Algún día sabrás, que Dios ha sido siempre bueno contigo.

En la Biblia están documentadas las experiencias y los estados de ánimo de innumerables individuos reales de diferentes naciones y épocas, vivencias personales estas, que fueron seleccionadas y relatadas para que sirvieran de testimonio, enseñaza y ejemplo para las generaciones futuras.

Uno de los personajes bíblicos que se destaca por sus testimonios sobre sus experiencias en una vida repleta de adversidades, tragedias y sufrimientos, es Job, el cual se encuentra en el Antiguo Testamento.
Las experiencias existenciales vividas por Job se podrían considerar como universales, ya que se pueden extender y aplicar a cualquier ser humano y en cualquier época de la historia, por la sencilla razón de que todos pasamos por fases de vida similares, que nos generan los mismos estados de ánimo y actitudes ante la vida como los experimentados por Job.  Del extenso relato de las conversaciones íntimas de Job con sus amigos he seleccionado tres diálogos: el primero de la parte inicial del Libro de Job, el segundo de la mitad y el tercero de la parte final. 

Estos diálogos que he escogido, manifiestan tres estados de ánimo y actitudes propias de la existencia humana que se dan en algún momento de nuestras vidas.
Leámos con atención los siguientes extractos del Libro de Job:

Job lamenta su condición (capítulo 10, 1-5):
„Mi alma está asqueada de la vida, quiero dar libre curso a mi queja, expresaré toda mi amargura.    
Diré a Dios: «No me condenes, dame a conocer por qué me recriminas».   
¿Es un placer para ti oprimir, despreciar la obra de tus manos y favorecer el designio de los malvados?“ 

Job a pesar de haber sido un hombre de fe, justo y temeroso de Dios, tuvo que pasar por una serie de terribles adversidades que lo asaltaron una detrás de la otra, entre las cuales están: la muerte de sus 10 hijos en una catástrofe natural, la pérdida de su finca, sus ganados y su fortuna, padeció una enfermedad dolorosa y repugnante, y además, fue abandonado por su esposa, quien él amaba tanto. Todas esas desgracias y calamidades generan en Job lógicamente sentimientos de rencor, rebeldía, hastío, desmoralización, injusticia, los cuales lo llevaron a adoptar una actitud muy negativa ante la vida y ante Dios.

Job asegura que su defensor está vivo (19, 23-27):
Ah, si se escribieran mis palabras y se las grabara en el bronce; si con un punzón de hierro y plomo fueran esculpidas en la roca para siempre! Porque yo sé que mi Redentor vive y que él, el último, se alzará sobre el polvo 
Y después que me arranquen esta piel, yo, con mi propia carne, veré a Dios.
Sí, yo mismo lo veré, lo contemplarán mis ojos, no los de un extraño. ¡Mi corazón se deshace en mi pecho!“

El sufrimiento es uno de los medios que utiliza Dios para obrar en los hombres para su crecimiento espiritual y para atraerlos a su regazo, llevándolos a un conocimiento más firme y más profundo de Él. El resultado de esa aflicción para Job, fue un conocimiento nuevo e íntimo de Dios. Sin duda alguna, Job tuvo un encuentro o un contacto espiritual con Dios, que lo indujo a afirmar: Porque yo sé que mi Redentor vive

Siendo el sufrimiento una experiencia humana universal, deben las penas y adversidades, por consiguiente, tener un propósito divino que el ser humano no es capáz de comprender por sí mismo.

A partir de éste momento, comienza a calmarse ese estado de resentimiento y oprobio en que se encontraba Job, y se inicia un cambio positivo en su actitud hacia Dios y hacia la vida, en el que Job da muestras de que ha logrado comprender y aceptar su lastimosa situación, después de haber tenido numerosas disputas consigo mismo y con sus amigos.
Job responde a Dios (42, 3-6):
Sí, yo hablaba sin entender, de maravillas que me sobrepasan y que ignoro.    «Escucha, déjame hablar; yo te interrogaré y tú me instruirás». Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto, y me arrepiento en el polvo y la ceniza.“ 

En éste diálogo Job le confiesa a Dios su garrafal error de reclamar y de quejarse ante su Señor por lo que le estaba sucediendo, por ignorar la sabiduría divina, los propósitos y los planes de Dios para con él, los cuales son indescifrables y nos sobrepasan, debido a que somos todos criaturas limitadas y mortales. En vista de que Job conocía a Dios sólo por referencias y por tradición (así como tú y yo), confirma en estos párrafos que ahora si lo conoce personalmente, porque tuvo la maravillosa Gracia de ver a Dios con sus propios ojos. Por eso, se humilla y se arrepiente ante su amado Dios.

