Si solamente en esta vida esperamos en Cristo, somos los más miserables de todos los hombres.
1. Corintios 15, 19

Sabemos que antes de su encuentro con Jesús resucitado, Saulo de Tarso (ese era el nombre del apóstol Pablo antes de su conversión) como judío ortodoxo que era, había rechazado a Jesús de Nazareth como Hijo de Dios, sin embargo, no satisfecho con el rechazo y movido por un odio rabioso a las enseñanzas de Cristo, también se dedícó a perseguir a los primeros cristianos que iba encontrando en los lugares por donde él pasaba.

Saulo poseía un profundo conocimiento de las Sagradas Escrituras contenidas en el Viejo Testamento y era extremadamente celoso del cumplimiento de las leyes allí establecidas para el pueblo judío. Por lo tanto, tenía grandes conocimientos de la palabra escrita, pero le faltaba la sabiduría espiritual que proviene del Espíritu de Dios y su iluminación divina, para interpretarla y aplicarla de forma correcta.
Finalmente, el celo ardiente que sentía por su religión y la firme voluntad de luchar por defenderla, lo condujo a perseguir y combatir a sus nuevos oponentes: los nuevos cristianos.

Y yendo por el camino, aconteció que llegando cerca de Damasco, súbitamente le cercó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Y él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y el Señor dijo: Yo soy Jesús a quien tú persigues; Hechos 9, 3-5

Ese encuentro personal inesperado y repentino con Jesús, debió haber sido para Saulo una experiencia espantosa y terrible al inicio, para más tarde pasar a ser una vivencia maravillosa y trascendental en su vida espiritual, al reconocer a Jesús como el Hijo de Dios y el tan esperado Mesías del pueblo judío, quien mostrando su gran amor y su inmensa misericordia, escoge justamente a Saulo el perseguidor de cristianos, para convertirlo en un hombre nuevo llamado Pablo a partir de ese momento, por pura Gracia.

Pablo tuvo que haber experimentado con Jesús una experiencia divina y maravillosa, la cual produjo en él como fruto tres milagrosas transformaciones:

  1. que él naciera de nuevo en el espíritu, es decir, como un nuevo ser humano radicalmente opuesto al anterior, pero con el mismo cuerpo de antes.
  2. que Pablo se convirtiera en el más grande intérprete y predicador del Evangelio de toda la historia del cristianismo.
  3. que haya sido el privilegiado receptor del perdón y la Gracia de Dios, después de haber cometido ese gran pecado de combatir al Señor Jesucristo y de perseguir y castigar los cristianos, lo cual generó en Pablo un manantial de agradecimiento, regocijo y paz interior hasta el fin de su vida.

Pablo como hombre de profunda fe y poseedor de una mente privilegiada, estaba más que convencido de que la promesa de vida eterna en el Reino de los Cielos, era lo más grandioso que oídos humanos habían escuchado en la larga historia del pueblo de Israel, y por supuesto, su alma sedienta de Dios, hizo suya esa promesa inmediatemente.

Después que Cristo resucitó, se le apareció a los doce discípulos en primer lugar, y de último se le apareció a Pablo, tal como lo describe el mismo en su primera carta a los Corintios:

Y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mi. Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. 1. Corintios 15, 8-10

¡Y de qué manera Pablo creyó y se aferró a la promesa de vida eterna durante su vida llena de peligros de muerte, penas, dificultades, desafíos, viajes, agotamiento, hambre, etc; mientras cumplía fielmente con esa titánica misión que Cristo Jesús le otorgó, de predicar el Evangelio a los pueblos paganos en casi todos los países del mundo antiguo!

En sus cartas que escribió a las diferentes comunidades y pueblos que visitó, Pablo explicó muy bien infinidad de temas importantes de la fe cristiana, y lo hizo de una forma sencilla y clara, para que el pueblo pobre y sencillo pudiera comprender lo que predicaba.

Muy buen ejemplo de un mensaje claro y simple de Pablo, es el versículo que escogí como título de esta reflexión: Si solamente en esta vida esperamos en Cristo, somos los más miserables de todos los hombres.

Esta afirmación me da la impresión, de que el apostol Pablo la ha escrito de manera especial para nuestra generación de los que hemos nacido entre la década de 1940 y 1990, es decir, en la época de mayor prosperidad, bienestar económico, desarrollo tecnológico y oferta de comodidades que ha tenido la humanidad en su historia.

Parafraseando el versículo de Pablo, me atrevo a decir: Si solamente en esta vida terrenal esperamos en Cristo y contamos con él, para lograr vivir bien con todas las comodidades y lujos que nos podamos comprar, y no esperamos en Cristo para que nos ayude a fortalezer nuestra esperanza de vida eterna, somos los más miserables de los hombres y de las mujeres.

