Los niños son más felices porque no les cuesta nada amar a la gente, y eso les hace tanto bien.

Si se hiciera una encuesta en el mundo entero sobre la felicidad en el ser humano, habría únicamente una pregunta, en cuya respuesta todos estaríamos de acuerdo: ¿quiénes son más felices, los niños o los adultos? Sin duda alguna, los niños son los seres humanos más felices que existen, y eso es así por la Gracia Dios.

Al nacer cada ser humano posee un alma de niño, que se manifiesta durante el breve período de la infancia, por medio de esas cualidades conocidas como son: la alegría de vivir, la ternura, la inocencia, la sencillez, la humildad, la sinceridad y la paz interior; virtudes espirituales éstas que caracterizan la forma de ser de todos los niños.

El encanto natural, la gracia que irradian, la irresistible ternura y lo que hace a los niños dignos de ser amados por los demás, está en su interioridad espiritual, en su gran capacidad de amar, en sus sentimientos, en sus actitudes, en sus pautas de conducta, es decir, en su vigorosa alma de niño.

Cuando somos adultos, la infancia la recordamos de vez en cuando como un paraíso dorado en el que una vez vivimos, e incluso ese tiempo maravilloso lo llegamos a extrañar como un divino tesoro que se nos fue, para nunca más volver.

Pero resulta que en realidad el tesoro de la niñez, todos los seres humanos sin exepción, lo tenemos siempre en nuestra personalidad en estado latente, no obstante, podemos ser capaces de activar las cualidades espirituales del niño que aún llevamos dentro, movidos por la inspiración del amor.

El orgullo y la vanidad que con el pasar de los años florecen y prosperan en el alma adulta, en primer lugar, nos hacen olvidar que una vez fuimos también niños cariñosos y alegres; y en segundo lugar, nos colocan sobre los ojos un velo, que no nos permite reconocer y apreciar esas cualidades del alma en los niños, que por momentos nos rodean, cualidades que podrían ser muy valiosas para nuestra propia vida y que merecerían ser imitadas.

En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: «¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?» Jesús llamó a un niñito, lo colocó en medio de los discípulos y declaró: «En verdad les digo: si no cambian y no llegan a ser como niños, nunca entrarán en el Reino de los Cielos. El que se haga pequeño como este niño, ése será el más grande en el Reino de los Cielos.” Mateo 18, 1-5

En su respuesta Jesucristo dijo claramente lo que tenemos que hacer y dónde tenemos que buscar.
Somos nosotros mismos los que tenemos que cambiar y no los demás ni lo que está fuera de nosotros. Por lo tanto la búsqueda debe ser en el alma, en nuestra propia interioridad espiritual para poder llegar a ser como los niños. El gran tesoro está dentro de nosotros.

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