La fe es una guía más firme que la razón. La razón tiene límites, la fe no.

« Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? » Juan 11, 25-26

Las frases que hacen de título son del filósofo e intelectual francés Blais Pascal, quien también fue un fervoroso creyente cristiano, explican claramente la gran ventaja y superioridad que posse la fe en Dios sobre la razón.

Todos conocemos la famosa frase en la obra Hamlet de Shakespeare: «Ser o no ser. Esa es la cuestión», la cual se usa como referencia a los grandes dilemas que tenemos que enfrentar y las difíciles alternativas entre las que tenemos que elegir en el transcurso de nuestras vidas. Sin embargo, por ser la fe más importante en la vida que la razón, yo me atrevo a afirmar lo siguiente: Creer o no creer, de eso depende todo en la vida.

La primera cuestión existencial que debemos resolver es, por lo tanto, el de creer o no creer en la existencia de Dios, Creador del universo; y si consideramos la Biblia como la verdadera Palabra de Dios.

Las Sagradas Escrituras nos dicen que existe una realidad espiritual que es invisible. Nos relatan también que en el momento de la creación del mundo natural y todas las creaturas que conocemos, Dios le infundió su espíritu al ser humano. De aquí que nuestra propia dimensión espiritual, es decir, el alma divina e inmortal que llevamos dentro de nuestro cuerpo, forma parte de ese mundo espiritual que existe y es real, aunque no la podamos ver ni tocar.

Hablando en forma figurada, el ser humano es más bien un alma que habita en un cuerpo, puesto que todas las cualidades de la personalidad o sujeto inteligente que nos caracteriza como individuos son potencias espirituales, como por ejemplo: el entendimiento, la voluntad, la conciencia, los pensamientos, la memoria, la fe, el amor, la esperanza, las pasiones, la justicia, el perdón, el consuelo, la paz interior, la prudencia, la bondad, etc.

La fe es la fuerza vital de las acciones y actividades de los seres humanos. Si no creemos con anterioridad en lo que vamos a hacer y por qué y para qué lo hacemos, no lo haríamos. Sin creer antes en lo que estamos por hacer, la actividad humana no sería posible.

El gran teólogo cristiano de la antigüedad, Orígenes de Alejandría (185-254), escribió un interesante comentario sobre la gran importancia de la fe en la vida humana:
«Si al fin y al cabo dependen de la fe todas las actuaciones humanas, ¿no es mucho mejor creer en Dios que en lo demás? Después de todo, ¿quién va a navegar en alta mar o a casarse o a engendrar hijos, o a lanzar semillas sobre la tierra para la siembra y no está confiando siempre que todo le va a salir bien, cuando incluso un resultado contrario es siempre posible y también ocurre a veces? Y sin embargo, parece que la fe obra de tal manera que todo estará bien y saldrá tal como se desea, que toda persona se atreve a ir hacia lo incierto e inseguro sin abrigar la menor duda.»

Los seres humanos a diferencia de los animales por poseer un intelecto y una conciencia, sabemos muy bien que algún dia nuestro cuerpo morirá y que ni la razón ni la ciencia médica lo podrán salvar, pero nuestra fe  y esperanza en Jesucristo y en Dios Padre nos confirman que después de la muerte terrenal, viviremos eternamente en el Reino de los Cielos, porque así nos lo ha prometido una y otra vez nuestro Redentor y Salvador Jesús el Cristo.
Ruégale a Dios Padre para que fortalezca tu fe y tu esperanza en el Señor Jesucristo y en las Sagradas Escrituras.

Porque no me avergüenzo del evangelio de Cristo; porque es el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en él la justicia de Dios es revelada de fe en fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá. Romanos 1, 16-17

El Reino Espiritual de Dios

Cuando un creyente cristiano en algún momento de su vida, se toma el tiempo para meditar sobre ese gran misterio divino que es el destino final de su existencia después de morir, es muy razonable, que trate de imaginarse cómo podría ser la vida eterna prometida por Jesucristo en su Evangelio, y que llegue incluso a figurarse su propia visión de la patria celestial.

Ese ejercicio intuitivo de la fantasia, por medio del cual, cada quien se imagina la vida eterna a su manera, lo considero no solo muy positivo,  sino de enorme provecho para toda aquella persona que en su corazón cobije y acaricie esa maravillosa esperanza.

La propia visión de la eternidad no es más que la reafirmación personal de la suprema esperanza del cristiano, porque uno está esperando convencido, de que la promesa de Jesús se cumplirá cuando llegue el tiempo justo.
Asi como cualquier cristiano, tambien yo tengo mi visión muy personal del Reino de los Cielos. Para mí el Reino de Dios debe ser un reino espiritual.

Me lo imagino como una dimensión o un mundo espiritual totalmente distinto a lo que conocemos de nuestro mundo material y visible.
Si Dios es espíritu, como lo afirma San Juan en su Evangelio (Juan 4, 24), entonces el Reino de Dios o Reino de los Cielos que dió a conocer Jesucristo, tiene que ser forzosamente como es Dios: espiritual.