La reacción de Job de lamentarse ante sus amigos y de rebelarse ante Dios, es sólo una de las tres posibles reacciones de las personas a las adversidades y sufrimientos: rebelarse, resignarse o aceptarlas y superarlas.
Todos reaccionamos ante las aflicciones y las penas, pero lo hacemos de diferente manera.  La gran mayoría de la gente suele soportar con insospechada fortaleza los embates de la vida y sucesos extremos, e incluso son capaces de aprender y beneficiarse de tales experiencias. Dios nos ha concedido la capacidad y la fortaleza de soportar el sufrimiento y de superar las adversidades.

Por lo general los creyentes reaccionan acudiendo inmediatamente a Dios, buscando en Él la protección, el refugio, la fortaleza y el consuelo que tanto necesitan en esos tiempos de aflicción. El caso de Job es realmente muy excepcional, ya que siendo un hombre de fe, justo y temeroso de Dios, reacciona rebelándose ante su Señor y quejándose por su infortunio, y porque él creía que era víctima de una gran injusticia. Y sin embargo, Dios por su gracia, amor eterno y misericordia, lo recibe como si Job desde un principio hubiese acudido a Él como los demás creyentes, con una actitud solícita y humilde.

Dos de las enseñazas más relevantes del Libro de Job para los lectores de la Biblia son las siguientes:
1) Ningún creyente justo, piadoso, obediente y temeroso de Dios esta libre de ser afligido por adversidades, sufrimientos y tribulaciones.
2) Dios nunca desampara a sus fieles, y mucho menos, en los tiempos de dificultades y aflicciones.

En vista de que la gracia, el amor  y la misericordia de Dios hacia su criatura son infinitas, no solamente perdona los pecados de los creyentes, sino también a los ateos y a los sacrílegos muertos espiritualmente en sus pecados, como lo hizo el Señor Jesucristo con el delincuente arrepentido antes de su muerte en el Calvario.

Ahora bien, cuando tarde o temprano estemos atravesando nuestro propio valle de lágrimas y sufrimientos, lo importante es tener siempre presente, que Dios está obrando siempre a su modo en nuestra alma, que no nos desampara y que en el instante en que menos lo esperemos, nos dará una señal de su santa compañia, de su misericordia y de su amor paternal hacia cada uno de nosotros.

Yo también, estuve viviendo tiempos de grandes tribulaciones y sufrimiento durante decenas de años, y un día cuando menos lo esperaba, el Dios Padre me dió a través del Espíritu Santo una insospechada y repentina señal de su amor, la cual fue llenándome paulatinamente de fe, esperanza y una fuerza espiritual que nunca antes había tenido.

Si tu caso amigo lector, es que te sientes alejado de Dios, o te sientes defraudado de la fe cristiana por alguna mala experiencia vivida en tu iglesia, o te sientes solo, desorientado y hasta abandonado por la gente; te ruego que cuentes con Dios siempre y que esperes en su gracia, en su misericordia y en su amor hacia tí; porque a pesar de lo mucho que hayas sufrido o llegues a sufrir en ésta vida, algún día sabrás que Dios ha sido siempre bueno contigo.
Y luego tú agradecido, así como lo hizo Job, podrás dar tu propio testimonio a tus amigos.

“Ningún éxito en la vida justifica el fracaso en la vida familiar”

La frase que uso como título de esta reflexión es de Fernando Parrado, uno de los sobrevivientes del avión uruguayo que se estrelló con 45 personas a bordo en 1972 en los Andes a una altura de 4.000 metros sobre el nivel del mar, accidente éste del que surgieron el libro y la película titulados “El milagro de los Andes”.

