Buenas noticias para los ancianos: Mientras el cuerpo se va deteriorando, el alma inmortal se renueva cada día.

Por tanto, no desmayamos; antes aunque nuestro hombre exterior se va desgastando, el hombre interior no obstante se renueva de día en día.
2. Corintios 4, 16

La etapa natural de la vejez o el ocaso de la vida, como la han llamado algunos poetas, ha sido revestida y manchada por el sistema capitalista predominante con nuevas características negativas y discriminatorias, porque ahora la vejez se asocia directamente a la enfermedad, la incapacidad y la inutilidad de los ancianos para la producción eficiente de bienes y servicios. Cuando se valora a un ser humano únicamente por su capacidad de trabajo y de alto rendimiento, las personas mayores resultan ser poco apreciadas y aisladas en asilos de ancianos, dejando de ser reconocidos por la sociedad como seres humanos valiosos, dignos y ejemplares, que es lo que son en realidad.

La sociedad moderna con su absurda antipatía hacia la vejez, ha llegado al extremo de considerarla como un tabú, es decir, algo vergonzoso de lo que no se debe hablar o mencionar. Decirle a alguien viejo está tan mal visto, que muchos lo consideran casi un insulto en la actualidad.
Este asunto es evidentemente una moda reciente, y como todo lo que está de moda, algun día pasará y dejará de ser así, por lo tanto, no se le debe dar ninguna importancia.

Lo realmente importante para nosotros los ancianos y pensionados, es nuestra actitud cristiana ante la vida y la clara conciencia de lo que somos como hijos de Dios y como personas dignas, que en la vida hemos acumulado un valioso caudal de experiencia, amor, fe y sabiduría, lo cual nos hace dignos del cariño, respeto y consideración de nuestros seres queridos.

Al alcanzar el período de la vejez, iniciamos una nueva fase en la que una serie de nuevos factores o condiciones surgen en nuestra vida cotidiana, las cuales nos llevan de forma paulatina a tomar cada vez más conciencia de nosotros mismos y de la muerte que se avecina. Esos factores son: la jubilación, el duelo por la muerte de la pareja, la soledad, menos independencia, menos actividad social y una mayor disponibilidad de tiempo que antes.
En consecuencia, disponemos mucho más tiempo y oportunidades para reflexionar sobre si mismos, sobre el sentido de esta vida terrenal y sobre la futura vida eterna en el Reino de los Cielos. Podemos traer a la memoria las innumerables bendiciones recibidas de Dios Padre durante tantos años, así como también, dedicarle más tiempo a la lectura de la Palabra de Dios, que es el alimento espiritual por excelencia.

La vejez y la certeza de la muerte son magníficas maestras espirituales para los creyentes cristianos, puesto que sirven para impulsar nuestra vida interior espiritual y fortalecer nuestra esperanza en el Señor Jesucristo. Además, nos enseñan a prepararnos espiritualmente para el momento crucial de la muerte y a morir sin angustia y con esa paz interior, que solo Dios puede dar.

Las molestias y enfermedades habituales de la vejez nos alientan de manera imperceptible a identificarnos más con nuestra alma inmortal, que con nuestro cuerpo dolorido y débil que se va deteriorando inevitablemente.

En la vejez también somos capaces de sentir nuevos anhelos y de tener visiones del Reino eterno que nos espera, de las moradas que el mismo Señor Jesucristo prometió tenerlas preparadas para sus fieles seguidores.