Considerando que Dios como creador del Universo, insufló su espíritu en el hombre y la mujer, y que en consecuencia por ser los recipientes del alma, somos las únicas criaturas hechas a su imagen y semejanza, y que además, por habernos concedido el maravilloso privilegio de llamarnos hijos de Dios por la Obra Redentora y la Gracia de nuestro Señor Jesucristo, se puede deducir concluyendo, que los seres humanos somos de naturaleza espiritual y por lo tanto, somos tambien seres que poseemos un espíritu o bien seres con espiritualidad.

El Espíritu Santo que está contínuamente obrando en todos nosotros como el gran guía y consolador de Dios, a quien Jesucristo envió para hacer el papel de nuestro aliado durante nuestro paso por el mundo terrenal, según mi forma de creer, actúa directamente sobre nuestra dimensión espiritual, concretamente sobre las grandes potencias espirituales del alma humana, que son entre otras: la conciencia, la voluntad, el entendimiento, la memoria, la fe, el amor y la esperanza.

En este orden de ideas, mi concepción del ser humano es claramente dualista, ya que estoy convencido de que nuestra naturaleza está compuesta de dos dimensiones antagónicas que a su vez poseen cualidades y fuentes vitales distintas: el cuerpo material y el alma espiritual.

En una escena relatada en el Evangelio de San Mateo, Jesús se refiere de forma muy clara e instructiva a dos entidades o componentes diferentes del ser humano: el cuerpo y el alma; afirmando de forma irrebatible que el alma está dotada de su propia fuente vital y que al morir el cuerpo, el alma es capaz de seguir existiendo.
“No teman a los que sólo pueden matar el cuerpo, pero no el alma; teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el infierno.”
San Mateo 10, 28

Hay otra escena en la que Jesús se refiere por última vez al Reino de Dios y ésta vez no lo hace en forma de parábola sino que hace una afirmación categórica y directa, la cual según mi opinión, no permite en absoluto ningún espacio para interpretaciones de significados diferentes a lo que expresó fiel y exactamente con sus palabras. Esa ocasión es cuando estaba Jesús ante Pilato en el pretorio y éste le pregunta:
¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús respondió: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí».
Juan 18, 36

Poco después estando Jesús ya clavado en la cruz, en la escena que relata el Evangelio de San Lucas sobre la conversación que sostuvieron Jesús y el ladrón arrepentido quién estaba colgado a su lado:
“Y decía: Jesús acuerdate de mí cuando vengas con tu Reino. Jesús le dijo: Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”.  Lucas 23, 42-43

Esta maravillosa respuesta de Jesús al ladrón, con quien compartía su terrible agonía, es para mí el más grandioso testimonio para la humanidad de la inconmesurable Gracia y amor de Dios para un pecador arrepentido, y además, es la divina revelación más demostrativa, de que al morir un ser humano y separarse en ese momento el alma del cuerpo, el alma regresa a Dios su Creador y el cuerpo regresa a la tierra a la que pertenece.

Las almas de todos los seres humanos que han existido y que han muerto, siguen existiendo y viviendo espiritualmente en la eternidad.  Eso lo afirmó claramente  Jesucristo cuando le dijo a los Fariseos:
 “Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, ustedes están muy equivocados.”(Marcos 12, 27).

Sería completamente absurdo y no tendría ningún sentido, que hubiese un Dios eterno de seres muertos que ya no existen en absoluto, que son la nada.
Jesucristo con su respuesta a los doctores de la ley judaica, trató de quitarles el velo de suprema ignorancia que tenían en su entendimiento de seres mortales limitados, en relación con la vida eterna y la muerte del cuerpo humano.

Un Dios Todopoderoso y eterno no puede ser Dios y no puede poseer y señorear un Reino eterno de seres mortales insignificantes de carne y huesos, que tienen una existencia como la de las moscas, que solamente viven un par de días y después no existen más.

En la oración fundamental y perfecta de todo cristiano el Padre Nuestro, que nuestro Señor Jesucristo nos enseñó y nos pidió que rezaramos, dice en la tercera frase: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo”
Desde hace más de dos mil años los creyentes cristianos hemos estado rogándole a Dios por medio del Padre Nuestro, que su voluntad sea hecha simultáneamente en dos mundos o dos realidades diferentes, en el mundo terrenal y en el mundo celestial, por seres mortales que existen en el primero, y por seres eternos que existen en el segundo.

En el Reino de los Cielos viven los seres espirituales, quienes desde la eternidad también deben hacer la santa y soberana voluntad de Dios, como nosotros aquí en la tierra mientras vivimos en nuestro cuerpo mortal.
Por eso, repito lo que Jesús dijo: «Dios es un Dios de vivos y no un Dios de muertos.«
La muerte consiste en la separación del alma y del cuerpo, asi como también en la separación definitiva entre los seres mortales del mundo material y las almas vivientes que inician su vida eterna en el Reino espiritual de Dios.

