No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia. Isaías 41, 10
Que la vida en este mundo es una lucha o un combate permanente, eso lo sabemos todos por experiencia propia, pero lo que no se conoce muy bien son las causas que determinan esa situación que afecta a todo ser humano, independientemente de que sea rico o pobre, esté sano o enfermo, tenga un trabajo pesado o sea un escritor de novelas. Es tan prolongada e intensa la lucha de la vida humana, que los epitafios más populares en las tumbas son: que en paz descanse (Q.E.P.D) y rest in peace (R.I.P). Ya ese deseo postrero a los difuntos, expresa claramente la magnitud de la lucha.
Lo que hace tan afanosa la lucha de la vida, es que estamos luchando al mismo tiempo en dos campos de batalla distintos: en nuestra vida pública con los demás y en nuestra vida interior con nosotros mismos. Tener luchas simultáneamente en dos frentes diferentes, es lo que le confiere a la vida humana la dureza y la complejidad que la caracterizan.
Nuestra lucha interior es la que menos conocemos, en primer lugar, porque no la podemos ver, pero si la podemos sentir muy bien a través de nuestros sentimientos y emociones; y en segundo lugar, porque estamos más ocupados con nuestra lucha exterior en la vida pública.
Mucha gente se pregunta: ¿de donde surge la lucha interior que tiene el ser humano consigo mismo y cuales son las causas?
Escuchamos y usamos las palabras cuerpo y alma en algunas ocasiones, pero lamentablemente no nos han enseñado la importantísima relación que existe entre el alma y el cuerpo. Los humanos somos unos seres compuestos de un cuerpo material y un alma espiritual insuflada por Dios. El cuerpo es nuestra dimensión biológica y visible, mientras que el alma es nuestra dimensión espiritual e invisible que se oculta dentro del cuerpo. El cuerpo es impulsado principalmente por la satisfacción de necesidades físicas y por los instintos biológicos. El alma por su naturaleza espiritual e inmortal es una energía divina que tiende a conectarse con Dios y es impulsada por las virtudes espirituales como: la fe, el amor, la esperanza y la paz interior. De esas dimensiones e impulsos diferentes y antagónicos, es que resulta el conflicto interior de inclinaciones entre el cuerpo y el alma.
La conciencia, la voluntad y el intelecto humano son las facultades más conocidas e importantes del alma, con las que Dios dotó al ser humano y las que nos diferencian de los animales superiores. Para que una persona pueda vivir una vida plena, es necesario primero lograr vivir en armonía y en paz consigo mismo. La paz interior es un privilegio del que disfrutan los infantes y es justamente de esa paz, donde germinan el gozo, la alegría y el cariño que manifiestan los niños pequeños a los demás de forma espontánea y auténtica.
Mahatma Gandhi tenía la convicción de que si no alcanzamos la paz dentro de nosotros mismos, siempre estaremos en guerra con los demás. Y para alcanzar la paz interior y la armonía entre nuestro cuerpo y nuestra alma, es indispensable estar también en armonía y en paz con Dios.
Es sobre nuestra lucha íntima en la que más podemos intervenir y ejercer mayor influencia para lograr la paz y la armonía interior deseadas, eso sí, pero solamente con la ayuda de nuestra conciencia y la guía del Espíritu Santo. En lo más profundo de su conciencia descubre el ser humano la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se encuentra a solas con Dios.
En las luchas de la vida no estamos solos, Jesucristo lo dijo: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia” Mateo 28,20.