Los 27 sobrevivientes del accidente tuvieron que enfrentarse a duras condiciones ambientales para lograr sobrevivir con temperaturas bajo cero de -25 a -42 °C en las montañas congeladas, aún en plena época de nevadas, en medio de la primavera austral.

Fernando Parrado, uno de los únicos 16 pasajeros que lograron sobrevivir después de más de 2 meses de una colosal lucha por sus vidas, a 36 años de aquella historia que asombró al mundo, consiguió conmover a 2.500 participantes de un foro de negocios y capacitación empresarial, al transmitirles las lecciones que aprendió de sus experiencias durante y después de la tragedia de vivir 72 días sin agua ni comida, sobre un glaciar en plena Cordillera.

Su conferencia en ese foro de capacitación empresarial, la inició con el relato acompañado de fotos y videos de cómo y por qué, él y sus otros 15 compañeros lograron sobrevivir en un lugar y bajo unas condiciones extremas donde no se podía sobrevivir. Parrado narró los momentos que lo marcaron de aquella terrible odisea a 4.000 metros de altura en la que perdió a su madre y a su hermana, además de buena parte de sus amigos.

Entonces sobrevino el momento más inesperado de la charla: «Esta no es la historia que vine a contar», avisó. Y se puso contar entonces, que su verdadera historia empezó al regresar a su casa, sin su madre y su hermana, sin sus amigos de la infancia y al encontrar a su padre con una nueva pareja.
Y dijo entre otras cosas lo siguiente: “Lo importante viene después del trabajo.
Las empresas son importantes, el trabajo lo es, pero lo verdaderamente valioso está en casa después de trabajar: la familia.
No se olviden de quien tienen al lado, porque no saben lo que va a pasar mañana.»

Con su insólito testimonio personal, el señor Parrado está transmitiendo una admirable y valiente exhortación para la reflexión, a cientos de miles de personas en el mundo, quienes tienden a considerar como más valiosos al éxito profesional, el ganar mucho dinero y el prestigio de tener una posición gerencial, que su propia vida sentimental y familiar.

Parrado con su mensaje al mundo, esta confirmando la gran importancia que tiene en nuestras vidas el hecho de reflexionar bien sobre las decisiones que estamos por tomar y que previamente deberíamos de establecer las prioridades: ¿Qué es en esta vida lo esencial, lo conveniente y lo accesorio para nosotros?

El señor Parrado asi como innumerables personas anónimas han logrado reconocer y percatarse de lo esencial de la vida, sin embargo, después de experimentar en carne propia duras y trágicas experiencias.

La otra gran guía verdadera y vasta en enseñanzas, que disponemos para conocer y poder instruirnos sobre los temas esenciales de la existencia humana es la Biblia. Las sagradas escrituras son las revelaciones de Dios, que como alimento espiritual del alma humana, se refieren casi exclusivamente a nuestras necesidades espirituales básicas o esenciales, las cuales son universales, es decir, son las mismas en todos los seres humanos que han existido en todas las épocas de la historia de la humanidad.

Como ejemplo transcribo a continuación un párrafo de la Biblia, que se refiere a lo más esencial de la vida de los hombres y las mujeres:

Cuando los fariseos supieron que Jesús había hecho callar a los saduceos, se juntaron en torno a él. Uno de ellos, que era maestro de la Ley, trató de ponerlo a prueba con esta pregunta: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley?». Jesús le dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el gran mandamiento, el primero. Pero hay otro muy parecido: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Toda la Ley y los Profetas se fundamentan en estos dos mandamientos. Mateo 22, 34-40

Ya lo afirmaba Jesucristo hace más de 2.000 años que el amar a alguien y el ser amado, es para todo ser humano la necesidad espiritual más importante, porque es de las facultades humanas, la más esencial.

Parrado en su conferencia confirma con otras palabras lo anunciado al mundo por Jesús, cuando asegura que “lo importante viene después del trabajo”. ¿Y a qué personas les dedicamos nuestro tiempo y nuestra energía vital después del trabajo? A nuestra familia y amigos, es decir, a nuestros seres más amados y más estimados, a quienes nos unen verdaderos lazos invisibles de amor y de cariño.