Para ilustrar de qué manera el bienestar económico y la gigantesca oferta de comodidades y servicios influyen sobre la sociedad, al mejorar la calidad vida en el aspecto material; y cómo afectan a la fe religiosa estas nuevas condiciones de vida, les escribo a continuación un comentario del filósofo y Teólogo danés Sören Kierkegaard, que hizo sobre la debilitada fe religiosa en la alta sociedad danesa de su época, hace 200 años:

La vida eterna después de la muerte se ha convertido en un chiste, no solo se ha convertido en una necesidad incierta, sino que tampoco nadie espera más en eso. Va tan lejos, que hasta nos hace gracia pensar que hubo un tiempo en que la promesa de vida eterna era capaz de cambiar la vida de una persona.

Reconoced que Jehová es Dios Él nos hizo y no nosotros a nosotros mismos; Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado. Salmo 100, 3

Debido a su incontenible vanidad natural, el ser humano podrá vanagloriarse de cualquier presunción que se le ocurra y hasta presumir de que es un Emperador o el dueño de medio mundo, pero creerse más sabio e inteligente que Dios, eso es la evidencia máxima de su estupidez.

Este magnífico versículo de David lo puedo describir con gusto y satisfacción, como el más efectivo y certero golpe de hacha que se puede dar en la raíz del orgullo y de la vanidad. Por esa razón, es recomendable leerlo esporádicamente, cuando notemos que la vanidad está ascendiendo hacia nuestra mente y nos estamos alejando de Dios.

Y debido precísamente a que la pura verdad está escrita en la Palabra de Dios, es que la mayoría de la gente en las sociedades occidentales le tienen cierta alergia a la Biblia y la rechazan, porque la perciben demasiada cruel y sincera para sus nuevos gustos y costumbres. Esto me hace recordar un artículo de periódico que leí hace años, sobre individuos y familias suizas que por su crueldad les incomodaba tener que ver unos Crucifijos tallados en madera, en los senderos para caminar en las colinas de los cantones católicos, lo cual es una antigua tradición cristiana de siglos. En el pasado el uso de los crucifijos eran algo normal, bien aceptado y muy extendido. Pero hoy, debido a un exceso de vanidad y orgullo que predomina en la sociedad moderna, los ciudadanos de hoy se creen que son más santos y más humanos que la gente en la antigüedad!

La crueldad humana es una realidad que es necesario aceptar, porque está en los genes de TODOS los seres humanos del mundo, lo cual significa que cualquier persona posee la capacidad natural de cometer crueldades y pecados graves, bajo ciertas circunstancias. Recordemos solamente dos inmensas crueldades: el terrorismo de estado y el Holocausto en la alemania Nazi y el lanzamiento de las bombas atómicas por USA sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en Japón.

En estos tiempos modernos en que el desarrollo de las ciencias y tecnologías ha tomado tanto auge, la vanidad y el orgullo han ido también aumentando en la sociedad en una proporción aún mayor, en particular y de manera muy intensa en el gremio de los científicos, investigadores y tecnólogos, quienes se consideran a si mismos ser semidioses, capaces de crear nuevas creaturas mediante la manipulación genética y la biología molecular, movidos en parte por la curiosidad científica, pero sobre todo, por la insaciable codicia y las ansias de poder.
Estos nuevos “Sacerdotes” de la estupidez, embriagados por su delirio de grandeza, están causando graves daños irreparables a la naturaleza y a la salud pública.
Y a pesar de las frecuentes advertencias y protestas que vienen haciendo públicamente infinidad de organizaciones ambientalistas y de salud, ellos continúan imperturbables y firmes en sus actividades destructivas y perjudiciales para la humanidad.

Esa actitud tan absurda e irracional es el fruto del orgullo y de la vanidad, las cuales son muy capaces de apagar la llama de nuestra fe en Dios, de alejarnos de Él e incluso de que lo ignoremos completamente.

Jesús le dijo: Tomás, porque me has visto, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron. Juan 20, 29

Tal como lo dijo el Señor Jesucristo, bienaventurados son los que creen.
En lo personal estoy convencido de que aquellos que creen en Jesús y en su promesa de vida eterna, también son más inteligentes para lograr vivir de manera  exitosa su vida en este mundo, puesto que los creyentes que confían en Dios y se dejan guiar por el Espiritu Santo, les son concedidos sus deseos más profundos de su corazón, y por lo tanto terminan siendo más felices.

Confia en Jehová, y haz el bien; Y habitarás en la tierra, y te apacenterás de la verdad. Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón. Salmo 37, 3-4

Así mismo ha sido mi propia experiencia en mi vida como creyente:
de mis más profundos deseos desde mi juventud hasta hoy en día, Dios en su gran Misericordia y amor me ha concedido los dos más importantes: una excelente relación de amor con mi esposa; y una familia amorosa y armoniosa compuesta por 4 hijos, 5 nietos, una nuera y un yerno, todos magníficos. ¡Gloria a Dios y mi eterno agradecimiento!

