Espérame en el cielo, si es que te vas primero

Pero el amor del Señor es eterno para aquellos que lo honran; su justicia es infinita por todas las generaciones. Salmo 103, 17

Seguramente muchos de ustedes, que están rondando los 60 años de edad, habrán escuchado esa linda canción titulada « Espérame en el cielo » interpretada y hecha famosa por el trío Los Panchos. Todos sabemos que ese trío en su larga carrera artística, se dedicó a dar a conocer en el mundo la canción romántica latinoamericana por excelencia: el bolero.
Los Panchos le cantaron al amor entre parejas tanto en sus diversos matices como en sus amargos desenlaces, pero afortunadamente, también le cantaron al amor triunfante, profundo y eterno como en este bolero en particular.

Ese amor verdadero que surge del fondo del alma, que vence todos los obstáculos y que prevalece en el tiempo, es eterno por ser de naturaleza espiritual. A la pareja que se ama mutuamente de ese modo, no le basta la duración de la vida en esta tierra para vivir ese amor, y por lo tanto, su gran anhelo es poder continuar disfrutando del amor aún después de la muerte.

De manera que esta canción como muchas otras manifestaciones artísticas del amor profundo, transmiten la visión de la eternidad de la relación sentimental, o bien comunican su deseo de eternizarse en ese amor.

El Señor se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto te soporté con misericordia. Jeremías 31, 3
Al ser Dios eterno, su amor hacia nosotros es igualmente eterno, porque Él nos creó con un alma inmortal, la cual después de la muerte, seguirá viviendo eternamente. Si no tuviéramos dentro del cuerpo un alma viviente inmortal, creada y destinada por Dios a vivir eternamente, no seríamos capaces de sentir el anhelo por un amor eterno, por un amor que dure para siempre.

Para nosotros como creyentes cristianos, es de suma importancia creer que el Dios eterno nos ha creado con un alma inmortal, con la clara intención de seguir amándonos después de la muerte inevitable de nuestro cuerpo. El Dios eterno y todopoderoso no es un Dios de cuerpos muertos, sino un Dios de almas vivas y eternas en el Reino de los Cielos.

Es en el fondo de nuestra alma inmortal, donde nace ese amor eterno que podemos llegar a sentir por alguien y que deseamos que no termine nunca, y no proviene de nuestro cuerpo carnal, que lo que siente y desea es satisfacer un apetito sexual lo antes posible.

La capacidad que tenemos de amar a alguien eternamente, es la virtud espiritual más grandiosa que Dios nos ha concedido como un don divino, y al mismo tiempo, como una prerrogativa del alma humana.

Concluyo con un trozo muy expresivo del texto de esa bella canción:
Nuestro amor es tan grande, y tan grande, que nunca termina.
Y esta vida es tan corta y no basta para nuestro idilio.
Por eso yo te pido, por favor, me esperes en el cielo.
Y ahí, entre nubes de algodón, haremos nuestro nido.

El alma no puede amarse ni amar a Dios, sin conocerse a sí misma sin constatar su origen divino.

Pero desde allí buscarás al SEÑOR tu Dios, y lo hallarás si lo buscas con todo tu corazón y con toda tu alma. Deuteronomio 4, 29

El título que le puesto a esta reflexión es un maravilloso pensamiento de San Juan de la Cruz (1542-1591), quien junto con Santa Teresa de Ávila representan los místicos de origen español más relevantes y los que, con el uso de testimonios claros e instructivos, han logrado explicar muchos aspectos prácticos de la espiritualidad humana y su vínculo con Dios.

Cuando alguien desea enseñar a otras personas algo nuevo y desconocido, lo lógico y correcto sería comenzar por el principio, es decir, abordar lo primero e iniciar la enseñaza con el fundamento, así como se hace en la construcción de una casa.

