Si tuvieses que elegir entre una casa grande o una familia amorosa y feliz, qué escogerías?

Y Él le dijo: amarás al señor tu dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y el primer mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a tí mismo.… Mateo 22, 37-39

Siempre estamos expuestos a comparar y elegir entre dos opciones. En la gran mayoría de las ocasiones, se trata de elegir entre diversos objetos y productos similares que deseamos comprar o actividades que queremos hacer. Sin embargo, existen algunos momentos en que tenemos que tomar una importante decisión para elegir entre objetos y personas, es decir, dos opciones muy distintas e incluso contrarias, la cual puede traer consigo serias consecuencias y dificultades para las personas afectadas por esa decisión.

Como ejemplo voy a describir una situación conocida que es real y bastante común:
Un trabajador, su esposa y dos hijos pequeños viven en un apartamento alquilado desde hace 10 años. Para poder comprarse una casa grande, el padre de familia decide buscar un trabajo con mejor sueldo en una empresa de perforación de pozos petroleros, pero tiene que trasladarse a vivir solo en un campo petrolero muy lejano.
En éste ejemplo, el señor prefiere sacrificar la convivencia diaria con su esposa e hijos por un largo tiempo, por el interés de ser propietario de una casa grande,  asumiendo con su decisión todos los riesgos y repercusiones negativas, que una prolongada separación podría provocar en la relación familiar.

Debido a que no podemos poseer TODO lo que deseamos, se hace pues necesario establecer prioridades, esto es, definir lo que para nosotros es más valioso y lo que es menos valioso en la vida.
La vida familiar con los lazos de cariño e intercambios de caricias que allí se crean y se dan diariamente, es el alma de una vivienda. Una casa no es más que un techo y unas paredes de materiales inertes y fríos, que encierran dentro de sí a una familia que vive allí. Básicamente, una vivienda cumple la función de un cofre, que resguarda y protege a los que habitan en ella.
Así como un cofre jamás es más valioso que el tesoro que guarda, así mismo la familia debería ser siempre para nosotros ese gran tesoro que le da amor y sentido a nuestra existencia y le otorga vida a la vivienda.

San Agustín de Hipona, uno de los más grandes doctores del Cristianismo escribió la obra titulada: la primacía del amor. Según San Agustín, cuando el ser humano ama de verdad a alguien, se identifica y se une espiritualmente al alma del ser amado.
Por los animales y objetos materiales lo más que podemos sentir es un apego o un simple afecto, el cual es siempre vano y dura muy poco.

El Señor Jesucristo nos enseñó que el mandamiento más importante es: amar a Dios y amar al prójimo como a sí mismo. El amor verdadero es espiritual y eterno, y en consecuencia, solamente puede surgir y desarrollarse entre seres de naturaleza espiritual. El amor espiritual que sentimos por nuestros seres queridos nos une también con Dios, y de esta manera, nos hace partícipes de la eternidad de Dios.

Ninguna casa grande ni ningún palacio son capaces de inyectarle amor a las personas que habitan en ellas y tampoco de hacerlas felices. Esa construcciones solamente pueden hacerles sentir orgullo, vanagloria, notoriedad, soberbia y engreimiento. Y nada más.

Únicamente los lazos invisibles de amor que nacen, se desarrollan y se nutren mutuamente entre los miembros de la familia en su convivencia diaria, son capaces de llenar de amor, felicidad y armonía el seno familiar.

« Desgraciado quien no haya amado más que cuerpos, formas y apariencias. La muerte le arrebatará todo. Procurad amar las almas y un día las volveréis a encontrar. » Victor Hugo, escritor francés