Cuando alguien está cansado de vivir y de sufrir, la muerte natural le llega como una bendición.

Entonces oí una voz del cielo que decía: «Escribe: ‘Bienaventurados los muertos que de aquí en adelante mueren en el Señor.’ «Sí,» dice el Espíritu, «para que descansen de sus trabajos, porque sus obras van con ellos.» Apocalipsis 14, 13

La mujer más longeva de la época actual ha sido la francesa Jeanne Calment, quién contaba con 122 años de edad, cuando murió el 4 de agosto de 1997. En la celebración de su 120. cumpleaños, al preguntarle un periodista ¿cuál era la causa de su larga vida?. Ella le contestó riéndose: creo que Dios se ha olvidado de mí.
La señora Calment respondió, quizás sin saberlo, con una respuesta muy correcta y precisa, puesto que Dios en su soberanía, es en realidad quién nos da la vida y nos la quita cuando lo considera conveniente, porque Él es el director del papel que cada uno de nosotros hacemos en la obra existencial de este mundo. En el libro Deuteronomio 32, 39 dice: Yo soy el único Dios; no hay otros dioses fuera de mí. Yo doy la vida, y la quito; yo causo la herida, y la curo. ¡No hay quien se libre de mi poder!

Para una persona creyente que parte de este mundo, el momento de su muerte puede muy bien ser una bendición y no una tragedia o una desgracia, como siempre suele ser para los que sobrevivimos al difunto y que seguimos viviendo aquí un poco más de tiempo. Pensemos por ejemplo: a) en las personas ancianas débiles y postradas que no le encuentran ya más sentido a su vida, b) en los enfermos crónicos que tanto sufren, c) en los individuos que por alguna frustración muy profunda en su vida están cansados de vivir y d) en los adictos a las drogas.

Por alguna muy buena razón está escrito en el Libro de Apocalipsis, cuya palabra quiere decir Revelaciones en griego, lo siguiente: Bienaventurados los muertos que de aquí en adelante mueren en el Señor. Morir en el Señor Jesucristo, significa haber vivido y haber muerto creyendo firmemente en Jesús como nuestro Redentor y en la esperanza de vida eterna en el Reino de los Cielos. Significa haberse arrepentido de sus pecados y haber encomendado su espíritu a Dios antes de morir, para luego dejar este mundo en paz consigo mismo y con Dios.
Según mi opinión, la frase que mejor describe lo que es morir en Jesús, la dijo Santa Teresa del Niño Jesús poco antes de morir: “Yo no muero, entro en la vida”.

Cuando comparamos las tradiciones y los rituales funerales cristianos de algunos países de Europa del norte con las de los países hispanoamericanos, destaca de forma impresionante el siguiente aspecto, el cual me llamó mucho la atención cuando lo presencié por primera vez en Suiza:
Inmediatamente después del entierro, se invita a los asistentes para una comida o un aperitivo fúnebre en la que se comparten los gratos momentos y anécdotas vividas con el difunto, y sobre todo, sirve para el reencuentro de familiares y parientes que no se han visto en mucho tiempo. Todo esto en un ambiente afectuoso de solidaridad  y compañerismo, lo cual refleja de una manera más apropiada la actitud de fe y de esperanza que los creyentes cristianos deberíamos de tener ante la muerte, como una experiencia natural y necesaria de la vida humana, que trae consigo para el que muere el inicio de una nueva y mejor vida eterna, lo cual es el mayor consuelo para todos los que lo conocieron y lo estimaban.

Por el contrario, el ritual fúnebre cristiano en nuestros países latinoamericanos, se celebra como si la muerte fuera algo totalmente antinatural e incongruente con la vida humana, como si la muerte fuera un terrible castigo de Dios tanto para el difunto como para los familiares, lo cual son creencias falsas y absurdas.
Debido a estas falsas creencias transmitidas por la iglesia católica durante mucho tiempo, es que nuestros funerales y velorios se realizan en un ambiente exageradamente triste y desconsolado, como si hubiera ocurrido una tragedia inesperada, incluso cuando fallece un anciano de 95 años por muerte natural.

El mismo Papa Benedicto XV hizo el siguiente comentario, reconociendo que la iglesia no supo transmitir el verdadero significado cristiano de la muerte:
« La catequesis no puede seguir siendo una enumeración de opiniones, sino que debe volver a ser una certeza sobre la fe cristiana con sus propios contenidos, que sobrepasan con mucho a la opinión reinante. Por el contrario, en tantas catequesis modernas la idea de vida eterna apenas se trasluce, la cuestión de la muerte apenas se toca, y la mayoría de las veces sólo para ver cómo retardar su llegada o para hacer menos penosas sus condiciones. »

El momento de la muerte es el más crucial en la vida de un ser humano, porque después de atravesarla, es que se inicia la tan anhelada vida eterna. Por eso es que un cristiano conciente de su fe y de su esperanza, no debería de ver en la muerte a un enemigo desconocido, anormal y monstruoso como se lo imaginan equivocadamente innumerables personas incrédulas en estos tiempos.