Cada individuo es el gran protagonista en el drama más importante del mundo: el de su propia existencia.

En realidad, nosotros no somos ni muy secundarios, ni tan insignificantes como a veces lo pensamos. Según sea la situación en que nos encontremos y la función que debemos desempeñar en ciertas ocasiones, cada uno de nosotros tiene también innumerables oportunidades de ser el protagonista principal.

En el transcurso de nuestra vida son muchos los diferentes papeles o roles que desempeñamos. La mayoría de esos papeles son tan comunes y los hacemos durante tantos años que los hemos interiorizado y forman ya parte de nuestra existencia. Por consiguiente, cuando estamos desempeñando esos roles, no estamos realmente conscientes de la importancia del papel que hacemos como protagonistas, y precísamente por eso, con esta reflexión deseo motivarlos a tomar conciencia sobre este asunto.

Si reflexionáramos sobre el significado de cada uno de esos papeles y si, además, tomáramos conciencia de la gran importancia que tienen para nosotros los familiares y amigos, nos daríamos cuenta más a menudo del valor y de la gran relevancia que tienen nuestros actos y palabras en esos momentos.

Algunos de esos papeles y funciones importantes que hacemos a diario son los siguientes: hijo, padre, hermano, tío, esposo, abuelo, jefe, trabajador, amigo, amante, consejero, confidente, guía, oyente, maestro, protector, compañero, socio, dueño, chofer, tutor, representante, padrino, novio, jugador, acompañante, consolador, etc, etc.

En el escenario de nuestra vida somos siempre el protagonista principal o el personaje estelar de los acontecimientos que se dan en nuestra vida interior espiritual, es decir, en nuestra conciencia y mente.

Cada quien es protagonista y único responsable de sus propias decisiones, de sus actos, de las palabras que dice, de sus relaciones con los demás; en resumen de lograr o de malograr su proyecto de vida.

Cada uno es responsable de conocerse bien a sí mismo, de vivir de acuerdo con lo que le dicta su fe en Dios y su conciencia, de conocer sus talentos naturales, de seguir los anhelos de su corazón y de encontrarle el sentido a su vida. ¿Existe acaso para el individuo, una obra más valiosa y más importante que esa en su vida?

¿De qué nos sirve interesarnos por los otros y estar pendientes de lo que hacen o digan los demás, si no sabemos bien lo que somos, ni sabemos lo que queremos hacer de nuestra vida y no escuchamos la voz de nuestra propia conciencia?

Por estas y muchas razones más, no deberíamos estar tan interesados ni sentir envidia de aquellas personas que los medios de comunicación y la publicidad han seleccionado como los prominentes y las estrellas del escenario mundial, ya que muchos de esos personajes han sido pregonados para hacerlos famosos, y así con ellos, dedicarse a ganar mucho dinero por medio de películas, eventos deportivos, conciertos de música, espectáculos, etc.

Nuestra vida personal es el escenario más importante de todos los escenarios en que podamos participar o desempeñar un papel en el transcurso de nuestra existencia.

Así lo afirma Jesucristo con otras palabras cuando dice en el evangelio de San Mateo:
«Pues ¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?». (Mateo16, 26).

Como evidencia de esa afirmación, nada más tenemos que fijarnos en la vida privada de muchos personajes ilustres, famosos y prominentes a lo largo de la historia, para constatar la enorme disparidad entre sus vidas públicas y sus vidas privadas y familiares. La gran mayoría de ellos malograron su propia vida, porque terminaron alejándose de Dios, suicidándose, divorciándose varias veces, arruinados, sometidos a las drogas y al alcohol, etc.

Hagamos lo que hagamos durante nuestra vida, bien sean obras sobresalientes o obras ordinarias y sencillas, cuando cada uno de nosotros esté agonizando y moribundo, cuando ya nada ni nadie de este mundo limitado e insuficiente nos pueda salvar, y nos encontremos solos frente a la muerte, habrá al final únicamente dos grandes protagonistas que formarán parte de nuestro drama existencial: nuestra alma y Dios.

En los tiempos de Jesús, los fariseos eran las figuras más prominentes de la sociedad hebrea. Ellos conformaban la élite de la comunidad judía de Jerusalén y además eran los maestros de la ley judaica. A pesar de poseer los mayores conocimientos sobre las Sagradas Escrituras, los fariseos, por falta de fe y de humildad, fracasaron al no reconocer a Jesús como su Mesías, a quien esperaban desde muchos siglos antes. Ellos fallaron en su papel histórico y no realizaron la obra que les correspondía hacer como sacerdotes que eran.

Este es un ejemplo de tantos que han ocurrido en el mundo, en el cual los personajes ilustres y mejor educados de una nación no supieron cumplir bien con su papel en el momento cumbre de su trayectoria.

Fueron los sencillos pastores y pescadores del pueblo ordinario, los que Dios en su plan divino escogió para encontrarse con Jesús, reconocerlo como el Mesías y darlo a conocer en el mundo antiguo.

