vamos siendo moldeados por la crianza familiar, la educación escolar, las normas sociales y los medios de comunicación, a lo cual terminamos adaptados por obligación.
Venimos a la vida como cera y nos vacían en moldes prefabricados! Por eso es que parecemos ser copias unos de otros, porque nos vestimos igual, nos gusta y comemos lo mismo, vamos a los mismos sitios, nos comportamos igual, tenemos los mismos nombres y las mismas profesiones. Es verdad, sí parecemos copias, PERO solamente en lo exterior y en nuestra vida pública que mostramos a los demás; mientras que en lo interior NO somos copias, allí en nuestra vida espiritual seguimos siendo originales y únicos!
Esto es lo que explica, por qué somos seres adaptados por fuera y originales por dentro.

El alma humana que llevamos dentro y la vida espiritual secreta que vivimos cada día, constituyen la vida verdadera, y precísamente por eso, esa es la vida que más cuenta para Dios y también para nuestra relación personal con Èl.
Es desde lo profundo del alma o espíritu humano, que podemos establecer una relación espiritual íntima con Dios y con Jesucristo su Hijo, quién dijo en su conversación con la mujer samaritana: « Dios es espíritu, los que le adoran, deben adorar en espíritu y en verdad » Juan 4, 24

Recordemos pues de nuevo, que lo que vemos de la gente todos los días, son solamente sus vidas públicas, sus actuaciones y sus apariencias.
Dios sí observa las vidas espirituales de los seres humanos, porque Él es el único que las puede ver. Por esa razón, es que ante Dios no vale ningún fingimiento, ni sirve ninguna actuación corporal nuestra.
Pero el SEÑOR dijo a Samuel: « No mires a su apariencia, ni a lo alto de su estatura, porque lo he desechado; pues Dios ve no como el hombre ve, pues el hombre mira la apariencia exterior, pero el SEÑOR mira el corazón. »
1 Samuel 16, 7

¡La esperanza cristiana de vida eterna, sí que es bella de verdad!

Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Juan 10, 10

Muchos de ustedes habrán visto seguramente la conocida película italiana « la vida es bella » con el actor cómico Roberto Benigni. Esa obra cinematográfica es una verdadera joya del género de tragicomedias, en la cual, la espantosa realidad del terror, sufrimiento y crueldad que experimentaron millones de judíos en los campos de exterminio nazis durante la segunda guerra mundial, pudo ser convertida en una placentera comedia. Esa increíble inversión de la realidad fue posible, únicamente por medio del efecto ilusorio del cine. Tal alteración de la realidad, sólo es factible en el mundo artificial de la ilusión, que es creado por el arte cinematográfico para entretener con fantasías al ojo humano.

En lo personal a esa película yo le pondría más bien como título « la ilusión es bella », porque los filmes, incluso aquellos basados en historias verdaderas, son todos una cinta de imágenes artificiales que crean en el espectador la sensación de que está viendo un hecho real, en ese instante. Sin embargo al salir del cine, regresamos de nuevo a la dura realidad de nuestra vida diaria, que quizás no sea tan bella como la fantasía cinematográfica, pero es la única que tenemos por ahora en este mundo terrenal.

La vida está constituida por tiempos de placeres y sufrimientos, alegrías y tristezas, salud y enfermedad, trabajo y descanso. Los buenos tiempos se alternan con los malos, su duración varía constantemente, y muchas veces, los tiempos que nos causan sufrimientos predominan sobre los demás. La vida es imprevisible y no la podemos controlar ni dirigir a nuestro gusto, puesto que esa facultad sólo la poseen Dios y su Hijo Jesucristo en su soberana Providencia.

Jesús dijo que él había venido a este mundo para que sus amadas criaturas tengamos vida y la tengamos en abundancia.
Para poder comprender el alcance y el significado de esa maravillosa enseñaza de Jesús, debemos tener presente el hecho de que nuestra existencia está constituida de un alma y un cuerpo, es decir, poseemos una dimensión espiritual y una dimensión física. Por esa razón, lo que llamamos vida tiene también dos dimensiones: la vida espiritual interior que es secreta y la vida física exterior que mostramos al mundo, las cuales se dan al mismo tiempo, pero no siempre coinciden. Por ejemplo: podemos estar interiormente tristes, y con una radiante sonrisa en el rostro, fingirle a la gente que nos sentimos contentos.