En el caso de la enseñanza formal de la religión, que es un tema abstracto e inmaterial, casi nunca se comienza por aclarar bien los dos primeros elementos fundamentales de una relación religiosa: Dios y el alma humana. Estas son las dos primeras piedras fundacionales o piedras angulares para poder edificar una relación personal con Dios. En el inicio de la Biblia, en el libro de Génesis está escrito: « Formó, pues, El SEÑOR Dios al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un alma viviente. » (Génesis 2, 7)

Si Dios no hubiera creado al ser humano a su imagen y semejanza, y no hubiera insuflado en nosotros el espíritu o alma que poseemos, no podríamos jamás pensar en Dios ni mucho menos establecer una relación personal con Él, no existiría ningún culto a Dios, y nosotros los humanos seríamos simplemente una especie más de monos en las selvas, pero lampiños.

Yo que estudié en colegios religiosos donde recibí cada semana clases de catecismo, y que incluso, fuí preparado como catequista para enseñar religión a niños de otras escuelas, no recuerdo haber aprendido nada sobre mi propia dimensión espiritual, sobre mi alma como la huella que dejó Dios de sí mismo en mí cuerpo, ni sobre mis facultades espirituales.

Esta carencia de un conocimiento detallado de nuestra dimensión espiritual, es una de las causas de la ignorancia espiritual que se percibe en la mayoría de los creyentes laicos sobre su propia naturaleza espiritual y sobre los atributos del alma humana.

De allí la enorme importancia y la gran vigencia que tiene esta recomendación del místico San Juan de la Cruz para todos los creyentes cristianos en el tiempo presente.

¿Hay algo mejor que decirle sí al corazón, cuando pide cariño verdadero?

Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy. Y si diera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me aprovecha. 1. Corintios 13, 2-3

¡Más claro no canta un gallo! decimos así popularmente, cuando algún mensaje es expresado con la claridad del cristal. En este mensaje que acaban de leer, San Pablo manifiesta, con simples y magníficas comparaciones, la enorme importancia que el amor tiene en la vida humana. Ahora bien, al leer o escuchar un mensaje de la Biblia, la dificultad no está generalmente en la comprensión del texto, sino sobre todo en que el lector u oyente tenga fe en esas sagradas palabras y las acepte como una verdad para guiar su vida.

Muchos se preguntan hoy, pero si el amor es tan importante en la vida, ¿por qué entonces no se habla y se escribe sobre el amor todos los días, así como se habla y se escribe sobre otros temas como: el dinero, los precios, la ropa de moda, los viajes de vacaciones, las ofertas en el supermercado, los cosméticos, la salud, las medicinas, etc, etc? La respuesta es muy sencilla, y sin embargo, no deja de sorprender: Porque el amor al que se refiere San Pablo es el amor hacia los demás, el cual solamente lo podemos sentir y experimentar en el corazón, por ser una facultad espiritual humana que es invisible, y como tal, NO se puede comprar ni vender. Además, por no ser el amor negociable ni vendible, es sencillamente ignorado por los medios de comunicación y por la sociedad de consumo.

Las enseñanzas y mensajes contenidos en la Biblia están dirigidos al alma o espíritu humano, están destinados a alimentar nuestra dimensión espiritual constituída principalmente por la conciencia, el intelecto y la voluntad. De allí surge la célebre frase del Señor Jesucristo, en la que se refiere a la Palabra divina como el alimento espiritual: Pero Él respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. (Mateo 4, 4)

La gente que sin reflexionar da por sentado, que la palabra Dios es un vocablo vacío, sin ningún contenido útil y adaptado a nuestra época y que es algo obsoleto para el hombre y la mujer modernos, no saben todavía lo equivocados y desorientados que están, ya que se han olvidado del elemento más importante, se olvidan, que éllos también tienen un espíritu dentro de su cuerpo.
Todo lo que es espíritual no cambia, porque es eterno, y es además la esencia y fuerza de la vida humana. Todo lo material y perceptible si cambia con las épocas, particularmente el aspecto exterior de las personas, la cosas y las costumbres, que es lo que se manifiesta y se puede percibir con la vista.

Por esa razón, el alma humana, sus pasiones y virtudes fueron, son y seguirán siendo las mismas por los siglos de los siglos. Cada ser humano que existió hace miles de años y los que existimos ahora, tenemos exactamente el mismo núcleo espiritual, la misma interioridad así como las mismas cualidades y defectos.

