« Tal vez hayan olvidado la palabra de consuelo que la sabiduría les dirige como a hijos: Hijo, no te pongas triste porque el Señor te corrige, no te desanimes cuando te reprenda; pues el Señor corrige al que ama y castiga al que recibe como hijo. Ustedes sufren, pero es para su bien, y Dios los trata como a hijos: ¿a qué hijo no lo corrige su padre? Si no conocieran la corrección, que ha sido la suerte de todos, serían bastardos y no hijos. » Hebreos 12, 5-8
Sabemos que muchos fenómenos naturales antagónicos forman parte del mundo en que vivimos, como por ejemplo: el dia y la noche, la lluvia y la sequía, la calma y la tempestad, el frío y el calor, etc. En nuestra vida igualmente pasamos por momentos que nos causan reacciones y estados anímicos contrarios: tristeza y alegría, dolor y satisfacción, sufrimiento y placer, odio y amor, etc. Dios al crear el universo, la naturaleza y el ser humano con su ilimitada sabiduría hizo una creación completa, que está en perfecto equilibrio. Por lo tanto, su obra es impecable y está bien constituida.
Dios el creador, todo lo sabe y todo lo conoce, PERO para nosotros como criaturas limitadas tanto lo que sucede en nuestra vida como lo que pasa en el mundo, es un inexplicable misterio y lo seguirá siendo por siempre.
Como hijos de Dios no solamente recibimos sus bendiciones, sino también su disciplina. Muchas veces es la vara de Dios que cae sobre nosotros por nuestro futuro bien y para la salvación de nuestra alma. Nos estremecen las duras pruebas que padecemos en la vida y vemos con asombro sus consecuencias inmediatas, pero en medio del dolor momentáneo no somos capaces ver con anticipación, el bien que le traerán posteriormente a nuestra vida esas dificultades y aflicciones desagradables.
Así como la ostra no produce perlas si no sufre una irritación causada por un elemento extraño, que se introduce en su organismo, así mismo en nuestra alma al pasar por enfermedades y contrariedades, se van formando las virtudes espirituales que contribuyen a nuestro fortalecimiento espiritual, y que después, como perlas invisibles enriquecen y adornan nuestro carácter.
Por eso, los creyentes cristianos podemos afirmar con propiedad que nuestra vida está bien constituída con tristeza y alegría, con sufrimiento y placer.