«En aquella misma hora Jesús se alegró en espíritu, y dijo:
―Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, que escondiste estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños: así, Padre, porque así te agradó». (Lucas 10, 21)

El Espíritu Santo es quien nos concede los dones y los talentos para actuar, y nos guía en nuestras tareas y actividades.
No debemos olvidar nunca que Dios todo lo sabe y que no estamos solos en esas luchas que se dan en nuestra alma una y otra vez, en ese combate espiritual interior en el que somos el protagonista principal. Si acudimos a Dios para pedirle ayuda y fortaleza él nos las dará.

El gran pensamiento de la eternidad y su enorme importancia.

Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Él le dijo: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso. Lucas 23, 42-43

En la historia de la humanidad, siempre se han dado cambios radicales de perspectivas o puntos de vista en relación con los conocimientos, las maneras de pensar y los valores de la sociedad.
Uno de los cambios radicales más conocidos y que tuvo grandes repercusiones en la ciencia y en la filosofía, fue  la comprobación científica que hizo el astrónomo polaco Nicolás Copérnico en el siglo XVI de su teoría, que era el planeta tierra, el que efectivamente giraba alrededor del sol, y no como se creía y se había aceptado durante siglos en Europa, que eran el sol y los planetas, los que giraban alrededor de la tierra.
Ese cambio radical de perspectiva se conoce hoy en día como el giro copernicano, un cambio de punto de vista totalmente nuevo, aunque para la gente de la época y para la sociedad de hoy, ese nuevo descubrimiento de Copérnico no ha significado nada para sus vidas.  

Sin embargo, el cambio de perspectiva más grandioso para el ser humano, fue el que obró el Señor Jesucristo, cuando le trajo a la humanidad sus divinas revelaciones sobre la promesa de vida eterna en el Reino de Dios, la existencia del alma humana inmortal y el perdón de nuestros pecados.
Esa maravillosa revelación de Dios, de que la existencia humana no termina con la muerte del cuerpo, como se creía y estaba aceptado hasta ese momento, sino que nuestra alma espiritual, continúa viviendo eternamente, generó en los creyentes un cambio radical en su conciencia y los llenó de una nueva e insuperable esperanza, la cual transformó radicalmente sus actitudes ante su propia vida y su muerte.

Así como bien lo dijo nuestro Señor Jesucristo: « No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma » Mateo 10, 28

El alma es divina e inmortal, y nos fue insuflada por Dios para poder vivir eternamente. Lo que muere es nuestro cuerpo, eso lo sabemos muy bien. Por lo tanto, los seres humanos no morimos, sino que pasamos a una mejor vida: la vida eterna espiritual en las moradas, que Jesús prometió prepararnos en el Reino de los Cielos.

El tránsito de la vida terrenal a la existencia espiritual eterna del ser humano, lo explica a su manera el escritor italiano Dante Alighieri, en su famosa obra la Divina comedia con la siguiente metáfora:
«¿No os dais cuenta de que somos gusanos nacidos para formar la angélica mariposa que dirige su vuelo sin impedimento hacia la Justicia de Dios?

El propósito final de nuestras vidas como hijos de Dios es el siguiente:
hemos nacido para la vida eterna.

¡Gracias a Dios y al Señor Jesucristo!

El amor verdadero es demasiado necesario para vivir una vida feliz y plena de sentido, como para menospreciarlo.

El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, apegaos a lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal, en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros. Romanos 12, 9-10

El ser humano es el único ser vivo capaz de fingir lo que no siente de verdad, y a través de un comportamiento falso, de engañar a los demás. De allí surgió el término hipócrita para señalar aquella persona, que actúa premeditadamente de manera falsa para obtener un beneficio. Los traidores políticos son muy buenos hipócritas fingiendo fidelidad y lealtad a alguien, para después traicionarlo.

El fingimiento de un amor que no se siente a una persona que si está enamorada y hacerle creer que la ama de verdad, es una hipocresía muy frecuente que se da en las relaciones de parejas.
¡Cuantos desengaños, desilusiones y frustraciones que se han dado en relaciones amorosas, han sido relatados en innumerables canciones, boleros y poemas populares en todo el mundo!

Pero resulta que aquellas personas, quienes tienen esa mala costumbre de fingir un amor que no sienten, no se percatan de que ellas mismas salen doblemente perjudicadas por su hipocresía:
En primer lugar, destruyen su propia facultad para ser felices, puesto que el amor verdadero es la principal fuente de la felicidad, y en consecuencia, permanecen siendo unos infelices, aun cuando lleguen a ser dueños de medio mundo.
Y en segundo lugar, el remordimiento de conciencia que se origina del engaño y la traición a su pareja, los inquieta y atormenta interiormente haciéndoles sentirse aún mucho peor. Recuerden la terrible consecuencia que sufrió Judas Iscariote, debido al beso traicionero que él le dió al Señor Jesucristo, para delatarlo a los fariseos que lo perseguían, antes de su cruxificción en el Calvario. Judas terminó horcándose de un arbol, unos días después.

