Hemos nacido para la vida eterna

«Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano.» Juan 10, 27-29

En algunas ocasiones hemos pensado sobre el sentido de nuestra vida, y es probable que durante los años jóvenes nos hayamos preguntado: ¿para qué hemos nacido? Sobre esa pregunta uno escucha respuestas como: he nacido para amar a mi pareja, he nacido para ayudar a los más necesitados, he nacido para ser futbolista, he nacido para la música, etc. Todas las respuestas son válidas y la mayoría refleja la vocación o el talento natural que cada persona ha descubierto en sí misma y que en su vida ha logrado poner en práctica, lo cual podríamos llamar nuestro destino actual en este mundo.

Sin embargo, cuando ya hemos avanzado en edad y nos damos cuenta que nos estamos acercando cada vez más a nuestra muerte inevitable, surge entonces aún con más fuerza el interrogante: ¿y para qué he venido a este mundo, si pronto lo voy a dejar? o dicho de otra manera: ¿Cuál será mi destino último después de morir?

Para los que creemos en el Señor Jesucristo y en lo que Él dijo y nos prometió en el Nuevo Testamento, sabemos que después de nuestra muerte, nos espera una vida eterna en el Reino de los Cielos.
Jesús anunció a la humanidad hace más de 2 mil años, que después de morir y por poseer un espíritu inmortal, los cristianos iniciamos una nueva vida eterna y abundante en el Paraíso celestial. A partir de ese grandioso anuncio, la temible muerte, que antes significaba sólo el final definitivo y absurdo de la existencia humana, recibió un nuevo sentido trascendental para los cristianos: como ese momento crucial que tenemos que atravezar, para iniciar la tan anhelada vida eterna con el señor Jesucristo.

Recordemos lo que Jesús le contestó al malhechor arrepentido que estaba crucificado a su lado, antes de morir: « Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Él le dijo: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso. » Lucas 23, 42-43

El creyente que ha creído y se ha apoderado de la siguiente promesa de Jesús escrita en el Evangelio de San Juan: « No se turbe vuestro corazón; creed en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo hubiera dicho; porque voy a preparar un lugar para vosotros. » (Juan 14, 1-2); aprende con los años a considerar su vida pasajera y corta en éste mundo, como un peregrinaje necesario y transitorio hacia el Padre Celestial y hacia nuestra morada eterna y final.

Debido a estos pasajes que he mencionado y muchos otros más que se encuentran en la Biblia, es que he tratado de sintetizar en una sola frase, la respuesta a la que nosotros como creyentes cristianos podríamos recurrir, cuando en los tiempos de dificultades, sufrimientos y enfermedad nos sobrevenga la pregunta existencial: ¿para qué he nacido en este mundo, si algún día voy a morir?

Gracias a la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo y a la incomensurable Gracia y Misericordia de Dios, podemos con fe y esperanza decirle a nuestro preocupado corazón, que hemos nacido para la vida eterna.

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