En sus mensajes y enseñazas Jesús se refiere, casi siempre, a nuestra vida espiritual interior, a nuestra alma; es decir, a la conciencia, a la voluntad, a la memoria, a la fe, al amor y a la esperanza; todas éstas facultades espirituales humanas.
Esta vida espiritual interior es la misma vida que continuará después de la muerte del cuerpo, porque es inmortal y será perfeccionada en el Cielo.

Dentro del cuerpo está la mismísima vida espiritual que gozará de plenitud de gozo en la presencia de Dios. La vida celestial está en tu interior y Jesús vino para otorgarnos esa vida y para que la tengamos en abundancia.

Nuestro Señor Jesucristo ha venido para que, en el sentido espiritual, tengamos mayor vigor, para que tengamos una vida espiritual vigorosa y firme.
Acaso cuando comparamos a las personas, no notamos claramente la gran diferencia que hay entre unos creyentes cristianos y otros? Todos tenemos grandes capacidades espirituales, pero muchos no las ejercitan por falta de intensidad de propósito.
Una demostración práctica de una vida espiritual vigorosa la hacen los niños cuando están bien de salud y bien alimentados.  En los niños pequeños podemos percibir el gran vigor espiritual que manifiestan cuando juegan, corren, se divierten o hacen sus travesuras. Vemos como éllos creen, aman, se aceptan con sus limitaciones, esperan siempre lo mejor, perdonan, gozan, disfrutan y se ríen con toda su alma.

Acudamos a Jesucristo con fe, humildad y arrepentidos sinceramente de nuestros pecados, para que entre en nuestro corazón y guíe nuestras vidas.
Él nos puede dar esa vida espiritual interior vigorosa y abundante, que es capaz de soportar y superar las circunstancias adversas que el destino nos pueda deparar. Una vida tan abundante que en la pobreza nos hace sentir espiritualmente amparados, que en la enfermedad tengamos fortaleza espiritual, que en el desprecio nos sintamos apoyados y que en la muerte podamos aferranos al ancla firme de la esperanza de vida eterna.
¡Esa vida espiritual abundante que Jesús nos ofrece por amor, sí podemos afirmar que es bella de verdad!

Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. Juan 14, 6

El amor de Jesucristo por nosotros es más fuerte que la muerte

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Juan 13, 1

Dios es amor. Esta es quizás la descripción más sencilla, más instructiva y más acertada para expresar lo que Dios debería de significar para todos los creyentes cristianos del mundo. Dicha frase se encuentra cerca del final de la Biblia en la primera epístola de San Juan: Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él.
(1 Juan 4, 8-9)

Dediquemos unos minutos a recordar la promesa de vida eterna del Señor Jesucristo y la obra de redención para el perdón de nuestros pecados; y también a imaginarnos primero, el rechazo y desprecio que recibió de sus hermanos de raza judíos; segundo, las vejaciones y humillaciones que Jesús tuvo que soportar antes de ser crucificado, y finalmente, la terrible y lenta muerte que padeció en la cruz del Calvario.
Y ahora les ruego que pensemos, en que Jesucristo siendo Hijo único de Dios, pasó por todo eso, únicamente por amor a toda la Humanidad y por amor a Dios Padre.

Igualmente es oportuno que recordemos, que el amor de Dios hacia nosotros es eterno, puesto que Dios no ama a nuestros cuerpos mortales que perecen, sino que ama sobre todo a nuestras almas o espíritus inmortales que vivirán eternamente.

El amor divino es inagotable, no tiene fin y tampoco tiene ningún obstáculo que lo detenga o interrumpa.
Dios nos ama desde que nacemos en este mundo y nos seguirá amando sin interrupción después de la muerte.

La promesa de vida eterna está plasmada clara y diáfanamente en el Evangelio para todos, solamente es necesario creer en Jesucristo y esperar con fervor en esa esperanza viva, confiando con la fe firme de un niño pequeño, en que el Hijo de Dios cumplirá su promesa.

Roguémosle al Espiritu Santo que nos fortalezca nuestra fe y nos conceda la humildad necesaria, para aferrarnos al amor y a la misericordia del Salvador que nos ama hasta el extremo.