De nuestras cualidades espirituales, el amor es la más maravillosa y la más importante para poder vivir una vida plena y feliz, a pesar de que esa bella virtud humana sea actualmente ignorada por la sociedad de consumo, y también a pesar de las penas, pérdidas, problemas, fracasos, aflicciones y necesidades materiales que caracterizan nuestra vida en este mundo cruel y sin piedad.

Concluyo con un pensamiento muy cierto que leí hace poco sobre la importancia del amor en la vida:

Con el amor sucede como con el sol. Amanece el amor en nuestras vidas, entonces la luz se hace presente, entonces nuestro interior se pondrá cálido. Desaparece el amor de nuestras vidas, entonces crecen allí el frío, las negras sombras y los oscuros pensamientos proliferan. Tengo amor, me pueden faltar muchas cosas. A quién le falta amor, a ese le falta todo. Con amor se siembra confianza, se cura lo quebrantado y se comparte el sufrimiento. El amor hace posible lo imposible.

 

¿De dónde surgen el remordimiento de conciencia y el sentimiento de culpa?

“Por eso yo también me esfuerzo por tener constantemente una conciencia limpia ante de Dios y ante los hombres”. Hechos, 24, 16.

El remordimiento de conciencia y el sentimiento de culpa, así como la gran mayoría de los padecimientos que agobian la vida del hombre y la mujer en la sociedad moderna, son más bien de origen espiritual y mental que de origen corporal y orgánico. En Europa, los trastornos psíquicos y afectivos se han incrementado tanto en los últimos años, que los consultorios de psiquiatras, psicólogos y terapeutas emocionales están saturados de pacientes.

Sobre esas enfermedades y perturbaciones no se habla ni se comenta en la opinión pública, porque no causan dolores insoportables ni muertes, pero sí ocasionan en el alma muchos sufrimientos, angustias y tristezas, que son padecidos en secreto durante largos años, y que le impiden vivir una vida plena y feliz a las personas afectadas, a pesar de disponer de muchos bienes materiales y de poder darse cualquier gusto con su dinero.

La conciencia forma parte esencial y muy importante del alma humana. La conciencia actúa como una luz que ilumina nuestras decisiones, es esa voz que escuchamos en nuestro interior que condena o aplaude alguna acción que hemos hecho, actúa también como testigo, y por consiguiente, sabe de nuestras intenciones , y además, memoriza las acciones que hemos hecho.

La intención o el propósito por lo que hacemos determinadas acciones, concientemente y movidos por nuestra propia voluntad, es como todo lo que proviene de nuestra interioridad, una fuerza de impulso espiritual, ya que es parte integrante de la voluntad humana, la cual junto con la memoria y el intelecto conforman las tres potencias espirituales básicas del ser humano. La intención es la idea, los deseos o los pensamientos que se nos ocurren, y que por decisión propia y soberana, convertimos de manera consciente en el motivo secreto de nuestros actos voluntarios.

Para poder comprender éste tema de la intención, tenemos necesariamente que recordar esa realidad indiscutible de que el hombre es una dualidad de cuerpo y alma, que es nuestra dualidad original, que somos un cuerpo con un espíritu, que somos la unión perfecta de una naturaleza material visible y una naturaleza espiritual invisible en el mismo ser.

La conciencia es ese testigo fiel presencial que anima y corrige, aprueba y condena, ensalza y vitupera cada uno de nuestros actos, según sean dignos de asentimiento o de reprobación.

El misionero jesuíta Pedro de Calatayud (1689 – 1773) escribió un trabajo célebre sobre la pureza de la intención, en el que menciona entre muchas otras cosas interesantes, algunos efectos de la intención en la persona que actúa. El efecto que más me llamó la atención fue en el que dice textualmente: « El tercer efecto es el dejar el alma quieta, y con una vida suave y sosegada. »

San Pedro de Calatayud se refiere en ésa cita a un efecto de suma importancia para todos nosotros, seamos creyentes o no, se trata de que es la intención y no las acciones que hacemos, la fuente de una conciencia tranquila y en paz, y como resultado, de poseer un alma serena dentro de nosotros.