Es en el ámbito de nuestras relaciones personales, donde ese dominio invisible de lo espiritual se hace realidad y está en constante actividad. Ése es el terreno fértil  donde la infinidad de lazos invisibles de amor nacen, se desarrollan, se alimentan e intercambian, haciendo posible las relaciones humanas.

Los lazos espirituales de amor entre familiares, los cuales no se ven pero se sienten,  es lo que verdaderamente tiene valor y lo que cuenta en la vida. Eso es lo fundamental en la vida humana. 

Sin duda, tener una vivienda, por ejemplo, es necesario e importante, pero lo ESENCIAL es la vida familiar que dicha vivienda abriga y que uno mismo sustenta y atiende con tanta dedicación todos los días.

Independiente de tus inclinaciones y preferencias, yo personalmente te aconsejo lo siguiente:  
Escucha primero lo que te dicen tu conciencia y los profundos deseos de tu corazón. No te dejes persuadir por lo que hacen los demás, por lo que está de moda, ni mucho menos creer los mensajes manipuladores de la publicidad, de que la vida sólo se puede disfrutar y vivir con mucho dinero, para poder satisfacer todos aquellos antojos, que esa misma publicidad, sin darte cuenta, te ha metido en la cabeza.

Concluyo con un refrán muy famoso creado por la sabiduría popular, cuyo acierto y prudencia son insuperables: “ El trabajo es tan malo, que pagan por hacerlo.”

Solamente el conocimiento de la dualidad cuerpo y alma, nos permite comprender los dos misterios más difíciles de la vida humana.

La vida humana contiene muchos misterios que el hombre hasta ahora no ha alcanzado a comprender, misterios naturales como por ejemplo: la realidad del sufrimiento humano y nuestro destino final después de la muerte.
Todavía hoy en día, a pesar de los enormes adelantos en el conocimiento, en las ciencias y en la tecnología que ha logrado la humanidad en los últimos 100 años, la vida humana continúa, sin embargo, envuelta en sus velos de misterio, aunque muchos académicos y científicos pedantes se resistan a admitirlo, y aunque sigan diciendo que “TODO lo saben” y que “tienen TODO bajo control”.

En vista de que no es factible para nosotros llegar a conocer y a comprender todo del mundo natural, tenemos necesariamente que escoger y seleccionar los temas y las actividades que más nos ayuden a lograr vivir una vida plena.
Y para poder vivir una vida plena, de lo que más necesitamos saber y lo que mejor tenemos que conocer en profundidad es nuestra propia espíritualidad, es decir, conocer nuestra alma.

He aquí otro misterio natural y una de las grandes paradojas de la vida, que a pesar de que nuestra alma es lo más cercano, lo más importante y lo más valioso que tenemos, es lo que menos conocemos y, en consecuencia, lo que menos atendemos y amamos. Una de las verdades divinas más trascendentales, revelada por Dios en las Sagradas Escrituras, es la existencia del espíritu en el ser humano. La realidad indiscutible de que el hombre es una dualidad de cuerpo y alma, que es nuestra dualidad original, que somos un cuerpo con un espíritu, que somos la unión perfecta de una naturaleza material visible y una naturaleza espiritual invisible en el mismo ser.
El término dualidad quiere decir: la reunión dos fenómenos opuestos en una misma persona o cosa.

En el evangelio de Mateo, Jesús dice a sus discípulos: «No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, y el alma no pueden matarla; temed más bien a aquel que puede llevar a la perdición al alma y el cuerpo en la gehena». (Mt 10, 28).

En el evangelio de Juan, les dice Jesús a los judíos en una sinagoga: «El Espíritu es el que da vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen». (Juan 6, 63).

Tratando de explicar esa situación paradójica del desconocimiento de nuestro ser interior, que por cierto, es una característica más común en las sociedades occidentales que en las culturas asiáticas, podríamos argumentar que se parte de la idea general, de que el conocimiento de sí mismo es una premisa que se supone. Es decir, existe la presuposición de que todos conocemos bien nuestra alma porque está dentro de nosotros y solo nosotros mismos tenemos acceso a ella, y además, nadie en el mundo nos la puede enseñar.