Si sientes soledad es porque te dedicas poco tiempo a tí mismo

Dios nos ha creado con un intelecto para reflexionar por medio de pensamientos, con una conciencia para discernir lo que vamos a hacer y con una voluntad para realizar lo que hemos decidido hacer. Y para poder ejecutar bien y de forma adecuada estas tareas tan necesarias e importantes, se requieren dos factores indispensables: tiempo y estar dentro de sí mismo en su interioridad con sus propios pensamientos y anhelos.
Dicho de otra manera, para el ser humano la necesidad de estar a solas consigo mismo por unos momentos es vital.

El conocido filósofo hindú Jiddu Krishnamurti (1895-1986) en un artículo que escribió sobre la soledad, explicaba que existen dos tipos diferentes de soledad:

  1. la soledad incómoda. Es la de una persona que se siente sola, apartada o abandonada y que por sentirse interiomente incómoda, siente la necesidad de escapar de si misma y el deseo compulsivo de estar con otros, de entretenerse y de distraerse con algo.
  2. la soledad madura o inteligente. Es la de un ser humano que, en su interior, no depende de nadie ni de nada para ser o sentirse a gusto, y que por lo tanto, no necesita escapes de ninguna clase.

Esa soledad, que Krishnamurti denomina acertadamente como incómoda, es una clara señal de que nuestra vida interior ha estado perdiendo la antigua vitalidad y esplendor que tenía cuando éramos niños, porque la hemos dejado de atender y de cultivar apropiadamente, y en consecuencia, ha corrido la misma suerte que corre un jardín bien atendido cuando es abandonado: el jardín se deteriora, se cubre de malas hierbas, y termina convirtiéndose en un lugar escabroso y extraño. Morada interior y extraña esa, en la que ya no nos sentimos a gusto ni cómodos.

Los medios de comunicación nos han hecho excesivamente dependientes de los estímulos visuales externos, que atraen siempre nuestra mirada y nuestra atención. Esa es la realidad de la sociedad de consumo en la que vivimos y eso no va a cambiar.

Por esa razón, debemos crear estrategias que nos ayuden a reducir esa dependencia de los estímulos externos y a fortalecer nuestra vida interior, con el claro propósito de volver a ser los protagonistas de nuestra propia existencia y no simplemente unos espectadores, quienes por no saber lo que de verdad en su corazón quieren o no quieren, se dejan influenciar fácilmente por los medios y las modas.

La infinidad de productos, estímulos y acontecimientos que transmiten los medios, han despertado en nosotros un apetito tan voraz de las cosas y actividades que hay en mundo exterior, que nos hace estar demasiado tiempo atentos de lo que pasa afuera y cada vez tenemos menos tiempo de recogernos dentro de nosotros para atender nuestros anhelos o necesidades interiores, y también para ponernos de acuerdo con nosotros mismos y centrarnos de nuevo.

De ésta manera es como se debilita nuestra vida interior y por consiguiente, la soledad se nos va haciendo más incómoda, impulsándonos a escapar de nosotros mismos. Con el pasar de los años nos hemos olvidado de nuestro propio yo, de nuestra alma, de nuestra conciencia.

Tú eres tu mejor amigo y tu mejor compañía, y nuestra conciencia es nuestra mejor consejera.

Además, es muy importante tener siempre presente, que en realidad núnca estamos solos. Nuestra conciencia y nuestra alma nos acompañan constantemente como fieles e inseparables testigos. También el Espíritu de Dios está con nosotros todos los días.
Jesús lo dijo: « Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia » Mateo 28,20

 

¿Sabes por qué la palabra persona significa máscara?

«No salgas fuera de ti, vuelve a ti, en el interior del hombre habita la verdad.» San Agustín

En los tiempos del imperio Romano, persona se llamaba la máscara o careta que se ponían los actores para caracterizar el papel de un determinado personaje en las obras teatrales.
Los antiguos griegos y romanos no le pusieron ese nombre a la máscara por casualidad, sino por el claro conocimiento que tenían de las usuales actuaciones y apariencias en el comportamiento de los seres humanos, y porque sabían, que el cuerpo no es más que la máscara que muestra un individuo ante el mundo. Desde hace apenas unos 250 años, el término persona adquirió su nuevo significado de ser humano.