Ese efecto directo de la intención sobre nuestra propia conciencia, nos da en consecuencia la justa explicación de esos dos terrible padecimientos espirituales que aquejan a los seres humanos: el sentimiento de culpabilidad y el remordimiento de conciencia. El remordimiento o sentimiento de culpabilidad es una realidad espiritual a la que toda persona adulta se enfrenta en algún período o momentos de su vida. En algunos, el remordimiento es el primer paso para el arrepentimiento que concluye en la conversión. Para otros es motivo de tanto tormento y desesperación que pueden terminar incluso en el suicidio.

El predicador inglés Charles Spurgeon en un comentario sobre la enorme importancia que tiene una conciencia limpia, dijo en una manera muy ilustrativa:

“Un gramo de paz interior y tranquilidad vale más que una tonelada de oro. El que tiene buena conciencia ha ganado una riqueza espiritual mucho más deseable que todo lo que ha perdido, aunque tenga que vestirse con un traje gastado.”

El amor que una persona le manifiesta a los demás, es lo que le hace aumentar su belleza y su atractivo

No se preocupen tanto por lucir peinados rebuscados, collares de oro y vestidos lujosos, todas cosas exteriores, sino que más bien irradie de lo íntimo del corazón la belleza que no se pierde, es decir, un espíritu gentil y sereno. Eso sí que es precioso ante Dios. 1 Pedro 3, 3-4

¿Quién no ha escuchado o leído el conocido refrán que dice: La suerte de la fea, la bonita la desea? La sabiduría popular expresa ilustrativamente esa realidad tan evidente que se percibe en las relaciones personales, que la simpatía y el encanto de una persona, surgen de su interior, de su alma, es decir, de su forma de ser y de actuar. La belleza exterior de la persona es sin duda atractiva y llama la atención, pero se queda en eso simplemente, en una excitación muy breve que atrae la atención o deleita por un momento y después pasa. Por esa razón, se sabe que la belleza exterior humana es superficial, y tan superficial es, que algunos escritores la han comparado con una simple capa de barniz y con la profundidad de nuestra epidermis que es de apenas 0,5 a 1,5 milímetros de espesor.

En la antigüedad, ya los filósofos, teólogos y demás letrados afirmaban que la belleza y la fascinación de un individuo salen de su corazón. San Agustín escribió: “La belleza crece en ti en la misma proporción en que crece tu amor, puesto que el amor mismo es la belleza del alma.”
Agustín define al amor como el ingrediente indispensable que hace crecer o aumentar la belleza, hermosura o atractivo en un ser humano de una manera efectiva y duradera.

Platón en su obra El banquete refiriéndose a la belleza del cuerpo y a la belleza del alma, decía que amar de verdad a alguién es liberarse de las apariencias del cuerpo, porque “cuando uno ama una alma bella, permanece fiel toda la vida, porque lo que ama es durable”.

Y Sócrates hablando sobre la belleza femenina, dijo: «La belleza de la mujer se halla iluminada por una luz que nos lleva y convida a contemplar el alma que habita tal cuerpo, y si aquélla es tan bella como ésta, es imposible no amarla.»

Hasta aquí hemos mencionado algunos argumentos irrefutables tanto de la sabiduría popular como de la sabiduría de la filosofía, los cuales confirman que la belleza interior de los seres humanos es la más importante, más valiosa y más perdurable.

Ahora bien, la belleza exterior es un atributo sumamente subjetivo y es un asunto muy personal porque se trata del gusto individual y único que tiene cada ser humano. Por su parte, el amor es una fuerza espiritual que viene de Dios y como tal es universal y enigmático, por consiguiente, la belleza del alma en los seres humanos es igualmente universal y misteriosa.

No ha sido por mera casualidad, sino por voluntad expresa de Dios que el amor y la belleza espiritual interior sean los factores determinantes y los que más cuentan en las relaciones personales.
Amar y ser amado son necesidades primarias del alma, y por eso cada ser humano se esmera en satisfacerlas a su manera muy particular. Sin embargo, cada individuo tiene que aprender a distinguir muy bien entre la necesidad biológica del sexo y la necesidad del amor espiritual e incondicional.