El amor es la virtud espiritual más excelente , y es también, la más importante para vivir una vida con sentido y propósito. El amor es para nuestra vida interior espiritual, así de esencial como es el sol para la vida de la naturaleza en el planeta.
Así como no estamos conscientes de lo necesario que es el sol para nuestra existencia en la tierra, por ser algo tan ordinario y común, tampoco estamos conscientes de lo importante que es amarnos los unos a los otros para nuestra propia felicidad, y por esa razón, menospreciamos el amor verdadero y no lo consideramos tan importante como: el dinero, la profesión, la belleza, la moda, la fama, las diversiones, etc.

San Pablo describió magistralmente el amor verdadero y su gran relevancia para nuestras vidas en su primera carta a los Corintios en el capítulo 13, 1-7:

Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, he llegado a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe. Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy. Y si diera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me aprovecha.
1. Corintios 13, 1-3

Para Dios nuestros fingimientos no sirven de nada, porque a Dios es imposible engañarlo.

Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren. Juan 4, 24

A Dios no le podemos ocultar ningún pensamiento ni ninguna intención secreta, porque nuestra vida interior espiritual, la cual está constituida por nuestros pensamientos, sentimientos, pasiones e intenciones, es para Dios como un libro abierto.
Dios todo lo sabe y todo lo conoce de nuestra vida. Y a pesar de que eso es así, siempre cometemos el error de olvidar esa realidad, y tratamos de fingir acciones y comportamientos a otras personas, creyendo inutilmente, que asi como engañamos a la gente con nuestra falsa actuación, pensamos que Dios tampoco se entera de lo que hacemos de manera fingida. !Qué equivocados!

Una característica natural de los seres humanos es que somos capaces de fingir comportamientos y gestos que no sentimos de verdad, es decir, que podemos fácilmente interpretar una conducta falsa ante los demás y hacerles creer que es un comportamiento verdadero.

No actúan solamente los actores profesionales en la televisión o en el cine, sino que todos sabemos actuar también ante los demás en la vida cotidiana.
La personalidad humana está constituída por una dualidad natural, que consiste en una personalidad externa y una personalidad interna. La externa es la personalidad corporal y pública que mostramos a los demás con nuestros gestos , y la interna es la personalidad interior que ocultamos por lo general y que sólo mostramos cuando así lo deseamos. Esta realidad es la que se conoce como el ser adaptado por fuera  y el ser original por dentro de las personas.

Por eso, en el gran escenario de la vida real diaria todos fingimos en ciertas situaciones y cuando nos conviene, unos más y otros menos.
Ahora bien, si eres un cristiano creyente quiero recordarte en esta oportunidad, que en tu relación íntima y secreta con Dios, procura ante Él ser siempre sincero y auténtico en todo lo que concierne a tu vida interior espiritual. Fingir ante Dios es lo peor que puedes hacer en tu vida como creyente, y además, es engañarte a tí mismo.

No os engañéis, Dios no puede ser burlado; porque todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Gálatas 6, 7

La paz interior es el terreno fértil donde prosperan la tranquilidad y la felicidad del alma

« La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como el mundo la da.
No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. »
Juan 14, 17

El Señor Jesucristo en su trato con la gente, siempre acostumbraba a saludar o despedirse deseándole la paz a quién Él se dirigía, y para eso, utilizaba alguna de las siguientes expresiones: « la paz sea contigo », « paz a vosotros », « la paz os doy », « mi paz os dejo ».
En esos tiempos y en la mayoría de los pueblos ubicados en la región del mar mediterráneo, el saludo de la paz es una costumbre muy antigua, la cual se ha mantenido hasta hoy en día, como es el caso de las naciones semíticas: los judíos y los musulmanes.

La paz a la que Jesús que siempre se ha referido, es la paz interior de cada individuo, la cual es la primera que es necesario alcanzar, antes de tener paz entre unos y otros, es decir, la paz del alma o paz consigo mismo. Eso es así por la sencilla razón, de que si uno no tiene paz interior, no es posible que pueda mantener paz con los demás.
Jesús, por ser Hijo de Dios, sabía eso muy bien.

Ustedes se preguntarán ¿pero qué es tener paz interior y cómo puedo yo saber en qué momentos no la tengo?
Para obtener la respuesta a esas preguntas, solamente tenemos que observar a los niños pequeños con detenimiento y fijarnos en su actitud y en sus reacciones ante las circunstancias « desagradables » que les suceden.
A continuación una excelente descripción que hizo Santa Teresa del Niño Jesús, sobre la actitud normal del niño, quién logró ilustrar y demostrar algunos efectos de la paz interior en su conducta, con ejemplos prácticos:

„Ved al niño: está lleno de defectos, es ignorante, no sabe nada, todo lo rompe, cae a cada momento en las mismas faltas, y, no obstante, este niño es muy cándido, vive en paz, se divierte y duerme tranquilo. ¿Sabéis por qué? Tiene la simplicidad interior, se conoce tal cual es, acepta en paz la humillación de su estado, confiesa su ignorancia, su inexperiencia, sus defectos; a todo responde: «es verdad», y cuando ha hecho esta confesión, en lugar de avergonzarse, de llorar, o de enfadarse por ello, se va a jugar, habla de otras cosas como de ordinario. He aquí el secreto de la paz interior: la simplicidad de la infancia. «

