¡La esperanza cristiana de vida eterna, sí que es bella de verdad!

Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Juan 10, 10

Muchos de ustedes habrán visto seguramente la conocida película italiana « la vida es bella » con el actor cómico Roberto Benigni. Esa obra cinematográfica es una verdadera joya del género de tragicomedias, en la cual, la espantosa realidad del terror, sufrimiento y crueldad que experimentaron millones de judíos en los campos de exterminio nazis durante la segunda guerra mundial, pudo ser convertida en una placentera comedia. Esa increíble inversión de la realidad fue posible, únicamente por medio del efecto ilusorio del cine. Tal alteración de la realidad, sólo es factible en el mundo artificial de la ilusión, que es creado por el arte cinematográfico para entretener con fantasías al ojo humano.

En lo personal a esa película yo le pondría más bien como título « la ilusión es bella », porque los filmes, incluso aquellos basados en historias verdaderas, son todos una cinta de imágenes artificiales que crean en el espectador la sensación de que está viendo un hecho real, en ese instante. Sin embargo al salir del cine, regresamos de nuevo a la dura realidad de nuestra vida diaria, que quizás no sea tan bella como la fantasía cinematográfica, pero es la única que tenemos por ahora en este mundo terrenal.

La vida está constituida por tiempos de placeres y sufrimientos, alegrías y tristezas, salud y enfermedad, trabajo y descanso. Los buenos tiempos se alternan con los malos, su duración varía constantemente, y muchas veces, los tiempos que nos causan sufrimientos predominan sobre los demás. La vida es imprevisible y no la podemos controlar ni dirigir a nuestro gusto, puesto que esa facultad sólo la poseen Dios y su Hijo Jesucristo en su soberana Providencia.

Jesús dijo que él había venido a este mundo para que sus amadas criaturas tengamos vida y la tengamos en abundancia.
Para poder comprender el alcance y el significado de esa maravillosa enseñaza de Jesús, debemos tener presente el hecho de que nuestra existencia está constituida de un alma y un cuerpo, es decir, poseemos una dimensión espiritual y una dimensión física. Por esa razón, lo que llamamos vida tiene también dos dimensiones: la vida espiritual interior que es secreta y la vida física exterior que mostramos al mundo, las cuales se dan al mismo tiempo, pero no siempre coinciden. Por ejemplo: podemos estar interiormente tristes, y con una radiante sonrisa en el rostro, fingirle a la gente que nos sentimos contentos.

En sus mensajes y enseñazas Jesús se refiere, casi siempre, a nuestra vida espiritual interior, a nuestra alma; es decir, a la conciencia, a la voluntad, a la memoria, a la fe, al amor y a la esperanza; todas éstas facultades espirituales humanas.
Esta vida espiritual interior es la misma vida que continuará después de la muerte del cuerpo, porque es inmortal y será perfeccionada en el Cielo.

Dentro del cuerpo está la mismísima vida espiritual que gozará de plenitud de gozo en la presencia de Dios. La vida celestial está en tu interior y Jesús vino para otorgarnos esa vida y para que la tengamos en abundancia.

Nuestro Señor Jesucristo ha venido para que, en el sentido espiritual, tengamos mayor vigor, para que tengamos una vida espiritual vigorosa y firme.
Acaso cuando comparamos a las personas, no notamos claramente la gran diferencia que hay entre unos creyentes cristianos y otros? Todos tenemos grandes capacidades espirituales, pero muchos no las ejercitan por falta de intensidad de propósito.
Una demostración práctica de una vida espiritual vigorosa la hacen los niños cuando están bien de salud y bien alimentados.  En los niños pequeños podemos percibir el gran vigor espiritual que manifiestan cuando juegan, corren, se divierten o hacen sus travesuras. Vemos como éllos creen, aman, se aceptan con sus limitaciones, esperan siempre lo mejor, perdonan, gozan, disfrutan y se ríen con toda su alma.

Acudamos a Jesucristo con fe, humildad y arrepentidos sinceramente de nuestros pecados, para que entre en nuestro corazón y guíe nuestras vidas.
Él nos puede dar esa vida espiritual interior vigorosa y abundante, que es capaz de soportar y superar las circunstancias adversas que el destino nos pueda deparar. Una vida tan abundante que en la pobreza nos hace sentir espiritualmente amparados, que en la enfermedad tengamos fortaleza espiritual, que en el desprecio nos sintamos apoyados y que en la muerte podamos aferranos al ancla firme de la esperanza de vida eterna.
¡Esa vida espiritual abundante que Jesús nos ofrece por amor, sí podemos afirmar que es bella de verdad!

Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. Juan 14, 6

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