El sexo es el deseo natural del cuerpo que tiene por finalidad el placer y la satisfacción sexual inmediata. El amor puro es el deseo del alma que tiene como finalidad que el gozo espiritual que se experimenta amando a alguien no deje de existir nunca, es decir, que se haga eterno.

¿Cuál es la mejor actitud ante nuestro envejecimiento y el deterioro progresivo del cuerpo?

« Por eso, no nos desanimamos: aunque nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando día a día. » 2. Corintios 4,16

Para poder comprender claramente lo que San Pablo les dijo a los antiguos cristianos de Corintio en el versículo de arriba, debo explicarles que con el término hombre exterior se referían en esa época al cuerpo de las personas, y con el de hombre interior se referían al espíritu o alma humana. Pablo invitaba a los creyentes de Cristo a no desanimarse, por el hecho de que con el paso de los años el cuerpo se va deteriorando por el envejecimiento natural, porque mientras los cuerpos se desmoronan inevitablemente, el alma inmortal se va renovando cada día.

Esa es una maravillosa afirmación de San Pablo, con la que anunció con sus propias palabras a toda la humanidad hace 2000 años, que el alma por ser inmortal se va regenerando con el transcurso del tiempo, y que por lo tanto, el alma ni envejece ni se deteriora.

Esta es una enseñaza más, de las innumerables que se encuentran en la Biblia, revelada por el gran Apostol Pablo a todos los hombres y mujeres que han creído, creen y seguirán creyendo en la Palabra de Dios, que Jesucristo nos anunció y nos dejó como testimonio en su Evangelio.

Hoy así como en la Antigüedad, el proceso de envejecimiento del cuerpo sigue causando inquietud, perplejidad, pesar y desánimo en la gran mayoría de las personas, porque creen que lo único que tienen es su cuerpo, y además creen que después de la muerte su existencia se acaba y viene la nada.

San Pablo en su misión como gran evangelizador y propagador de las enseñanzas de Jesús, se dedicó con insistencia a aclarar los mensajes claves del Evangelio a las multitudes, y este a los corintios es uno de ellos: Pablo compara al cuerpo de carne con un recipiente de barro y a su contenido, que es el alma inmortal, con un tesoro.
Pero nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios. 2. Cor 4, 7

San Pablo insiste en recordarnos que el cuerpo no es el único tesoro que poseemos en esta vida terrenal, sino que es nuestra alma inmortal, la cual vivirá eternamente. Me pregunto: ¿Cómo puede ser tesoro un recipiente de carne y huesos, que se enferma, que duele, que se envejece indeteniblemente y que al final, muere y se descompone? Nuestro gran tesoro inalterable es el alma espiritual e inmortal que tenemos dentro del cuerpo y que fue creada a imagen y semejanza del Dios creador y eterno.

Si creemos que nuestra verdadera existencia como seres humanos surge del alma inmortal que no envejece ni se deteriora, no deberíamos dejarnos afectar ni desanimar por el envejecimiento del cuerpo frágil y perecedero, ni tampoco darle excesiva importancia al aspecto exterior de nuestro recipiente o cáscara de carne, tratando de evitar que se vea viejo, ya que eso simplemente es una misión imposible.

Cuando lleguemos a la edad madura, sigamos este consejo de San Pablo y aprendamos a identificarnos más con nuestra alma, así como también aprendamos a aceptar con fortaleza de ánimo el envejecimiento del cuerpo como proceso natural y necesario que es.

Jesucristo nos enseñó con sus grandiosas revelaciones, con su muerte en la Cruz y con su Resurrección, que después de la muerte del cuerpo, se inicia para el alma una vida eterna en el Reino de los Cielos, para todos aquellos que crean en Él.

Los cristianos deberíamos identificarnos más con nuestra alma inmortal que con nuestro cuerpo mortal.

« entonces volverá el polvo a la tierra como lo que era, y el espíritu volverá a Dios que lo dio. » Eclesiástes 12, 7

Debido a la enorme importancia que tiene para la fe cristiana, deseo insistir una vez más sobre el hecho de que somos unos seres compuestos de un cuerpo mortal y un alma inmortal. Esta es una realidad que como creyentes deberíamos tenerla siempre presente. Sin un alma inmortal que pueda seguir viviendo después de la muerte del cuerpo, no hubiera habido ninguna religión en la antigüedad ni la habría tampoco en el presente, porque la vida futura espiritual es el fundamento básico de todas las creencias religiosas en el mundo.