Lo primero que resalta de la actitud del niño consigo mismo, es que él se acepta a sí mismo tal como es de imperfecto, y no se avergüenza ni se enfada consigo mismo por eso. El niño no se irrita a sí mismo, haciéndose reproches o críticas a sí mismo. Por su propia protección, el niño de esa manera no permite que se perturbe esa preciosa paz interior que disfruta, y que además, necesita para poderse desarrollar sin traumas ni complejos psicológicos.
Esto desmuestra que el ser humano dispone de la facultad natural, de permitir o impedir que su paz interior sea perturbada. Solamente nosotros somos capacez de alterar nuestra propia paz interior, según sea nuestra reacción a lo que sucede fuera de nosotros en nuestro entorno. Podríamos hacer mucho más esfuerzo para cuidar y conservar la paz interior, adoptando una actitud a la defensiva frente a los demás, como por ejemplo, siguiendo el refrán: a palabras necias, oídos sordos ; tal como hacen los niños.
Como adultos nos dejamos influenciar demasiado por las circunstancias, por lo que nos dicen los demás y por lo que pasa en el mundo, y lo más asombroso, es que lo hacemos voluntariamente, ya que siempre estamos mucho más pendientes de lo que piensa y hace la gente, que de lo que pensamos, creemos y hacemos nosotros.

Por su Gracia y gran misericordia, Dios le concede a diario la paz interior a nuestra alma, pero nosotros por un insignificante gesto, mirada, comentario, chisme, menosprecio o desaire; que ahora como adultos consideramos « desagradables », en vez de ignorarlos y no hacerles caso para no disturbar la calma y serenidad interior que hemos recibido, entonces nos alteramos, nos ofendemos y nos irritamos a sí mismos.
Lo cual en realidad es absurdo.

Tengamos presentes que la paz interior es un precioso tesoro espiritual.
Sin paz en nuestro corazón no alcanzaremos jamás la tranquilidad y la felicidad que deseamos y siempre estamos buscando.

El importante y maravilloso secreto de la mirada

Pusiste nuestras culpas delante de tus ojos, y nuestros secretos a la luz de tu mirada.” Salmo 90, 8

Muchos de nosotros no estamos concientes de la diferencia que existe entre ver y mirar, y por lo general, tampoco nos damos cuenta de los claros mensajes que expresamos y transmitimos con nuestras miradas a las personas cuando las estamos mirando.
La gran diferencia entre mirar y ver es la siguiente: vemos con los ojos y miramos con el alma.
La mirada alberga un gran contenido espiritual, y en consecuencia, refleja la verdad de lo que estamos sintiendo en el alma en ese preciso momento. Por esa sencilla razón, con nuestras miradas revelamos, de vez en cuando, algunos secretos nuestros y sentimientos que tratamos de ocultar.
Por ejemplo, los niños recien nacidos y los infantes que aún no saben hablar, le expresan a sus madres por medio de sus miradas, lo que sienten en su alma y que no pueden manifestarles con palabras. Eso es lo que se conoce como lenguaje visual. Y de esa necesidad del contacto visual entre madre e hijo desde tan temprana edad, es que la mirada recíproca a los ojos se ha hecho parte esencial de la comunicación cara a cara entre dos personas.

Dependiendo de los estados de ánimo y de los pensamientos que la persona que miramos cause o desencadene en nosotros, al mirarla y gracias a la intuición, percibimos diferentes valores y cualidades espirituales de élla, según las emociones y sentimientos que efectivamente estemos sintiendo en ese instante.
Es por eso que en los tiempos de la Edad Media, se tenía la creencia de que en el preciso momento del enamoramiento entre un hombre y una mujer, sus espíritus se intercambiaban a través de la mirada amorosa.

En nuestras relaciones personales hacemos uso de un amplio espectro de miradas, que se corresponden directamente con la diversidad de las pasiones humanas, que sentimos hacia la persona con la que estamos hablando en ese momento y de las circunstancias previas que rodean el encuentro.
Entre los diferentes tipos de miradas están: la amorosa, despreciativa, agradecida, orgullosa, compasiva, altiva, luminosa, fija, inquieta, desdeñosa, dominante, furiosa, envidiosa, de odio, de reproche, afirmativa, sensual, comprensiva, anhelante, temerosa, etc.

Una mirada amorosa puede ser tan expresiva, que el poeta Gustavo Adolfo Becquer en uno de sus poemas escribe: “El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada”
Y el gran escritor William Shakespeare por su parte, escribió sobre la mirada: “Las palabras están llenas de falsedad o de arte; la mirada es el lenguaje del corazón”.

Recordemos pues, que el contacto visual es indispensable para relaciones personales y para una efectiva comunicación interpersonal.

