El Señor Jesucristo vino a salvar las almas de los pecadores y no sus cuerpos.

« El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. » Juan 6, 63

En éste versículo, Jesús se refiere claramente al espíritu humano o alma, y con la palabra carne, alude al cuerpo de carne y huesos.
Con esa afirmación Jesús ratifica una vez más, que el alma inmortal es la realidad espiritual que le da vida al ser humano; y que nuestro cuerpo, como simple envoltura o cáscara de carne del alma, para nada aprovecha cuando el moribundo está agonizando, porque en el instante de la muerte, el alma inmortal se separa del cuerpo y regresa a Dios quién la creó, para vivir eternamente; y el cuerpo sin vida, retorna a la tierra a la que pertenece.

En el Evangelio de San Marcos, Jesús refiriendose a Dios Padre, dice la siguiente frase llena de divinidad y sumamente reveladora, la cual transmite una vez más al creyente cristiano, un poderoso mensaje de fe y esperanza en la vida eterna:
« Él no es Dios de muertos, sino Dios de vivos; así que vosotros muy equivocados estais.» (Marcos 12,27)
Jesús confirma con ésta aclaración que le hace a los sacerdotes Saduceos (quienes creían que el alma muere también al morir el cuerpo), que Dios es Dios de las almas  de personas como Abraham, Isaac y Jacob que viven eternamente y quienes murieron miles de años antes de que se sucediera esa escena con Jesús, que relata Marcos en el Nuevo Testamento.

Estos son dos claros fundamentos más de las enseñanzas del Señor Jesucristo, que deberían motivar a los cristianos a identificarse más con su alma inmortal que con su cuerpo mortal.
El rey David, el ungido de Dios, es un gran ejemplo para todos nosotros, puesto que en los salmos cuando oraba y le clamaba al Señor, siempre se identificaba con su alma con expresiones como: ¿Por qué te abates, oh alma mía?, ¡Bendice a Yahveh, alma mía!, Mi alma tiene sed de ti, Dios de la vida, etc.
Aferrémonos al Señor Jesucristo y a nuestra alma.
Por supuesto, debemos cuidar y atender a nuestro cuerpo. Eso es un asunto obvio y necesario que no necesita discusión.
Pero les ruego que no se olviden de su alma inmortal, porque el alma es nuestro gran tesoro espiritual, oculto en esa vasija de barro que representa nuestro cuerpo mortal.

Los seres humanos amamos en primer lugar los cuerpos que vemos y sentimos, y Dios paternalmente ama en primer lugar nuestra alma que ve y siente como suya.