La verdad de la Biblia es como agua fresca de beber en este desierto de mentiras en que vivimos.

El que practica el engaño no morará en mi casa; el que habla mentiras no permanecerá en mi presencia. Salmo 101, 7

«La Verdad recorría por entonces el mundo para enseñar a los hombres las vías de la justicia y del bien, aunque la mayor parte de las veces era muy mal recibida. La Mentira, por el contrario, que distribuía incontablemente falsas esperanzas y sus ilusiones, era acogida en todas partes como una princesa. Por tal motivo, ella iba siempre muy cuidada y con buen aspecto, orgulloso el porte y esplendorosa de salud, mientras que Verdad iba vestida de andrajos, delgada, pálida y con un aspecto lamentable. Cuando vio a su enemiga de toda la vida tan próspera y feliz, Verdad no pudo evitar lamentarse por su propia suerte:
¿por qué te aman los hombres más que a mí? Es injusto. Tu palabra no vale nada, mientras que la mía es inalterable.
Mentira se echó a reír, y dijo:
Es que no lo sabes hacer, Verdad. Tu voz es muy cortante, tus palabras demasiado crudas. Te falta tacto y diplomacia. Eres un espejo sin concesiones. Yo suavizo las aristas, embellezco los rostros ingratos, rejuvenezco a los viejos, llevo a los hombres el sueño y el placer. Y ellos me aman en la medidad de la felicidad que les doy.
(Verdad) Pero tal felicidad es artificial. Se funda en el engaño y en la ilusión.
(Mentira) ¿Y qué? Vale más una felicidad falsa que un sufrimiento auténtico.»

Lo anterior es un extracto del cuento la Verdad y la Mentira hacen juntas el camino del escritor francés Edouard Brasey, el cual ilustra muy bien el por qué algunas personas prefieren escuchar y leer mentiras que verdades.
Hay individuos que se dejan hechizar por la atractividad de las mentiras, y además algunos son hasta capacez de vivir a gusto en el engaño o en su propio mundillo ilusorio. Sin ir muy lejos, los adictos a las drogas son un ejemplo extremo de ese tipo de gente, quienes siempre están tratando de escapar de la dura realidad de la vida.

La mística italiana Catalina de Siena (1347-1380) dijo: «El hombre no vive de flores, sino de frutos», afirmación ésta que es muy cierta, puesto que de flores no nos podemos alimentar, mientras que de los frutos sí. Las mentiras por tener características similares a las flores como: muy atractivas, bellos colores y fragancias agradables; por eso abundan en este mundo como la arena en el desierto. Por el contrario la verdad es muy escasa, así como es el agua en el desierto, pero ella es indispensable para poder sobrevivir y ser feliz en esas condiciones del mundo de mentiras en que vivimos.

La búsqueda de la verdad y del amor verdadero son necesidades básicas del alma humana, y esa búsqueda por la verdad no es sino la búsqueda de Dios, porque Dios es la fuente original del amor y de la verdad.
Según San Agustín de Hipona, a la verdad eterna e inmutable se llega por medio del amor, y por esa misma razón, para poder disfrutar de la felicidad auténtica se requiere que esté fundamentada sobre el amor y la verdad.

Para nosotros los creyentes cristianos, la Biblia es la Palabra de Dios y en consecuencia, en ella está escrita la verdad divina y eterna.

Algunos podrán decir: ¿Cómo sabemos que la Biblia es verdad? Yo, desde hace unos años no tengo que hacer esa pregunta, porque un buen día la verdad de Dios me fue confirmada en mi corazón por el Espíritu Santo.
Les propongo lo siguiente: hagan la prueba ustedes mismos y lean la Biblia con confianza y con el deseo de encontrar la verdad. Inicien su lectura en el Evangelio del Señor Jesucristo o Nuevo Testamento. Mediten lo leído y descubrirán que el Señor es bueno y amoroso. Confiar en Él es realmente una decisión afortunada. Esa es la mejor manera de confirmar la verdad de la Biblia.

Concluyo con un extracto del texto de una leyenda africana:
“Mentira, tú florecerás sin dar jamás fruto. Gustarás a los hombres aunque nunca les harás bien. En cambio tú, Verdad, serás amarga, dura y a veces harás sentir mal pero siempre acabarás haciendo felices a los seres humanos”.