Ante la muerte, lo único que podemos encomendar a Dios es nuestro espíritu o alma.

Y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: « Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu » y dicho esto, expiró. Lucas 23, 46

Si alguien dudaba, en primer lugar, de la inmortalidad del espíritu humano o alma, y en segundo lugar, de que en el preciso instante de la muerte, nuestro espíritu se separa del cuerpo para volver al Dios Creador a vivir eternamente, y el cuerpo regresa a la tierra a la que pertenece y donde es sepultado, le recomiendo encarecidamente que lea una vez más con fe y atención, las últimas palabras que dijo Jesús antes de morir: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

No pueden ser más claras y sencillas, las divinas Palabras que salieron de la boca de nuestro Señor Jesucristo, cuando se encarnó y estuvo en este mundo para traerle sus grandiosas revelaciones y enseñazas a la humanidad.

El significado del verbo encomendar en esa frase es: poner bajo el cuidado de alguien.
Antes de morir, Jesús puso su alma bajo el cuidado de Dios. Es bueno resaltar, que Jesús encomendó únicamente su espíritu sin su cuerpo.

Esto es una evidencia más de lo verdadero y legítimo que es el antiguo concepto cristiano de la dualidad cuerpo y alma de la naturaleza humana. Es decir, que los seres humanos somos la fusión perfecta de dos dimensiones el cuerpo y el alma, siendo esta última la que nos caracteriza. El cuerpo no es más que un mero instrumento del que se sirve el alma, la cual esta hecha a imagen y semejanza de Dios.

Esa maravillosa realidad espiritual, que es la huella que Dios dejó de sí en nosotros, no se ha enseñado a fondo a las masas de creyentes en el mundo. Según mi humilde opinión, la falta de un conocimiento detallado de nuestra dimensión espiritual, es la causa de la ignorancia espiritual que se percibe en la mayoría de los cristianos sobre su propia naturaleza espiritual y sobre los atributos del alma humana.

La gran mayoría de los creyentes no saben con certeza que disponen de facultades espirituales invisibles, las cuales sienten y manifiestan en cada instante de sus vidas, y eso es desafortunadamente así, porque nadie se los ha enseñado. No saben que su existencia tiene la capacidad de moverse entre las dimensiones de lo carnal y de lo espiritual, y que por lo tanto, todos están llamados a vivir una vida mística por la Gracia de Dios y con la guía del Espíritu Santo. No saben que todos necesitan tener una relación espiritual directa, íntima y afectuosa con Dios, su Padre celestial.

Yo no lo supe durante más de 50 años, a pesar de haber sido criado en una familia católica, de haber estudiado en colegios religiosos e incluso de haber sido catequista. Y así como me sucedió a mí, supongo que debe ser la misma condición de ignorancia espiritual en que se encuentran infinidad de creyentes laicos en todo el mundo.

El místico español San Juan de la Cruz refiriéndose a la importancia de ese conocimieno para el creyente, escribió lo siguiente:
« Esta introspección o “conocimiento de sí” es lo primero que tiene que hacer el alma para ir al conocimiento de Dios. El alma no puede amarse ni amar a Dios sin conocerse a sí misma sin constatar su origen divino».

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