Ahora bien, si los ojos humanos son el espejo del alma, al mirar nosotros una pantalla de computador o una pantalla de un teléfono inteligente, por el simple hecho de no poder mirar directamente a los ojos de nuestro interlocutor, estamos renunciando voluntariamente a lo más hermoso, más enternecedor y más importante que posee la conversación cara a cara entre seres queridos, que son las miradas y los maravillosos mensajes espirituales que contienen.

El uso excesivo de los teléfonos inteligentes impide y dificulta el contacto visual mutuo entre personas durante la comunicación, y en consecuencia, impide y dificulta también el acercamiento espiritual y el intercambio de emocional con nuestros seres queridos.
No existe una experiencia humana más plena de sentimientos, emociones y vivencias espirituales, que el encuentro cuerpo a cuerpo entre dos personas para conversar, entenderse, manifestarse cariño y comunicarse. Las demás formas de comunicación son simplemente accesorios artificiales.

Por lo tanto, debemos tener siempre presente que la comunicación que hacemos por medio de pantallas es fácil y rápida, pero es incompleta, artificial y truncada, debido a que le falta el aspecto espiritual y sentimental, lo cual es lo que colma la comunicación de cariño, vida, cordialidad y sentido, es decir, de calidez humana, real y efectiva.

No nos conformemos con ver solamente pantallas, recuerda que tanto tú como yo y nuestros seres queridos, todos necesitamos mirar y ser mirados para poder vivir plenamente.

La envidia es enemiga fatal del amor y de la felicidad.

Malo es el ojo envidioso, que vuelve su rostro y desprecia a los demás. Eclesiástico 14, 8
“El corazón apacible es vida de la carne; pero la envidia es carcoma de los huesos.” Proverbios 14:30

La envidia es una pasión espiritual natural del ser humano, que se puede manifestar ya en la infancia y nos acompaña toda la vida. Así como la mala hierba, la envidia brota de manera espontánea y crece en el corazón rápidamente.
Si la persona envidiosa no reconoce que padece de envidia y no hace nada para contrarrestarla, puede llegar a ser muy dañina, puesto que genera mucho odio, mala intención y agresividad hacia la persona envidiada, llegando incluso a cometer asesinatos.
En el periodismo policial se reportan con cierta frecuencia casos trágicos de asesinatos, cuyo motivo principal ha sido un fuerte sentimiento de envidia. Así de maléfica y peligrosa es la envidia, y por lo tanto, no debe ser nunca subestimada.

San Agustín de Hipona consideraba la envidia como el pecado diabólico por excelencia y Santo Tomás de Aquino la llamaba: la tristeza del bien ajeno, es decir, el malestar interior por el bien de los demás.
Para el gran filósofo Descartes, quien escribió un tratado sobre las pasiones del alma, decía que: no hay vicio que más dañe a la felicidad de los hombres como la envidia.

La envidia es usualmente manifestada en el envidioso, a través de la mirada malvada y de palabras dañinas pero con apariencia inofensiva y hasta disfrazadas en halagos. El odio que se desarrolla en el envidioso le ofusca el alma, la mente y la vista, es fuente de perturbación, inquietud y angustia en su corazón. La envidia le impide ver la realidad de manera equilibrada y objetiva.

Sin duda alguna, el más perjudicado por la envidia es el envidioso porque su propio odio le hace sufrir mucho más, puesto que la persona odiada o envidiada si apenas percibe algo, serán algunos gestos de indiferencia y una actitud de rechazo. Y a pesar de que la envidia y el odio hacen sentir al envidioso más miserable, éste se acostumbra a su miseria espiritual y lo considera « normal ».

La palabra envidia viene del latin in-videre que significa « mirar al interior o poner la mirada dentro de alguien». Justamente de la envidia es que ha surgido lo que en todos los pueblos y desde tiempos inmemoriables, se conoce como « Mal de ojo ».

La envidia acaba con la capacidad de amar y con la facultad de disfrutar de la vida del envidioso y eso lo hace descontento e infeliz.
Ya hemos mencionado que el sentimiento de envidia es natural y puede surgir en cualquier momento de la vida, pero también la envidia puede ser despertada y alentada en el ser humano actual por medio de la publicidad, la televisión y el cine, al mostrar en las películas y videos publicitarios solamente el estilo de vida, los automóviles y las mansiones de la gente rica, como modelo u objetivo a alcanzar para la gente menos adinerada.
No debemos nunca olvidar que las agencias publicitarias explotan nuestras debilidades e inclinaciones más bajas como el egoísmo, el exceso en la comida o la bebida, el adulterio, la ambición desenfrenada y la envidia; mientras que muchos valores edificantes son ignorados. Por eso, debemos estar siempre alertas y no dejarnos influenciar por los mensajes comerciales, que sólo buscan aumentar las ventas de los productos que promocionan.