Ahora bien, lo más importante de este asunto es saber que detrás de esa máscara de actor está nuestra alma, quien es nuestro yo verdadero y auténtico. Si eso es así, entonces la gran pregunta que cualquiera de nosotros se haría es ¿Quién soy yo: el personaje que he aprendido y he interpretado en mi vida pública o mi vida interior espiritual?

La vida interior espiritual es aquélla que se desarrolla y acontece a escondidas de los demás, la cual consiste en nuestra conciencia, asi como también los pensamientos, sentimientos, vivencias, deseos, pasiones que guardamos en el corazón y en la memoria, hasta que lleguen el tiempo y la ocasión oportuna en que decidimos soberanamente, compartirlos con algún ser querido o bien directamente con Dios.

En vista de que nuestra vida espiritual es para los demás absolutamente inaccesible, es la que cuenta y vale para nosotros. Si bien la vida interior es la auténtica, por fortuna es secreta e invisible.

Sabemos muy bien que las apariencias engañan y que en la vida pública como gran escenario que es, todos desempeñamos papeles diversos aparentando unas veces más y otras veces menos, para poder quedar bien y convivir armoniosamente con los demás.

Nuestra conciencia, ideas, sentimientos y vivencias espirituales, es decir, nuestra vida interior, es lo más verdadero y auténtico de nuestra existencia, y por esa sencilla razón, es lo que más deberíamos de consultar y escuchar a la hora de tomar decisiones en la vida.

¿Nos hemos convertido en personas light, en individuos sin contenido y sin sustancia?

El psiquiatra español Enrique Rojas escribió en 1992 el libro « El hombre light: una vida sin valores », cuya temática era de gran actualidad en esa época, y sin duda alguna, hoy en día sigue siendo más actual que nunca. Rojas en su obra afirma: « Un individuo asi se parece mucho a los denominados productos light de nuestros días: comidas sin calorías y sin grasas, cerveza sin alcohol, azúcar sin glucosa, tabaco sin nicotina, Coca-Cola sin cafeína y sin azúcar, mantequilla sin grasa… y un hombre sin sustancia, sin contenido, entregado al dinero, al poder, al éxito y al gozo ilimitado y sin restricciones…. « podríamos decir que estamos ante el retrato de un nuevo tipo humano cuyo lema es tomarlo todo sin calorías…. « La vida light se caracteriza porque todo está descalorizado, carece de interés y la esencia de las cosas ya no importa, sólo lo superficial es válido ».

Después de leer una observación tan crítica sobre la sociedad occidental contemporánea y sobre nuestro estilo de vida, como la que ha hecho el señor Rojas en su libro, uno no puede dejar de reflexionar y de reconocer que efectívamente vivimos en una sociedad cuyo propósito principal es consumir y pasarlo bien, sin pensar mucho en los valores humanos y las virtudes espirituales como la fe en Dios, el amor y la esperanza cristiana, es decir, ese estilo de vida superficial y sin contenido, al que nos han acostumbrado los medios de comunicación y la publicidad.

El uso permanente de la publicidad en los medios de comunicación, ha creado de manera artificial una infinidad de necesidades y de valores superfluos en la sociedad, logrando así persuadir a la gente a adquirir nuevos estilos de vida, los cuales por el efecto de demostración y esa tendencia natural a imitar nuevas modas, actitudes y aspiraciones, se han estado imponiendo paulatinamente sobre los viejos hábitos tradicionales.

Al olvidarse de Dios, el ser humano no se da cuenta de que simultáneamente se está olvidando de sí mismo, porque en realidad la esencia del hombre es su interioridad, es decir, el fondo de sí mismo, donde se encuentra el alma y por lo tanto la imagen de Dios. Y al olvidarse de su contenido, el hombre contemporáneo se siente entonces como si estuviera vacío, y al creerse vacío, pierde su finalidad original y termina así por perder el sentido de su propia vida.

