La esperanza de vida eterna es el ancla más firme en ésta vida dura, cambiante y agitada.

Cruz usada en las inscripciones de tumbas de cristianos

  «a fin de que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, los que hemos buscado refugio seamos grandemente animados para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros, la cual tenemos como ancla segura y firme del alma, que penetra hasta detrás del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho, a semejanza de Melquisedec, sumo sacerdote para siempreHebreos 6, 18-20

 

Recuerdo un gran ancla de hierro, que estaba colocado frente a la entrada principal del Club náutico en mi ciudad natal. Era un ancla de varios metros de largo que pesaba varias toneladas, y que servía de símbolo de identificación de la actividad de ese centro social. La figura del ancla siempre ha servido de imagen representativa de los marineros y la navegación.

El ancla es un componente indispensable de los barcos, puesto que sirve para asegurar la embarcación en un lugar fijo cuando está detenida en el mar. Sin el ancla, la embarcación estaría vagando sin rumbo y sometida a las fuerzas de las olas y del viento.

Las primeras comunidades de cristianos en la antigüedad en el siglo I, utilizaron la cruz en forma de ancla en sus sepulcros y catacumbas, para simbolizar el deseo profundo de asegurar su alma en Jesucristo y en su promesa de vida eterna en el Reino de los Cielos.

La esperanza de la que San Pablo habla en los versículos mencionados de su carta a los Hebreos, no se refiere en nuestra vida terrenal sino a la celestial, después de la muerte. Por eso, el ancla como símbolo cristiano representa la esperanza de la salvación eterna.

El cristiano al poner su toda su fe en el Señor Jesucristo y en su promesa de vida eterna, puede entonces andar con mucho mayor seguridad y firmeza en el mar de penas, sufrimientos y aflicciones que contiene la vida, porque dispone de un ancla espiritual con que aferrarse a Dios en los momentos tempestuosos, y sobre todo, en la hora del inexorable naufragio fatal de la muerte.

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