Los mejores y más poderosos antídotos contra la envidia, para aquellas personas que padecen de esa pasión, son el amor y la oración. El amor al prójimo como facultad espiritual puede ser convertida en una actitud por una decisión personal y consciente en la vida. La ayuda de Dios es indispensable, puesto que la envidia y el odio son pasiones espirituales del alma, dimensión por excelencia donde obra directamente el Espíritu Santo en nosotros. Es por eso, que el envidoso que desea vencer su problema, debe orar diariamente con un corazón arrepentido y quebrantado por ayuda y fortaleza divina.
Del sentimiento del amor verdadero nacen el respeto y la admiración hacia la persona amada, cualidades estas que complementan la obra del cariño.

No me canso de insistir y machacar en la enorme importancia que tiene el amor verdadero y auténtico en nuestas vidas, porque el amor es la fuente espiritual más importante de la felicidad, de la belleza interior y de la salvación eterna del ser humano.

El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; 1 Corintios 13:4

Desechada la esperanza de la vida eterna, el sufrimiento se muestra al incrédulo como algo inútil, sin sentido y absurdo.

Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación. 2 Corintios 1, 5

El que no ha sufrido en la vida, no ha vivido en este mundo, ya que vivir es también tener que sufrir.
Y con la palabra sufrir no me refiero solamente cuando se sienten fuertes dolores, molestias e incomodidades en el cuerpo debido a enfermedades o accidentes, sino que lo más frecuente son la infinidad de esos sufrimientos que padecemos en secreto por contrariedades y problemas, como por ejemplo: disgustos y decepciones en el trabajo, fracasos personales, divorcios, rencillas y conflictos familiares, etc; y además hasta lo que sufrimos junto con nuestros seres queridos cuando a alguno de ellos no le va bien, tiene problemas serios o muere.

En vista de que el sufrimiento forma parte esencial de la vida humana, tenemos que sencillamente aceptarlo y asumirlo como una condición natural de nuestra existencia. Indudablemente, la vida en este mundo posee infinidad de encantos, atractivos y bellezas que compensan sus aspectos negativos como el sufrimiento.

Adicional a todo lo que la Creación ha puesto a disposición de la humanidad en este mundo material, Dios ha creado por amor al ser humano con un alma de naturaleza espiritual a imagen y semejanza suya, para poder relacionarnos directamente con Él mientras estemos en este mundo, y para vivir eternamente después de nuestra muerte.

El amor, la fe y la esperanza son las facultades espirituales más poderosas que Dios nos ha dado, para ser capaces de superar y vencer TODOS los sufrimientos, problemas, obstáculos y contrariedades que el destino nos pueda deparar en nuestra vida terrenal.
El amor, la fe y la esperanza son las tres virtudes espirituales primordiales que conforman lo que yo llamo el « chaleco salvavidas » espiritual con el que Dios nos ha equipado para sobreponernos a cualquiera mala situación, siniestro, tragedia o calamidad que podamos experimentar en la vida.

La vida es un don que Dios nos ha concedido a cada ser humano con un determinado propósito, que por lo general desconocemos y que quizás nunca llegamos a averiguar. Ese es un misterio más de la vida que Dios se reserva para sí mismo.
La vida humana se considera sagrada porque Dios nos la otorgado, y por lo tanto merece la pena vivirla hasta que llegue el momento de la muerte inevitable, sea cual fuere las condiciones, malas o buenas, en que se nazca y el destino que se tenga.

Si alguien no tiene fe en Dios, no siente amor y no tiene esperanza en una nueva vida eterna, para esa persona aún viviendo en las mejores condiciones materiales, puede llegar a perder el sentido y propósito de su vida, y de manera manera particular, el sufrimiento para ese individuo se convierte en algo absurdo e inútil.
En Europa, el continente más desarrollado y con el mayor nivel de riqueza del mundo, ya para 1920 fue fundada en Alemania la primera asociación que defendía la libertad de suicidarse. En Suiza está legalmente permitido el suicidio asistido por un médico desde hace 25 años. El número de los suicidios asistidos está aumentando fuertemente. Para el año 2000 fueron 200 personas y para el año 2015 ya eran 1000 personas.
Lo que más llama la atención de este nuevo fenómeno social y moral en el resto de las sociedades europeas, es que cada vez son más las personas jóvenes y sanas que exigen la legalización de una muerte digna por suicidio, que las personas viejas y enfermas.

El bienestar económico, las comodidades tecnológicas y la abundancia de bienes y servicios en las sociedades de consumo, no le proporcionan a la vida humana más propósito o sentido de vivir, ni tampoco consuelan el sufrimiento padecido.
El desarrollo industrial y tecnológico nos ha hecho creer, a traves de los medios de comunicación, que ganar dinero trabajando y consumir de todo para poder vivir cómodamente, es el « nuevo » sentido de la vida.
Pues, no sigamos creyendo esa falsa ilusión, porque los europeos que están hartos de consumir y de vivir con comodidades desde hace décadas, se están matando voluntariamente.

Porque en ti está la fuente de la vida; en tu luz vemos la luz. Salmo 36, 9