Así como el Señor Jesucristo dijo “Mi reino no es de este mundo”, podrá el creyente cristiano también decir al dejar este pobre mundo: “Mi esperanza es el reino de Dios en los cielos”

Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo: si de este mundo fuera mi reino, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los Judíos, pero mi reino no es de aquí. Juan 18, 36

Este versículo describe parte del diálogo que tuvieron Jesús y Poncio Pilato, durante el proceso judicial en Jerusalen antes de su crucifixión, en el que Jesús le confirma a Pilato que efectívamente él es Rey, pero que su reino no es de este mundo. El Señor sabía muy bien que la hora de su muerte en la cruz había llegado, y por supuesto, sabía aún mejor todavía, que él iba a entregarle su espíritu al Dios Padre y que regresaba a su reino de los cielos.

En la obra “Enquiridión” de Erasmo de Rotterdam, quien fue un monje agustino y gran teólogo holandés, aparece la siguiente cita de San Jerónimo: “Nadie tan feliz como el cristiano, a quien solo se le promete el Reino de los cielos. Pero ninguno tan probado como él, pues toda su vida está en peligro. Nadie más fuerte que él, pues vence al demonio. Pero nadie más debil que él, ya que es vencido por la carne”.

De esta cita, me llamó mucho la atención la frase “Nadie tan feliz como el cristiano, a quien solo se le promete el Reino de los cielos”; con la que Jerónimo expresa de una forma tan simple y tan hermosa, el maravilloso privilegio que se nos ha otorgado a los seguidores de Jesucristo, de recibir la insuperable promesa de vida eterna en el reino de los Cielos, que tan solo esa promesa es más que suficiente motivo para llenar de gozo y felicidad a cualquier creyente, que la acepte como suya.
La fe en el señor Jesucristo y nuestra firme confianza en esa promesa, son las condiciones previas que engendran la esperanza de vida eterna, la cual es la vigorosa facultad espiritual que conduce y sostiene al creyente durante su arduo camino de fe, hacia la gran meta.  

Hagamos entonces como nos recomiendan en la carta a los Hebreos 10, 23: Mantengamos firme la profesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa.

¿Puedes tú imaginarte la santa paz interior y el gran consuelo que debe sentir un creyente firmemente esperanzado, cuando en el momento de su muerte, sabe que su alma inmortal se separará de su agotado cuerpo, para dejar este mundo cruel y fatigoso?

Yo me lo puedo imaginar muy bien, pues no debemos olvidar que la mayoría de los sufrimientos y las penas de la vida, se soportan y se llevan ocultas en el alma. Nuestro cuerpo nos permite fingir y aparentar una vida pública alegre y apacible, mientras que la realidad de nuestra vida espiritual interior es todo lo contrario. Lo que vemos en la gente son solamente falsas apariencias, y por lo tanto, debe haber muchas personas que están esperando en secreto, que cambie su suerte o les llegue la muerte como una bendición.

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