Prefiero mil veces confiar en Dios, Creador y Señor del Universo, de la Humanidad, de la naturaleza y de este mundo en que vivimos, que confiar en la imperfecta y muy limitada sabiduría e inteligencia humanas.

Vivir es esperar esperando para pasar a mejor vida

para que por dos cosas inmutables, en las cuales, es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo, los que nos hemos refugiado asiéndonos (agarrándonos) de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como ancla del alma, segura y firme, y que penetra hasta dentro del velo; Hebreos 6, 18-19

Sin duda alguna, la vida humana consiste en vivir esperando algo o a alguien, que ha de suceder o de venir en el futuro próximo. Siempre esperamos con la firme esperanza, de que lo que anhelamos va a suceder, y esperar permanentemente, nos enseña a tener paciencia. En consecuencia, se puede afirmar que todos vivimos esperando algo.

Nuestra condición natural de que somos seres totalmente dependientes de la naturaleza y de las personas que nos rodean para vivir, determina la necesidad de tener que esperar. Por eso, cuando leí por primera vez la expresión “vivir es esperar esperando” de la frase del Teólogo brasileño Leonardo Boff, me gustó tanto, que la puse como título de esta reflexión.

Siempre deseamos lo mejor, anhelamos cosas y experiencias buenas para nuestra vida y la de nuestros seres queridos. Y a pesar de que también nos suceden experiencias desagradables, dificultades, accidentes, enfermedades, decepciones, tragedias, etc; no nos desanimamos y recuperamos de nuevo la esperanza y continuamos esperando lo mejor. Existe un término que describe ese estado de ánimo de actidud positiva ante la vida, pero que casi nunca se utiliza: longánimo, que significa de ánimo constante.

En la sociedad moderna mayormente egoísta, se ha establecido como meta deseable ser lo más independiente posible de los demás. En las grandes ciudades de cientos de miles de habitantes, mucha gente vive sola, aislada y sin contacto personal con los vecinos, debido a que desean ser lo que ellos llaman “autosuficientes”, personas rebeldes que están cansadas de esperar y de depender de otros.

Debido a que en la vida tener que esperar es invitable, estamos muy acostumbrados desde nuestra niñez, a esperar las cosas y los acontecimientos deseados por nosotros, que pueden suceder de manera inmediata o retardada.

La muerte es el acontecimiento natural de la vida, que por ser inevitable todos les seres humanos debemos aprender a aceptar como realidad implacable en el futuro. Gracias a la obra de sacrificio y redención realizada por nuestro Señor Jesucristo en la Cruz y a la inconmensurable Misericordia de Dios, tenemos los creyentes cristianos el privilegio de creer en su promesa de vida eterna y de esperar con fe y regocijo por su cumplimiento en el futuro, cuando Dios decida el momento de nuestra partida de este mundo.

No se trata de estar esperando la muerte, claro que no, sino de estar esperando con fe firme la vida eterna en el Reino de los Cielos, por la que Cristo el Hijo de Dios, se hizo hombre para anunciar y predicar como La Buena Nueva o Evangelio a la humanidad.

La promesa de vida eterna en el Reino de los Cielos es el supremo bien o premio que Dios le ha prometido a todo aquel hombre o aquella mujer que crea en espíritu y en verdad en Cristo Jesús. Por lo tanto, cristiano al hacer tuya esa promesa, ese acto de fe se convertirá después en la esperanza puesta delante de ti, de la que te puedes agarrar, la cual tendrás como ancla segura y firme de tu alma, así como lo afirma el apostol Pablo en los versículos de arriba.

El símbolo del ancla de la esperanza, que menciona San Pablo en su Carta a los hebreos, fue utilizado por los cristianos de la iglesia primitiva en las tumbas hace miles de años. En la imagen a continuación se nota la figura de una cruz combinada con un ancla y con la letras griegas Alfa y Omega, que representan a Jesucristo, según el libro del Apocalipsis de San Juan en donde está escrito: “Yo soy el Alfa y el Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso”.

Inscripción lapidaria en una tumba antigua

Según Tomás de Aquino, la esperanza cristiana es la virtud que otorga al hombre la confianza absoluta de que alcanzará la vida eterna y los medios para llegar a ella con la ayuda de Dios.

La vida eterna es la vida en abundancia de la que habla Jesús en el Evangelio de San Juan 10, 10: El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.

Sin duda alguna, el Señor Jesucristo nos promete una vida mucho mejor de la que nos podríamos imaginar, un concepto que nos recuerda lo dicho por San Pablo en 1. Corintios 2: 9: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman.”

La expresión “pasar a mejor vida” es una linda metáfora para referirse a la vida eterna, que nos espera a los creyentes cristianos después de la muerte. Amén!