Recordemos, que la muerte no es más que la separación del alma y el cuerpo, el cual al morir inicia su proceso natural de descomposición, mientras que el alma inicia su vida espiritual eterna. En el Calvario estando también crucificado junto a Jesús, el ladrón arrepentido le dijo unos momentos antes de morir: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús le dijo: “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 39-43). Este versículo tan conocido, comprueba claramente la separación del alma y el cuerpo en el instante en que la persona muere.

En esta época moderna en que vivimos, estas realidades de la dualidad alma y cuerpo del ser humano y la muerte como su separación definitiva, casi nunca son mencionadas ni recordadas. Eso es debido al materialismo existente en la sociedad, que consiste en admitir como única sustancia la material, negando la espiritualidad y la inmortalidad del alma humana. Ese materialismo, que ha sido propagado tanto en los sistemas educativos como en los medios de comunicación por el sistema económico predominante, solamente le interesa hablar del cuerpo y de sus necesidades como alimentación, salud, vestido, vivienda, transporte, etc. En consecuencia, todo lo espiritual y los temas relacionados con Dios y su importancia en la vida humana, han sido excluidos e ignorados en los medios y en la formación de la opinión pública.

Durante décadas nos han enseñado que descendemos de los monos y que lo único que poseemos es un cuerpo de carne y huesos, el cual debemos cuidar, atender, alimentar, embellecer con cosméticos y hasta con operaciones estéticas para esconder su deterioro por el envejecimiento inevitable. Por lo tanto, hemos aprendido a identificarnos únicamente con nuestro cuerpo.

Sin embargo, los cristianos que conocemos el maravilloso poder de la fe y creemos en nuestro señor Jesucristo y en las Sagradas Escrituras, podemos traer a la memoria las enseñanzas contenidas en el Evangelio, y además, recurrir a la verdad de la existencia de nuestra alma y de nuestras propias vivencias espirituales experimentadas en nuestra vida como creyentes.

Si crees que posees un espíritu inmortal dentro de tu cuerpo, te invito a identificarte más con tu alma que con tu cuerpo frágil y mortal. Te invito a apoyar tu existencia sobre la base de tu alma eterna, la cual está destinada por Dios a vivir por los siglos de los siglos por Obra y Gracia del Espíritu Santo, así como lo anunció Jesús una y otra vez en su Evangelio.

Cuando estoy con mi nieto, me siento más cerca de Dios

«Algunas personas le presentaban los niños para que los tocara, pero los discípulos les reprendían. Jesús, al ver esto, se indignó y les dijo: «Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos.» Marcos 10, 13-16

Mi primer nieto va a cumplir el próximo mes de septiembre apenas dos años de edad. La experiencia de ser abuelo por primera vez, de poder cargar al nieto recién nacido en los brazos, y después, de tener la oportunidad de verlo crecer y compartir con él un día a la semana; ha sido para mí un acontecimiento tan prodigioso, que lo considero un verdadero privilegio. Ciertamente, todos los abuelos y abuelas han vivido también con sus respectivos nietos experiencias de amor maravillosas y muchos momentos tiernos, que les son inolvidables. Sin embargo, deseo darles a conocer lo que me ha movido a calificar mis viviencias de abuelo como un privilegio.

El primer cambio imperceptible que uno como abuelo tiene que reconocer, es el que ha sucedido en nuestro estado anímico como personas mayores, que misteriosamente nos capacita percibir a nuestros nietos con una mayor profundidad, como si estuvieramos apreciando algo más en ellos, algo como un brillo que sale de su interior y que nos cautiva atrayendo nuestra atención. Algo que cuando joven no fui capaz de apreciar ni de sentir con mis propios hijos, cuando estaban pequeños.