Nosotros sí tenemos un gran contenido, un contenido espiritual e inmortal: nuestra alma. Ese espíritu que Dios nos insufló y que es la propia esencia de nuestra existencia. El alma humana vale por todo el universo, por ser el alma la imagen de Dios en el hombre. Y por esa misma razón, los seres humanos somos para Dios un fin y no un medio. Nuestro espíritu inmortal y con él nuestra conciencia son el objeto de amor por parte de Dios. Y fue justamente por amor y por la salvación de nuestras almas, que Dios envió a su Hijo Jesucristo a vivir entre nosotros, para revelarnos su inagotable amor y sus verdades eternas.

El alma está ciertamente en nuestro interior, pero si nosotros no nos volvemos hacia adentro y le prestamos atención, entonces, para nosotros, es como si élla no existiera. El alma está dentro de nosotros, y el fracaso en reconocer su existencia, es debido a nuestra incapacidad de apartar nuestra atención de la interminable cantidad de asuntos innecesarios y estímulos, que contínuamente nos transmiten los medios de comunicación.

Por tanto, la práctica de la oración diaria, o la meditación espiritual, es esencial en ésta búsqueda. La oración y la lectura de la Biblia harán posible el fortalecimiento de nuestra vida interior espiritual.

Termino con unas frases de uno de mis favoritos autores, el predicador inglés Charles Spurgeon, que aparecen en un libro de reflexiones para cada día llamado « manantiales en el desierto »:
“Levántate creyente, de tu baja condición. Arroja tu pereza, tu letargo, tu frialdad o cualquier otra cosa que pueda interferir con tu amor casto y puro a Jesucristo. Házle a Él la fuente, el centro y la circunferencia de los deleites de tu alma. No permanezcas por un momento más satisfecho con lo poco que has alcanzado. Aspira a una vida más noble, más elevada y más completa. Hacia el cielo!”

 

¿De dónde surgen el remordimiento de conciencia y el sentimiento de culpa?

“Por eso yo también me esfuerzo por tener constantemente una conciencia limpia ante de Dios y ante los hombres”. Hechos, 24, 16.

El remordimiento de conciencia y el sentimiento de culpa, así como la gran mayoría de los padecimientos que agobian la vida del hombre y la mujer en la sociedad moderna, son más bien de origen espiritual y mental que de origen corporal y orgánico. En Europa, los trastornos psíquicos y afectivos se han incrementado tanto en los últimos años, que los consultorios de psiquiatras, psicólogos y terapeutas emocionales están saturados de pacientes.

Sobre esas enfermedades y perturbaciones no se habla ni se comenta en la opinión pública, porque no causan dolores insoportables ni muertes, pero sí ocasionan en el alma muchos sufrimientos, angustias y tristezas, que son padecidos en secreto durante largos años, y que le impiden vivir una vida plena y feliz a las personas afectadas, a pesar de disponer de muchos bienes materiales y de poder darse cualquier gusto con su dinero.

La conciencia forma parte esencial y muy importante del alma humana. La conciencia actúa como una luz que ilumina nuestras decisiones, es esa voz que escuchamos en nuestro interior que condena o aplaude alguna acción que hemos hecho, actúa también como testigo, y por consiguiente, sabe de nuestras intenciones , y además, memoriza las acciones que hemos hecho.

La intención o el propósito por lo que hacemos determinadas acciones, concientemente y movidos por nuestra propia voluntad, es como todo lo que proviene de nuestra interioridad, una fuerza de impulso espiritual, ya que es parte integrante de la voluntad humana, la cual junto con la memoria y el intelecto conforman las tres potencias espirituales básicas del ser humano. La intención es la idea, los deseos o los pensamientos que se nos ocurren, y que por decisión propia y soberana, convertimos de manera consciente en el motivo secreto de nuestros actos voluntarios.

Para poder comprender éste tema de la intención, tenemos necesariamente que recordar esa realidad indiscutible de que el hombre es una dualidad de cuerpo y alma, que es nuestra dualidad original, que somos un cuerpo con un espíritu, que somos la unión perfecta de una naturaleza material visible y una naturaleza espiritual invisible en el mismo ser.

La conciencia es ese testigo fiel presencial que anima y corrige, aprueba y condena, ensalza y vitupera cada uno de nuestros actos, según sean dignos de asentimiento o de reprobación.

