El amor incondicional entre la madre y sus hijos es un gran privilegio de las mujeres.

« Pero (la mujer) se salvará engendrando hijos, si permanece en fe, amor y santidad, con modestia »
1 Timoteo 2,15

Hay que reconocer que es muy cierto, que durante milenios en casi todas las civilizaciones y pueblos originarios del mundo, las mujeres han tenido menos derechos y libertades que los hombres. Las comunidades y sociedades estaban dominadas por los hombres, quienes desempeñaban las funciones más importantes en todos los cargos y profesiones. En la familia, los hijos varones fueron siempre más estimados y favorecidos que las hembras. Las hembras se encargaban exclusivamente de la crianza de los niños, de los quehaceres del hogar y de la confección de telas y ropa.

Mirando el pasado y ahora que en estos tiempos modernos, la situación de los derechos y libertades de las mujeres ha cambiado tanto, no es posible para nadie y tampoco sería justo, hacer ningún juicio de valor en relación al trato que anteriormente le dieron los hombres a las mujeres.

Si como cristianos creemos en la Providencia y en la soberanía de Dios sobre todo lo que sucede en este mundo, tenemos por lo tanto que aceptar, que las relaciones y el trato entre hombres y mujeres en toda la humanidad es la soberana voluntad de Dios, independientemente de si nosotros estamos de acuerdo o no. Resumiendo, Dios sabe muy bien lo que hace en su creación y sabe todo lo que nos conviene, aunque no nos agrade.

Voy a referirme a un privilegio exclusivo de las mujeres, el cual creo que es el más maravilloso de todos, pero que sin embargo y desafortunadamente, ha estado perdiendo en la mujer moderna el valor y la reputación que tuvo en la antigüedad. Se trata del amor verdadero e incondicional que puede surgir y desarrollarse entre una madre y sus hijos.
Si existe un amor humano, que se asemeja al amor de Dios hacia nosotros, ese sería el amor de madre.

Una vez adultos, los hombres y especialmente las mujeres, se concentran en la búsqueda del amor romántico entre parejas, deseando con ardor conseguir esa relación sentimental perfecta que los pueda unir a una persona para convivir y compartir felizmente la vida juntos. Pero resulta que en la dura realidad de la vida, tanto en los tiempos pasados como en estos tiempos modernos de libertades y derechos, la tan anhelada relación idílica, no se llega a dar en la gran mayoría de las parejas o bién nunca se encuentra el alma gemela.

Dios en su gran misericordia y justicia, le ha otorgado a la mujer el glorioso don del amor de madre como exclusivo privilegio, quizás para compensar la posible falta de una relación feliz con su marido y también para premiarla por todos los sacrificios, los renunciamientos, los dolores, los trabajos, las preocupaciones, las cargas, las responsabilidades, etc; que las mujeres al engendrar hijos tienen que padecer y desempeñar en su papel de madres, hasta el último aliento en el día de su muerte.

Si el amor verdadero es la virtud y vivencia espiritual más grandiosa e importante en la existencia de un ser humano, se podría afirmar en consecuencia, que el amor de madre es el gran privilegio divino de las mujeres.
« He aquí, don del SEÑOR son los hijos; y recompensa es el fruto del vientre » Salmo 127, 3

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