Para mí, ese brillo natural que poseen e irradian todos los niños no es más que el amor puro y candoroso que es manifestado por su alma vigorosa, y al cual yo le he puesto el nombre de brillo de amor. La enorme capacidad que poseen los niños pequeños de amar espiritualmente y sin condiciones, es precísamente lo que les hace transmitir a los demás ese encanto y esa ternura irresistibles que los caracterizan.

Estoy plenamente de acuerdo con la opinión del místico español Juan de la Cruz cuando al referirse a las huellas de Dios en este mundo, escribió la siguiente frase: „El alma, hecha a imagen y semejanza de Dios, es la mejor huella que Dios dejó de sí en la creación”.

Jesucristo nos lo reveló y lo enseñó en la memorable escena con los niños, en que Él les dice a sus discípulos: «Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos.»

En nuestros tiernos y cariñosos hijos o nietos pequeños, tenemos los adultos el grandioso privilegio de contemplar y percibir en plena acción y durante el brevísimo período de la infancia, cómo las cualidades espirituales invisibles del alma divina se hacen visibles. Sólo hace falta en primer lugar, creer que éllas existen teniendo siempre presente que el cuerpo las esconde, y en segundo lugar, desear verlas conscientemente mediante la observación atenta y cuidadosa de todo lo que hacen y dicen los niños.

Tanto la historia de los tres Reyes magos que vinieron del Oriente para adorar al recien nacido Niño-Dios, como también ese acto insólito y hasta revolucionario de Jesús, de elevar al niño al primer plano y de ponerlo como ejemplo para los adultos, marcaron el inicio de un proceso de cambio en el concepto tradicional sobre la infancia y de su nuevo significado religioso.

A partir de la edad media comienzan a aparecer en el arte de la pintura, la representación de niños pequeños como ángeles y el niño Jesús o el Niño-Dios, en murales de iglesias y en cuadros con motivos religiosos. El alma pura, amorosa y vigorosa de los niños es lo que los hacen semejantes los ángeles de Dios, pero los pintores como no podían pintar algo invisible como es el alma, tuvieron que materializarla por medio de la figura de sus cuerpecitos.

Después de haberles dado esta explicación personal, espero que ahora comprendan mejor, por qué cuando estoy con mi nieto, me siento más cerca de Dios.

Ante la muerte, lo único que podemos encomendar a Dios es nuestro espíritu o alma.

Y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: « Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu » y dicho esto, expiró. Lucas 23, 46

Si alguien dudaba, en primer lugar, de la inmortalidad del espíritu humano o alma, y en segundo lugar, de que en el preciso instante de la muerte, nuestro espíritu se separa del cuerpo para volver al Dios Creador a vivir eternamente, y el cuerpo regresa a la tierra a la que pertenece y donde es sepultado, le recomiendo encarecidamente que lea una vez más con fe y atención, las últimas palabras que dijo Jesús antes de morir: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

No pueden ser más claras y sencillas, las divinas Palabras que salieron de la boca de nuestro Señor Jesucristo, cuando se encarnó y estuvo en este mundo para traerle sus grandiosas revelaciones y enseñazas a la humanidad.

El significado del verbo encomendar en esa frase es: poner bajo el cuidado de alguien.
Antes de morir, Jesús puso su alma bajo el cuidado de Dios. Es bueno resaltar, que Jesús encomendó únicamente su espíritu sin su cuerpo.

Esto es una evidencia más de lo verdadero y legítimo que es el antiguo concepto cristiano de la dualidad cuerpo y alma de la naturaleza humana. Es decir, que los seres humanos somos la fusión perfecta de dos dimensiones el cuerpo y el alma, siendo esta última la que nos caracteriza. El cuerpo no es más que un mero instrumento del que se sirve el alma, la cual esta hecha a imagen y semejanza de Dios.

Esa maravillosa realidad espiritual, que es la huella que Dios dejó de sí en nosotros, no se ha enseñado a fondo a las masas de creyentes en el mundo. Según mi humilde opinión, la falta de un conocimiento detallado de nuestra dimensión espiritual, es la causa de la ignorancia espiritual que se percibe en la mayoría de los cristianos sobre su propia naturaleza espiritual y sobre los atributos del alma humana.