El misionero jesuíta Pedro de Calatayud (1689 – 1773) escribió un trabajo célebre sobre la pureza de la intención, en el que menciona entre muchas otras cosas interesantes, algunos efectos de la intención en la persona que actúa. El efecto que más me llamó la atención fue en el que dice textualmente: « El tercer efecto es el dejar el alma quieta, y con una vida suave y sosegada. »

San Pedro de Calatayud se refiere en ésa cita a un efecto de suma importancia para todos nosotros, seamos creyentes o no, se trata de que es la intención y no las acciones que hacemos, la fuente de una conciencia tranquila y en paz, y como resultado, de poseer un alma serena dentro de nosotros.

Ese efecto directo de la intención sobre nuestra propia conciencia, nos da en consecuencia la justa explicación de esos dos terrible padecimientos espirituales que aquejan a los seres humanos: el sentimiento de culpabilidad y el remordimiento de conciencia. El remordimiento o sentimiento de culpabilidad es una realidad espiritual a la que toda persona adulta se enfrenta en algún período o momentos de su vida. En algunos, el remordimiento es el primer paso para el arrepentimiento que concluye en la conversión. Para otros es motivo de tanto tormento y desesperación que pueden terminar incluso en el suicidio.

El predicador inglés Charles Spurgeon en un comentario sobre la enorme importancia que tiene una conciencia limpia, dijo en una manera muy ilustrativa:

“Un gramo de paz interior y tranquilidad vale más que una tonelada de oro. El que tiene buena conciencia ha ganado una riqueza espiritual mucho más deseable que todo lo que ha perdido, aunque tenga que vestirse con un traje gastado.”

¿Cuál es tu mayor consuelo en la vida y en la muerte?

« Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.»
Mateo 5, 5

La fe en Dios es una realidad muy necesaria ante nuestra muerte ineludible y no un asunto sin importancia y sin beneficio personal, como mucha gente atrevida lo considera hoy en día .
Una verdadera fe es lo que cuenta, puesto que no se trata de practicar exteriormente una religión o un ritual tradicional, sino una auténtica fe en Dios para vivir y para morir, es decir, una fe que ilumine la vida cuando todo se vuelva oscuro y tormentoso en el presente o en el futuro.

El consuelo que igualmente viene de Dios, es una realidad espiritual que como bálsamo divino, alivia y conforta nuestro corazón cuando está quebrantado y apesumbrado por las penas que nos depara el destino. Sabemos muy bien que en la vida no solamente tenemos experiencias buenas, agradables y enriquecedoras, sino que además padecemos una serie de vivencias tristes, decepciones, enfermedades, fracasos y la pérdida de seres queridos. Así es la vida en este mundo: dura e impredecible.

La pala de la aflicción que cava hoyos de sufrimiento inesperadamente en nuestra vida, son llenados por Dios con su consuelo misericordioso, el cual va mitigando nuestras penas lentamente hasta quitarlas del todo. Los creyentes tenemos a nuestro alcance un consuelo muy particular y eficaz en los momentos de penas y sufrimientos.
El rey David aún disponiendo de todo el poder y las riquezas durante su reinado en Judea, siempre acudía a Dios en oración durante sus momentos de aflicción y de angustias: « En medio de mis angustias y grandes preocupaciones, tú me diste consuelo y alegría. »
Salmo 94,19

No obstante, como cada quién posee la plena libertad de conducir su vida y escoger lo que considere más conveniente, los seres humanos tendemos a buscar consuelo también en diversas fuentes, por ejemplo: Los amigos de la bebida y los tragos buscan su consuelo en el alcohol, tratando de ahogar sus penas. Los ambiciosos, quienes creen que el dinero es la solución ideal para todos sus problemas, se sienten consolados cuando sus cuentas bancarias están repletas. Y algunos otros recurren a las drogas ilegales o narcóticos creyendo encontrar en esas sustancias la consolación que tanto necesitan.

El amor y el consuelo de Dios, son sin duda alguna, necesidades espirituales primordiales del alma humana. Los que creemos en el amor y en el consuelo de nuestro Señor Jesucristo, los hemos recibidos y experimentado en nuestras propias vidas. Si algunos de ustedes no creen, ustedes mismos se estarían privando de uno de los más grandes consuelos que se encuentran en las Sagradas Escrituras.

