Toda la gama de pensamientos, ideas, experiencias, vivencias y manifestaciones del alma, que se suceden en nuestra vida interior y que percibimos conscientemente, se podría decir que han sido guardadas o registradas en alguna parte de nuestra memoria. Todas esas impresiones o cambios del estado de ánimo efectuados en el alma humana y las sensaciones naturales que se manifiestan en el cuerpo, son las que nosotros expresamos con el verbo sentir.
Una de las tareas más difíciles para la gran mayoría de las personas, es sin duda, poder expresar con palabras lo que en algún momento especial se ha vivido y sentido. No obstante, quiero contarles a mi manera lo que vivo y siento desde que tuve una extraordinaria experiencia, que nunca antes había vivido.
Hace varios años, experimenté dentro de mí un acontecimiento maravilloso, cuando algo así como un resplandor interior o una visión, despertó de repente en mi conciencia unas realidades espirituales que yo desconocía completamente: el amor de Dios hacia todos nosotros, la existencia de mi propia alma y de la eternidad.
Ese excepcional episodio en mi vida ha generado en mí una nueva y vigorosa energía espiritual, que ha potenciado y fortalecido enormemente mi fe en Dios, el celo por Jesucristo y mi esperanza en el Reino de los Cielos.
Justamente después que se dio ese avivamiento espiritual en mi vida, fue cuando comencé a escribir mis reflexiones sobre nuestra propia espiritualidad y demás temas asociados a ella.
Ahora bien, lo más maravilloso han sido los cambios que he experimentado dentro de mi después de ese momento, pero aún más exquisito es el primoroso fruto de esos cambios en mi existencia.
Entre los cambios más relevantes que he notado en mí hasta ahora, están los siguientes :
• Ya no siento esa incómoda angustia existencial, que supongo agobia la vida de la mayoría de la gente, causada por el temor natural a la muerte que nos acompaña como una espantosa sombra en todo momento, y también por esa extraña sensación que se siente en lo profundo del alma, de estar sólo en este universo.
• Durante muchos años padecí de un temor incisivo, que incluso llegó a restringir mi libertad de acción y mi tranquilidad en la vida cotidiana. Ese miedo ha desaparecido totalmente.
• La interrogante natural sobre cuál es el sentido y el propósito de nuestra propia existencia en éste mundo, la cual desencadena en nosotros esa búsqueda constante de algo evidentemente esencial que sentimos que nos falta, para estar satisfechos y contentos, pero que curiosamente no sabemos con exactitud qué cosa es.
Pues puedo decirles, que creo haber encontrado ese algo, ya que ahora no tengo ninguna duda en absoluto sobre el sentido de mi vida, y no me interesa tampoco buscar nada más, debido a que me siento interiormente saciado y complacido.
El primoroso fruto es la nueva paz interior que siento y disfruto como nunca antes. Esa paz espiritual que sólo Dios puede dar, cuando uno cree en Jesucristo y se apodera de sus promesas del perdón de los pecados y de la vida eterna en el Reino de los Cielos.
La paz interior es esa santa calma que siente aquel individuo en el alma, que después de lograr vencer su orgullo, vanidad y avaricia, deposita su fe en Dios, en su Palabra y en la Obra Redentora de su Hijo Jesús el Cristo; y además, cree y acepta la santas escrituras contenidas en la Biblia, como la verdad absoluta revelada por Dios.
Estoy convencido de que la única y verdadera paz que puede alcanzar el ser humano en ésta vida terrenal, es esa paz interior en su corazón y en su conciencia, que implica necesariamente la paz con Dios y consigo mismo.
Es esa paz interior maravillosa que Dios como obsequio divino, nos permite poseer y disfrutar a todos los seres humanos sin excepción, durante el breve período de nuestra infancia, y que después en la etapa de vida como adultos, podemos alcanzar recuperarla de nuevo en algún momento de nuestra existencia.
La paz espiritual de la que Jesús hablaba y predicaba durante su vida terrenal, fue confundida a menudo con la paz entre las personas y los pueblos por la gran mayoría de la gente en aquellos tiempos, y la siguen confundiendo hoy en día.
Antes de su partida de éste mundo, Jesús se lo dijo a los discípulos muy claramente:
“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” (Juan 14:27)
La paz interior es el estado del alma, que en primer lugar tiene que arribar y asentarse en el corazón humano, para que de él, como sustrato o tierra fértil espiritual, puedan después germinar y crecer el gozo duradero y la alegría abundante.
El filósofo y escritor británico Bertrand Russel (1872-1970) afirma en una de sus citas, cuán indispensable es obtener la paz en nuestro corazón, para después poder sentir ese gozo duradero que todos anhelamos: « Una vida feliz debe ser en gran parte una vida tranquila, pues solo en una atmósfera calma puede existir el verdadero placer. »
Si creemos firmemente la maravillosa revelación de Dios, de que nuestra propia existencia, es decir nuestra alma, es un espíritu divino e inmortal, y si estamos conformes con San Pablo, en considerarlo en consecuencia como nuestro gran tesoro espiritual, ¿cómo esa convicción que hemos asumido y aceptado como una realidad en nuestra vida, no va a generar en nuestra interioridad esa paz y esa calma que sobrepasa todo entendimiento?
Y además, ¿que puede haber más provechoso en la vida, que al reconocer y aceptar nuestra alma como un tesoro divino y eterno, decidamos apoyar nuestra existencia aquí y ahora en ese valiosísimo fundamento, y nuestra esperanza ponerla en la promesa de vida eterna de Jesucristo, para cuando nos llegue el momento crucial de morir?