Sobre el desconocimiento generalizado de nuestra dimensión espiritual, el sacerdote español Enrique Martínez Lozano escribe: «El trato oculto que ha recibido la espiritualidad en la iglesia explica, en gran medida, no pocas características del modo de  comprendernos, percibirnos y vivir en nuestro contexto sociocultural: Consumismo, economicismo, egocentrismo, hedonismo, vacío existencial, etc; son manifestaciones de un mundo en el que se ha olvidado la dimensión genuinamente espiritual del ser humano”.

La ciencia ha utilizado tradicionalmente el argumento de la invisibilidad y la cualidad inmaterial del espíritu humano para descartar, y por lo tanto, ignorar la existencia del alma, y así emprender el estudio superfragmentado del mundo natural material y un conocimiento censurado e incompleto del cuerpo físico y la mente humana, lo cual es lo único que nos han enseñado en la escuela y en la universidad.

Para San Agustín de Hipona, uno de los grandes padres del cristianismo, el hombre constituye una unidad conformada por el alma y el cuerpo. Lo interesante de San Agustín es su concepción de la relación de rango y subordinación entre el alma y el cuerpo en el funcionamiento interior del ser humano. Según San Agustín, la unidad consiste más bien en que el alma posee al cuerpo, usa de él y lo gobierna. Por consiguiente, hablando con propiedad, el hombre es el alma, es su conciencia; el cuerpo no es un constitutivo esencial de igual rango. El cuerpo es un mero instrumento del alma.

San Agustín considera que el hombre se identifica con el alma. El cuerpo cumple un papel subsidiario y temporal, ya que será destruido por la muerte. El alma inmortal es una substancia racional completa, dotada de todas las cualidades necesarias para gobernar el cuerpo, que tiene como fin la unión con Dios.

Según San Pablo, el sufrimiento está claramente destinado a fomentar la salvación eterna de nuestra alma inmortal.
Dios condenaría nuestra alma a la perdición, si no nos hace pasar por todas las pruebas y aflicciones, y si no nos hace regresar a su atrio cuando nos hemos alejado de él. Así como nuestros padres naturales nos condenarían a una vida malograda y desgraciada, si en el hogar no nos corrigen por amor y por nuestro futuro bienestar social. Mientras nuestros padres nos corrigieron con disciplina para esta corta vida terrenal, Dios nos corrige con amor paternal para la futura vida eterna.

TRATANDO DE ENTENDER EL AMOR PATERNAL DE DIOS

Desde el preciso instante en que creí, conocí y finalmente entendí mi dualidad cuerpo y alma, empecé, por un lado a vislumbrar el misterio de mis propias luchas interiores y exteriores, y por el otro, a comprender mejor esta vida terrenal pasajera, el Evangelio de Jesús y su sacrificio en la Cruz, y la maravillosa promesa de vida eterna después de la muerte de mi cuerpo.

Como se puede deducir evidentemente, tanto de los versículos que hemos mencionado anteriormente del nuevo testamento como de la interpretación diáfana y lúcida de San Agustín, la primacía y la superioridad del alma humana sobre el cuerpo en nuestra dualidad natural es una realidad manifiesta e innegable.
La bellísima y luminosa alegoría de San Pablo de nuestra dualidad y la superioridad del alma en relación al cuerpo, que dice «Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro…» no puede ser más ilustrativa y clara. San Pablo iguala el alma humana a un tesoro, y a nuestro cuerpo de carne y hueso a una frágil vasija de barro, que inevitablemente termina desmoronándose.

Al entender y aceptar el hecho de que alma es nuestro gran tesoro es cuando esos conocidos misterios que antes no comprendíamos en absoluto, ahora después de estas revelaciones empezamos entonces a reconocerlos y descubrirlos, en primer lugar en la Biblia, y en segundo lugar en nuestras propias vivencias espirituales.

Los seres humanos amamos en primer lugar los cuerpos que vemos y sentimos, pero Dios ama paternalmente en primer lugar nuestra alma que ve y siente como suya.