En la vida todos buscamos la felicidad, pero son muy pocos los que la encuentran, porque sencillamente la gran mayoría de la gente la busca en los placeres corporales, en la acumulación de bienes, en su apariencia personal, en las exterioridades, es decir, persistimos en buscarla donde no está.
San Agustín de Hipona, gran teólogo y padre de la Iglesia Cristiana, dió a conocer el lugar donde está la felicidad del ser humano. En el siguiente texto Agustín explica donde la deberíamos de buscar :
“Debemos, pues, buscar qué es lo que hay mejor para el hombre. Ahora bien, el hombre es un compuesto de alma y cuerpo, y, desde luego, la perfección del hombre no puede residir en este último. La razón es fácil: el alma es muy superior a todos los elementos del cuerpo, luego el sumo bien del mismo cuerpo no puede ser ni su placer, ni su belleza, ni su agilidad. Todo ello depende del alma, hasta su misma vida. Por tanto, si encontrásemos algo superior al alma y que la perfeccionara, eso seria el bien hasta del mismo cuerpo. Luego lo que perfeccione al alma será la felicidad del hombre. La felicidad del hombre es la felicidad del alma.”
Según San Agustín, la felicidad del ser humano es la felicidad de su propia alma. Dicho de otra manera: si mi alma es felíz, yo seré feliz. Agustín dice: “…el sumo bien del mismo cuerpo no puede ser ni su placer, ni su belleza , ni su agilidad…”. El máximo bienestar de la persona no está en el placer de su cuerpo, ni de su belleza, ni su agilidad.
Es muy importante captar que San Agustín considera al cuerpo y al alma como dos dimensiones diferentes del ser humano, y le otorga al alma una condición muy superior a las partes del cuerpo. Si leemos con atención éste argumento y lo analizamos bien, nos daremos cuenta que su afirmaciones son muy lógicas y tienen sentido, puesto que entre nuestras dos dimensiones constitutivas, es en efecto el cuerpo la parte más débil, más frágil y más sensible a la enfermedad y al dolor.
Pensemos en las molestias, las irritaciones, las incomodidades y los dolores en el frágil cuerpo del recien nacido. Desde que llegamos al mundo y aún naciendo sanos, se alternan sin cesar: enfermedades, hambre, sed, cansancio, frío, calor, plagas, dolores, golpes, molestias, sufrimientos, etc. Recordemos el deterioro natural e inevitable del cuerpo y de su belleza por el envejecimiento que se da con el paso del tiempo, debilidades que se empiezan a notar a los 40 años de edad, y después en la vejéz, aparecen cada vez con más frecuencia los achaques y quebrantos de salud, que son característicos de los ancianos.
Por todas éstas razones, es que no debemos hacer depender nuestra felicidad de los placeres del cuerpo, de su belleza, salud y agilidad.
Y sin embargo, hoy en día nuestra felicidad la identificamos casi exclusivamente con nuestro cuerpo frágil, vulnerable y doliente. La buscamos únicamente en la comodidad física, en los placeres materiales, en la belleza corporal, en las actividades deportivas, etc., es decir, en los lugares que no está. Ignoramos completamente que tenemos tambien un alma eterna, ese tesoro invisible que llevamos dentro del cuerpo, que somos, sentimos y con la que dialogamos en nuestra conciencia.
Tenemos que aprender a identificar nuestra felicidad con los estados del alma: el amor, las relaciones afectivas de amistad, el consuelo, la paz interior, la fe en Dios, la tranquilidad de conciencia, etc; estados éstos del alma que nosotros mismos podemos generar con plena libertad interior, e independientemente del mundo exterior y del estado de nuestro cuerpo. La felicidad del hombre es la felicidad del alma.