Fíjense a continuación cómo describe San Pablo de manera genial y reconfortante la obra portentosa de la paz espiritual en nuestra alma:
« Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. » Filipenses 4, 7
Esa es la paz espiritual de Dios, que Jesucristo nos dejó y nos la da de pura Gracia, por amor a su criatura.
Para el místico franciscano Buenaventura de Fidanza, la paz interior es el bien espiritual más preciado que un ser humano sea capaz de alcanzar en su vida terrenal, y por esa razón, la considera un anticipo de la Bienaventuranza eterna.
En vista de que no poseo la capacidad de expresar exactamente lo que siento en lo más profundo mi corazón, prefiero darle la palabra a continuación y con enorme placer al predicador inglés Charles H. Spurgeon, inspirado y esclarecido hombre de Dios, quien con una virtuosa habilidad de expresión y dominio del lenguaje, redactó cientos de magníficos sermones, que dió en su congregación en Londres durante muchos años.
He escogido de su sermón titulado « La paz espiritual », algunas partes del texto que logran expresar de modo formidable, todo lo grande y bello que estoy sintiendo:
« Cuando un hombre tiene fe en la sangre de Cristo, no es sorprendente que tenga paz, pues ciertamente tiene garantía de gozar de la más profunda calma que un corazón mortal pueda conocer. La consecuencia necesaria de eso es que él posee paz mental.
¿Cómo, pregunto yo, puede temblar quien crea que ha sido perdonado? Ciertamente sería muy extraño que su fe no le infundiera una santa calma en su pecho.
Además, el hijo de Dios recibe su paz de otro conducto de oro, pues un sentido de perdón ha sido derramado en abundancia en su alma. No solamente cree en su perdón por el testimonio de Dios, sino que siente el perdón. Es algo más que una creencia en Cristo; es la crema de la fe, el fruto maduro en plenitud de la fe, es un privilegio muy encumbrado y especial que Dios otorga después de la fe. Si todos los testigos falsos que hay en la tierra se pusieran de pie y le dijeran a ese hombre, en ese momento, que Dios no está reconciliado con él, y que sus pecados permanecen sin perdón, él se reiría hasta la burla; pues dice: «el Espíritu Santo ha derramado abundantemente en mi corazón el amor de Dios.»
Él siente que está reconciliado con Dios. Ha subido desde la fe hasta el gozo, y cada uno de los poderes de su alma siente el rocío divino conforme es destilado desde el cielo. El entendimiento lo siente, ha sido iluminado; la voluntad lo siente, ha sido encendida con santo amor; la esperanza lo siente, pues espera el día cuando el hombre completo será hecho semejante a la Cabeza de su pacto, Jesucristo.
¿Cómo puede sorprender, entonces, que el hombre tenga paz con Dios cuando el Espíritu Santo se convierte en un huésped real del corazón, con toda su gloriosa caravana de bendiciones?
Tal vez ustedes dirán, bien, ¡pero el cristiano tiene problemas como otros hombres: pérdidas en los negocios, muertes en su familia, y enfermedades en su cuerpo! Sí, pero él tiene otro fundamento para su paz: una seguridad de la fidelidad y de la veracidad del pacto de su Dios y Padre. Él cree que Dios es un Dios fiel; que Dios no echará fuera a quienes ha amado. Para él todas las providencias oscuras no son sino bendiciones encubiertas. Cuando su copa es amarga, él cree que fue preparada por amor, y todo terminará bien, pues Dios garantiza el resultado final. Por tanto, ya sea que haya mal tiempo o buen tiempo, cualesquiera que sean las condiciones, su alma se abriga bajo las alas gemelas de la fidelidad y del poder de su Dios del Pacto.
La paz del mundo, la que viene del dinero y del poder, de la vanidad y soberbia no es nunca jamás la misma que da el Espíritu Santo. El hombre no sabe quién es, y por tanto piensa que es algo, cuando no es nada. Dice: «yo soy rico y próspero en bienes,» cuando está desnudo, y es pobre y es miserable.
Entonces nuestra paz es hija de Dios, y su carácter es semejante a Dios. Su Espíritu es su progenitor, y es como su Padre. ¡Es «mi paz,» dice Cristo! No es la paz de un hombre; sino la paz serena, calma y profunda del Eterno Hijo de Dios. Oh, si sólo tuviera esta única cosa dentro de su pecho, esta paz divina, el cristiano sería ciertamente algo glorioso; y aun los reyes y los hombres poderosos de este mundo son como nada cuando se les compara con el cristiano; pues lleva una joya en su pecho que ni todo el mundo podría comprar, una joya elaborada desde la vieja eternidad y ordenada por la gracia soberana para que sea la gran bendición, la herencia real justa de los hijos elegidos de Dios.
Entonces esta paz es divina en su origen; y también es divina en su alimento. Es una paz que el mundo no puede dar; y no puede contribuir a su sustento.
Entonces es una paz nacida y alimentada divinamente. Y déjenme señalar de nuevo que es una paz que vive por encima de las circunstancias. El mundo ha tratado con empeño de poner un fin a la paz del cristiano, pero nunca ha sido capaz de lograrlo.
Yo recuerdo, en mi niñez, haber oído a un anciano cuando oraba, y escuché algo que se grabó en mí: «Oh Señor, da a tus siervos esa paz que el mundo no puede ni dar ni quitar.» ¡Ah! Todo el poder de nuestros enemigos no puede quitárnosla. La pobreza no la puede destruir; el cristiano en ropas harapientas puede tener paz con Dios. La enfermedad no la puede estropear; acostado en su cama, el santo está gozoso en medio de los fuegos. La persecución no la puede arruinar, pues la persecución no puede separar al creyente de Cristo, y mientras él sea uno con Cristo su alma está llena de paz. »