Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Mateo 22, 37-39
Muchos de los lectores que conocen bien el Nuevo Testamento, reconocerán inmediatamente estos versículos del Evangelio de Mateo. Para aquellos que no lo reconocen, allí describe Jesucristo el gran mandamiento en la ley, que Dios le entregó al antiguo pueblo judío.
Les ruego que lean de nuevo este gran mandamiento, y mediten unos instantes sobre su claro mensaje, para lograr asimilarlo y comprenderlo bien.
El señor Jesucristo como Hijo Unigénito de Dios, se encarnó y se hizo hombre por amor a Dios Padre y a la humanidad, para cumplir con su divina misión consistente en: 1) predicar el Evangelio y su gran promesa de vida eterna en el Reino de los Cielos; 2) dar su testimonio personal como Mesías mientras vivió en este mundo; y 3) entregar la vida de su cuerpo como sacrificio redentor en la Cruz del Calvario; para lograr el perdón de nuestros pecados por parte de Dios, y así hacernos dignos de la vida eterna a todas aquellas personas, que crean en ÉL y lo amen con toda su alma y su mente.
Hagamos ahora el esfuerzo, de recordar su vida de total entrega y de amor por la humanidad en este mundo; en primer lugar, cuando la casta de maestros de la ley divina y fariseos del pueblo judío, quienes eran los sabios de las sagradas escrituras del Antiguo Testamento, y quienes mejor conocían las diversas profecías en las que siglos antes se anunciaba la venida del Mesías, no reconocieron a Jesús como su verdadero Mesías prometido por Dios; y en segundo lugar, cuando lo rechazaron y finalmente se confabularon y conspiraron en su contra, para que fuera condenado a muerte en una cruz, lo cual era el tipo de ajusticiamiento más humillante, doloroso y asfixiante durante el dominio del imperio Romano.
El Señor Jesucristo cumplió el gran mandamiento de Dios, al pie de la letra y de la manera más ejemplar posible y absoluta, para la salvación de nuestras almas después de la muerte, con el único y manifestado propósito de concederle a los creyentes cristianos, la vida eterna en el Reino de los Cielos.
Cristo Jesús, lo hizo únicamente por amor a Dios y a cada uno de nosotros, pues el amor es la fuerza divina o energía espiritual más poderosa que existe en el Universo, capaz de vencer cualquier obstáculo y de transformar la realidad.
Por cierto, según el científico Albert Einstein, el amor es una energía que trasciende las barreras del tiempo y el espacio. Para él, el amor no es simplemente una facultad humana, sino una fuerza que conecta a todas las cosas en el universo.
Como creyentes cristianos, debemos por lo tanto, tomar conciencia de que no es suficiente creer en Dios y en Jesucristo, sino también amarlos con toda nuestra alma y toda nuestra mente, así como Jesús nos ama a nosotros. El mensaje central del Evangelio de Cristo es el amor de Dios para con sus amadas criaturas: los seres humanos, a quienes nos concedió el privilegio de considerarnos hijos de Dios y de llamarlo Padre Nuestro.
Si hay algo de verdad importante e indispensable, por lo que tú creyente cristiano deberías de incluir en tus oraciones y ruegos al Señor Jesucristo, es rogarle que te ayude a cambiar tu fe actual en amor profundo y sincero al Dios Padre, así como amar al prójimo como a ti mismo, puesto que precisamente son el amor, el gozo y el agradecimiento que sentimos hacia Dios por concedernos su Gracia y el perdón de nuestros pecados, lo que hace crecer el anhelo y la esperanza de alcanzar la vida eterna prometida. Además, así será de perfecto el plan de salvación eterna de Dios para la humanidad, que el amor espiritual es la verdadera fuente universal de felicidad del ser humano, en todos los rincones de la tierra y en todas las épocas de la historia.
Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Entonces mucho más, habiendo sido ahora justificados por su sangre, seremos salvos de la ira de Dios por medio de Él. Porque si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, habiendo sido reconciliados, seremos salvos por su vida. Romanos 5, 8-10