La vida es la escuela de la aflicción en la que aprendemos a soportar y olvidar el sufrimiento. ¡Gracias a Dios!

Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. Juan 16, 33

La iglesia universal del Reino de Dios es una comunidad cristiana evangélica que fue fundada en Brasil en la década de los setenta y es conocida también como iglesia Pare de sufrir, frase ésta que fue utilizada como lema publicitario en sus cultos y por una serie de escándalos públicos. Esa iglesia es uno de los ejemplos más conocidos, de cómo personas inmorales y deshonestas se hacen pasar como « pastores » y « obispos » de Jesucristo, para aprovecharse indebidamente de la fe y del sufrimiento físico de mucha gente creyente, con el propósito de meterse en sus propios bolsillos la mayor cantidad posible de dinero de las ofrendas de sus feligreses.

Este caso y muchos otros más en las comunidades cristianas a través de la historia, ponen en evidencia que las personas que más daño le hacen a la iglesia son las que están dentro de sus paredes.

Me refiero a este bochornoso ejemplo de cómo unos pocos individuos impostores engañan a creyentes cristianos y perjudican la obra mundial de predicación del verdadero Evangelio de Jesús, al deformar y falsear el propósito real de los milagros de sanación que hizo Jesucristo cuando vivió entre nosotros.

El Señor Jesucristo realizó los pocos milagros de curación y de la resurrección de Lázaro, para demostrar con pruebas irrefutables a los que fueron testigos presenciales y a las futuras generaciones de creyentes en todo el mundo, que Él era verdadera y efectivamente el Hijo de Dios. Sin esos milagros y sin demostrar su poder divino, no lo hubieran creído.
De manera que ese fue su principal objetivo, y NO el de sanar y aliviar a esas personas de sus sufrimientos, sus dolores y de sus impedimentos físicos, que es como muchas altas autoridades de las iglesias lo han interpretado de forma equivocada, desafortunadamente.

En la Palabra de Dios NO aparece como frase dirigida al hombre: no sufrirás dolores ni enfermedades en el mundo, pero en cambio, sí aparece infinidad de veces la afirmación de que el sufrimiento y los dolores forman parte de la vida humana.
En el Evangelio de Juan, el Señor Jesucristo, siempre con la verdad absoluta en sus labios, nos habla claro y nos advierte: En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido el mundo.

Desde el mismo inicio de este mundo, los seres humanos fuimos creados por Dios con un cuerpo mortal y con espíritu inmortal. Nuestro cuerpo por ser de naturaleza biológica es sumamente frágil, susceptible a enfermedades y al sufrimiento, sujeto a las influencias del ambiente natural (frío, calor, humedad, microbios) y que con la edad se va deteriorando  sin detenerse hasta que ocurre la muerte.

En cambio, el alma humana hecha a imagen y semejanza de Dios, es nuestra fuente de vida inmortal, la cual nos permitirá vivir una vida nueva y eterna en el Reino de los Cielos después de la muerte del cuerpo, así como Jesús y sus Apóstoles lo anunciaron una y otra vez en el Evangelio.
De manera que los dolores, enfermedades, aflicciones, adversidades, tormentos, penas, etc.; son un componente natural y normal de la vida en este mundo y así será mientras nuestra alma inmortal siga habitando en el cuerpo.

El sufrimiento humano es un misterio divino indescifrable para el ser humano, por esa razón nadie en absoluto lo podrá jamás comprender ni explicar. Dios ha creado la vida en este mundo terrenal así y simplemente tenemos que aceptar esa realidad.

En vista de que el sufrimiento humano es una condición natural e inevitable, como cristianos debemos estar muy atentos a aquellos que predican el Evangelio de Jesús falsificado y deformado, como está sucediendo hoy en día en las iglesias, y debemos también cuidarnos de no dejarnos persuadir por pastores y sacerdotes con esas falsas afirmaciones como: Dios no quiere que tú sufras, que te enfermes ni que tengas aflicciones; puesto que son manipulaciones de la Biblia que las hacen con intenciones indignas y sospechosas.
Por tanto, puesto que Cristo ha padecido en la carne, armaos también vosotros con el mismo propósito, pues quien ha padecido en la carne ha terminado con el pecado, para vivir el tiempo que le queda en la carne, no ya para las pasiones humanas, sino para la voluntad de Dios.
1 Carta de Pedro, 1-2

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