A continuación, podrán leer un excelente testimonio que escribió el gran escritor francés Victor Hugo (1802–1885) después de cumplir 80 años de vida, en el que expresa su fe y su esperanza con sublimes afirmaciones:

Puedo sentir la vida futura en mí. El mundo terrenal me enseñó una gran cantidad de sabidurías, pero el cielo me iluminó con sus mundos desconocidos. A pesar de que ya he llegado a una edad avanzada, tengo pensamientos y sentimientos jóvenes y eternos en mi mente y mi corazón. Cuanto más se acerca el final de mi vida, más claro puedo escuchar la sinfonía inmortal de mundos que me invitan. Esto es sorprendente, pero simple.
Creo firmemente en ese mundo mejor. Él es para mí un bien mucho más realista que esta miserable quimera que devoramos y llamamos vida. Él  está constantemente ante mis ojos, por lo tanto creo en él con una convicción sólida como una roca y después de tantas batallas, tantos estudios y tantas pruebas; él es la suprema certidumbre de mi razón, así como es el supremo consuelo de mi alma

El Evangelio de Jesucristo nos enseña a los creyentes cristianos a vivir y a morir con metas eternas.  Dios concede y reparte su Gracia entre los creyentes de manera soberana en diferentes épocas de sus vidas, algunos pocos aprenden a apoderarse de la promesa de vida eterna temprano en la juventud, otros en la edad madura y muchos en la vejez, porque es el momento de nuestra partida física de este mundo terrenal y de poner nuestra alma o espíritu en sus manos.

Las adversidades se perciben como penas terribles, cuando apartamos los ojos de la gran meta futura de vida eterna.

puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual, por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz, menospreciando la vergüenza, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Hebreos 12, 2

En varias de sus cartas a las comunidades cristianas, el apóstol Pablo comparó esta vida terrenal llena de cargas, sudor y esfuerzo con una carrera de competición. Al hacer Pablo esa semejanza entre la vida y una competencia, resaltó la importancia de la recompensa o premio que reciben los ganadores al llegar a la meta o marca final de la prueba deportiva.
El premio es el motivo más efectivo para animar a las personas a participar en una competición, puesto que es una recompensa satisfactoria por el afán y el tiempo que se ha invertido en la preparación física para la carrera. Para el corredor, el premio entonces se convierte automáticamente en un anhelo, que lo impulsa a hacer todo lo posible por obtenerlo.

En la vida es igualmente necesario y muy importante, ponerse metas para alcanzar en el tiempo futuro, porque las metas le proporcionan sentido y propósito a nuestras vidas, en especial, en los tiempos de adversidades, sufrimientos y penas.

Algunos de ustedes se habrán enterado por la prensa del extraordinario caso de naufragio, que sufrieron dos pescadores en el año 2012 en el sur de México, quienes estuvieron a la deriva durante meses en una pequeña barca sin techo, sin agua ni comida, en el océano pacífico. El náufrago salvadoreño José Salvador Alvarenga describió a los periodistas, que había sido su gran anhelo por ver de nuevo a su única hija, lo que le salvó la vida ya que le dió la suficiente fuerza de voluntad para lograr soportar 14 meses perdido en la inmensidad y la soledad del mar. Su compañero de pesca Ezequiel Córdoba de 16 años, después de 4 meses a la deriva perdió la esperanza de sobrevivir y decidió de forma consciente dejar de comer y beber, para finalmente morir.

Por supuesto, este caso fue una situación muy extrema y excepcional, pero sirve perfectamente para ilustrar cómo una meta determinada, puede llenar de esperanza, vigor y fortaleza a una persona, aún en medio de las circunstancias más adversas.

Durante el transcurso de la vida, el destino nos presentará oportunidades de poner diversas metas temporales, las cuales para nosotros son imposible de prever con anticipación.

La única carrera de nuestra vida, que sabemos con seguridad en la que tendremos que participar en el futuro, es la muerte.
Para esta carrera, los creyentes cristianos hemos recibido el gran privilegio, por la Gracia de Dios y por la obra Redentora del Señor Jesucristo, de tener como meta y premio supremos: la vida eterna con Dios en el Reino de los Cielos.

Estimado lector, procura poner tus ojos en esta meta suprema, que Dios nos concede por su Gracia e inconmensurable Misericordia, así como mantener la mirada en ella, sobre todo cuando estés atravezando adversidades y aflicciones en tu vida cotidiana.

¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, mas sólo uno se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. 2. Timoteo 2, 5