La gran mayoría de los creyentes no saben con certeza que disponen de facultades espirituales invisibles, las cuales sienten y manifiestan en cada instante de sus vidas, y eso es desafortunadamente así, porque nadie se los ha enseñado. No saben que su existencia tiene la capacidad de moverse entre las dimensiones de lo carnal y de lo espiritual, y que por lo tanto, todos están llamados a vivir una vida mística por la Gracia de Dios y con la guía del Espíritu Santo. No saben que todos necesitan tener una relación espiritual directa, íntima y afectuosa con Dios, su Padre celestial.

Yo no lo supe durante más de 50 años, a pesar de haber sido criado en una familia católica, de haber estudiado en colegios religiosos e incluso de haber sido catequista. Y así como me sucedió a mí, supongo que debe ser la misma condición de ignorancia espiritual en que se encuentran infinidad de creyentes laicos en todo el mundo.

El místico español San Juan de la Cruz refiriéndose a la importancia de ese conocimieno para el creyente, escribió lo siguiente:
« Esta introspección o “conocimiento de sí” es lo primero que tiene que hacer el alma para ir al conocimiento de Dios. El alma no puede amarse ni amar a Dios sin conocerse a sí misma sin constatar su origen divino».

¿Cuál es tu mayor consuelo en la vida y en la muerte?

« Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.»
Mateo 5, 5

La fe en Dios es una realidad muy necesaria ante nuestra muerte ineludible y no un asunto sin importancia y sin beneficio personal, como mucha gente atrevida lo considera hoy en día .
Una verdadera fe es lo que cuenta, puesto que no se trata de practicar exteriormente una religión o un ritual tradicional, sino una auténtica fe en Dios para vivir y para morir, es decir, una fe que ilumine la vida cuando todo se vuelva oscuro y tormentoso en el presente o en el futuro.

El consuelo que igualmente viene de Dios, es una realidad espiritual que como bálsamo divino, alivia y conforta nuestro corazón cuando está quebrantado y apesumbrado por las penas que nos depara el destino. Sabemos muy bien que en la vida no solamente tenemos experiencias buenas, agradables y enriquecedoras, sino que además padecemos una serie de vivencias tristes, decepciones, enfermedades, fracasos y la pérdida de seres queridos. Así es la vida en este mundo: dura e impredecible.

La pala de la aflicción que cava hoyos de sufrimiento inesperadamente en nuestra vida, son llenados por Dios con su consuelo misericordioso, el cual va mitigando nuestras penas lentamente hasta quitarlas del todo. Los creyentes tenemos a nuestro alcance un consuelo muy particular y eficaz en los momentos de penas y sufrimientos.
El rey David aún disponiendo de todo el poder y las riquezas durante su reinado en Judea, siempre acudía a Dios en oración durante sus momentos de aflicción y de angustias: « En medio de mis angustias y grandes preocupaciones, tú me diste consuelo y alegría. »
Salmo 94,19

No obstante, como cada quién posee la plena libertad de conducir su vida y escoger lo que considere más conveniente, los seres humanos tendemos a buscar consuelo también en diversas fuentes, por ejemplo: Los amigos de la bebida y los tragos buscan su consuelo en el alcohol, tratando de ahogar sus penas. Los ambiciosos, quienes creen que el dinero es la solución ideal para todos sus problemas, se sienten consolados cuando sus cuentas bancarias están repletas. Y algunos otros recurren a las drogas ilegales o narcóticos creyendo encontrar en esas sustancias la consolación que tanto necesitan.

El amor y el consuelo de Dios, son sin duda alguna, necesidades espirituales primordiales del alma humana. Los que creemos en el amor y en el consuelo de nuestro Señor Jesucristo, los hemos recibidos y experimentado en nuestras propias vidas. Si algunos de ustedes no creen, ustedes mismos se estarían privando de uno de los más grandes consuelos que se encuentran en las Sagradas Escrituras.

« que nuestro Señor Jesucristo mismo, y Dios nuestro Padre, que nos amó y nos dio consuelo eterno y buena esperanza por gracia, consuele vuestros corazones y os afirme en toda obra y palabra buena. »
2 Tesalonicenses 2, 16-17