« que nuestro Señor Jesucristo mismo, y Dios nuestro Padre, que nos amó y nos dio consuelo eterno y buena esperanza por gracia, consuele vuestros corazones y os afirme en toda obra y palabra buena. »
2 Tesalonicenses 2, 16-17

La vida verdadera la vivimos secretamente porque nuestro cuerpo la esconde.

“Qué bien salvan las apariencias! Con justa razón profetizó Isaías de ustedes cuando dijo: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.” Mateo 15, 7-8

Mi reflexión anterior la terminé con una frase del escritor francés Victor Hugo: “El cuerpo humano no es más que apariencia y esconde nuestra realidad. La realidad es el alma.” Esta afirmación es muy cierta, pero debido a que no es tan fácil de comprender bien el sentido práctico que se desea transmitir, voy a tratar de ilustrarlo con algunas experiencias y situaciones que todos conocemos.

Nadie puede saber ni notar lo que pensamos y sentimos, si nosotros no queremos que los demás se enteren. Los pensamientos, sentimientos, la intención y la voluntad son invisibles porque son espirituales, es decir, son generados por nuestra alma y por lo tanto serán secretos para los otros, mientras no decidamos hacerlos público por medio de palabras, gestos y comportamientos determinados que los manifiesten. Nuestro cuerpo visible es en consecuencia, el instrumento del que se sirve nuestra conciencia y voluntad para manifestar, disimular o esconder nuestra vida interior espiritual, según sean las decisiones que tomemos de hacer lo que más nos convenga, de acuerdo a la situación en que nos encontremos.

Una de las caracteríticas naturales y exclusivas del ser humano es que somos capaces de aparentar, fingir y actuar desempeñando todo tipo de roles con nuestro cuerpo. Por cierto, de esa cualidad humana proviene la palabra persona, que en latin se llamaba a la máscara, que se colocaba un actor en una obra teatral. Hoy en día la expresión persona equivale jurídicamente a ser humano, pero en el fondo también nos hace entender de forma figurada pero muy clara, que las apariencias engañan y que en la vida pública como gran escenario que es, todos desempeñamos papeles diversos aparentando unas veces más y otras veces menos, para poder quedar bien y convivir armoniosamente con los demás.

La vida espiritual es aquélla que se desarrolla y acontece a escondidas de los demás, la cual consiste en nuestra conciencia, asi como tambien los pensamientos, sentimientos, vivencias, deseos, pasiones que guardamos en el corazón y en la memoria, hasta que lleguen el tiempo y la ocasión oportuna en que decidimos soberanamente, compartirlos con alguna persona o bien directamente con Dios. Debido a que nuestra vida espiritual es para los demás absolutamente inaccesible, es la que cuenta y vale para nosotros. La vida espiritual es la verdadera y es además la que nutre y le da vida a nuestra vida pública.

Sólo el Espíritu de Dios es capaz de ver en nuestra interioridad, en nuestra alma; y por consiguiente, conoce muy bien nuestros pensamientos, deseos e intenciones.
Debido a que en nuestro interior tenemos el alma, con la cual Dios nos ha llenado y dado la vida, disponemos igualmente de la capacidad de percibir, conocer y unirnos espiritualmente a otras personas por medio del amor y de la intuición.

El sufrimiento anímico es un interesante ejemplo de una experiencia humana de la vida interior espiritual, que el cuerpo generalmente esconde, tanto es así que la palabra sufrir proviene del latin sufferre, que significa textualmente soportar o llevar una carga a ocultas, es decir, secretamente. Las preocupaciones, angustias, despechos, celos, rencores, decepciones, frustraciones, humillaciones, tristezas, envidias, miedos y toda esa gama de pasiones y sentimientos negativos que soportamos secretamente en el corazón; representan algunos de los sufrimientos que a veces y hasta durante mucho tiempo ocultamos con resignación detrás de nuestra máscara sonriente.

Los compositores tienden a expresar poéticamente sus sufrimientos en los textos de sus canciones románticas. El famoso bolero Perfidia cantado por el tenor Alfredo Sadel comienza así:
Nadie comprende lo que sufro yo
tanto que ya no puedo sollozar.
Solo temblando de ansiedad estoy
Todos me miran y se van.